24 cuadros

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

EPITAFIO EN 24 CUADROS

Para su última e incompleta obra que fue finalizada de forma póstuma, marcando una sospecha sobre el tono lúgubre de algunos fragmentos, Abbas Kiarostami, director de joyas como Close up, apuesta por un film críptico y experimental que reflexiona sobre el cine al mismo tiempo que cierra de una forma poética su trayecto como realizador. Es esto lo que lleva a que sobrevuelen referencias a la ausencia y la muerte bajo la idea de este proyecto del director que murió a raíz de un cáncer de estómago en el 2016. Conceptualmente un tanto irregular más allá del lineamiento inicial que planteó el mismo director antes de su muerte, el film sin embargo conmueve desde el misterio que envuelven las imágenes una vez uno se sumerge en él. Sus 96 minutos pueden ser algo extenuantes por momentos, pero al igual que la mayoría del cine experimental, debe haber un receptor predispuesto a la experiencia antes que a la lectura de una narrativa tradicional.

Pero, ¿en qué consiste 24 cuadros? Como dijimos, el film transcurre durante 96 minutos, que responden a los cuatro minutos en los que se capturan 24 escenas, por lo general desde un encuadre fijo (depositando su dinámica en el movimiento interno de cuadro) que representan distintas escenas. La primera es quizá la de mayor riqueza por su cercanía a la animación: el cuadro renacentista de Pieter Brueghel el Viejo, Los cazadores en la nieve, toma vida en distintos momentos poniendo en crisis la de representación de la escena y modificándola a través de los cuatro minutos correspondientes, acercándonos a la tesis que luego se repetirá en los 23 cuadros siguientes utilizando como modelo sus propias fotografías, la singularización de ese momento y sus respectivas modificaciones a lo largo de esa unidad de tiempo demuestra que más que un instante se trata de un proceso. Esta faceta teórica encuentra una réplica en que el cine son 24 cuadros por segundo (el número no es casual en absoluto), haciendo que el film tenga un anclaje teórico sobre el cual se han expresado numerosas veces teóricos del cine, la fotografía y la pintura. En este sentido el film gana una riqueza que va más en la competencia intelectual del espectador que en la obra en sí, algo que sucede frecuentemente en el cine experimental.

Pero más allá de la los elementos teóricos que definen a 24 cuadros, también hay un espacio para dejarse llevar por las sensaciones que generan algunas escenas. Al estar basadas en fotografías (salvo la ya mencionada pintura) existe una devoción formal en la composición de la imagen, algo que se puede adivinar en la lectura que se puede hacer de los tercios y la proporción aurea que domina la mayoría de los encuadres. Esto incluso nos puede llevar a intuir cuál fue la fotografía de Kiarostami en base a la disposición de los objetos en el encuadre. El uso del blanco y negro en la mayoría de las escenas tampoco es casual ya que ayuda a resaltar líneas y figuras, algo que también utiliza como soporte al utilizar encuadres desde ventanas, rejas o puertas. Pero es quizá la construcción del fuera de cuadro a través del sonido el elemento más enigmático del film: a veces el sonido es protagonista de la escena a través de lo que ocurre en el encuadre (dándole sonido a las gaviotas, los cuervos o el oleaje, por poner algunos de los casos más redundantes en las escenas), pero en otros es utilizado para darle una dimensión mayor por fuera de ese encuadre con, por ejemplo, el ruido ambiente de voces, grillos, etcétera. En otros se utiliza la música y adquiere un extraño tono melancólico de escenas cotidianas, lo que está y lo que se fue. Es quizá en estos momentos donde se encuentran los puntos más altos de 24 cuadros.

En definitiva un film críptico que cierra la trayectoria del autor iraní con una nota de amor al cine en el cuadro 24, donde vemos cómo un film de la época dorada de Hollywood finaliza mientras alguien duerme en una habitación oscura, rodeada de la inmensidad de un bosque que devora la escena con el sonido, antes de que aparezcan los créditos. La construcción simbólica de la escena para comunicar sobre la fugacidad del arte, la vida y la creatividad justifica al menos este segmento, en un film cuyas escenas no siempre son tan ricas en su contenido ni se alinean al concepto general que la atraviesa. Aun así, es un buen epitafio para revisitar la obra del director.