30 noches con mi ex

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Palabra más, palabra menos, un diálogo entre Turbo (Adrián Suar) y La Loba (Pilar Gamboa) define hacia dónde irá el camino de 30 noches con mi ex. "Qué difícil es estar con vos", le dice Turbo a su ex. "¿Vos sabés lo difícil que es ser como yo?", recibe como respuesta.

Cuando Adrián Suar eligió correrse de la comedia franca y probar acercarse al drama (El día que me amen, 2003, con Leticia Bredice) el resultado en la taquilla no le fue tan favorable. Con Un novio para mi mujer acertó en los dos planos, porque el filme con Valeria Bertuccelli fue un éxito de público y, tal vez, su mejor película. Desde entonces pasaron dos décadas en el cine jugando a un papel que, más o menos, era el mismo, y siempre orientado hacia la comedia.

Y ahora que se decidió a lanzarse a la dirección en cine, con 30 noches con mi ex que combina la comedia y el drama, Suar conduce por la autopista en la vía del centro. Un poco más volcado hacia la izquierda -donde van los automóviles más rápidos, digamos, con la velocidad de la comedia- que hacia la derecha, donde la ruta se recorre más despacio, en honor al drama.

O sea: se aleja lo suficiente de Corazón loco (2021), la película que no pudo estrenar en cines por la pandemia y se vio por Netflix, y tiene puntos en común con El día que me amen.

El Turbo, su personaje, está separado de La Loba, Andrea, desde hace seis años. Hace tres que no la ve, y acepta reunirse con la directora de la clínica donde su ex está internada por problemas psiquiátricos, mientras no puede dejar de atender su celular, ya que tiene una financiera que compra y vende dólares y presta dinero.

Y le extraña que la mujer le pida que Andrea pase las 30 jornadas del título con él y con su hija en común (Rocío Hernández), como una externación, y una adaptación a una posterior inserción en la sociedad.

El tema es convivir
Obviamente se niega, y por supuesto luego accede. La convivencia no va a resultar sencilla.

Suar no se ríe de la salud mental, como tampoco lo hacía en El día que me amen, pero algunos síntomas o situaciones que vive La Loba son decididamente de comedia. Obsesiva, centrada en sí misma (bueno: Turbo también es egocéntrico, piensa primero en él que en otros), puede incendiar un departamento o pedir que le digan chanchadas sexuales para poder relajarse.

Así como la película tiene una narración correcta, pese a algún subrayado y algún refuerzo desde la música de Nicolas Sorin, Suar supo contar con el aporte del Chango Monti en la fotografía y Mercedes Alfonsín en la dirección de arte.

También es cierto que, en el guion de Javier Gross, esta vez los personajes secundarios aportan menos y no están para devolver paredes como suele suceder en las comedias, de Cuando Harry conoció a Sally a la que se les ocurra. Están desdibujados y prácticamente no tienen peso: el de Campi promete y luego desaparece; el del vecino de Jorge Suárez es más una macchietta y está desaprovechado.

Suar ya tiene modismos que el espectador fiel, que lo sigue, los identifica rápidamente. Como con otros actores argentinos, como Federico Luppi o Rodolfo Ranni. Podrá cambiar el nombre, pero sigue siendo el mismo, y su efectividad siempre depende del guion y de la mano de quien lo dirija, como le sucede a otros comediantes.

Pilar Gamboa tiene un papel bastante diferente al que suele encarnar con su grupo Piel de lava, aunque no desconoce la comedia ni mucho menos, cumple y está, como La Loba, en un subibaja entre el drama y la risa en esta película con la que el cine argentino espera repuntar a la hora de acercar su público a los cines.