A Roma con amor

Crítica de Daniel Cholakian - Fancinema

De paseo por Roma

En varios sentidos esta puede ser considerada una película turística. En su concepción plástica y narrativa, pues es un sobrevuelo sobre lugares de fuerte atractivo para los visitantes de la capital italiana. En la construcción de la trama, dado que la mayoría de sus personajes son turistas o habitantes transitorios en la ciudad. Y en el modo en que parece haber sido concebida y producida, ya que todo indica -al mirar A Roma con amor- que Woody Allen se fue a pasear y ya que estaba allí, rodó su enésima película. Director irregular y auto referencial si los hay, consiguió un laburito en Roma y decidió hacer una película fácil, que no le diera mucho trabajo y que se pudiera vender en varios mercados internacionales.
A Roma con amor es una película pobre, regular. Recurre a chistes viejos y a esquemas de relaciones y personajes vetustos. Alguien con un punto de vista privilegiado, un policía de tránsito en este caso, es quien introduce al espectador en la ciudad y sus personajes: una pareja joven, ella turista estadounidense y él un abogado que viaja a Nueva York habitualmente; un arquitecto yanqui, famoso por su éxito comercial, que vivió en Roma en sus años de juventud, y un joven estudiante que repite de algún modo su experiencia; una pareja del interior de Italia, recién casados y virginales, que viajan a la capital por un posible empleo con sus tíos, conservadores y pacatos; un hombre de la clase media romana, con su familia y su empleo común. Con ellos se cruzarán padres romanos y neoyorquinos, una prostituta y un galán de cine, y la fama de la televisión basura.
Todas las historias navegan hacia los peores lugares. Humor anticuado, vacío para una película pensada como una fábula sobre la vida, el amor, la familia y otras cuestiones. El propio Allen, cuando aparece por primera vez en escena, lo hace recurriendo al gastado gag a propósito de sus fobias. De este punto de partida sólo pueden surgir situaciones obvias y repetidas. Es cierto que al comienzo la película parece amable, tan cierto como que rápidamente desbarranca y se hace presa del desconcierto.
De todos modos lo peor de A Roma con amor no es ni su falta de ideas novedosas o bellas, ni que apenas cuente con un par de momentos divertidos, ni tampoco que sea sorprendentemente moralista.
Hay dos ejes que atraviesan las historias que son potentes y revelan la mirada del realizador.
El primero es el juicio de valor que expone Allen sobre la vanguardia o cualquier forma de cuestionamiento a las formas dominantes en el campo del arte o la técnica. Lo expresa en la dialéctica entre el arquitecto adulto y el joven, casi con una sutil defensa del cinismo y el utilitarismo vital. Pero la perorata a favor del convencionalismo se hace brutal a partir del personaje representado por el propio cineasta. Su personaje es un vano y egocéntrico auto definido artista creador de propuestas alternativas sobre los clásicos, aunque siempre sus trabajos fueron descartables. Y de un solo plumazo generaliza la impericia del “imbecile” a toda búsqueda no convencional en el campo artístico. Esta mirada no sólo revela lo que piensa Allen en relación con las disputas al interior del campo artístico, sino que al mismo tiempo le sirve para establecer un discurso estético político que legitima su propia película, conservadora en lo formal, conformista en lo poético y normativa en lo que respecta a los personajes.
El segundo eje en cuestión es la mirada del realizador sobre Los Otros. En la película hay dos grupos de personajes: los estadounidenses sofisticados y modernos (entre los que se encuentra Allen protagonista y desde donde se establece el punto de vista “turístico” que domina la película) y Los Otros -los italianos- presentados como “provincianos”, apegados a la familia desde una idea antigua de la misma -jerarquía, tradición y patriarcado- y sujetados por la moral cristiana. Estos pobres latinos corren tras cualquier cosa que la televisión presente como importante, y su mundo se reduce a las relaciones cristalizadas en la década del sesenta. De este modo, esa suerte de afecto compasivo que expresa Allen sobre sus personajes italianos, sumada a la música de Domenico Modugno y otros clásicos vetustos, hace de su visita a Roma una mezcla de exotismo y superioridad. ¿Qué amor hacia una ciudad -como propone el título- puede amar al Otro que menosprecia?