Amor a la carta

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

De sabores, azares y segundas oportunidades

En India se estrenan unas 3.000 películas por año. Sí, tantas. La mayoría responde al formato Bollywood (historia de amor matizada con música, baile y canciones, de varias horas de duración), que gozan de un público multitudinario. Pocas de ellas llegan a la Argentina y, si lo hacen, sólo suelen presentarse en festivales -Pantalla Pinamar, por ejemplo- o fuera del circuito comercial.

Por eso, resulta toda una noticia que se estrene aquí una película india como Amor a la carta (Dabba o The Lunch Box, como es su título internacional), primer largometraje de Ritesh Batra, que se aparta de la fórmula Bollywood: se trata de una comedia romántica con toques de melodrama, cuyos protagonistas cruzan sus destinos por azar.

En Mumbai existe un peculiar y reputado sistema de entregas de almuerzos que las familias y casas de comida envían a los trabajadores. Un cliché dice que el camino al corazón pasa por el estómago, e Ila (Nimrat Kaur) lo pone en práctica tratando de recuperar (o sobrellevar) un matrimonio que la tiene frustrada e insatisfecha. El servicio de entregas comete un raro error y el almuerzo que Ila ha preparado con amor y exquisitez culinaria para su indiferente marido cae en boca del señor Fernandez (Irrfan Khan, el Ricardo Darín de la India), un viudo gris y amargado, casi intratable, que espera la jubilación en su puesto burocrático mientras se debate en la soledad en que vive desde la muerte de su querida mujer. Casi sin proponérselo, entre ambos se establece una relación epistolar que paulatinamente va tornándose más íntima y franca, amparándose los dos en la distancia y el desconocimiento mutuo.

Dos almas solitarias (interpretadas estupendamente por Kaur y Khan, visto en Una aventura extraordinaria) construyen una ilusión que mejora sus vidas, con la consiguiente evolución psicológica. A ambos se les presenta la oportunidad inesperada de replantear sus vidas, que parecían destinadas a un final previsible. El film es sutil, nunca cae en el lugar común y ofrece como marco de esa historia personal la ciudad de Mumbai con su gente, sus ruidos y abigarrados medios de transporte, un tema tan polémico en la India. Con toques de color local, que presentan una pintura de la vida cotidiana en la intimidad de sus casas, donde vive encerrada la mujer, el film tiene un guión sólido y sabe sostener la reiterada lectura de las cartas, que nunca pierde interés. Habla también del poder de transformación espiritual de algo tan físico como la comida, y presenta la peculiaridad de una voz de la experiencia, la de una tía putativa, una vecina a quien nunca vemos que vive en el piso superior de la joven y que la aconseja. No menos importante en esa evolución es la presencia del joven que llega a reemplazar al futuro jubilado.

Las películas que respetan la fórmula Bollywood no requieren coproducción con otros países, dada su popularidad y gran demanda en su propio país y en todos los mercados del sudeste asiático. En cambio, Amor a la carta calificó como cine de arte, por lo que debió realizarse con aportes de Francia, Alemania y los Estados Unidos. Para sorpresa de muchos, esta ópera prima de un director que ha vivido y estudiado en EE.UU. finalmente consiguió un gran éxito tanto en la India como en el resto del mundo.