Al final del túnel

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

A pleno con la temporada alta de estrenos nacionales, esta semana llega a cartelera una grata sorpresa destinada a convertirse en pasión de multitudes.
La jugada de Rodrigo Grande era arriesgada, pasar de la escritura y la dirección de dos films de estructura pequeña, local, cotidiana si se quiere; a una película industrial, a gran escala. Por más que él mismo en la conferencia de presentación del film lo haya negado y dicho que cuando presentó el proyecto no pensó que se convertiría en algo tan grande.
El realizador de las rosarinas Rosarigasinos y Cuestión de Principios se anima a más y presenta Al Final del Túnel, diferente a las dos anteriores pero manteniendo su estilo propio.
Con buena recepción de público y crítica, los dos trabajos anteriores de Grande ya se animaban al género, a la comedia ambas, y al policial y cine de mafias en el primer caso. En el caso de Al Final del Túnel redobla la apuesta en una historia de suspenso y tensión que atrapa desde el principio y realiza todos los giros necesarios para que esa sensación nunca decaiga.
Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un técnico en computación, que vive encerrado en un típico caserón porteño oscuro de estilo de principios del Siglo XX, postrado en una silla de ruedas. Pasan pocos minutos hasta que hace su aparición Berta (Clara Lago) con su pequeña hija que hace algunos años dejó de hablar repentinamente. Ambas responden a un aviso buscando inquilino para el piso superior de la casa.
Pese a la reticencia inicial, Joaquín termina cediendo, y Berta y la pequeña terminan alquilando y entrando en su vida. Pero hay algo más; la casa de Joaquín se encuentra en el medio entre un banco y otra casa que una banda de ladrones liderada por el despiadado Galereto (Pablo Echarri) ¿alquiló? para poder realizar un robo en las cajas fuertes de la entidad bancaria mediante un túnel conector.
Joaquín sabe de los planes de sus “vecinos”, se obsesiona, los escucha con micrófonos, los espía con cámaras, está atento a todos los pasos que piensan dar. De acá en más comienzan los constantes giros que por acá no se adelantarán.
Si el argumento se presenta como típico para un film de género, Grande se encarga de llenar el ambiente de detalles. La casa representa el estado de ánimo de Joaquín, quien en un pasado parece haber perdido a su familia; y Berta viene traer luz y pasión (no sólo sexual) a esa zona apagada.
A modo de los grandes directores del suspenso – De Palma, Chabrol, Spielberg en boca del propio realizador, y si Hitchcock – no debemos distraernos un solo segundo, el meticuloso guión inteligentemente nos irá indicando qué debemos recordar para el desarrollo posterior de la historia. Nada está puesto allí al azar, pensado todo como gran juego en su conjunto.
Otro gran aporte lo encontramos en el rubro interpretativo. Previamente Grande había demostrado ser un sólido director de actores, aquí los guía a cada uno en personajes que a simple vista parecen lugares comunes, pero que lejos están de ser puntos encasillados.
Pablo Echarri (quien también oficia como productora con su empresa El Árbol debutando en cine) aprovecha la pantalla grande para escaparle al galán, para mostrarse en personajes distintos, su Galereto es un villano para temer, sombrío, turbio, sin ningún prurito ni piedad, y el actor lo interpreta desde la postura, los gestos adustos, y la mirada negra y penetrante. Lo mismo para Clara Lago que es fuego puro, una bomba, que también sufre y lo hace sentir. Un plus es su perfecta porteñización que no se queda solo en las voces sino que adopta posturas y modismos propios de nuestras mujeres. Sumémosle una participación de Federico Luppi (¿podemos hablar de actor fetiche del director?) pequeña pero fundamental y magistral en su composición.
Párrafo aparte para un Leonardo Sbaraglia que no deja de maravillarnos. El carisma le brota de los poros. No necesita hablarnos de su historia para comprender todo el dolor que sufre (¡esa escena de llanto! invita a acompañarlo). Se adentra en la obsesión y lo seguimos en todas sus decisiones y cambios. Además, el agregado de unas destrezas físicas increíbles en el manejo de la silla de ruedas y los movimientos de un cuerpo semi muerto en condiciones complicadas. No nos queda otra que aplaudirlo de pie.
Film en Co-Producción con España, es un lujo notar como las uniones cinematográficas entre ambas países se fortalecen cada vez más en calidad con el tiempo, otorgando resultados tan nobles como este.
Al Final del Túnel es de esos grandes films de que producen sensaciones para la historia; no es uno más. Un dechado de suspenso, con dosis de acción, y una comicidad natural imposible de resistir.
Rodrigo Grande cambia de registro, juega en las grandes ligas, pero mantiene vivo ese espíritu lúdico que lo caracteriza. Al espectador no le queda otra que aferrarse a la butaca y disfrutar de un juego que nos invita a dilucidar cuáles serán los próximos pasos.
Lo anticipo, estamos frente a una de las mejores películas de este 2016.