2012

Crítica de Leo Aquiba Senderovsky - ¿Crítico Yo?

A esta altura, no se puede mentir. Es sabido que uno antes de ver una película se forma un preconcepto de ella, de ahí que haya determinadas películas que uno elije ver y otras que no. Esto sucede siempre, o casi siempre, y sucede tanto para un espectador común y corriente, como para alguien que vive de escribir críticas de películas. Bueno, tenemos 2012. Otra película de ese particular subgénero denominado “cine catástrofe”. Otra película de Roland Emmerich. O, deberíamos decir, otra de “cine catástrofe” de Roland Emmerich, que es más o menos lo mismo, porque el concepto que tenemos de Emmerich está formado casi exclusivamente por películas de este tipo. Bueno, ok, tenemos 2012, una película que, antes de verla, sabemos que va a tener muchos efectos, que va a ser invariablemente larga, y que, en el mejor de los casos, será entretenida, aunque esto último no lo esperamos tanto, al menos si nos atenemos a los últimos bodrios que estuvo entregando este director alemán.

Bueno, 2012 entretiene. Sí, esta vez no aburre, por lo menos no aburre una vez que se mete de lleno en la acción y empieza a limpiar todo vestigio de importancia. En la primera mitad de la película convive tanto la petulante solemnidad, elemento tradicional en estas larguísimas películas de Emmerich, con la parodia, lo que más sorprende de 2012. Si vemos a una pareja en un supermercado, el hombre le dice a la mujer (que ya sabemos que es la ex del personaje de John Cusack) “creo que algo nos está separando” y, acto seguido, el piso se parte en dos, quedando uno de cada lado, sabemos que estamos ante una parodia. Inevitable no reirse con frases como esa, o como con la épica y bushística “El mundo, tal como lo conocemos, ha llegado a su fin”, pronunciado por el presidente interpretado por Danny Glover (sí, otra vez un presidente negro y, bien en la tradición ideológica de Emmerich, tan honorable como patriota hasta la médula). O con el personaje de Woody Harrelson, tan estereotípico como absurdo, o con la frase “We need a bigger plane” (“Necesitaremos un avión más grande”), parafraseando el “We need a bigger boat” (“Necesitaremos un bote más grande”), de Tiburón, uno de los mejores clásicos del cine catástrofe.

Si algo hace que la película no aburra antes de tiempo es su apelación a la parodia de los elementos más obvios de este género, metiendo todos los tópicos juntos en un tanque capaz de soportar todos esos tópicos y muchos más. Una vez que nos sorprende la parodia, ya podemos adivinar que eso no se podrá sostener en toda la película, por más inverosimilitud esparcida en la segunda mitad. Lo inverosímil no va pegado a la parodia, muchas veces es sólo inverosímil, y esto es lo que es una vez que Emmerich decide abandonar los chistes y tomarse la historia en serio. Ahí la película empieza a cumplir con lo que promete de entrada, y entretiene gracias a una propuesta que, obviamente, privilegia más la acumulación de efectos especiales de primer nivel que las dimensiones psicológicas de sus personajes o los conflictos cotidianos que atraviesan estos, elementos que Emmerich se empecina en hacer que no le importen a nadie.

Y 2012 entretiene, pero por más efectos sorprendentes que tenga, Emmerich se olvida de hacer algo relevante con el género, después de haber cometido la audacia de reírse en la primera mitad de los tópicos que él mismo se ocupó de promover en toda su carrera. Sencillamente abandona la inclinación hacia la comedia, y al no tener los cojones para seguir riéndose del género hasta el final, frena a mitad del camino, da media vuelta, y continúa hasta el final por la ruta más previsible por la que puede transitar el cine catástrofe (incluyendo los aspectos más recalcitrantemente conservadores de las películas de Emmerich). Cuando 2012 amagaba a ser algo distinto, algo capaz de reflexionar sobre sus propias formas, termina mostrándose como lo mismo de siempre. Otra vez sopa.