12 años de esclavitud

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Un relato sólido y definitivo

La historia se teje con mucho inventario y utiliza a los cuerpos para describir la injusticia.

Solomon Northup era un hombre libre y gozaba de ciertos privilegios como tener un trabajo remunerado, un dato para nada menor teniendo en cuenta que era negro y vivía en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XlX. Pero un día, atraído por la promesa de un trabajo muy bien pago, fue engañado, secuestrado y enviado a Giorgia, uno de los estados esclavistas.
Durante 12 años, Northup fue un esclavo y finalmente fue una de las pocas víctimas que pudo volver a su antigua vida y contar en un libro su terrible experiencia.
El film del director británico Steve McQueen se basa en ese texto para construir un relato con mucho de inventario de las diferentes estaciones del calvario esclavista, un mapeo de las distintas maneras de explotación, tortura, humillación y actos criminales de un sistema aberrante, con una mirada fría, rigurosa pero también con algo de efectismo sobre lo que quería contar.
Firme candidata a alzarse con más de una estatuilla en la próxima entrega de los premios Oscar –una de esas historias que Hollywood adora, con un elenco sólido, un director prestigioso y Brad Pitt como productor–, la película de alguna manera dialoga con Django sin cadenas, que actualizó el debate sobre la cuestión de la esclavitud, un tema cuidadosamente esquivado por el establishment estadounidense. Pero además, sin demasiado esfuerzo cualquiera podría imaginarse a Salomon Northup (buen trabajo de Chiwetel Ejiofor), espalda contra espalda y bajo el sol abrasador de un campo de algodón con Django, para después, por la noche, compartir experiencias sobre los niveles de crueldad de sus respectivos amos, tanto el malvado Calvin Candie (que interpretó Leonardo Di Caprio en el film de Quentin Tarantino) como el Edwin Epps que compone Michael Fassbender en 12 Años..., dos personajes diabólicos, psicópatas a sus anchas con un entorno y una época favorable para desplegar su crueldad.
Pero a diferencia de Django..., el film de McQueen aspira a la profundidad, con un protagonista que va revelando un complejo sistema económico, sí, pero sobre todo social, con diferentes lugares para los esclavos, primero como explotados en los campos, pero también como sirvientes, amantes de los dueños de las plantaciones, sujetos de celos descontrolados y por lo tanto víctimas de juegos perversos y crueles.
Al igual que en la extraordinaria Shame o Hunger, McQueen vuelve a utilizar los cuerpos para escribir y describir el dolor y las injusticias que sufren sus criaturas, aunque en este caso, la espalda lacerada por los latigazos mostrada en todo su horror no agrega demasiado y es apenas una acentuación innecesaria del infierno que atraviesan los personajes. Sin embargo, en su conjunto el relato es sólido y es probable que con el tiempo adquiera la categoría de film definitivo sobre la esclavitud.