50/50

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

La importancia de llamarse Seth

No es sencillo enfrentarse a cualquier película que tenga como tema principal alguna enfermedad grave o terminal: tienden al golpe bajo, a forzar la lágrima fácil a puro golpe de violín, a la lección de vida (por lo general se nos dice que aprendamos a disfrutarla porque en cualquier momento nos podemos morir, como si hasta el instante en que nos sentamos en la sala de cine creyéramos en algún tipo de inmortalidad). En el tope del ranking de dolencias atractivas para el cine están las enfermedades degenerativas, el virus del HIV y el cáncer. Esta última es particularmente seductora porque tiene muchos vaivenes, tratamientos largos y penosos y un sinfín de posibilidades y porcentajes de sobrevida, quizá te morís, quizá no; es una lucha cuerpo a cuerpo y de ahí viene lo de “darle pelea a una enfermedad grave” que no es otra cosa que un eufemismo bastante pavote. Cáncer es la peor palabra que un médico puede soltarle a un paciente; cáncer significa muerte, el acabóse. Aunque, claramente, no siempre sea así.

50/50 recorre todo eso, los vaivenes, los tratamientos, los médicos. Sin embargo, cuatro elementos hacen que 50/50 sea una película cuyo protagonista es un chico con cáncer, pero no una historia sobre una enfermedad que bien puede ser terminal. Cuatro características que la paran en la vereda contraria de aquellas historias horribles que pretenden conmovernos con mecanismos que deberían ser considerados antirreglamentarios. Cuatro hallazgos para dar al argumento una forma –y un contenido– diferente:

1) Joseph Gordon-Levitt. El personaje de Adam es aséptico. La película acierta en describirlo en una breve secuencia, al comienzo: Adam sale a correr por una ciudad semivacía, lo que nos indica que es muy temprano, es una persona que resigna horas de sueño para hacer actividad física, para cuidarse. Y además es un pibe que nunca transgrede una norma; una persona que trota en la vereda a la espera de que el semáforo se ponga en verde aunque no haya un alma por la calle. Es una persona responsable, ordenada, metódica, aparentemente inescrutable, de aspecto frío y sereno. Es ideal para no transmitir falsa emotividad, para no necesitar forzar la cara de tragedia, para no mirar al horizonte con expresión de cachorrito desvalido. La noticia de su enfermedad siempre parece estar en proceso de digestión, como si presenciara su propia vida desde afuera. Como si todo lo que le pasa no fuera otra cosa que un nuevo aprendizaje, hay que saber llevar una enfermedad larga y a estar enfermo también se aprende. Se aprende a esperar, y Adam tiene aspecto de estar esperando.

2) Los roles secundarios. Desde la novia que no sabe cómo lidiar con el enfermo y mucho menos con la enfermedad, pasando por la madre que tampoco sabe, pero lo aparenta por el mandato de su rol con una gran dosis de naturalidad y cariño, por un padre con Alzheimer al que se presenta con adultez, respeto y mucho afecto y por los compañeros de quimioterapia, hasta el gran personaje de Anna Kendrik, la joven terapeuta que está aprendiendo a lidiar con enfermos a fuerza de espontaneidad y frescura. El postulado principal de 50/50 parece girar alrededor de la idea de que todo se puede contar sin dramatismo, con naturalidad y con humor, y todos los personajes funcionan alrededor de esa regla.

3) El montaje. El armado de la historia (musicalización incluida) es ágil, sobrio y conciso. Adam comienza con su tratamiento de quimioterapia, y se da la siguiente escena: Adam se despierta en medio de la noche como si algo lo hubiera atropellado, corre al baño y se vomita la vida sentado en el piso del baño; son apenas unos pocos minutos, la cámara nunca entra al baño y la secuencia se corta cuando la novia le pregunta desde la cama si está bien. No, no está bien, es claro, por eso ni él responde, ni la mujer se levanta. Es información pura, el tratamiento te hace vomitar como si no hubiera un mañana, punto. No hay nada para hacer. La escena es precisa y lacónica. En otro momento y en otro baño, Adam se rapa acompañado de su amigo. Listo, resuelto el tema de la caída del pelo y resuelto además con su amigo diciéndole que le queda feo. De nuevo, humor y sobriedad para zanjar temas que son importantes como para que estén, pero no tanto como para hacer un mundo de eso.

4) Seth Rogen. Lo más importante de la película es todo su ser, su voz ronca, si fisonomía poderosamente abrazable. (¿Hay alguien más abrazable que Seth Rogen?) Es incluso probable que la película no funcionara lo bien que funciona si el rol de Kyle lo tuviera otro actor. Gracias a él 50/50 se transforma en una película sobre la amistad, sobre tos tipos que sobrellevan un mal momento intentando cagarse un poco de risa. Sobre su personaje descansan el humor, el one liner certero, la dosis de realismo sincero y la ligera inverosimilitud de alguna situación. Rogen es el sol alrededor del cual giran los personajes y con él la historia fluye, divierte, enternece, no hace falta recurrir a ningún truco más que al espontáneo magnetismo de Seth. La película se ilumina cuando aparece en pantalla y su Kyle contrarresta la ineludible tristeza ojerosa de Adam.

50/50 es un porcentaje tan caprichoso como incalculable. 50/50 puede ser una película sobre esa odiosa relación entre posibilidades, su tránsito y sus consecuencias. También es sobre dos mitades, inexactas y dispares que hacen un todo.