La ciambra

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Nosotros contra el mundo

De una forma o de otra el cine italiano suele ensayar intentos varios en pos de recuperar algunos de los elementos clásicos del neorrealismo, sin duda una de sus marcas registradas históricas de siempre, lo que a veces produce resultados positivos y en general sirve para contrarrestar un poco la propensión europea mainstream -cada vez más fuerte- de salir a competirle a Hollywood en géneros como los thrillers, el drama identitario y la comedia. Por supuesto que el foco de estas películas ya no puede ser la relativamente privilegiada comunidad local, como sí sucedía durante la miseria de la posguerra y aquella eclosión de antaño del neorrealismo, por lo que los nuevos protagonistas pasaron a ser los refugiados y los sectores marginados, dos colectivos sociales en los que se amalgaman años de pillaje europeo en el Tercer Mundo y un presente en el que se ven obligados a pagar sus crímenes.

Como muchas otras obras orientadas al retrato de las injusticias sociales, la inmigración masiva por hambre y guerras o la simple -y eterna- segregación de grupos específicos bajo excusas étnicas, raciales, religiosas o culturales, A Ciambra (2017) se inspira tanto en el susodicho neorrealismo como en el cine social británico, dando por resultado un trabajo poderoso que sin ser perfecto supera el promedio de los opus destinados principalmente al circuito/ mercado de los festivales internacionales del séptimo arte. Aquí el realizador Jonas Carpignano construye una suerte de “secuela conceptual” de su ópera prima, Mediterranea (2015), la cual analizaba con una impronta documentalista los procesos de expulsión que padecen los africanos y un viaje en concreto desde el continente negro hacia Calabria en pos de un futuro mejor, sueño que choca con la violencia e intolerancia reinantes en Italia.

El director y guionista retoma el personaje de Ayiva (nuevamente interpretado por el genial Koudous Seihon, de Burkina Faso) para transformarlo en un secundario dentro de la historia de Pio (Pio Amato), hoy el verdadero eje de la trama: hablamos de un niño gitano de 14 años que vive en el ghetto del título, una comunidad romaní paupérrima en Calabria que ve con desconfianza a los italianos -y sobre todo a la policía- y que menosprecia a los inmigrantes africanos en general. Cuando las dos cabezas de la numerosa familia de Pio terminan presas, su hermano por robo de autos y su padre por estar colgado del suministro eléctrico, el joven comenzará una serie de pequeños hurtos con el doble objetivo de traer dinero a su hogar y demostrar a todos que ya se convirtió en un hombre (la educación formal no es tan importante como el ganarse el sustento en las calles). Basándose en una familia real compuesta por actores no profesionales, Carpignano describe con cámara en mano y muchos primeros planos el estilo de vida criminal de Pio y su amistad con Ayiva, ahora uno más en un asentamiento africano intentando sobrevivir a la aversión y la pobreza.

A Ciambra adopta aquella misma perspectiva -entre humanista, rigurosa y muy sincera- de Mediterranea, aunque al cambiar el núcleo cultural del relato logra enfatizar eso de que hay marginados dentro de los marginados, una verdad en ocasiones obviada en medio de las romantizaciones genéricas de los films sociales o a veces sepultada bajo la denuncia de la hipocresía europea de siempre, esa que pretende no hacerse cargo de la miseria africana que ellos mismos produjeron ni reconocer a los expatriados como ciudadanos con todos los derechos del caso. Carpignano consigue un maravilloso desempeño de Pio y su parentela y saca a relucir la constante desilusión de las capas postergadas y cómo deben traicionar sus ideales para poder subsistir, sin embargo en algunas escenas abusa de la música berretona símil pop grasiento y en general alarga la narración más de lo debido, con unos 20 minutos que bien podrían haber quedado en la sala de edición. De todas formas, la obra es un buen retrato de la cosmovisión gitana de “nosotros contra el mundo” y la pérdida de los rasgos nómades del pueblo en cuestión, aquí representados por un caballo misterioso y errante…