Acorralados

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

En diciembre de 2001, la Argentina cayó víctima de la peor crisis económica del país. Frente a las puertas de los bancos, los ahorristas se reunían para pedir la devolución de su dinero, entre cacerolazos, gritos y enfrentamientos con la policía. Entre este enorme grupo de desesperados está Antonio, un anciano viudo que había dejado su profesión de eximio pianista para vivir de sus ahorros y para pagar los medicamentos para su avanzada diabetes. Tras intentarlo todo, este hombre que recuerda cotidianamente a su esposa muerta decide jugar una peligrosa partida: armado con una granada de mano ingresa en el banco en el que había depositado sus ahorros y amenaza al gerente, a sus empleados y a algunos clientes, entre ellos un matrimonio con un hijo sordomundo que necesitaba ese dinero para operar al pequeño.

La situación se torna cada vez más tensa. Antonio exige la devolución de sus dólares, pero en esa sucursal bancaria no hay suficiente efectivo y entonces amenaza con hacer explotar esa granada. Sin embargo ese hombre acorralado no posee instinto asesino. Deja pasar el tiempo, mima al niño sordomudo y trata de pacificar el nerviosismo de sus rehenes hasta que un escuadrón policial le exige su rendición. Pero Antonio no se da por vencido y su aventura finalizará de manera inesperada.

El film se convierte así en una comedia dramática, en una alegoría, en un cuento de esperanza, de solidaridad y de amistad, de familia y de sobrevivencia. El novel director Julio Bove eligió ubicar su historia en uno de los más ríspidos episodios del país, y lo hizo con calidez y con ternura a través de ese Antonio al que Federico Luppi compone con indudable emoción, rodeado por esos rehenes que, en definitiva, terminarán convirtiéndose en sus aliados. Por momentos el relato decae en su intento de mostrar la furia de los demandantes, entre quienes se encuentra el personaje que interpreta casi como una caricatura Esther Goris, pero pese a ello la trama no decae en su propósito de retratar un trozo dramático de nuestro pasado reciente. Bien valen, además, las buenas interpretaciones de Gabriel Corrado y de Gustavo Garzón, a lo que se suma un impecable equipo técnico.