Gran regreso de Adrián Caetano al cine con una película que recupera cierto espíritu de western para el cine argentino y también establece un paradigma particular para el espectador. La vuelta del hijo a un pueblo tras la muerte de su padre, es sólo el puntapié inicial para desnudar las miserias de aquellos que desean sacar una tajada de la paupérrima herencia. Un hombre que maneja los destinos de todos (Leonardo Sbaraglia), una mujer presa de sus circunstancias (Angela Molina), un joven perdido en negocios turbios (Alian Devetiac), y ese hijo (Daniel Hendler), pátetico, que cree que puede cumplir sus sueños reuniendo el dinero necesario, vendiendo todo lo que encuentra a su paso. El refrán “pueblo chico, infierno grande” llevado a la última instancia, en esta película que busca en la Argentina profunda el escenario para hablar de las miserias, las injusticias, la vida, la muerte, los lazos familiares y todo aquello que nos posiciona como individuos.
Fallida ópera prima de Fernán Mirás, otro de los actores populares que se pone detrás de cámara para dirigir y coprotagonizar “El Peso de la Ley” (2017), una propuesta que estética e ideológicamente atrasa muchos años en la producción nacional. Con una escena inicial bastante complicada, el director comenzará a desandar los pasos de Gloria (Paola Barrientos) una abogada con espíritu aguerrido y una vocación por defender a los desprotegidos creciente, pero que con el correr de los años se terminó por transformar en una rata de oficina que no sale a ver el sol más que si necesita ir a buscar algún expediente a otro edificio. Cuando un día un caso llega a sus manos, con la particularidad de estar firmado por una ex profesora suya que admiraba (María Onetto), la mujer decide poner manos a la obra y profundizar en la información que indica la foja y media que terminó por condenar a un hombre tras las rejas. De esa abulia y aburrimiento profesional, Gloria, termina por reencontrarse consigo misma y comenzará a avanzar en el caso, el que, sin saberlo, posee un detrás interesante en el que está involucrado un pueblo. La corrupción, la mentira, el engaño, son parte del caso, por lo que la abogada deberá comenzar a desandar los días del acusado, y también de la víctima (Mirás), mientras lucha con el juez que lleva la causa (Darío Grandinetti) y la fiscal que no es otra que la profesora anteriormente mencionada (Onetto). A estos cuatro personajes, además, se les sumará una serie de secundarios que configurarán el cuerpo necesario para que la narración avance y sume conflictos a la misma, todo registrado con una cámara que acompaña, pero que también busca algún vuelo, principalmente en tomas aéreas. La banda sonora, una melodía costumbrista interpretada en piano, taladra los tímpanos del espectador, el que deberá conformarse con diálogos poco felices sobre aspectos que hoy en día, gracias a Dios, la sociedad ya ha podido transformar y aceptar. “El peso de la Ley” busca desnudar el back de la justicia, sin repetir fórmulas o estereotipos de producciones extranjeras en las que un abogado/a posee el mismo glamour que un modelo de portada de revista. Barrientos compone su personaje con solidez, aún con algunos trazos gruesos marcados por un guion que no encuentra el tono ideal para que la verosimilitud del cuento aparezca, y por ende, la consolidación del relato como tal. El resto del elenco acompaña, como puede, algunos con muchos manierismos ya vistos en infinidad de oportunidades (Grandinetti) y otros en roles incómodos, por lo que terminan de construir su actuación desde un lugar casi bizarro (Onetto). Así y todo, por momentos, “El peso de la Ley” puede superar obstáculos que su propia forma le impone, con un formato cuasi televisivo, tal vez, heredado de la vasta experiencia del director en ese tipo de soporte. Al no decidir por un tono en particular, o la comedia, o el drama, las idas y venidas del registro resienten la historia de una película, que lamentablemente tenía mucho para crecer, pero que prefirió quedarse en una zona de confort sin apegarse a algunas reglas del género.
