Amigos con beneficios

Crítica de Miguel Frías - Clarín

¿Por placer o fobia?

Una pareja procura disfrutar del sexo sin enamorarse.

Para despejar posibles dudas: Amigos con beneficios y Amigos con derechos (estrenada en febrero) son dos películas distintas, aunque parecidas, muy parecidas, y no sólo por cómo se las tituló en la Argentina. Hablamos de comedias románticas, con parejas jóvenes que -convencidas de que el amor es una dulce condena, pero condena al fin- procuran tener sexo sin compromiso. Erotismo + amistad: una ecuación que, en los cálculos, suena placentera y sin desdichados efectos secundarios.

En esta película con Justin Timberlake y Mila Kunis funciona la química entre los protagonistas, como también el guión -sobre todo en la primera parte- y el juego de contraposición entre dos ciudades: Nueva York, en donde vive ella y él se radica para trabajar; y Los Angeles, en donde vivía él. Ambos provienen, aunque esto lo iremos sabiendo después, de familias disfuncionales.

Hasta la mitad, en Nueva York, el filme mantiene un ritmo vertiginoso y un tono por momentos corrosivo, con una comicidad que alcanza varios niveles de sentido. Entre chistes que incluyen desde George Clooney hasta Jerry Seinfeld, y más honestidad brutal que cinismo, la pareja practica una sexualidad libre de las ficciones de la seducción y se burla del final real de las historias románticas, que, claro, es más patético en comparación con los finales idílicos y mentirosos de Hollywood.

Jamie (Kunis) es vital y decidida, aunque imaginemos -por su madre inmadura y su desconocimiento de quién es el padre- que padece cierta debilidad afectiva. Igual que Dylan, un dúctil Timberlake, que transmite un encanto vagamente desamparado. Luego sabremos por qué. En este tramo final, la película condesciende al sentimentalismo y muestra temor a despegarse del género. Si la idea era mostrar a una generación que no cree en el amor eterno, ¿para qué justificar esa convicción con traumas profundos? Los personajes terminan mostrando que son... personajes de Hollywood. Qué tranquilidad y, también, qué pena.