24 cuadros

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Algunos no olvidarán tan fácilmente la revolución cinéfila que provocó el estreno de “El sabor de las cerezas”, el film con el que se conoció a Abbas Kiarostami en la Argentina, y junto con él, el auge del cine iraní a finales de los años ´90 con un cine Lorca desbordante de espectadores ávidos de encontrarse con un nuevo lenguaje y una nueva estética, proveniente de una cultura a la que la pantalla grande no nos tenía acostumbrados.
Para muchos, amor a primera vista e inicio de un romance con el cine de otras latitudes: así conocimos comercialmente su obra anterior “Detrás de los olivos” “¿Dónde queda la casa de mi amigo?” “Close Up” y sus posteriores “Copia Certificada” con Juliette Binoche y “Like someone in love”. Pero fue además Kiarostami a quien se le debe, en gran parte, que luego se conocieran obras de sus compatriotas, tan potentes como su propio cine.
Tal fue el caso de “La Manzana” de Samira Makhmalbaf, “Pizarrones”, “Las tortugas también vuelan” o “Niños del paraíso” de Majid Majidi y es indudable la fama que ha sabido ganar a nivel mundial la obra de autores como Asghar Farhadi o Jafar Panahi, representantes del cine iraní actual.
En el documental “76 minutos y 15 segundos con Abbas Kiarostami” el director de fotografía Seifollah Samadian con el que trabajó a lo largo de 25 años, lo acompaña durante un viaje de trabajo y con el material obtenido en esa aventura, rinde a su manera un merecido tributo compaginando cientos de horas de filmación y extractando pequeños fragmentos fundamentales para conocer algo más del universo de Kiarostami.
Es aquí, en este documental, donde se ilustra perfectamente no sólo la pasión que tenía por el cine sino también por el mundo de la fotografía como potente elemento de observación y de expresión visual. Así la cámara lo toma en los preparativos de sus sesiones de fotos, de sus descansos, nos habla de la rigurosidad y lo meticuloso de sus elecciones.
Justamente la propuesta de “24 frames” (jugando con el doble sentido que puede tomar la palabra frame como marco de un cuadro o también en su otra acepción como fotograma) es la de generar un diálogo permanente entre sus dos pasiones: el cine y la fotografía.
Esta necesidad parece haber surgido de una pregunta básica que se presentó durante el proceso creativo “¿Qué sucede en el momento anterior o posterior de tomar una fotografía?”. Es así que para esta experiencia visualmente única y fascinante, hipnóticamente bella, Kiarostami diseñó especialmente un dispositivo visual por medio del cual comienza a intervenir veinte fotos de su colección personal usando herramientas digiles, inserts en 3D y pantallas verdes.
De esta forma y luego de un trabajo intenso de tres años con un equipo técnico de primer nivel, logra dotar de movimiento a estas fotos, de acuerdo con lo que él mismo estima que había sucedido en cada situación de las que había capturado con su cámara.
Su poesía, su particular estética y la belleza que se desliza en cada cuadro hacen que quedemos fascinados durante dos horas, observando pacientemente paisajes nevados (es casi una constante) con caballos, ciervos, vacas y urracas; el oleaje del mar o sentir cómo cae la nieve, pequeños detalles que nos maravillan a puro contacto con la naturaleza y que nos invitan a reflexionar sobre el paso del tiempo (elemento vital en la obra de Kiarostami), el paisaje como territorio y espacio de expresión, la naturaleza y la presencia de esos animales que solos, en pareja o en comunidad, parecen intentar contarnos una historia.
Para quienes en el Festival Internacional de Mar del Plata pudimos disfrutar de esa joya llamada “Take me home” un corto de tan solo 16 minutos en donde Kiarostami demuestra en el recorrido que seguimos de una pelota, su profundo conocimiento del cine y de la fotografía con la perfección del encuadre, una idea novedosa y a través de ella, la búsqueda de la perfección estética, su película póstuma “24 frames” nos remite a ella y nos transmite exactamente lo mismo.
Esa fusión tan difícil de lograr de forma tal que las imágenes hablen por si mismas sin necesidad de intervención de la palabra y que quedemos cautivados por la potencia y la belleza de lo que nos quiere mostrar. Y así continuar absortos, cuadro tras cuadros, admirando una propuesta delicada, armoniosa y profundamente bella, complementada, en cada caso con la elección precisa de un sonido ambiente o de una melodía que nos emociona, según el caso. Un inmejorable legado de uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo.
Imposible pensar una mejor despedida que ésta.