Amar es bendito

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Lecciones del corazón

Una vez que se anula la dosis de misterio y seducción en la pareja de Mecha (Claudia Cantero) y Ofelia (Mara Santucho), cualquier componenda pone al descubierto no sólo la naturaleza compleja de los sentimientos, sino también la interpretación que cada una asume en torno a la libertad.

Mecha tiene otra, que se llama Ana Laura (Carolina Solari). Dos caminos se abren, como abismos, a partir de esa revelación. Así comienza Amar es bendito, con el conflicto bien arriba.

Liliana Paolinelli es la directora de la película pensada para intérpretes en ambiente íntimo, foco que trasciende los elementos realistas del contexto. La pareja sobrevive por un pacto que la lleva a probar soluciones parciales, engañosas y, por momentos, patéticas. No se trata simplemente de un triángulo amoroso consentido. Amar es bendito ofrece los supuestos de la relación abierta y muestra las consecuencias en las protagonistas. La cuestión se complica con la presencia de Mario (Carlos Possentini), amante de Ofelia conseguido a fuerza de mucha voluntad.

Las actrices están magníficas. Claudia Cantero afianza su capacidad para generar climas con economía de recursos. Junto a ella, Mara Santucho va creciendo en el rol de la mujer que no quiere terminar la relación después de siete años de convivencia. Carolina Solari aporta la sensualidad. En tanto Possentini reproduce el perfil de un hombre encontrado al voleo, que en el fondo desprecia el dilema de las mujeres y busca sacar provecho sin miramientos. Mario es torpe, indiferente y calculador, cae como peludo de regalo y la pasa estupendamente.

Paolinelli se concentra en los rostros y en imágenes en el espejo, o mira desde lo alto a los personajes que se mueven en el tablero de las combinaciones amatorias. ¿Amor o deseo? Su comedia (para algunos es un drama) apuesta también al humor. Aquello que comienza como drama y mueca se transforma en sonrisa aun cuando Mecha y Ofelia sufren sin disimular.

La película de Paolinelli se ocupa de la conmoción afectiva que supera el tema de la infidelidad, al mostrar hasta dónde pueden sostenerse las convicciones. No hay en el guión subrayados sexistas ni exposición sobre el amor homosexual. La directora se permite un título que queda a gusto del consumidor, irónico y elusivo. Además, resuelve la comedia con un final, débil en relación al desarrollo, pero efectivo, con la banda del Negro Videla a todo volumen. Las penas del corazón siempre quedan en el pasado. Y a llorar a otra parte.