7 cajas

Crítica de Ignacio Moretti - Función Agotada

Tener y no tener

La película de Maneglia y Schembori comienza con un recorrido acelerado por los pasillos del Mercado 4 de Asunción. En una segunda mirada reconozco esos rincones perdidos en el vértigo del comienzo, son los mismos que le darán escenario a toda la película. Todo lo que sucede, sucede en el Mercado 4, que se presenta como el personaje principal más que como su locación. El viaje inicial acelerado decanta en los ojos de Victor, un pibe de 17 años que se gana la vida haciendo changas con su carretón; esos ojos, a su vez, se pierden en una televisión, que hace las veces de ventana esmerilada al mundo exterior; y no solo es una ventana a lo que está afuera, Victor ve su rostro reflejado en ese vidrio, se ve del otro lado de la ventana, se sueña en esa nada que percibe como un todo.

El mercado, este en particular pero aplica a cualquier otro, es un lugar dinámico, de tránsito, lleno de arterias que lo cruzan. La cámara se hace eco de esto y recorre esos pasillos abarrotados de mercancías: viaja montada en el carretón de madera que avanza trastabillando, siguiendo fijamente un rostro, acompañando una mirada furtiva, espiando a Victor detrás de infinidad de cajas y objetos que se apilan. Porque en 7 Cajas, como en el mercado, está lleno de objetos y de manos, y los objetos se mueven de una mano a otra, se prestan, se regalan, se roban, se devuelven, se tienen y no se tienen.

Durante la hora y media de película aparecen tantos personajes relevantes como objetos que juegan a ser trascendentales; el caso más notorio es el de las cajas de las que habla el título, McGuffin que guiará el desarrollo de este thriller; un celular “con cámara” se convierte en el objeto de deseo de Victor, no tanto por el celular, sino por la cámara, necesaria para materializarse del otro lado de la pantalla, para que su rostro aparezca en la caja donde viven sus sueños; el listado de objetos sigue con un billete de cien dólares, que en algunos hemisferios vale tanto que corrompe, y en otros vale tanto que hasta supera el valor artificial y universal del oro; en el Mercado 4 parecen desconocer, a priori, su valor, pero cuando lo conocen lo persiguen, y la desmesura de esa persecución se empareja con la cantidad perseguida, ya sean cientos de miles, un billete de cien, o medio billete. En Victor no hay deseo de riqueza, así como el valor del dólar solo se lo da la posibilidad de obtener guaraníes, el valor de estos últimos está supeditado a la obtención de un objeto, en este caso el celular. La necesidad de un objeto es también la que impulsará la transformación de Nelson de carretero a “villano”; ese objeto es un medicamento para su hijo, ese momento es el que delimitan sus ojos llenos de odio cuando escucha la sentencia que lo sentencia: “si no tenés plata no hay remedio”.

Maneglia y Schembori construyen en 7 Cajas un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones.
7 Cajas es un retrato de esa célula marginal de la ciudad de Asunción que representa el Mercado 4, y al mismo tiempo es una mirada sobre Victor, uno de los actores de ese mercado. Fijando en él la mirada, Maneglia y Schembori construyen un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones. La eficacia del thriller es empujada por la cámara en movimiento y por la música que le marca el paso, imprimiéndole un tono, por momentos peligroso, con la aparición de la muerte; por momentos vertiginoso, de la mano de persecuciones y suspenso; pero sin perder el humor.

Finalmente la televisión será la que llevará a Victor a su ilusoria fama, y también será la que contará el desenlace de esta historia; solo el desenlace, como nos tiene acostumbrados la caja, siempre el mismo desenlace, con las mismas caras deformadas por la ventana esmerilada. La compleja sucesión de hechos que desembocarán en ese final queda reservada para los protagonistas de esa historia, y algunas veces, este es el caso, para el cine.