7 deseos

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

¿Quién pudiera tener la posibilidad de que se le concedan siete deseos? Cualquier cosa que quiera, lo que sea. Clare tiene la posibilidad en Siete deseos, la nueva película de John R.Leonetti, y entre deseos banales y una maldición, no la pasa nada bien.
La posibilidad de cumplir cualquier deseo que se cruce por nuestras mentes, ha rodeado los relatos de ficción desde Las mil y una noches y Aladino, hasta las leyendas de los duendes irlandeses, o la mano amputada de un gorila. Algo que nos da un control absoluto de situación, que nos permita decidir qué hacer con nuestro destino sin ninguna restricción.
Eso es lo que enfrenta Clare (Joey King) una adolescente cuya madre vemos morir en la primera escena del film cuando ella era apenas un bebé, y paso siguiente la veremos ya en la actualidad con un padre que se dedica a revolver tachos de basura y residuos ajenos.
Entre esos residuos, Jonathan (Ryan Phillippe, quien supo prometer más que esto), el padre, encuentra una caja octogonal, sellada, y básicamente porque sí, se la regala a su hija. Azarosamente, Clare expresa un deseo frente a la caja, y ya pueden imaginarse lo que sucede. Todo sería perfecto, de no ser porque cada vez que a Clare se le cumple un deseo, alguien cercano a ella muere “accidentalmente”.
Son siete deseos los que tiene, y Clare parece no darse cuenta que la gente se está muriendo alrededor de ella y está asociado a esa caja. John R. Leonetti no es acaso un director con la mejor de las credenciales. Más conocido como director de fotografía, su debut como realizador fue con Mortal Kombat 2: La Aniquilación, famosa por elevar la consideración de su predecesora y por presentar unos robots de hule en pleno auge del CGI.
Aparentemente no lo dejaron dirigir durante casi diez años hasta El efecto mariposa 2, o la secuela que nadie recuerda de la película que tardíamente se convirtió en culto. Otros casi diez años para Annabelle, la niña fea del universo de El conjuro; y un film directo a video sobre el asesinato de Sharon Tate a manos del clan Manson, Wolves at the door, discreto pero probablemente su mejor trabajo.
A Leonetti le sumamos un guion de Barbara Marshall, la misma de Viral que no se caracterizaba por una gran historia. En fin, así salió Siete deseos, una película que lo mejor que podemos hacer es abrazarla como la divertida comedia involuntaria que es. Volviendo al primer párrafo, Clare no la pasa nada bien, pero tampoco decididamente mal, en la mayor parte del film (por no decir todo) la historia de Clare y sus vicisitudes siendo una outsider escolar y una niña aplicada corre paralelamente a las desgracias que se cobra la caja china de los deseos.
Los deseos de Clare son superficiales, inexplicables para alguien que tiene la posibilidad de pedir lo que sea, todo referidos de una forma y otra a esa necesidad de pertenecer al grupo popular de su colegio.
Los personajes son unidimensionales y cumplen el rol determinado alrededor de la vida de la protagonista, al punto de aparecer y desaparecer y volver a aparecer al solo propósito del uso que nuestra “heroína” les pueda dar.
No hay ningún progreso en la historia, rara vez Clare es consciente de lo que sucede, y aun cundo es evidente se niega a tomar cartas en el asunto supuestamente porque la caja la posee, algo que se plantea muy por arriba casi promediando la historia cuando ya el verosímil es irremontable.
A esto sumémosle un padre basurero que nunca explican cómo se mantiene más allá de revolver basura (no es cartonero) y es además un eximio saxofonista; y el deseo de heredar una mansión sin nunca tampoco explicar cómo la mantienen o de dónde sacan la plata para hacer gastos suntuosos. La paciencia del espectador es puesta a prueba minuto a minuto.
Como colación, cada una de las muertes se superan en ridículo, “emulando” la serie de infortunios planteados en los accidentes de la saga Destino Final, pero sin esa auto consciencia paródica que salva siempre a aquella.
En definitiva, hay poco en Siete deseos que no incite a la carcajada, aunque ese no sea el propósito. No es responsabilidad de la premisa, sin más, Wishmaster demostró que con la misma idea de los deseos con consecuencias, se puede entregar un producto entretenido, conscientemente gracioso, y orgulloso de su dependencia estilo clase B que la lleva a un desprejuicio grotesco y sangriento.
Nada esto hay en Siete deseos, a los pocos minutos estaremos prestando atención a cómo envejeció Sherilyn Fenn o cómo luce sin lentes la colorada nerd de Strangers Things, todo menos abocarnos a qué le pasa a Clare y su cajita china.
Al finalizar la propuesta, y con un remate de antología, nos quedan las risas ganadas, y una extraña sensación de que lo que vimos no es bueno, pero no se la pasó del todo mal. Voluntaria o involuntariamente, Siete deseos logra capturarnos algunas de las mejores carcajadas de este año; un resultado tan irónico como el de los deseos que otorga la caja.