12 horas para sobrevivir

Crítica de María Paula Rios - CineramaPlus+

La historia transcurre en un futuro cercano (2022), en un EE.UU. donde no hay crímenes ni desempleo, el orden social es impecable. Pero esa utopía está sostenida gracias a que una vez al año y durante doce horas todo es legal, incluidos los asesinatos. En estas horas el gobierno permite a las personas expiar la violencia contenida y de este modo “purgar” el alma.

Si, The Purgue: 12 horas para sobrevivir es la secuela de La noche de la expiación (The Purge). Mientras que en la primera los hechos transcurrían el interior de una casa, ahora se muestra lo que sucede en el exterior a lo largo de esa noche tan temida. Y se ponen en juego varios personajes, una pareja que por una falla de su automóvil queda varada en la autopista, cerca de la ciudad a minutos de que comience el toque de queda, un hombre solitario que decide salir para vengar la muerte de su hijo atropellado por conductor ebrio, y una madre y su hija, quienes por no tener dinero para suficiente protección, quedan expuestas a ser presas de caza del mismísimo gobierno que envía comandos a cumplir con objetivos, para así controlar el crecimiento demográfico local. Por cuestiones del azar los protagonistas se reunirán para sortear el peligro en esta noche tan macabra donde la premisa será sobrevivir.

A este relato con sesgo coral se le sumarán microhistorias a medida que transcurre la acción, como la de la señorita despechada que aniquila a su hermana, amante de su marido, o los jóvenes con máscaras terroríficas que cazan víctimas para entregar a personas acaudaladas, quienes hacen su gala para “purgar”. Y la más interesante de todas, que es también la menos explotada, la de un grupo revolucionario conducido por un líder afroamericano que decide convocar a gente de su misma condición para defenderse, dado que en esta noche solo mueren los que pertenecen a las clases media y baja.

La idea es interesante, pero está mal desarrollada. El guión parece regirse por un manual de estereotipos, los diálogos se intuyen forzados y hay situaciones grotescas donde la verosimilitud cae en fosas abismales. Aquí las máscaras no son el simbolismo del deseo vedado de matar con impunidad, están al orden de una estética pandillera y atemorizante; así como el espectáculo armamentista está por encima de cualquier trasfondo social causal. Aunque se coquetea todo el tiempo con este último eje.

Por otro lado cabe señalar que ritmo fluye sin problemas y hay escenas, con tintes de clase B, muy logradas. Pero estos pocos elementos no alcanzan para dar cohesión, ni para depurar el sentido común de la historia.

María Paula Rios
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