Esta película tiene como objetivo fundamental visibilizar la lucha de la directora por dar a conocer aquello que se convirtió en una experiencia traumática para su familia. Buceando en su intimidad, recuperando a su madre, y a todas las mujeres asesinadas por hombres, la propuesta, fallida, encuentra su sentido.
El protagonista del relato está perdido, no sabe qué le depara el futuro y tiene miedo de enfrentarlo, mientras se agota su tiempo de encontrarse consigo mismo y de ser mejor persona. El director potencia ideas que ya estaban en su película predecesora (Noche de Perros) y vuelve a la noche para construir un relato sincero sobre los cambios y cómo nos afectan.
La heroína que Marvel necesitaba llegó para quedarse y en tiempos de empoderamiento y girl power. Su dejo nostálgico, su espíritu retro y la irreverencia de la protagonista hacen volar a una propuesta simple y correcta.
Simpática propuesta en la que una venganza termina convirtiéndose en una aventura. El chiste se agota rápidamente para terminar convirtiéndose en un análisis doloroso sobre las diferencias y el engaño, demostrando que aún en el lugar más lejano del mundo el argentino sigue haciendo de las suyas.
Mujeres que aman a mujeres cuando era impensado para la sociedad que eso sucediera, y aún más, que se casaran o convivan. En tiempos de cambio y de visibilización el film de Laura Martínez Duque y Nadina Marquisio es una bocanada de aire fresco en medio de tanta representación patriarcal.
Pese a su pobre realización y algunos problemas de interpretación, lo valioso de la es que desanda con conocimiento ese universo de jóvenes (y no tanto) que venden su fuerza laboral a un mercado que busca persuadir con mensajes y promociones por el teléfono. Su fuerza radica en involucrarse en el universo de los call centers y transitar un instante, el más temido para los supervisores, cuando el sistema se cae. Lo hace de manera simple y con una puesta acorde al espacio que registra.
Cuestión de género No es casual que se estrene La voz de la igualdad (On the basis of sex, 2018), la historia de Ruth Bader Ginsburg protagonizada por Felicity Jones y Armie Hammer, en vísperas del día de la mujer. Tampoco es casual que su campaña publicitaria intente traccionar a un público que ha visto cómo en el último tiempo la cuestión de género ha tomado mayor visibilidad (por suerte) gracias al trabajo organizado de mujeres que pusieron un freno a situaciones de inequidad y diferencia en la sociedad. La voz de la igualdad recupera la historia de esta mujer que llevó la cuestión de género a lo más alto de la jurisprudencia americana con un relato convencional, y pese a que Mimi Leder (Cadena de favores) decide ir por lo seguro, la tensión lograda desde la narración, con una estructura simple y bien concreta, posibilitan que trascienda cuestiones formales para convertirse en un verdadero panfleto (en el buen sentido de la palabra) de la lucha feminista y realización personal. Con dos hijos y un marido a punto de dejarla viuda, la joven debió sortear todos los lugares comunes y diferencias que una mujer en esa época tenía que soportar. Pero claro, la resistencia dura hasta que un pequeño atisbo de posibilidad de cambio puede llegar, y es así que cuando la abogada decide defender a un hombre en un caso que probablemente pueda llegar a tener una concreta modificación en el trato igualitario entre hombres y mujeres. A patir de ahí su vida y la de los suyos, cambiará para siempre. Pensada como una biopic de juicios, la primera etapa de Bader Ginsburg luchando contra sus propios fantasmas, presenta cuestiones más costumbristas acerca de la vida en familia, su relación con la cocina (el lugar para la mujer por ese entonces), el enfrentamiento con su hija, y los golpes que recibe afronta su vida profesional. Pero en aquello de “un tropezón no es caída”, Bader Ginsburg continúa luchando por un trato igualitario en el ámbito académico, laboral, familiar y un cambio de pensamiento en las estructuras patriarcales de la justicia. Hacia la segunda parte del film se concreta el juicio, con el esfuerzo de la mujer y su familia por sostener sus ideas, desembarcando en el sub género de películas de juicios con el agregado de la temática. Un ítem de agenda y actualidad pero con las logradas interpretaciones de Jones y Hammer, y los papeles secundarios de Kathy Bates, Sam Waterston y Justin Theroux, en un mensaje acorde a los tiempos que corren.
