Operación Skyfall

Crítica de Julio Marengo - La Gaceta

Un doble esfuerzo por permanecer

James Bond, con más ganas de jubilarse y de vivir la vida loca que de seguir como espía, enfrenta una nueva misión.

Difícil ser James Bond y ser original en un mundo y en un cine con Batman, Ethan Hunt ("Misión Imposible") y un Jason Bourne. Será por eso que el director Sam Mendes despojó al agente 007, por tercera vez en la piel de Daniel Craig, de cualquier gadget loco y lo manda a su última y más delicada misión solo con una 9mm corta y un transmisor de radio para ser localizado cuando lo solicite, logrando que la tensión y el peligro no decaigan ni un minuto de las dos horas y media que dura el filme.

La tecnología ya no es lo que sorprende, sino la humanidad: Bond ni siquiera activa el asiento eyectable del Aston Martin DB5 en un momento en el que todos hubieran querido que lo hiciera, aunque en el fondo era sabido que se trataba de una falsa amenaza: él no haría volar por el aire a su madre M (Judi Dench), la presa más buscada de esta nueva cacería.

Quien tiene la tecnología en "Skyfall", la 23 y última entrega del personaje de Ian Fleming, es el villano. Con miles de computadoras interconectadas es capaz de hacer caer la bolsa, o arreglar las elecciones en algún país remoto, o apropiarse de una isla solo porque "todo el mundo tiene un hobby". Sin disparos, sin correr, sin transpirar. A partir de su aparición, cuando ya ha transcurrido poco más de una hora, el psicótico e inquietante Raúl Silva, encarnado por Javier Bardem, se come la cancha y opaca al propio Bond, quien no está preparado ni física ni volitivamente para afrontar una nueva tarea.

Pero no le queda otra opción. Sus días haciéndose el muerto en Medio Oriente, donde derrochó su entrenamiento con noches largas, alcohol y sexo envidiables se tienen que terminar. Porque la agencia MI6, de la que el propio Silva ha sido miembro, está en peligro tanto por las inentendibles intenciones del villano como por la mirada del Gobierno, que la señala como obsoleta. Aquí hay un hallazgo, porque si el argumento fuera únicamente tener que encontrar un disco rígido con información de agentes secretos, la historia caería mucho rápido por poco original. La pregunta que sobrevuela es ¿Le hace falta al mundo el MI6? ¿Le hace falta al cine James Bond? La película es, por partida doble, un esfuerzo por permanecer en un espacio y un tiempo que han cambiado mucho en los cuatro años sin Bond en la pantalla.

La mala puntería, las ganas de jubilarse y ponerle fin a la acción se dan vuelta hacia el final. En un pirotécnico paso por Escocia 007 consigue prender fuego a su pasado y está listo para la próxima misión. El anuncio de la canción de Adele, que asegura que "este es el final", no es tal. Para Bond, el mundo necesita a Bond.