Aguas turbulentas

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Una tragedia universal, en Noruega

“Todas las acciones de Dios tienen sentido”, afirma uno de los personajes de “Aguas turbulentas”. Y el protagonista le replica con una pregunta: “¿También el mal?”. El “mal” es el que encarna ese hombre que cumplió una condena acusado de haber matado a un niño aunque él sostenga que se trató de un accidente. El interrogante parece retórico, pero el director noruego Erik Poppe intenta guiar al espectador para que encuentre su propia respuesta cuando la pena pagada con la cárcel no dejó en paz ni al criminal ni a la madre de la víctima. La película está narradada en dos partes, desde el punto de vista de uno y otro. A partir del segundo tramo Poppe hace coincidir las piezas de un rompecabezas en el cual se impone el abordaje de la trama como una tragedia shakespereana. La muerte, la culpa, el perdón y la venganza atraviesan un filme, que además de sus extraordinarias actuaciones, no da respiro y deja bien claro hasta el final que no pretende tranquilizar conciencias. Por necesidades del guión se impone una cierta perspectiva religiosa de la culpa. Este hecho, lejos de distanciar apunta a darle al conflicto un abordaje más amplio en un filme que intenta sin golpes bajo, con ritmo constante y elegancia visual la demolición de todas las certezas.