7 deseos

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Pagando con sangre

Dentro de la cartelera anual del terror hay constantes que período a período se mantienen sin importar hacia donde soplen los vientos comerciales del momento, ya que el género de por sí soporta con una sorprendente facilidad la estrategia de recurrir una y otra vez a las mismas premisas -apenas maquilladas- de siempre. Uno de estos regalitos infaltables de cada año es el film que reflota alguna de las variantes de la lógica de los deseos que acarrean graves consecuencias para el desprevenido que osa aventurarse en el enclave del destino y sus corolarios irónicos: ya sea que hablemos de los genios/ djinns que conceden un número fijo de caprichos personales, de los pactos faustianos con entidades diabólicas o de una adaptación más o menos explícita de La Pata de Mono (The Monkey's Paw, 1902) de W.W. Jacobs, eventualmente se termina imponiendo la dialéctica del desastre egoísta.

En el caso de la película que nos ocupa, 7 Deseos (Wish Upon, 2017), nos topamos con una colección de elementos de las tres vertientes mencionadas en sintonía con una de las metas centrales del mainstream de las últimas dos décadas, léase la pretensión de lanzar productos aniñados e higiénicos, siempre orientados a “desvirgar” a los adolescentes en materia de horror, lo que genera que los espectadores adultos/ más avanzados en años queden de inmediato fuera del convite. El título en castellano aclara de qué va todo el asunto, sólo resta decir que la protagonista es Clare Shannon (Joey King), una morocha buena y freak que en su colegio secundario sufre el acoso de la rubia mala y popular Darcie Chapman (Josephine Langford). La chica tiene su propio grupo de amigos y a su vez está enamorada de Paul Middlebrook (Mitchell Slaggert), un joven que -como era de esperar- ni la registra.

La excusa para que se acumulen los cadáveres pasa por el hallazgo por parte de Jonathan (Ryan Phillippe), el padre ciruja de Clare, de una caja musical china, la cual termina regalando a su hija. En función de las inscripciones en el objeto que apuntan a unos “7 deseos”, la muchacha pide primero que Darcie se pudra, luego que Paul se enamore de ella y como tercer anhelo que su tío rico le deje toda su fortuna. El guión de Barbara Marshall, responsable de la también floja Viral (2016), habla directamente de “pagar en sangre” cada uno de los caprichos del sujeto que desea, lo que nos sitúa frente a una serie de decesos hogareños y bizarros en la línea de sus homólogos de la saga iniciada con Destino Final (Final Destination, 2000). La obra es relativamente entretenida pero derrapa hacia muchas redundancias del terreno adolescente, incluido el suicidio de la madre de la protagonista.

Si el opus del director John R. Leonetti, otro especialista en “mediocridad prolija” símil sus trabajos previos Annabelle (2014) y Wolves at the Door (2016), se salva de caer en el tedio es porque a nivel general consigue sacarle un poco de partido a dos esquemas narrativos que complementan al eje principal de los antojos: hablamos de la dinámica de los objetos malditos que van controlando al supuesto dueño y esa típica escalada de corrupción moral en la que el personaje que comienza siendo una víctima de su propia estupidez termina transformándose en un ser mucho más oscuro, lo que por cierto deja entrever la enorme capacidad de adaptación de los humanos a casi cualquier circunstancia (maquiavelismo de por medio). Más allá de un puñado de muertes amables y el reencuentro con la bella Sherilyn Fenn de Twin Peaks en un rol secundario, aquí interpretando a la vecina de Clare, 7 Deseos es un film desinspirado que ni siquiera puede superar a productos clase B de otros tiempos -y del mismo rubro- como por ejemplo El Amo de los Deseos (Wishmaster, 1997).