3 rostros

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Opresión transgeneracional

Junto con Asghar Farhadi, el talentoso director y guionista de obras como A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), El Pasado (Le Passé, 2013), El Viajante (Forushande, 2016) y Todos lo Saben (2018), Jafar Panahi es la otra figura central del cine iraní contemporáneo en el ámbito internacional, aunque a decir verdad en este caso la trayectoria del señor incluye un sustrato mucho más dramático que el de su colega debido al hecho de que sobre Panahi pesa una condena de 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación para hacer cine o viajar al extranjero, todo por filmar películas críticas para con el Estado y la sociedad de su país que suelen denunciar las supersticiones religiosas, la violencia subyacente en ellas, la pobreza endémica, la intolerancia hacia lo diferente y en especial el papel relegado de las mujeres en una vida pública conducida por un régimen teocrático de influjo musulmán ortodoxo que no les permite ningún desarrollo.

El realizador, que se hizo conocido con las muy interesantes El Globo Blanco (Badkonake Sefid, 1995), El Espejo (Ayneh, 1997), El Círculo (Dayereh, 2000), Crimson Gold (Talaye Sorkh, 2003) y Offside (2006), viene rodando películas de manera ilegal desde que los energúmenos del gobierno le inventaron la sentencia en 2010 y comenzaron a “aflojársela” desde entonces, lo que nos dejó con una serie de opus que toman el trasfondo neorrealista de sus comienzos y lo llevan a una nueva dimensión al incorporar -ya sin ningún maquillaje de por medio- los engranajes del documental reflexivo, logrando una excelente fusión entre ficción y realidad en trabajos como Esto no es un Film (In Film Nist, 2011), Closed Curtain (Pardé, 2013) y Taxi (2015), en donde el minimalismo más sincero y ajustado volcaba la balanza hacia un lado o hacia el otro. Su última propuesta, Tres Rostros (Se Rokh, 2018), continúa esta misma senda y entrelaza la historia de tres actrices de diferentes generaciones.

La premisa es aparentemente muy sencilla: Behnaz Jafari (interpretándose a sí misma, como todos los protagonistas del film), una actriz famosa, recibe un video de una chica llamada Marziyeh Rezaei en el que le pide ayuda porque su familia no le permite asistir al Conservatorio Dramático de Teherán y luego se suicida ahorcándose, lo que deja a Jafari más que angustiada y por ello abandona un rodaje, le solicita auxilio al propio Panahi y así ambos se dirigen hacia la comarca rural en la que vive la joven para comprobar si es verdad que ha fallecido. Al llegar al lugar, el dúo descubre que Marziyeh está efectivamente desaparecida desde hace tres días y que era marginada no sólo por los suyos sino por todo el pueblo en función de sus inclinaciones actorales/ artísticas y por el simple hecho de osar estudiar algo siendo mujer; circunstancia que a su vez está conectada al caso de otra fémina de la región, una misteriosa y veterana Shahrzad que también se transformó en paria por haber participado en diversas películas durante el período previo a la proverbial Revolución Islámica de 1979, esa que -detalles más, detalles menos- sigue controlando el destino iraní.

Una vez más el ascetismo de siempre de Panahi, aquí relacionado especialmente a los planos fijos y las tomas secuencia, se unifica con un humanismo muy bien desarrollado por un guión -escrito por el susodicho junto a Nader Saeivar- que va pasando del recelo de Behnaz hacia Marziyeh a no sólo comprender su situación sino también a dialogar con esa Shahrzad fuera de foco que viene a completar un trío de colegas que terminan unidas por las distintas variantes de la opresión cultural que domina el país, asimismo dejando entrever la necesidad de la lucha en conjunto -o una mínima solidaridad recíproca- para eliminar las prohibiciones y tabúes vinculados con el “honor” oscurantista/ cosificante/ esclavista de un acervo femenino todavía fetichizado al extremo. La película abraza el formato de road movie sutilmente irónica y mundana para jugar con las contradicciones de los aldeanos, quienes de un momento a otro pueden pasar de ser hospitalarios y atentos a convertirse en un nuevo manojo de prejuicios cada vez más agresivos y más peligrosos, dando a entender que las paradojas están constantemente presentes en la realidad y que el ostracismo de determinados grupos sociales puede darse dentro del contexto de comunidades afables y sensatas en otros aspectos, estando ellas mismas también condenadas al olvido estatal…