127 horas

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La aventura de existir

La presentación es una declaración estilística y narrativa. La pantalla se divide en tres y se pueden ver grandes masas de gente. Algunas imágenes corresponden a corridas de toros, otras son de la bolsa, pero la figura que se repite es precisa, y simbólicamente relevante: la multitud.

Inmediatamente, a continuación, conoceremos al héroe, Aron Ralston (en un lucido trabajo de James Franco), listo para partir a una nueva aventura en el Blue John Canyon, y sin avisarle a nadie de su paradero. Un trecho será en cuatro ruedas, y después en bicicleta. Otra vez la pantalla se divide en tres. La multitud ahora es sustituida por un hombre solo en un territorio inmenso y despoblado. Es una introducción veloz y eficaz, no muy lejos del clip, una cierta tendencia en el cine de Danny Boyle.

127 horas, basada en el libro del propio Ralston, se predica del hilo invisible que se establece entre la multitud (lo Otro) y la singularidad de un yo, aquí un hombre atrapado en una cueva y sin poder moverse, porque una roca aprisiona su mano derecha. El yo depende de los otros, será la moraleja, y el suspenso, naturalmente, se construirá a partir de cómo escapar. ¿Telequinesis? ¿Intervención divina? ¿Proeza fisicoculturista? Ni metafísica, ni teología, ni musculatura anabólica, la salvación reside aquí en la materia y en el ingenio quirúrgico. Sí, este es el filme en el que varios espectadores se desmayan. Después de Slumdog Millionaire, un abyecto cuento moral neocolonialista en la India, 127 horas es una película más sólida. La supervivencia implica casi un grado cero ideológico y una supremacía de la psicología. Quizás preocupado por la inmovilidad de su único protagonista, Boyle hace que la velocidad en el montaje sea ostensible desde el inicio, y no siempre la música resulta coherente con las imágenes. Así, tras el paso de los días, ya sin comida y sin agua, los sueños, los recuerdos y las alucinaciones son el contrapunto lógico y narrativo de un hombre cuyo máximo placer será estirar una pierna para sentir el calor del sol por 15 minutos, aunque, ante la inminencia de la muerte, el onanismo es también una opción legítima pero peligrosa.

Como en Náufrago, en donde Tom Hanks, abandonado en una isla, inventa a Wilson, su confidente, una pelota de voley humanizada, aquí una cámara de video será su Wilson, su interlocutor, y servirá como testamento y como un gran Otro imaginario. En un pasaje magnífico, Ralston se filma como si estuviera siendo entrevistado en un programa de televisión con público presente. Mientras Franco demuestra su calidad como intérprete, el filme 127 horas sintetiza una idea filosófica: somos siempre en función de otros y en contraste con otros. El yo es una contingencia que otros ayudan a olvidar.