A Roma con amor

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

El Rey de la Comedia

Hace cuánto tiempo esperaba una comedia así. Les soy honesto, la Nueva Comedia Americana, tan vanagloriada por un sector de la crítica me parece espantosa. No me provoca gracia, no veo provocación, es fría, banal y poco inteligente. Hay excepciones, para mí la comedia estadounidense murío con Tootsie. Más o menos por esa época, la otra gran nación de la comedia, Italia, también empezaba a mostrar los últimos grandes exponentes del género.

Lo que pasa es que en los años 60 y 70, casi todos los cineastas italianos hacían comedia (excepto los dedicados a los giallios, como Argento o Bava, o los más artísticos como Visconti, Pasolini o Bertolucci, y claro los westerns de Leone). Pero todos los grandes, pasaron por la comedia: desde De Sica hasta Fellini, pasando por Moniccelli, Risi, Sordi y Scola. Mientras tanto, en Estados Unidos, los grandes maestros del humor se dividían entre un grupo de guionistas que empezó a trabajar en forma conjunta, y luego se convirtieron en autores y referentes natos, como Carl Reiner, Mel Brooks, Neil Simon (que nunca llegó a dirigir) y Woody Allen.

Alguno dirá, bueno, Reiner, Brooks y Allen continuaron. Sí, pero las comedias de los dos primeros en los últimos 20 años carecían del ingenio de El Joven Frankenstein, Cliente Muerto no Paga, El Hombre con Dos Cerebros o Locuras en el Oeste. Pasaron tantos imitadores de ese estilo en el medio, que Reiner y Brooks quedaron atrasados. En cambio, Allen persiguió el drama. Las últimas comedias de Allen no eran tan ingeniosas. Incluso, Medianoche en París no se puede encasillar tanto como comedia, sino una obra romántica.

Pero A Roma con Amor es humor anárquico en estado puro, risas constantes, con notables influencias de la comedia de enredos paródica de Neil Simon (California Suite y Perdidos en Nueva York principalmente), referencias al timing humorístico y temática de los films Moniccelli, Risi o Sordi, con una impronta netamente alleniana (el de Bananas y el de Crímenes y Pecados), y con el resultado final de haber visto una cínica mirada sobre la gente de Roma, como la podrían hacer Fellini (Roma) o Scola (Gente de Roma).

La película se divide en cuatro historias que nunca se cruzan, pero suceden simultáneamente (como California Suite). La mitad con estadounidenses, la otra mitad con italianos.

Por un lado tenemos a John (Alec Baldwin, cada vez más sólido como comediante), un arquitecto que vuelve a Roma y regresa al barrio donde pasó su adolescencia. Allí se cruza, con Jack, un estudiante de arquitectura fanático que lo invita a formar parte de su vida, y ser testigo de cómo su novia (Greta Gerwig) le pide que sirva de guía de su amiga Mónica, una actriz estadounidense con carrera caída que acaba de romper con su novio. Jack quedará completamente enamorado de la neurótica Mónica, mientras que John se infiltra aconsejando que se aleje de ella.

La segunda historia está integrada por una joven turista, Hayley, que se enamora de una abogado italiano comunista cuyo padre es funebrero (Fabio Armillato). Cuando los padres de ella Jerry y Phyllis, un “vanguardista” director de ópera jubilado y una psiquiatra, (Allen y Davis), llegan a Italia y conocen a sus suegros, Jerry aprovechará el talento de su suegro para salir de su retiro.

Las dos historias italiana están compuestas por una pareja de campo que se muda a Roma, cuando a él le ofrecen un puesto en una compañía importante. Por una serie de enredos, ambos se separan del otro y el joven termina recorriendo Roma junto con una prostituta, y su novia con un destacado, pero mujeriego actor.

Por último, está Leopoldo, un empleado de clase media que opina sobre todo y todos con completa libertad hasta que se convierte en objeto de noticieros y programas cholulos, que solo están interesados en conocer sus rutinas y opiniones, convirtiéndolo en la estrella del momento.

Esta vez, Allen quiso dejar de lado el romance para apuntar directamente hacia otro tema que le encanta: la fama. Con su típico humor irónico, dispara contra la persona común que busca tener sus 15 minutos en el cielo, ya sea saliendo con una actriz famosa o actor famoso, paseando por los sitios más aristocráticos, o teniendo la oportunidad de su vida para estar en el ojo de todo el mundo, para luego caer, y estrellarse estrepitosamente cuando se da cuenta que todo fue falso.