Brillante documental de José Luis Guerín “La Academia de las Musas” (2015), una película en la que se bucea y reflexiona sobre la idea del amor en todas sus variantes. Con la excusa de registrar el trabajo de un profesor, Raffaele Pinto, en un grupo cerrado de estudio sobre Dante, el director propone un juego en el que la expectación es tan sólo el punto de partida para configurar sentido. Técnica y visualmente rústica, con algunos audios y tomas bastante precarias, “La Academia de las Musas” no está tanto en la forma del documental, al contrario, su verdadero y mejor hallazgo, es en transitar cómo los personajes rodean al profesor mientras avanza en algunas definiciones potentes y lúcidas sobre el amor y otras cuestiones. Pinto es un seductor nato, y a pesar de su calvicie y edad, consigue que cada una de sus alumnas quiera estar con él, es un poco eso de la proyección y del saber que suman, y esto aún sabiendo que está casado y comprometido con una mujer que triplica en edad a cada una de ellas. Pinto debate con los alumnos, los llena de conceptos para que, de alguna manera, en ese ofrecer puedan construirse ideas sólidas no sólo sobre Dante, sino que el material de estudio, es sólo el impulsor de reflexiones y conceptos para que saquen sus propias conclusiones sobre la literatura, el romance, la pasión, etc. Guerin se corre del virtuosismo que en otras oportunidades ha demostrado, para ofrecer un registro duro de las charlas, de los viajes, y principalmente de las confrontaciones que Pinto tiene con el mundo. En ese choque, en ese debatir, “La Academia de las Musas” va construyendo un camino en el que la empatía con los personajes es inevitable, y en el que además somos invitados como testigos de aquello que tal vez no querríamos saber. Y tras una discusión con su mujer, Pinto avanza en una aventura con una alumna, y entre esa primera impresión del docente, y luego su resurgimiento como Casanova, la construcción narrativa permite que se diluyan ciertas incomodidades. La docencia, las musas, la inspiración, todo dispara puntos hacia lugares insospechados, todo es fuente de documento y de debate, en la intimidad en la Universidad, en la montaña, en el campo, la cámara acompaña a Pinto y sus musas. La habilidad de Guerín es la de poder luego, dar sentido a las imágenes, escogiendo escenas claves que terminan por configurarlo a Pinto como el gran pensador que es, más allá de cualquier capricho que tenga. “La Academia de las Musas” es una película que envuelve, que suma, que interpela, que se arriesga y que trabaja por zonas que rozan el límite entre la ficción y el documental, haciendo justamente de esto, su principal virtud.
Sin nafta De series emblemáticas si las hay, el caso de CHIPS, que tuvo seis temporadas y una legión de seguidores en todo el mundo, se esperaba hace mucho tiempo una película. Y así como ya pasó con Starsky & Hutch, El Santo, Los Ángeles de Charlie y otras, el programa que seguía a dos policías motorizados en California, llamados Poncharello y Jon (Erik Estrada y Larry Wilcox, respectivamente), merecía una adaptación en pantalla, aún sabiendo que algunas cuestiones ideológicas y de tono del original iban a quedar viejas. CHIPS: Patrulla motorizada recargada (CHIPS, 2017) protagonizada y dirigida por Dax Shepard, lamentablemente no está a la altura, tomando sólo el nombre y el uniforme tan característico de los personajes de la serie y construyendo una sucesión sin sentido de gags y escenas de acción, que resienten no solo la propuesta que trae, sino que, principalmente, le es poco fiel al programa en el cual se inspira. Dax Shepard es Jon, acá presentado como un ex competidor de motocicleta que vive desnudo, drogado y aquejado por los dolores que sus 23 operaciones le siguen cobrando por cada pirueta que hizo en el aire en exhibiciones. Ridiculizado, exagerado, una serie de chistes relacionados a su cuerpo, su pene, el contacto con otros hombres, atrasan el discurso sobre la amistad entre hombres y el espíritu de buddy movie que se quiere presentar. Por otro lado estará Michael Peña como Castillo, un agente del FBI que se infiltra en la patrulla motorizada para descubrir una banda de policías que asalta camiones blindados, y al ingresar, le pondrán como compañero al inexperto, y por cierto inútil Jon. Entre ambos desandarán los caminos de los otros policías, luchando contra sus propios miedos y fantasmas, pero también contra sus propias ambiciones y vicios. Poncharello (Michael Peña), la identidad que asume dentro del cuerpo de policías motorizados, será representado como un adicto al sexo, mujer que pasa a su lado se convertirá en su próxima víctima, aun sabiendo que ese contacto irrestricto le traerá más problemas que beneficios. El film transita con un gran despliegue visual -cámaras instaladas en los manubrios de los vehículos, efectos especiales y explosiones y persecuciones por doquier-, cierto espíritu de la serie en cuanto a algunos zooms desprolijos para resaltar alguna escena, ó, la música característica del envío. Pero con eso solo no alcanza. El débil guion de Paul Kaplan y Mark Torgove, con amplia tarayectoria en la televisión, no logra alcanzar el mínimo indispensable para mantener en vilo a la audiencia y generar interés en lo que se cuenta, como tampoco la inexperiencia de Shepard detrás de cámara. Ni siquiera las participaciones secundarias de actores como Vincent D'Onofrio (villano de turno), Kristen Bell o Adam Brody, logran remontar una anodina e irrefrenable apología a los malos hábitos, la escatología, el sexo, que podría haber funcionado si se la enmarcaba en un contexto propicio para las bromas y el humor. Pero por el momento el film se pone serio, se oscurece, y algunos destellos de luminosidad y color que se desprendían, terminan por enrarecer las atmósferas presentadas y el sinsentido acumulado. CHIPS: Patrulla motorizada recargada desaprovecha cada una de las oportunidades que tenía, configurando un espacio que genera risa no por los gags o el slapstick que incluye, sino por su anacrónica y poco original propuesta, una verdadera falta de respeto para la serie en la cual se inspira y un insulto para aquellos que se acercan por primera vez a este universo.
