127 horas

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Tiene Gatorei.

En la crítica de Conocerás al hombre de tus sueños, Laura expone la poca tolerancia que tenemos cuando nos enfrentamos a las nuevas películas de un autor de prestigio y sugiere que a Woody Allen se le exige que realice poco menos que una obra maestra por año. Del mismo modo podríamos afirmar que algunos medios, como La Nación, las califican como muy buena únicamente por llevar su firma. Pero no es mi intención reavivar aquella polémica sino blanquear mis expectativas ante el estreno de 127 horas. La verdad es que no esperaba gran cosa de Danny Boyle después de la desesperante ¿Quieres ser millonario?. Y eso fue lo que encontré: casi nada. Una historia tan heroica como inerte y moralizante, filmada a la manera de un tortuoso clip turístico. Aunque es justo señalar que, al menos en esta ocasión, el vacío de ideas está despojado del cinismo y la demagogia de su película anterior.

Los primeros minutos generan un pequeño desconcierto. Uno no sabe si está viendo la publicidad de un desodorante, un clip promocional de deportes extremos o si ya comenzó la película. Aunque no sólo de desodorantes vive el hombre, más adelante veremos que el publicista no hace diferencia entre chicles, gaseosas o cremas de enjuague. Resumamos: un joven aventurero sale de excursión, cae en una grieta, una piedra aplasta su mano y permanece atrapado ciento veintisiete horas. La impaciencia del pobre infeliz por filmarse todo el tiempo con su videocámara, incluso en las circunstancias más sórdidas, podría dar lugar a una pesadilla de Poe, con cámara subjetiva y un formalismo radical. Pero el realizador desperdicia la intensidad psíquica de la experiencia, parcialmente fantasmal y alucinadora, amontonando flashbacks (recuerdos Kodak) y mini clips que conforman un manual de prevención sobre los riesgos de hacer trekking. Boyle acumula artilugios, gore y éxtasis para no dejar lugar al vacío. Ese vacío, que en manos de un verdadero director como Gus Van Sant se convierte en plenitud y puede dar una película tan extraordinaria como Gerry.

James Franco hace lo que puede para gesticular su angustia y para que no se note que a la noche vuelve al hotel a cenar como todo el mundo. Pero el artificio subrayado destruye toda posibilidad de empatía, la sed se señala de la manera más estúpida con una publicidad de gaseosas o un paseo por un parque acuático. Y como si uno no estuviera bastante hastiado, Boyle se reserva lo mejor para el final. Movido por sus buenos sentimientos, rinde homenaje a la temeridad, al amor y a la valentía que salvaron a nuestro héroe de una clara muerte, mediante un cúmulo de visiones familiares de una afectación pasmosa, que llegan a su pico cuando el protagonista se encuentra enfrentado a su homólogo real en una composición recargada de involuntario mal gusto. El realizador más manierista de la generación post MTV sólo tiene para ofrecer asociaciones groseras y slogans publicitarios mucho menos inspirados que la famosa frase de Bilardo que le da título a la nota.