Amante fiel

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

En los ochenta, cuando las comedias francesas no eran un consumo de minorías casi esotérico y podían llegar a estar entre las diez más vistas del año, una película como Amante fiel podría haber sido un estreno masivo, de esos que se recomendaban con seguridad y con alegría. Hoy en día, seguramente, llegará a un circuito reducido de salas y de público. Y es una lástima, porque el encanto y la gracia son bienes poco frecuentes. Y aun menos frecuente es hacer una comedia romántica en la senda de François Truffaut y triunfar en el intento, en el tono, en la conmovedora confianza en el amor como tema. Y todo eso, además, Louis Garrel lo hace en el triple rol de director, actor y coguionista (el otro es Jean-Claude Carrière, nada menos).

La figura dinámica de Amante fiel es la del triángulo, la que Truffaut usó en Las dos inglesas y el continente (un hombre, dos mujeres), y en Jules y Jim (una mujer, dos hombres). En Amante fiel Abel (Garrel) quiere a Marianne (Laetitia Casta), pero ella se decide por el mejor amigo de él. Y la vida continúa, pero el amor y sus tribulaciones siguen sus caminos. Y Garrel filma -como Truffaut- gente que corre, y niños, y piernas, y cementerios. Y citamos todo el tiempo al inolvidable Truffaut, pero Amante fiel no es una película imitativa y mortuoria; es una propuesta vital, convencida de que recuperar las tradiciones más nobles es el primer paso para emocionar con las mejores armas, esas a las que Garrel suma su mirada entrañable y siempre un poco fuera de este mundo, ubicada en un lugar más encantador.