Agua para elefantes

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

De pasiones en el mundo del circo

Con una marcada frialdad, Robert Pattinson encarna a un estudiante que se mete en un triángulo amoroso con una estrella de variedades y su marido, el dueño del circo. Destacable puesta de época, escenografía y vestuario.

Muchos films que vemos cada semana están basados en libros, muchos más de los que recordamos. Pero claro, muchos films ven la luz del día principalmente por basarse en libros que se convirtieron en best-seller.
Este es el caso de Agua para elefantes, transposición cinematográfica del texto de Sara Gruen. El amor por los animales de esta escritora estadounidense-canadiense se plasma en cada uno de sus libros. Algo bastante singular que se destaca en la película, donde esta mirada tierna por los animales del circo, en particular un elefante, se convierte en parte de la trama. Jacob (Robert Pattinson), un estudiante de veterinaria –que abandona sus estudios cuando sus padres mueren– se enamora de Marlena (Reese Witherspoon), una estrella de circo.
El romance transcurre en el mundo circense a comienzos de la década de 1930, durante la Gran Depresión estadounidense. Pero el conflicto lo aporta el marido de Marlena, August (Christoph Waltz, el recordado villano de Bastardos sin gloria), quien además es el cruel dueño del circo.
La fórmula para el melodrama está bien clara –incluyendo los flashbacks que van reconstruyendo la historia- y los rubros técnicos, así como la reconstrucción de época, que es impecable. Y en estos hallazgos, el film delata algo que no cambia jamás en la historia del cine. Por más que uno tenga una escenografía y un vestuario memorables, por más esfuerzo de producción que se haga, por más adiestrador de animales que controlen hasta el último detalle, incluso por más guionista extraordinario que se tenga (en este caso Richard La Gravenese, el mismo de Los puentes de Madison), toda cadena se rompe por el eslabón más débil. Y en este caso, ese eslabón es su protagonista masculino. El popular Robert Pattinson (sí, el protagonista de la saga Crepúsculo) no tiene la altura artística para un proyecto como este. La frialdad con la que su rostro imperturbable atraviesa el film es llamativa.
Pero a la vez tampoco es capaz de hacer de esa característica un estilo actoral. Tal vez la responsabilidad haya que dársela a Francis Lawrence, el director, quien no supo encontrarle la vuelta al personaje, aunque tampoco el realizador es particularmente brillante en su trabajo. La pasión que debería recorrer cada minuto de Agua para elefantes se apaga hasta convertirla en un film que se adivina mucho mejor en su origen de lo que finalmente se ve en la pantalla.