El color de la venganza Un paisaje del Sur. La nieve que cubre la planicie y también los picos de algunas montañas. Un hombre desesperado y una pequeña cabaña vacía de objetos es el lugar para que el protagonista de Blanco o negro (2016), de Matías Rispau, inicie tras años de auto reclusión, su periplo de venganza. Adrián (Matías Rispau) busca resarcimiento tras pasar años fuera de la ciudad imaginando un plan que le permita devolverle cierta paz tras el asesinato de su mujer. En ese intento de pacificarse consigo mismo claramente tiene que tomar decisiones que afecten a su entorno, con el que no tiene, además, relación hace tiempo. El nuevo largo dirigido por Rispau (El turno nocturno) transmite tensión desde la primera escena, con ese hombre transformándose en una maquina asesina con claras referencias a Oldboy (2013), Kill Bill: Vol. 1 (2004), y la nacional La búsqueda (1985), pero también a todo el cine oriental con la venganza como tema y motor narrativo. El realizador va tejiendo lentamente la progresión, con énfasis en el protagonista y cómo atravesó su periplo hasta llegar una vez más a la ciudad para eliminar a aquellos que cambiaron drásticamente su vida de un día para otro. Filmada magistralmente, con inserts y multiplicidad de texturas, y una banda sonora que apela a la emoción y la sorpresa, Blanco o negro es una lograda muestra de cine de género realizada por un director que sabe y conoce de aquello que está hablando. La narración en off, escogida durante la primera etapa del film, en la que conocemos la historias de Adrián, su pasado, su dolor, y luego su transformación física y psicológica, refuerzan el sentido de una película que potencia su propuesta visual en cada escena. Como un habilidoso artesano, Matías Rispau juega con las imágenes, y encuentra en la posibilidad de la referencia, la conexión necesaria para poder avanzar en la narración y, de alguna manera,“linkearla" con la historia del cine. En una escena que transcurre en un bar de mala muerte el protagonista se topa con varios de sus, y justamente allí el director decide homenajear a Quentin Tarantino en la ya clásica escena del restaurante de Kill Bill: Vol. 1, cambiando el color de las imágenes para realizar la masacre que quiere contar. Y en esos pequeños guiños, pero también en la sumatoria de los mismos, es en donde la película se posiciona como un exponente del cine hecho por cinéfilos, logrando una espesura visual y narrativa más allá de cualquier blanco o laguna que se percibe a lo largo de su metraje.
La búsqueda En Memoria de la sangre (2017), Marcelo Charras (La Paz en Buenos Aires, Maytland), desanda el camino de una pesquisa épica tras los pasos de Jacques De Mahieu, un refugiado nazi que vivió en Argentina y que forjó un halo de misterio acerca de su relación con la cultura y los libros, entre ellos uno mítico que se ha transformado en una leyenda urbana por mucho tiempo. En esa búsqueda el “rastreador” va entrevistando a libreros, a los hijos de De Mahieu, y se topa con archivos audiovisuales, y con el mito que va creciendo, envuelto en palabras, en promesas de encontrar la perla que necesita, en elucubraciones y suposiciones. “A la masa se la mueve más fácil con el mito que con la cultura” dice alguien por ahí, al pasar, casi imperceptiblemente, y Charras, hábil potencia a partir de allí su historia para confirmar que no solo para la sociedad los mitos son elementos vitales para lograr cohesión, sentido, cultura, identidad, sino, también, para configurar la historia pasada como fuente de saber para el futuro. Al avanzar en la búsqueda, la pesquisa se transforma en tedio, y el rastreador se coloca delante de cámara quebrando justamente la neutralidad que se venía logrando. Allí donde el documental comienza a desdibujarse, a mostrar sus artificios, es en donde Memoria de la sangre termina por evadir su origen y a transformarse en otra cosa, hasta un hecho que puede cambiar una vez más el destino de la propuesta. Porque cuando los hijos del mito empiezan a cuestionar su objetividad y tal vez, también, la exposición que se hará sobre su vínculo con el nazismo, la película comienza a generar en el espectador la inevitable necesidad que la tarea emprendida se cumpla. La película habla así de cuerpos ausentes y presentes, de libros, de la sangre como mito fundacional de sentido dentro de la cultura, transformando una experiencia individual de rastreo en algo colectivo y único. Por momentos el excesivo ruido que la banda sonora lleva a la pantalla hace perder de vista el trabajo de Charras, y en algunos momentos también el poner a todos delante de la cámara, en poco específicos diálogos, que hacen que se distorsione el sentido original de la propuesta. Así y todo Memoria de la sangre no sólo habla de un libro perdido, o de un refugiado nazi, sino que propone una mirada lúcida sobre la inconsistencia de la memoria, de los espacios de saber, y de la erudición como mero catálogo de conocimiento perdido en la sociedad. Desde que el rastreador entra en conocimiento de la verdadera existencia del libro buscado, todo se transforma, y la incertidumbre termina por ser una verdad en la que ya no importa tanto el seducir a aquellos que necesita para llegar al objetivo, sino, al contrario, termina por posicionar la pesquisa en una ruta viable para el mito y su entorno.
