Amor a la carta

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Alimento para el alma

“Amor a la carta” es un fenómeno cinematográfico de origen indio muy interesante porque es portador de una multiplicidad de significados, símbolos y discursos, entrelazados en lo que es la cinta en sí misma, pero también en lo que refiere al contexto cultural implícito, información que ha trascendido acompañando su estreno y difusión en las salas de Occidente.

Esos datos refieren a la industria cinematográfica de India, denominada Bollywood (en remedo a la meca norteamericana), cuyos productos están mayoritariamente dirigidos al mercado interno y muy pocos trascienden más allá de las fronteras. Son por lo general historias melodramáticas que abrevan en las costumbres y tradiciones del país milenario.

“Amor a la carta” se destaca por haber concitado el interés del público europeo, con premiaciones en festivales especializados, lo que significa un pasaporte que le ha abierto el mercado en estas latitudes.

El otro dato interesante es que el director, Ritesh Batra, es un joven documentalista, cuyo interés primigenio fue hacer una investigación respecto de los dabbawalas (repartidores de comida) en Bombay. Es una costumbre que se mantiene desde hace más de cien años y consiste en el envío de la comida del almuerzo por parte de las esposas a sus maridos, quienes están trabajando en algún lugar de la populosa ciudad, lejos de casa.

Pero finalmente Batra prefirió tratar el tema a través de una ficción, donde el ir y venir de las viandas es el eje de un relato que permite mostrar otros aspectos de la vida y las costumbres de su país.

Los repartidores tienen un sistema para recoger las viandas en los domicilios de los empleados y hacerlas llegar hasta el lugar de trabajo, y según los expertos, el método es muy eficiente, con un mínimo margen de error. El detalle es relevante, porque el leit motiv de la película es un dicho popular de aquel lugar, referido por los personajes, que dice que “tomar el tren equivocado te puede llevar a la estación correcta”.

Resulta que Ila, una joven y bella esposa, madre de una niña, cocina todos los días ricos platos para enviar a su marido, que trabaja en alguna oficina de la ciudad. Pero pronto descubre que la vianda no llega a sus manos y que es recibida por alguna otra persona, por equivocación.

En vez de alertar a su marido, con quien tiene una relación cada vez más fría y distante, decide comunicarse mediante esquelas con el desconocido que día a día devora sus ricos manjares. Así, surge una relación epistolar entre ellos. El hombre es un empleado del Estado próximo a jubilarse, es viudo, solitario y melancólico.

Este error del dabbawala posibilita que dos almas se comuniquen entre sí, se hagan confidencias y encuentren alguien con quien compartir un poco de su mundo interior. Ni Ila, la bella mujer, ni Saajan Fernandes, el viudo, tienen con quién hablar. El matrimonio de ella evidentemente está naufragando, su marido tiene una amante y no le presta mucha atención a la familia. Fernandes vive solo y no tiene hijos, y está acostumbrado a esconder sus sentimientos bajo una coraza.

Los personajes secundarios también revelan aspectos de una sociedad y sirven al relato brindando más detalles de la idiosincrasia de un pueblo todavía anclado en hábitos añejos que se mantienen a pesar de la invasión de la modernidad, que se manifiesta sobre todo a través de productos tecnológicos.

Ila tuvo un hermano que se suicidó al no poder avanzar satisfactoriamente en una carrera universitaria, su madre está dedicada desde hace años al cuidado de su marido postrado por una enfermedad terminal y una tía, que vive arriba de su departamento, también está recluida cuidando a su esposo enfermo. Con esta tía, a quien nunca se ve, pero siempre se escucha, Ila comparte algunas intimidades.

Por su parte, Fernandes, comienza a sentir en su trabajo la presión de un joven empleado a quien debe instruir en su oficio, ya que está designado para ser su reemplazante, cuando se jubile. Tarea que el hombre trata de esquivar, aunque la insistencia del muchacho termina por vencer sus resistencias y llegan incluso a ser casi amigos.

La historia de “Amor a la carta” demuestra que lo insólito o inesperado que irrumpe en la rutina de una vida mediocre y sin expectativas puede ser la llave para encontrar algo interesante y descubrir nuevas posibilidades a personas que parecen atrapadas en un destino rígido y estructurado, por lo general, insatisfactorio.

Si bien la película tiene un final abierto, la experiencia les sirve a los personajes protagónicos para tomar decisiones importantes y realizar cambios que les permiten mirar el futuro con renovadas esperanzas.