7 días en La Habana

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Semana despareja a orillas del Malecón

La película consta de siete cortos dirigidos por siete cineastas de distintas partes del mundo. El resultado es algo irregular, aunque permite ver algunas postales de la capital cubana, pasadas por las experiencias de sus autores.

Siete miradas para una ciudad es demasiado poco para captar su esencia y por el contrario, cinematográficamente hablando, siete cortometrajes pueden ser demasiados para una película que en el resultado final, inevitablemente va a conformar un mosaico desparejo.
El corto de Benicio Del Toro abre la propuesta, con un actor estadounidense que guiado por un taxista-ingeniero –abordando el problema de los profesionales que abandonan su oficio para trabajar en la industria turística– conoce la noche de la ciudad y termina con un travesti.
Le sigue el argentino Pablo Trapero, que aborda el micromundo de los festivales de manera tangencial con Emir Kusturica como protagonista, invitado por el Festival de Cine de La Habana para recibir un premio a su trayectoria, un galardón que al director servio le importa poco, obsesionado por participar en una Jam Session junto a, otra vez, un taxista, que también es trompetista. Tal vez el corto más divertido del conjunto.
Sin lugar a dudas el trabajo de Julio Medem es el más flojo, con un triángulo amoroso entre una joven cantante tironeada entre la propuesta de un productor español para probar suerte en Europa y su novio beisbolista, que perdió su oportunidad de ser profesional en el exterior. Casi un compendio de todos los clichés posibles.
Distintos son los casos de Suleiman y Gaspar Noé, el primero con el propio realizador de Intervención divina como observador mudo de la revolución socialista en la isla, un desconcierto lleno de humor y perplejidad ante una realidad ajena, en tanto Noé, también sin palabras, se interna en un ritual para exorcizar los demonios de una adolescente que tuvo una relación lésbica con una chica extranjera.
Juan Carlos Tabío, el único director cubano, habla de la miseria y las estrategias de supervivencia de una psicóloga –y su marido, un ex militar–, que prepara tortas para poder llegar a fin de mes, además de dar consejos en televisión para llevar una vida sin estrés.
Para el final, el francés Laurent Cantet aborda con respeto el sincretismo religioso de las clases populares, con una anciana que convence a todo su edificio que la debe ayudar a organizar una fiesta en honor a la Virgen María, que se le presentó en sueños y le pidió que construya un altar en el medio de su living.
La reunión de varios realizadores de todas partes del mundo no conforma una oda a la ciudad caribeña, más bien, la ambición desmedida de 7 días en La Habana intenta algo así como descubrir la idiosincrasia cubana pasada por la propia experiencia de cada uno de los cineastas. Y el resultado es irregular.