Rey de ladrones (King of thieves, 2017), de James Marsh, la tercera versión que llega a la pantalla sobre el robo que conmocionó a la opinión pública inglesa y que tuvo a personas “mayores” como protagonistas, es una propuesta que deambula entre el intento de innovar y la imposibilidad de hacerlo. En el último tiempo el cine de “ladrones” se revitalizó gracias a la incorporación de grandes figuras que, en otros tiempos, protagonizaron referentes del género y han permanecido como estandartes de un cine de entretenimiento de “calidad”. También ha encontrado en un caso en particular, el robo a unos depósitos llamados Hatton Garden, la tela para producir películas comerciales, que han pasado al olvido rápidamente, por no tomar en serio aquello que contaban. El caso que sorprendió a todos contó con estos ancianos que dotaron de “calidad” -por decirlo de alguna manera- a la metodología implementada para robar, planificando con tiempo y sigilo cada movimiento, configurando un plan que en apariencia sería infalible y que recordaba a sus años mozos en la delincuencia. En esta oportunidad Michael Caine será Brian Reader, el encargado de reclutar a compañeros de larga data para llevar a cabo la difícil misión de inmiscuirse en el lugar sin levantar sospechas y llevándose un importante botín, el cual sería compartido en partes iguales hasta claro está, que de la teoría a la práctica todo se complique y confunda. Acá, a diferencia de sus predecesoras, el humor será el motor impulsor de una película que transita el policial y el subgénero de robos sin importarle transgredir sus cimientos, prefiriendo acercarse a la sitcom por momentos, debilitando su trama y dejando de lado rápidamente, su origen. El elenco, encabezado por Caine, con su eterno carisma pero con figuras de la talla y nombre de Ray Winstone, Jim Broadbent, Tom Courtenay, Paul Whitehouse, Michael Gambon, más Charlie Cox, cumple con lo esperado, pero se nota en las interpretaciones la exigencia de sobresalir y echar aire a una película que podría haber sido mucho mejor que lo que finalmente es, recorriendo sin originalidad la trama. James Marsh elige narrar este cuento de una manera bastante tradicional, y aquello que en un principio parecía novedoso, ni siquiera en el tema del robo puede levantar alguna diferencia para mantener en vilo al espectador ni la tensión in crescendo para continuar con el visionado. Rey de ladrones traiciona su origen y termina ofreciendo un espectáculo que por lo convencional de la puesta, diálogos que escapan de las leyes de género y una mirada algo maniquea sobre los hechos que presenta, subraya más las carencias de la propuesta que sus virtudes. En la chatura de su progresión dramática, en la débil presentación de los personajes y en la lábil diferencia con sus dos versiones anteriores, Rey de ladrones, termina por perder la oportunidad de convertir a Michael Caine en el héroe que la película necesitaba, transformándolo sólo en un líder confundido de otros confundidos, con achaques de la edad, problemas para caminar y que sólo por su estirpe de ladrones con códigos, terminan por llevar adelante una tarea para la que ya ninguno estaba preparado.