Amigos intocables

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Precedida por un suceso histórico en Francia que se trasladó a Europa y otras latitudes, Amigos intocables es una de esas piezas de cine que equilibran sabiamente el humor y la desdicha, encontrando el tono justo para describir los eternos e inevitables altibajos y claroscuros de la vida. En el afiche se la relaciona con Conduciendo a Miss Daisy y El discurso del rey, y aún se pueden encontrar más comedias dramáticas en esta frecuencia, pero en
verdad este film de los directores Olivier Nakache y Eric Toledano no precisa de publicidades comparativas porque posee su propia y fenomenal potencia expresiva y emocional. Más allá de reparos sobre semejanzas o afinidades, lo más importante es entregarse a disfrutar distendidamente de una pequeña gran obra cinematográfica. Arribando a su cuarta película en conjunto, la primera que llega a estrenarse en nuestro país, esta dupla buscó inspiración en el vínculo real establecido por un opulento aristócrata cuadripléjico y un joven inmigrante necesitado de papeles, contratado para cuidarlo. El mismo parapente que confinó a ese estado al poderoso millonario, depara una de los momentos más disfrutables de la película, junto a otras escenas estimulantes y memorables. El film se realimenta permanentemente en las formidables tareas interpretativas de François Cluzet y Omar Sy, que además hacen gala de una química peculiar para llevar adelante un auténtico y verosímil enlace artístico, dentro de un elenco impecable. Entrañable, agridulce, conmovedora, pero sobre todo divertida, Amigos Intocables aborda asuntos serios y graves con un espíritu fresco y jubiloso. Una amistad intocable como adelanta su título –que encierra una metáfora relacionada con el padecimiento del hombre postrado-, más allá de toda limitación humana.