Agua y sal

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

Una historia que permite reflexionar sobre cómo percibimos nuestras vidas

No siempre lo que se vive puede dejar íntimamente satisfecho a aquellos hombres que parecen tenerlo todo para ser felices. A los 40 años, Javier tiene una esposa que lo ama y un buen pasar económico, pero de manera recurrente sueña con otra vida, con conocer lugares soñados. Por su parte, Biguá, un trabajador portuario, espera un hijo de su joven novia y se embarca a alta mar para dejar flotando en su cabeza sueños y emociones que no había conocido antes. Un día, ambas historias coinciden como en un sueño mágico y misterioso, sacudiendo los cimientos de sus destinos. Esos dos hombres buscan, en definitiva, la manera de ser otros. El director Alejo H. Taube logró, con un guión que le pertenece, radiografiar tanto a Javier, que parece haberse convertido en el hombre de mar que siempre deseó, como a Biguá, ese ser que deja transitar su melancolía entre las encrespadas aguas. La trama va encaminándose hacia un viaje emotivo y permite guiar a través de la vida imaginada de esos dos hombres tan iguales como diferentes. Si por momentos el relato cae en cierta confusión, no por ello sus dos protagonistas, encarnados con indudable calidad por Rafael Spregelburd, retratan esas existencias que son, en definitiva, la necesidad de hallar cada uno de ellos su ansiado destino. En este, su segundo largometraje -el primero fue Una de dos-, Taube supo conciliar lo cotidiano con lo onírico y pudo hallar así un film que permite recapacitar acerca de la necesidad de buscar más allá de la realidad esos íntimos deseos de ser otro y de hallar en su nueva personalidad lo que ambos siempre, y muy dentro de sí, necesitaban para proseguir su camino en el mundo. Impecable en sus rubros técnicos -una excelente fotografía y una música que apuntala el clima de la historia- Agua y sal es un film tan atípico como fascinante al que se le deben sumar los muy buenos trabajos, además del protagónico, de Mia Maestro, de Paloma Contreras y de Daniel Cúparo, convirtiéndolo así en una anécdota que relata el misterio de la vida y de la muerte, así como el deseo de trascender y mantener vivo un sueño a pesar de la naturaleza efímera de nuestra existencia.