Elementos

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Elementos, la nueva película de Pixar, es una historia de inmigrantes combinada con otra de amor, uno como no hay otro igual. Por algo será que el corto que antecede a la proyección de la película (La cita de Carl) es un derivado de Up, en la que Carl y Ellie vivían la historia romántica más conmovedora de Pixar.

“Los elementos no se mezclan”, dice alguien y no al pasar. En la multicolor Element City, con sus enormes torres hechas de vidrio templado a fuego, nubes y trenes que andan sobre rieles que salpican agua, habitan personas hechas de cuatro elementos: Agua, Tierra (o árboles) Aire (o nubes) y Fuego. Los últimos también fueron los últimos en inmigrar, y no se han asimilado por completo a la ciudad.

Bueno, hay un prejuicio sobre ellos, pero lo cierto es que pueden evaporar a los de agua si toman contacto con ellos, y quemar a los que son árboles.

Algo similar sucedía en Zootopia, de Disney, o en los mismísimos X-Men: el miedo o el desconocimiento de lo diferente no aúna, sino que divide y segrega.

Bernie y Cinder Lumen abren su propio negocio, y allí junto a la llama azul que trajeron de Tierra del fuego, crían a Ember, con la esperanza de que herede el negocio familiar.

A los quizá muchos temas que aborda el filme de Peter Sohn (el director de Un gran dinosaurio) se suma el de dilema de seguir el mandato familiar y/o el sueño propio, el de la carrera que desea perseguir. En el caso de Ember, ser artista.

Relación padre e hija
Pero allí está la fuerte y cariñosa relación padre-hija, con la idea de que Ember se haga cargo del local cuando el padre se jubile. Pero Ember tiene mal genio, y entra en llamas cuando se enoja. Y a partir de un enojo es que se inunda accidentalmente el sótano del negocio y allí aparece un personaje de agua, Wade, que resultará el interés romántico.

Wade es inspector del municipio, y aunque la multa, luego intentará subsanarlo para que el local no sea clausurado.

Hay una fisura que permite que el agua llegue al gueto de los de Fuego, y esa grieta en un dique que contiene el agua es otra metáfora más de las muchas que ofrece Elementos.

La película tiene abundantes cuotas de humor, gráfico y en lo diálogos, desde la ola que hacen los personajes de agua en un estadio a las confusiones del padre de Ember, que no termina de aprender a hablar el idioma de la ciudad.

La música de Thomas Newman, sea interpretada con cítara, guitarra acústica o tambores, o hasta cuando es electrónica, hace mucho más que acompañar la belleza de las imágenes, siendo un “elemento” distintivo más. Y si la película no llegara a ser candidata al Oscar en el rubro de animación, tiene un tema musical que seguro estará allí.

Las diferencias a veces pueden salvarse, más cuando hay amor verdadero. ¿O acaso no llueve con sol?