24 cuadros

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

Abbas Kiarostami hoy no está entre nosotros. Se fue el cineasta que mejor pensaba el presente del cine, no tengo dudas. Sin embargo, acaso por un extraño conjuro, continúan apareciendo pequeñas joyas que reviven su figura mundana. Y es tan grande el espectro que, pese a las dudas que puedan generar estos filmes póstumos sobre su autoría, paradójicamente confirman la certeza de que asistimos a una película de Kiarostami, pues allí están en 24 Cuadros sus preocupaciones y sus búsquedas formales.

Lo primero que se percibe es la naturaleza experimental del proyecto, un compendio de imágenes que perseguirán un fin común. Al inicio leemos una declaración del director donde habla de fotografías capturadas en los últimos años, donde imaginaba el antes y el después de cada imagen. Lo que precede a tal enunciación es un problema ontológico que Kiarostami retoma de Andre Bazin acerca de la evolución del lenguaje cinematográfico, y a partir de allí entramos en el juego exploratorio que consiste en una secuencia de 24 cuadros, donde la yuxtaposición es el recurso privilegiado que hace interactuar a la pintura, la fotografía y el cine, tanto en su condición analógica como digital. De todos, se destacan fundamentalmente el primero y el último. Uno porque parte de un cuadro de Peter Brueghel en el cual los sonidos y los imperceptibles movimientos liberan a la imagen pictórica del estatismo reinante; el otro, porque es portador de una belleza absoluta y misteriosa: una joven dormida sobre un escritorio frente a una ventana a través de la cual vemos (una vez más) a la nieve y a los árboles que se sacuden por el viento, mientras una película clásica finaliza en un monitor de computadora. Fusión de tiempos y de percepciones, posibilidades diversas de registros: Kiarostami nunca fue un llorón melancólico ni cultivó las telarañas de una cinefilia tardía. Por el contrario, fue un cineasta capaz de trasladar el horizonte de representación para demostrar que una mirada personal va más allá de cuestiones de latitud. Como Tarantino (un director en las antípodas) y Perrone (un realizador incansable) y otros grandes, supo transmitir la felicidad y el amor por el cine continuamente en sus respectivos procesos creativos.

Y de mirar se trata la ética que trasunta de sus películas. Si el mundo es un reducto de efectos ópticos al que todos estamos expuestos, el cine de Kiarostami encierra algo de pedagógico, siempre consagrado a la idea de que uno debe saber mirar, saber ver, ya que “el secreto reside en el conocimiento de este mundo de visión, de mirada”, tal como declarara en alguna ocasión. Y 24 Cuadros demanda un gesto noble por parte del espectador en un presente donde el silencio y el descanso parecen ser un lujo de la civilización, nos invita a contemplar, y no solo eso, a permitirnos el goce estético de lo que vemos con una mirada despojada de la celeridad audiovisual berreta.

De allí que el principio de incertidumbre siempre sea el movimiento. En todo caso, serán las ventanas, los espejos y otros, aquellos que reforzarán las ideas de encuadre y abrirán aristas en torno a la representación. En el segundo cuadro, un auto sigue el recorrido de un caballo por la nieve; de pronto se baja la ventanilla y la vista se aclara. Cuando los caballos salen del dominio visual, el auto prosigue. En otros se refuerza la idea de encuadres con bellísimas imágenes donde la profundidad de campo cobra especial relevancia. A través de recovecos, siempre habrá una abertura para aprehender con la mirada.

La cámara de Kiarostami siempre ha sido perezosa para buscar al objeto o sujeto que todo espectador espera encontrar. Si algo alimenta a su cine es el fuera de campo como espacio privilegiado, cubierto por el sonido. Este alcanzará una materialidad sustancial a la hora de suplir las imágenes elididas. La escucha es el motor que nos vinculará con la experiencia cinematográfica de la pantalla. Hay canciones de diversos géneros cuya inclusión puede pensarse de diferentes modos, ya sea como interferencias, amplificaciones o portadoras de sentido. También sonidos delicados y otros abruptos que atraviesan las situaciones que, casi en su totalidad, ofrecen conductas de animales (los humanos solo están connotados y a veces negativamente, con disparos o ruidos de motores que alteran el orden natural).

24 Cuadros es una película que transcurre sin una idea absolutista de registro, pero sí con una dinámica particular en torno a la representación, un eje que ha sido estructural del cine de Kiarostami. El trabajo sobre las fotografías, intervenidas, manipuladas, no es otra cosa que la tentativa por explorar nuevos territorios, una búsqueda que lamentablemente se interrumpió por la desaparición física del director y que nos privó de un maestro reinventándose en la era digital.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant