Al sur de la frontera

Crítica de Florencia E. González - Leedor.com

Resulta una inyección de optimismo ver la película de Oliver Stone.

Es que desde la perspectiva de norteamericano bien pensante y crítico de su propio país – en línea con Chomsky o con Michel Moore -, el director plantea un documental centrado en los líderes democráticos de la región latinoamericana que sostienen una política más independiente de los condicionamientos económicos de EEUU respecto a los períodos anteriores.

El relato arranca con la caída del Muro de Berlín y el fin del mundo bipolar donde el capitalismo y el dominio norteamericano no encuentran ni techo ni antagonismo. En ese nuevo contexto, Al sur de la frontera ve a Latinoamérica como una nueva meca, una alternativa al modelo único en una región del mundo que mediante métodos pacíficos, lleva a cabo un proceso de transformación social y política fuera de recetas foráneas, respondiendo a las demandas de distribución de los sectores más populares.

No es nueva la crítica a los EEUU en las películas de Stone. En Wall Street traza un retrato frenético del mundo de las finanzas y en JFK, Nixon o Comandante W también se adentra en los vaivenes políticos de sus altos mandatarios.

Stone no anda con sutilezas: la marca ideológica en sus películas siempre es muy precisa. En Al sur de la frontera parte del desconocimiento de la sociedad yanqui sobre América del Sur, basada en la complicidad de los medios de comunicación (Fox News, CNN y otros) en la construcción de una versión endemoniada de lo latino y sus presidentes. Entre esas “noticias” queda claro en los primeros cinco minutos de película con los extractos de TV estadounidense que los periodistas confunden a la hoja de coca con cocaína y hasta con el cacao. Luego se martilla constantemente con la ya trillada idea de que Hugo Chávez - “más peligroso que Bin Laden” - y Evo Morales son “dictadores” y “antidemocráticos”.

Dispuesto a seguir la saga que comienza con Looking for Fidel del 2004, Stone sigue una línea que, con la voz cantante de Venezuela, une Bolivia, Argentina de “los Kichner”, Paraguay de Lugo, Brasil de Lula y al Ecuador de Correas con el moño final de Raúl Castro que redondea 50 años de la Revolución Cubana. El realizador interpela en cámara a los siete presidentes a partir de un eje sencillo: la relación actual de esos gobiernos con EEUU y con el FMI.

Así, Venezuela tiene un capítulo especial y Chávez es la piedra angular del film. En la retrospectiva, se narra el proceso llevado a cabo desde 1999, primero con el fallido golpe como parte de una fuerza armada popular, luego su triunfo en las urnas, la confrontación directa con el país del norte, el impulso luego del frustrado golpe de estado organizado por el gobierno de Bush, la nacionalización del petróleo como recurso genuino y la posición respecto a la OPEP. Todos hechos asociados y opuestos a los intereses norteamericanos, expuestos con total claridad. El segmento es acompañado por una entrevista más larga que con los demás presidentes.”Aquí está la bomba atómica”, bromea Chávez; a lo que Stone le responde “No diga eso, hombre” dando a entender lo que ya sabemos: que su país por mucho menos que una sospecha, invade a una país petrolero. La “bomba atómica” se trata de una super planta productora de harina maíz que se “exporta barato para alimentar a los pobres”. Y así, la cámara muestra a un Chávez tenaz, convincente y siempre simpático protagonizando gestos políticos y personales como el de subirse a una bicicleta en el fondo de la precaria casa de su infancia y después romperla porque no aguanta su peso. Indudablemente, Hugo Chávez es un regalo para una cámara encendida y un par de preguntas básicas.

Al resto de los presidentes, se le dedica una sola jornada de filmación. Vemos a un Evo enseñándole a Stone a masticar coca o a hacer jueguito con la pelota, a Lugo habitando en la misma casa que vivió Stroesner, el torturador de su padre, y a un Lula tan alineado con Chávez cuando dice que canceló la deuda con el FMI y con el Club de Paris, como diferenciado, al señalar que no quiere tener malas relaciones con EEUU.

Párrafo aparte para “los Kichner”. Una Cristina un tanto desdibujada, no logra definir un perfil atractivo. Canchera y verborrágica, uno de sus enunciados se incluye en el trailer del film: “en el nuevo proceso que estamos llevando en la región, por primera vez, los gobernantes se parecen a los gobernados”. Puede ser buena la frase enhebrada a partir de la idea de que los líderes políticos responden a demandas devenidas de movimientos sociales y políticos. Pero Cristina no la redondea y al ubicarla en la figura de Evo, restringe seriamente su significado. Mejor resulta su otra intervención cuando Stone le pregunta cuánto pares de zapatos tiene. Ella responde “A los hombre no le preguntan cuántos pantalones tienen”. Luego vemos a un Néstor aplomado, muy tranquilo hablando de sus años de presidente haciendo hincapié en lo que le interesa a Stone: la IV cumbre de las Américas en Mar del Plata enmarcada en la resonada marcha antibush.

Nosotros, espectadores de esta línea de pensamiento, no hallamos novedad en lo que nos cuenta Al sur de la frontera. De todas maneras, resulta un documental atractivo que no disimula su punto de vista: un yanqui que se acerca a Latinoamérica con mirada extrañada, simple, a veces embelesado, otras completamente ajeno, nutriéndose de su fuerza, de su diversidad, de su profundidad, aunque nunca indague en sus razones ni causas.