A Roma con amor

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Una constelación de estrellas

El filme narra intrascendentes historias, algunas increíbles como la del descubrimiento de Woody Allen, como director de ópera, deslumbrado por el futuro consuegro que sólo canta bien en el baño, o la de Alec Baldwin en un personaje irreal, alma en pena guardián de un estudiante de arquitectura.

No podemos compararla con "Zelig", ni "Manhattan" o "La rosa púrpura del Cairo", porque era otra constelación, tenemos que aterrizar en "Vicky Cristina Barcelona" y su imagen de España, o la endeblez atractiva de "Conocerás un extraño", para acercarnos a esta liviana comedia coral, donde distintas parejas circulan por Roma, se encuentran, se desencuentran, admiran la ciudad, no arrojan monedas en la fontana de Trevi y no tienen encuentros sorprendentes en el Coliseo.

Lo que uno puede evocar luego de finalizar la proyección es que Roma es bella y la música de una época ("Volare", cantado por Domenico Modugno) nos deslumbró. Pero de esas historias mínimas, casi tradicionales, de esas divagaciones sobre el amor, la amistad y las desilusiones, no queda nada.

LOS PERSONAJES

Por Roma transitan parejas, turistas y no turistas, recién casados cuya novia se pierde en las calles de la ciudad, directores de ópera que no parecen directores de ópera sino ejecutores de performances vanguardistas metidos a jubilados que buscan no parecerlo, pobres psiquiatras destinadas a soportar un marido imbancable (Judy Davis), o incomprensibles adolescentes que conocemos como "bombas eróticas" y cuyo físico y comportamiento no va más allá de una chica de barrio pedante y bastante insípida (Ellen Page).

De vez en cuando, algún comentario agudo o el enfrentamiento de la derecha y la izquierda en las personificaciones de jóvenes abogados idealistas e insoportables sexagenarios y alguna sorpresa vocal con el tenor Fabio Armiliato, metido a funebrero, o Roberto Benigni, bastante moderado, como el hombre famoso.

"A Roma con amor" narra intrascendentes historias, algunas increíbles como la del descubrimiento de Woody Allen, como director de ópera, deslumbrado por el futuro consuegro que sólo canta bien en el baño, o la de Alec Baldwin en un personaje irreal, alma en pena guardián de un estudiante de arquitectura.

Hay figuras como Penélope Cruz en una suerte de deslumbrante Sofía Loren, una desaprovechada Judy Davis, como la esposa de Woody Allen, divertido en su papel o Antonio Albanese en un poco agraciado personaje de seductor. En síntesis esta es una nueva broma de Allen luego de cuarenta y cuatro películas.