Adultos jóvenes

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

La mujer que interpreta Charlize Theron es abundante desde todo punto de vista: inmadurez, vicios y, por supuesto, belleza. Y puede ser, además y entre todos los personajes del universo Reitman de los últimos años, el más visiblemente dañado. Tal es así que, si no fuese por la gran cuota de humor y el correlato en off que narra ficciones escritas por la protagonista, su historia sería casi una tragedia. Pero, de cualquier modo y en algún punto, no deja de serlo: los maquillajes de la comedia y de las fantasías literarias frecuentemente exaltan más que esconden la base dramática de la trama. Los elementos claves de este contrapeso encuentran su refugio levemente por fuera del campo visual, y desde allí despliegan gran parte de las cuestiones más profundas.

La primera escena ya introduce a la ilusión que desde entonces albergará el sonido. Un pasaje citadino se acompaña, por algunos segundos, de un llanto angustiado que balbucea problemas de autoestima. Al situarse la cámara en el cuarto desde donde esa voz parte, vemos que tan solo es alguien hablando desde un televisor, y que Mavis está en realidad acostada en la cama. La iniciativa recae luego en la voz off de ésta última, que escribe y relata historias de amor que va inventando mientras busca reconciliarse con su novio de la adolescencia. En ese espacio invisible de lo ilusorio, la juventud y sus sobredimensiones encuentran la libertad que no cede el presente, tan anclado en la verdad como en el cuadro.

Las canciones y la narración sonora son así el contrapunto de la cruel soledad que azota a la protagonista en pantalla. Y mientras el abismo entre la realidad y la fantasía se mantiene a la vez que ambos se acompañan hasta el final, Reitman explora esa brecha y la exprime, sin miedo alguno de que pueda ampliarse irreversiblemente. La sufrida protagonista está ahora en el bar donde la actual esposa de su ex novio Buddy va a tocar con su banda. La canción que comienza es, justamente, aquella que Mavis escucha una y otra vez, y que solía ser la que el mismo hombre compartía con ella en sus épocas de noviazgo. La melodía entra en su fragmento más emocionante y la cámara de Reitman se aproxima a su rostro lentamente, aprovechando sin pudor el cachetazo de la música, que esta vez engaña y conjuga la brutalidad de lo real en su composición interna.

Con cierta melancolía pero sin grandes pretensiones ni sentencias morales, Adultos jóvenes llega a su fin con la misma gracia y profundidad de toda la película. Una vez allí, todo parece reacomodarse casi igual que en un principio: Mavis escapa de aquel pueblo de la infancia en compañía de su incurable rebeldía adolescente, llevando consigo la idéntica e inmutable pasión de sus ficciones. ¿Y Reitman? Como siempre: justo y atento a la intuición, esta vez indica que no es necesario un desenlace visiblemente feliz. Las palabras, quizás, puedan sugerir algo semejante.