Poco cine llega de Finlandia a Argentina, y en esta oportunidad, una producción hablada en inglés, francés y finlandés, de 2015, intenta acercarnos un costado no muchas veces mostrado de esa filmografía. La historia de amor instantánea de dos extraños (Mikko Nousiainien, Marie Jossie- Croze) que deciden pasar una noche juntos, pero que luego, por el destino, y el cierre de los aeropuertos, deberán compartir más tiempo, termina por generar el material para que el director Mikko Kuparinen revisite este tipo de relatos, ya trabajados en propuestas como la trilogía de Richard Lynklater. La solidez de las actuaciones, la belleza de algunos espacios, y el constante deambular de la cámara, mientras los protagonistas se aman, se pelean, se gritan, se vuelven a encontrar, hacen de “Dos Noches Hasta Mañana”, un gran relato.
Maria Sole Tognazzi acerca una propuesta sobre el amor de dos mujeres (Sabrina Ferili, Margherita Buy) que tienen muchas más diferencias que cosas en común a la hora de presentarse a la sociedad como pareja. El choque entre el liberalismo de una, y el ostracismo y reserva de la otra, configura un relato lineal sobre las elecciones y la pasión. El principal problema del film es que no se ve química entre las protagonistas, y mucho menos la pasión y el amor que debería existir entre ellas. Así, “Entre Nosotras” pierde interés rápidamente por sus protagonistas, y eso repercute en el espectador.
Durmiendo con el enemigo Un impasse en la producción de películas aún no determina al “enemigo”, debatiéndose si serán mexicanos, latinos, rusos, chinos -o quien sabe quién- el nuevo foco del odio y racismo fílmico propagandístico de la era Trump. Mientras tanto Hollywood vé nuevamente en el espacio y los “marcianos” la amenaza latente. Es así como una propuesta como Life: Vida Inteligente (Life, 2017) reaviva la pasión por películas en las que el infinito y el más allá, enmarcan un relato en el que el profesionalismo de los protagonistas, una serie de científicos y astronautas, está acosado por un ente extraño al grupo, que diezma el lugar en que se encuentran, sin posibilidad de escapatoria. El director Daniel Espinosa es el encargado de conducir los destinos de la Estación Espacial Internacional en la que seis pasajeros de diferentes orígenes, interpretados por Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada, Ariyon Bakare y Olga Dihovichnaya, ven cómo su suerte cambia de un momento al otro al “despertar” Calvin, un organismo “marciano” al que logran dar vida dentro de la nave e intenta apoderarse de la embarcación de manera sangrienta. El guion de Rhett Reese y Paul Wernick posee todos los lugares comunes del género, aquel que se apoyó en Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) para sentar las bases, traduciéndose en una película con un relato de manual clásico y en el que la tensión va in crescendo a medida que los minutos pasan, pero también la desesperación por encontrar una solución a la invasión de la nave y las muertes que comienzan a sucederse, que marcan el ritmo del relato. Si bien, el estereotipo de los personajes suma aún más convencionalismos a la historia, justamente éstos también son los que generan el placer por el género en el espectador. Uno que arriesga todo sin pensarlo, la voz de la conciencia, la capitana que dejará todo antes que su tripulación muera, el sigilo y la concentración de una mujer que ante los hechos que comienzan a sucederse prefiere esperar y defender la nave y la misión por encima de todas las cosa, son sólo algunos de los actantes de esta tragedia. Y aún en sus convencionalismos y clichés, y gracias a la espectacularidad de las imágenes, Life: Vida Inteligente va convenciendo de su verosímil inverosímil, para lograr mantener, durante algo más de hora y media, la expectación sobre los hechos que suceden en la pantalla sin evitar mostrarse igual a muchas otras propuestas. El despliegue visual suma como así también la verdad en las actuaciones, principalmente de Gyllenhaal y Ferguson, los encargados de llevar adelante el relato en su mayor parte. Espinosa hábilmente va brindando en pequeñas dosis, los desencadenantes de la acción, que aun sabiendo los pasos que continuarán de antemano, el nuevo acercamiento permite que los efectos visuales y una banda sonora impactante, refuercen las ideas principales de pérdida y búsqueda que apuntalan la película, y que en una primera etapa el director presenta personajes, uno a uno, con sus vínculos en la tierra, sus pasiones, sus dolores, su figura moral, mientras que en la segunda etapa el escape tendrá su protagonismo excluyente. Se puede criticar cierta mano blanda con algunas figuras centrales, pero también es verdad que para que el relato funcione eso es necesario y en el fondo un dato menor, porque no importa ya si el discurso pro yanqui se cuela en cada escena, al contrario, lo que importa es que esa inmensidad que enmarca la historia termine, de alguna manera, por expulsar al otro y sumar en tensión, conflictos y detalles para que el espectador continúe atado a la butaca queriendo conocer la resolución de la historia.
