7 días en La Habana

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Una pintura de un modo de ser

Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet. En ese orden, estos directores son los responsables de “7 días en La Habana”, el relato coral que tiene a la capital de Cuba como escenario.

Se trata de siete cortos que ensamblan en una suerte de diario que va de lunes a domingo, casi como los siete días que, según el relato bíblico, le llevó a Dios crear el mundo. Se sabe que el número siete es cabalístico, simbólico y portador de algún poder especial.

Este experimento cinematográfico, sin embargo y a pesar de tantas sugerencias, no supera la mediocridad y aparece como la versión (de Cannes) de lo que podría considerarse un remedo de aquellas películas que últimamente se han puesto bastante de moda, que toman a una ciudad capital importante (como Nueva York o París) para contar historias relatadas por narradores diferentes reunidas en un largometraje.

La Habana no podía quedar excluida de ese colectivo, habrán pensado, y le dieron su oportunidad.

Entre otras curiosidades, el primer capítulo no solamente inaugura el periplo por la mítica ciudad caribeña sino también es el debut, modesto, de Benicio del Toro como director.

Las historias que cuenta cada uno son diferentes entre sí, aunque por ahí aparece algún hilo que permite hilvanar una con otra, pero no de manera secuencial. En general, tratan de explorar aquellos lugares que tienen una fuerte carga simbólica para el pueblo cubano y que tienen un valor turístico pero también histórico, mientras se intenta ofrecer una pintura de un modo de ser. Y la constante que se puede observar es la confluencia de diferentes culturas en un mismo escenario y cómo interactúan y se influyen unas a otras para lograr eso que algunos llaman fusión, una nueva composición de la realidad, que va desde el realismo, pasa por el melodrama y sobrevuela el esteticismo.

Un mosaico

En ese mosaico se habla de sentimientos, sueños, creencias, arte, trabajo, pasado, presente y futuro. Por allí aparece un estudiante de cine estadounidense que tiene una experiencia de alto voltaje en la noche de La Habana, con mucho alcohol, erotismo y sorpresas hot.

Por otro lado, una psicóloga que tiene un micro en televisión, en la realidad, se gana la vida como pastelera y tiene una hija, de su primer marido, que es cantante y es tentada a abandonar todo para probar suerte en España, aunque optará por una tercera opción más arriesgada.

También hay capítulos que exploran un poco el mundo de los ritos africanos y su mixtura con la religión católica y la omnipresente figura de la Virgen.

No se puede obviar, tratándose de La Habana, de la constante musical tan característica, destacándose especialmente el encuentro entre Emir Kusturica, en el corto dirigido por Pablo Trapero, donde se representa a sí mismo en un festival de cine, oportunidad en que entabla amistad con el trompetista Alexander Abreu.

Y la joya de esta despareja colección es el capítulo dirigido e interpretado por el palestino Elia Suleiman, que apela al humor, mediante una narración casi muda, que muestra a La Habana desde una perspectiva diferente, con planos fijos, muy pictóricos, mientras el protagonista espera indefinidamente tener una entrevista con Fidel Castro, que no para de hablar en uno de sus tradicionales discursos públicos transmitidos por televisión.