En este mundo de infidelidades a uno mismo y su cónyuge, es que se mueve Allen en esta película que tiene uno de los guiones más ingeniosos y creativos que Allen haya escrito en años. En muchos sentidos, superior al de Medianoche en París. No solamente se trata de la efectividad de los chistes (es verdad algunos son viejos y predecibles, pero siguen funcionando) sino de una intuición del corte, del momento cómico. Mezcla del humor tonto con que se originó con una mirada universal, pero aplicando el tono costumbrista de la comedia alla italiana. Y también la fama y los paparazzis son típicos de la cultura italiana. Recordemos por ejemplo La Dolce Vita de Fellini. Sin duda, la influencia es conciente en Allen (tema central de Celebrity).

Nuevamente, y como era predecible, Allen nos muestra la Roma más turística, histórica y bella. No sale de esa zona. ¿Para qué mostrar otros sitios, sino le sirve para las historias? Si justamente su propósito es criticar la superficialidad de los estadounidenses intelectualoides, los conocimientos de arte, el capitalismo, frente al italiano de clase media que se conforma con la vida rutinaria (aunque sueña con ser reconocido alguna vez).

A diferencia de Medianoche… Roma es importante, aunque no tanto como París. No podría pasar en otra ciudad, pero por otro lado, no toma mayor protagonismo literal que los personajes Acá hay otro tipo de magia, menos obvia, más anárquica y como es típico de su autor, azarosa. El “místico” John de Alec Baldwin es inclasificable e ingenioso. A Allen no le importa el verosímil: hay personajes que aparecen de la nada en los lugares menos esperados, óperas que contienen los más disímiles artefactos… y a pesar de toda la ridiculez e incoherencia a la que apela, todo cobra sentido durante el metraje. Nada parece forzado, Allen va sorprendiendo al espectador minuto a minuto con situaciones y diálogos inteligentes, aún cuando sean solo monólogos, la narración fluye y cierra perfectamente.

Grandes figuras del cine italiano desfilan en pequeñas apariciones, la banda sonora nos remite a las comedias dirigidas e interpretadas por Sordi (el episodio que interpreta Allen se parece más a una película del gran Alberto que una de Woody), las arias operísticas, los cafés, las escaleras… De repente estamos frente a una película, de la edad de oro de Cinecittá. Cinéfilo empedernido, viste a Penélope Cruz como una Sofía Loren o Gina Lollobrígida sacando lo mejor de la artista española, explotando su sensualidad y gracia que había perdido en Estados Unidos y recuperó con Almodóvar.

A pesar de que las historias y los personajes no tienen el mismo nivel de sordidez y profundidad (las partes con personajes estadounidenses son mejores generalmente porque se nota una mayor ironía, mientras que los episodios italianos, son un poco más naif), el film desborda en calidez y humor atemporal. Conflictos existenciales, la relación del artista y el crítico, los sueños de gloria, la fantasía de ser infiel con la mujer o el hombre perfecto, el miedo a la muerte, la sátira al psicoanálisis; obsesiones típicas de Allen, que se convierten en parodia sin compasión. Anarquía pura hacia los personajes, crimen y castigo' no hay sentimentalismo en este film. Ese es el contraste que tiene con otro tipo de comedia que está más de moda, que busca a un público adolescente haciendo referencia a objetos que en diez años perderán su significado. Allen como los grandes cineastas italianos o Neil Simon, apunta a conflictos que no se modifican, que son comunes a todos, con los cuáles nos identificamos, pero aportando esa magia cinematográfica que es capaz de transformar el tiempo y el espacio sin que nos demos cuenta.

Con un elenco fantástico, donde Roberto Beningni está moderado (otro alter ego de Allen), Elle Page histriónica, se convierte en una joven Diane Keaton, Judy Davis regresa con su maravillosa parquedad y Alec Baldwin consigue uno de los mejores personajes de su carrera, A Roma con Amor, muestra a un Allen lleno de ideas, (algunas nuevas, otras remanidas), pero que lo confirman nuevamente como EL referente de la comedia mundial.