127 horas

Crítica de Bernabé Quiroga - CiNerd

HANG IN THERE, BABY

Hay muy pocas películas como esta. Hablo de esas en la que los protagonistas (y la historia) pasan la mayor parte del tiempo confinados en un solo lugar. De una cabina telefónica a un cajón a varios metros bajo tierra, estas películas logran sostenerse hábilmente por contar con algún elemento externo que obliga a la narración a moverse, en lugar de dejar al personaje solo en pantalla sin hacer nada. En ENLACE MORTAL (PHONE BOOTH, 2002), un francotirador (Kiefer Sutherland) obligaba a Colin Farrell a desnudar su alma frente a los neoyorkinos y a cambiar su actitud. En ENTERRADO (BURIED, 2010), unos terroristas se comunican por celular con Ryan Reynolds y lo amenazaban con matar a su familia a no ser que consiga un determinada suma de dinero. También hacían que se corte un dedo, entre otras barbaridades. Pero en 127 HORAS (127 HOURS, 2010), James Franco está solo y no hay ningún elemento externo que haga que la narración se mueva ¿Cómo hace entonces, no solo para no aburrir, sino para incluso convertirse en una de las mejores películas del año - ya sea de este o del anterior, dependiendo de la consideración de cada uno -? La respuesta es simple: Danny Boyle (TRAINSPOTTING, SLUMDOG MILLIONAIRE).

Hay pocos directores como este. Además de sacarle a Franco la mejor actuación de su carrera, Boyle logra construir con una historia simple (Un alpinista se queda atrapado solo en medio del desierto, cuando una piedra cae encima de su brazo) una película inspiradora y poderosamente reconfortante, sobre la fuerza del espíritu humano ¿Cual es su secreto? ¿Cómo hace este director para salir ileso al animarse a filmar algo en que se atascaría cualquier otro? Pero, sobre todo, ¿cómo hace para no aburrirnos sin contar con francotiradores o terroristas comunicándose por celulares? Otra vez, la respuesta es simple. Acompañado por un guión muy bien pensado y un montaje que le da cierta circularidad y fortaleza al film (de hecho, empieza y termina con una secuencia parecida), Boyle lo hace dirigiendo y narrando como mejor sabe. 127 HORAS nunca aburre y jamás decae, y a diferencia de lo que opinan algunos críticos, cada una de sus escenas son necesarias y no de relleno. A este film no le hace falta elementos externos para entretener y emocionar, y sus precisos 94 minutos se concentran más que nada en ir descascarando de a poco la personalidad de Aron Ralston usando un sinfín de brillantes recursos (una monólogo, un breve flashback, una gran variedad de planos, una música, un sonido, un silencio, un estilo fotográfico o un estilo de montaje) en escenas que van del drama intenso y arrollador, a momentos de un ácido e inesperado sentido del humor - El talk show consigo mismo en el que Franco nos toma por sorpresa al interpretar a tres personajes diferentes, es el mejor ejemplo -. Estos recursos le aporta a la película una riqueza que se hace notar y, aunque a veces puede resultar demasiada onírica o experimental para el espectador promedio, la vuelven una experiencia imperdible y verdaderamente fantástica.

Y así como Boyle logra mantenernos fijos en la butaca, como si tuviéramos una piedra sobre el brazo que nos impide levantarnos; así como nos impacta, sorprende y emociona con su estilo visual en escenas tan fuertes como bien realizadas - ¡El corte del tendón está tan bien hecho que aún me da impresión en solo pensar en ese momento! -, también lo hace Franco con su magnífica interpretación. Su personificación de Aron Ralston es verdaderamente realista y en cada cambio emocional que sufre, en cada paso que da en las cinco etapas del duelo (negación, odio, negociación, depresión y aceptación), los espectadores lo acompañamos. No sé si es por la manera en que filma Boyle (asfixiante pero asombrosa) o el terrible hecho de que es una historia real, pero esta película afectará a todos. Así es 127 HORAS. Nos atrapa inesperadamente. Odiamos a la piedra con todo nuestro ser. Empezamos a pensar una manera de escapar. Lloramos cuando Aron llora, reímos cuando Aron ríe, sufrimos cuando Aron sufre y estamos sedientos cuando Aron lo está. Y de pronto nos damos cuenta que esa piedra sobre nuestro brazo está y siempre estuvo ahí por una razón. Y ahí es cuando recordamos: ¡Que buena que es la vida! ¡Qué bueno que es James Franco! ¡Qué grande que es Danny Boyle! ¡Y qué grande que es el cine!