35 Rhums

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

Entre el lirismo y el erotismo

Se estrena por fin en Buenos Aires 35 Rhums, un film tan particular como toda la filmografía de Claire Denis, atravesada por una concepción sensitiva de la narración, incluso en sus trabajos como documentalista.

Luego de trabajar como asistente de Wim Wenders, Jim Jarmusch y Costa Gavras, entre otros, decide realizar su primer film, Chocolat, 1988, una reflexión semi-autobiográfica, donde una francesa criada en Camerún regresa después de 20 años, a un país ya independiente. Allí la tensión (una evidente y reprimida atracción sexual) estaba focalizada entre la madre y el criado. Siempre en un clima emotivo, sobrio e íntimo con actuaciones impecables.

Porque las temáticas sobre la que reflexiona Denis son aquellas que implícitamente aluden a los miedos ancestrales y a los tabúes. Y por ende a los cuerpos.

Cuando se habla de sobriedad es porque su estrategia narrativa está basada en cómo y dónde coloca la cámara, en su trabajo con los silencios, siempre llenos de tensiones contrapuestas- como los cuerpos- en un juego insistente y sutil, que socava el imaginario de las obligadas formalidades de las relaciones humanas.

Interpretada por Alex Descas (su actor fetiche) un hombre viudo, que vive con su hija Joséphine. (Mati Diop) en un clima de convivencia casi perfecto basado en el amor que ambos se tienen y que demuestran en las pequeños actos de la cotidianeidad, -partiendo de la compra de la arrocera-, en una convivencia marcada por el respeto, y la repetición maravillosa y obsesiva -por momentos- de sus rituales privados.

Esta vez la historia se encuentra focalizada en la relación entre un padre y su hija quien transita el final de su adolescencia: ambos van a enfrentarse a cambios en sus vidas, el se encuentra próximo a su jubilación, y ella comienza a sentirse atraída por el sexo opuesto.

Por una parte está la visión del padre como maquinista de un tren, quien tiene entre sus amigos, a uno muy cercano, que se suicida luego de su jubilación.
Ella es una estudiante de sociología muy conciente de sus capacidades oratorias.

Y por otra parte están “los otros”: una mujer solitaria amiga de ambos desde hace muchos años, quien sueña con el amor del padre y un joven también solitario, quien esta enamorado de Joséphine.

Pero padre e hija viven en un mundo casi impenetrable, en su propio, intimo y perfecto mundo…cuya escena emblemática son ambos enfocados de atrás durmiendo improvisadamente en el camino con una frazada tirada en el pasto, mientras el padre asiente con su silencio a una frase con cual la hija sintetiza esa relación. Podríamos quedarnos todo el tiempo de este modo y sería feliz.

Por su parte la mirada fascinada de la cámara se detiene durante todo el film en unos primerísimos planos, en sus cuerpos, en sus manos… ya en Beau Travail, 1999 esta misma actitud contemplativa se posaba en el cuerpo de los soldados, objeto uno de ellos del deseo de dos de sus superiores, que Denis lleva al extremo en Every Day, 2001.

Una historia maravillosamente narrada, que en este caso se mueve entre el lirismo y el erotismo, de una directora, que trabaja con su mismo coguionista Jean Pol Fargeau, con Agnes Godart en la fotografía y con Stuart Staples y Tindersticks en la música.

La escena en el bar da cuenta del quiebre necesario en la relación padre e hija, en un festín de miradas y cuerpos que se rozan al compás de la música. Del mismo modo que en el ámbito de lo cotidiano lo ocupa la presencia de una segunda arrocera en la casa.

Un film para no dejar de ver!

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Publicado en Leedor el 11-05-2012