Revisitando bestias A la hora de aggiornar el clásico animado de los años noventa de Disney, La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 2017), busca respetar la propuesta que posicionó a los dibujos como negocio, y además suma en esta oportunidad un logro para el género: Le Fou (Josh Gad), el primer personaje abiertamente gay en la historia de los estudios. Bill Condon (Mr. Holmes) potencia su predecesora con canciones y diseños visuales que sirven para reinventar el universo creado por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, convocando a un elenco encabezado por Emma Watson, Kevin Kline, Ewan McGregor, Luke Evans, Emma Thompson e Ian McKellen entre otros, para una historia de amor entre una joven y una bestia con un espíritu lúdico y dinámico, clave para encontrar nuevos espectadores. Bella (Emma Watson), vive en una humilde casa junto a su padre Maurice (Kevin Kline). Arreglándose como pueden para llegar a fin de mes, un día, el déspota Gaston (Luke Evans), quien quiere entablar una relación con la joven, ve como su suerte cambia por las vueltas del destino. Maurice se pierde en el bosque, y termina en un misterioso palacio lúgubre y sombrío habitado por seres particulares. Antes de entrar, corta una rosa del jardín para su hija y es sorprendido por una Bestia con aspecto humano que lo encierra en un calabozo como castigo. Bella, descubre qué pasó con su padre y elige cambiar su lugar en la prisión para que él pueda volver a la aldea y conseguir ayuda para los dos. Pero Gaston le tiende una trampa, y lo hace pasar por loco delante de todos los habitantes del pueblo. Asumiendo además que Bella nunca querrá estar con él sentimentalmente, Gaston prefiere dejarla a merced de su propio destino, aún sabiendo la pasión que posee por ella. Bill Condon relata toda esta etapa con virtuosismo, privilegiando los paneos y travellings que envuelven a los artistas para lucir el diseño de producción. Luego, en la segunda parte se detiene en la relación de Bella y Bestia a partir de la transformación de ambos. Ya encarcelada y cumpliendo la función casi de sirvienta, Bella comienza a relacionarse con la Bestia de a poco, y también con los habitantes del castillo, una serie de objetos que cobraron vida por un misterioso maleficio que aqueja al hombre monstruo. Sólo al conocer a su verdadero amor, y sellar ese encuentro con un beso, es que Bestia dejará de ser Bestia, mientras que los objetos volverían a ser las personas que solían ser y no los meros útiles animados en que los convirtieron. El director reposa su mirada en la diferencia de clases, en el esfuerzo del padre de Bella por ofrecerle lo mejor para que ella pueda ser alguien en la vida, y también en el hombre atrapado en el cuerpo de un animal que intenta llevar adelante sus días esperando que el hechizo se termine y encontrar compañía, la que claramente, encontrará en Bella. Todo llevado con simpleza narrativa y con la ideología Disney de ideales, metas y perfección. El elenco está a la altura de la propuesta, destacándose Emma Watson como una especia de “novicia rebelde” (de hecho hay una escena casi calcada de esa película), ingenua, apasionada por su padre y sus tareas, y que en el encuentro del verdadero amor no sólo podrá liberarse de sus trabas, sino que principalmente, podrá ayudar a una bestia a volver a ser aquel hombre que solía ser y vivir felices por siempre. La nueva versión intenta incorporar los números musicales, claves en este tipo de relatos de fantasía, de manera natural, para que los amantes del género puedan disfrutar una vez más esta clásica historia, con un guion hábil y entretenido, algunos clichés y estereotipos y mucho gag, llevando a otro plano la transposición de soporte y género en una propuesta totalmente diferente del clásico animado.
