75 habitantes, 20 casas, 300 vacas

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El exilio de la memoria

Seiscientos cuadros sobre su pueblo de adolescencia en Francia, pintados a lo largo de varias décadas, son el resultado de un meticuloso y obstinado viaje de la memoria que el pintor Nicolás Rubió lleva a cabo para recuperar aquel pasado de exilio -tras la guerra civil española- que ya no está.

Quizás la memoria también se exilia, ayudada por el olvido, cuando el irreversible paso del tiempo tiñe todo de una bruma y una nebulosa que quita contorno a las siluetas; destiñe los colores vivos y anquilosa los movimientos para impregnarlos en una imagen fugaz. ¿Se puede filmar la memoria?; ¿Cuál sería el color para el olvido?

En su ópera prima 75 habitantes, 20 casas y 300 vacas, el director Fernando Domínguez intenta reconstruir gracias a los recuerdos del pintor una parte de su biografía, tal vez la más importante que tuvo como escenario el pueblo de Vielles (cercano a Auvernia, Francia) que sirvió de refugio a la familia del pintor, burgueses a quienes la guerra civil obligó a tomar contacto con la vida rural y una clase social distinta.

Para Nicolás Rubió esa etapa de su infancia significó el descubrimiento de un nuevo mundo y el vínculo con personas que se llevan sus mejores recuerdos y anécdotas que desde la reconstrucción ficcional de aquella época reproduce incluso el registro de diálogos como si hubiese sido ayer. Sin embargo, aquellos cuadros que con tanto esfuerzo ha pintado y sigue pintando para que la historia no se pierda no pueden devolverle las sensaciones o impresiones de juventud que recrea desde una prosa fluida cuando cumple el rol de narrador desde un voz en off muy bien utilizada durante el transcurso de este documental.

El trabajo que realiza Fernando Domínguez para encontrar un espacio narrativo y dar curso a este viaje de los recuerdos del pintor consiste en insertar a las vivencias narradas sus propios cuadros en los que los atisbos impresionistas se perciben desde el vamos y más aún como espectadores somos participes del proceso de la pintura y la concreción de un cuadro, que a la distancia no es más que un conjunto de manchas distribuidas sobre una superficie negra y lisa pero que al acercarnos descubre contornos, figuras, paisajes, casitas y vacas, captadas por un ojo desmemoriado pero audaz.

La obsesión de Nicolás Rubió por atrapar el recuerdo de una casa con la distribución exacta de las ventanas no es más que el pretexto de la lucha desigual contra el olvido y la distancia de un exilio, tanto geográfico desde la distante Argentina como íntimo y personal desde la memoria que huye agazapada como el gato negro que aparece en algún momento del film observando a quien observa.