Manuel Menchón debuta como realizador de ficción con una película biográfica sobre Miguel de Unamuno y su llegada a Puerto de Cabras para exiliarse. Narrada de manera lineal y simple, con poco virtuosismo y despliegue, el filme se divide en dos instancias temáticas, la prohibición y el amor. Sobre el primer ítem no se potencia el verosímil necesario para generar empatía con el personaje, mientras que sobre el segundo, la lograda interpretación de Ana Celentano permite elevar la propuesta, aún resintiendo la visualización de los otros actores. “La Isla del Viento” es un melodrama con una factura impecable, pero que en el anodino seguimiento de los acontecimientos narrados, no logra superar su carácter clásico, despojado de manierismos y con mucha impronta seudo televisiva.
Finalmente llega a los cines argentinos la última película de Paco León “Kiki: El amor se hace” (España, 2016), primer film del realizador que se estrena comercialmente en salas, una propuesta diferente que aborda la sexualidad de un grupo de personas sin ningún prejuicio. Tras las personalísimas “Carmina” y “Carmina o revienta”, el director adapta una película sueca oscura y moralmente compleja a su universo, pero para construir un catálogo de pasiones y filias de personas que no saben cómo relacionarse con los demás. Desde los títulos León revoluciona, con esa pareja batallándose en la cama mientras imágenes de animales se incorporan a los planos. Todo es dinámico, todo es colorido, así presenta “Kiki: El amor se hace” sus ideas, para involucrar al espectador en la temática desde el momento inicial. Hacer el “kiki” en España es hacer el amor, y León, verborrágico, transgresor, le pone ya en el título esa palabra para provocar, para que el espectador sepa que va a asistir e ingresar en su mundo, un mundo en el que no hay límites ni prejuicios, y en donde naturalmente esas pasiones o filias con las que encuentran placer. Una pareja que quiere perpetuarse incorporando a una tercera, un hombre que sólo puede excitarse con su mujer dormida, otra que se apasiona por las telas, una que en el arrebato le llega el placer y la última que sólo si alguien llora le pasa algo. Ese catálogo es presentado narrativamente de manera alternativa, la estructura episódica va y viene con cada relato, configurando un gran relato que finaliza con un baile final a lo Hollywood para unificar todo. Y ojo que esto no es un spoiler, al contrario, es mencionado el hecho para enfatizar el carácter de celebración que se presenta en todo el film, una propuesta que no juzga, que muestra y que involucra en cada una de sus historias. Y cuando uno conecta con una, la habilidad del guion es enviarnos a otra, en la que también rápidamente uno genera feedback, porque en ese ida y vuelta se va comprendiendo que aquello que el director quiere narrar es la posibilidad de amar desde otros lugares, no convencionales y en los que no hay espacio para la incomodidad, al contrario. Hay gags, hay situaciones dignas de una sitcom, porque en el fondo desde el humor es que el director también desea que los actores puedan disfrutar de la historia, y en eso de ver la alegría transmitida desde sus actuaciones, todo el combo de la película cierra aún más. Al igual que “Esa Sensación”, de Juan Cavestany, Julián Génisson, Pablo Hernando vista en el pasado BAFICI, el cine español sale de los cánones clásicos y se apasiona por historias de amor que involucran otros tipos de posibilidades de amar, y desde ese lugar, con respeto, sin estereotipos, con ingenio y disfrute, con vanguardia y con eclecticismo, con aciertos y algunos traspiés (imperceptibles) es desde donde la propuesta se puede apreciar y contextualizar, evitando que el prejuicio cercene las posibilidades expresivas del cine y sus historias.