Humor, ironía, originalidad, y un guion con diálogos que recuperan cierto tono que deambula entre Tarantino y los hermanos Cohen, hacen de esta película una de las sorpresas cinematográficas de la temporada. Los detalles y el desarrollo de los acontecimientos hacen que una venganza termine en una cacería sangrienta en la que nada ni nadie es realmente quien dice ser. Liam Neeson una vez más a la altura de una historia diferente para su larga tanda de películas de acción.
Comedia dramática en la que una simple anécdota, como puede ser la de un hombre que decide decirle a su mujer cuándo le será infiel, dispara una reflexión sobre la política en Brasil y el mundo, y también sobre el caldo de cultivo precedente para que un presidente como Bolsonaro llegara al poder. Humor, costumbrismo, y detalles sobre la idiosincrasia del país vecino, componen un dispar relato, que quiere mostrarse transgresor y libre, con personajes muy pacatos, y cuya mayor virtud es la reflexión sobre el poder y los vínculos que hace.
Cuando aún hoy personas se preguntan el porqué de la radicalización de la lucha feminista en la sociedad, películas como esta vienen a dar el testimonio concreto sobre aquello que aún debe modificarse para poder hablar de igualdad. Mientras existan sociedades en las que los matrimonios arreglados sean una parte importante de ellas, todo seguirá tan mal, o peor, como hasta ahora.
Dejando de lado el carisma y la lograda composición del pequeño protagonista del relato, esta propuesta no hace otra cosa que revalidar un tipo de cine que atrapa audiencias regodeándose en la miseria de pueblos periféricos. Aquello que comenzó tímidamente con películas “testimoniales” llega a su exacerbación en un film que arranca con un siniestro vuelo imperial de dron para contextualizar lo incontextualizable, el dolor de un menor por luchar por sus ideales a pesar de la suerte que le tocó en la vida.
En tiempos en donde el género es cuestionado desde una derecha cada vez más radicalizada, la lucha de este grupo de chicas trans que han sabido dirigir sus destinos más allá de los límites y exclusiones que la sociedad les imponía, exige un atento visionado para comprender que aún hoy en día es difícil ser lo que el corazón y los sentimientos dictan. Un relato simple y directo que atrapa por el relato crudo, en primera persona, de las protagonistas.
Mientras termina de ultimar detalles del lanzamiento de la saga Avatar, James Cameron (productor) se une a Robert Rodríguez (director) para adaptar el manga Gunmm, de Yukito Kishiro, en Battle Angel: La última guerrera (Alita: Battle Angel, 2019), una distopía de alto impacto visual que recupera la épica lucha entre el bien y el mal en un submundo dominado por ciborgs y maquinarias. Una joven robot que debe asumir el desafío de conocer y conocerse en un universo plagado de villanos y especulaciones, de control y de sumisión, en una potente apuesta que no hace otra cosa que recuperar el mito de Frankenstein encarnado en Alita (Rosa Salazar), la niña que el doctor Dyson Ido (Christoph Waltz) rescata de un basurero y transforma en una poderosa guerrera. Acuciado por deudas, Ido asumirá el riesgo de encontrar al asesino de un grupo de mujeres y en el intento revelará a Alita un costado que desconoce, por lo que la joven decidirá asumir un rol en el juego entre el bien y el mal. Así, entre la ternura del descubrimiento (escenas que la asemejan a E.T. El extraterrestre), y la aguerrida luchadora posterior, Rodríguez lee el manga original y lo reversiona sumando una mirada escéptica sobre el poder en directa sintonía con la era Trump. Pero de a poco Battle Angel: La última guerrera comienza a dejar de lado premisas iniciales (de los femicidios del arranque nada más sabremos) y tiende un manto de oscuridad en lo poco luminoso que tenía esta fábula cyberpunk. La pregunta que se desprende, de éste, y otras propuestas recientes, es el saber por qué en el último tiempo la ciencia ficción ha perdido su posibilidad de crear historias aspiracionales, en donde el futuro puede llegar a ser un espacio mejor y no un mero lugar de destrucción. Aquello que en un primer momento se mostraba como una historia de lucha para triunfar sobre el mal, comienza a dejar espacio a cierto culebrón al momento que Alita empieza a sentir deseo sobre Hugo (Keean Johnson), un joven que la ayudará a llegar a buen puerto, que impregna el relato de una sensibilidad innecesaria. Battle Angel: La última guerrera se destaca cuando se libera de estructuras y juega, presentando ese sangriento deporte llamado Motorball (cualquier similitud con Rollerball es casual), planteando luchas dentro de un enorme videogame, o cuando Alita debe enfrentarse con los villanos de turno. La imaginación está puesta en la creación de cyborgs, poderosos monstruos, o simplemente el poder encarnado en alguna figura, puntos interesantes de la narración pero que pierden fuerza al ralentizar una historia vista con anterioridad y cuyo logro más importante es contar con un cast, que incluye a figuras como Jennifer Connelly y Mahershala Ali, que se anima a entrar a la historia sin impedir que la pirotecnia los aleje de sus personajes.
Dicen que segundas partes no son buenas, y esta nueva entrega del loop eterno de Tree (Jessica Rothe) por más vuelta de tuerca que se quiera imponer se termina perdiendo la ironía de la original sumando una misteriosa máquina, fantasmas del pasado de la protagonista y no mucho más. Hay humor, muertes, pero cuando se pone seria la película pierde vuelo, quedando en el espectador las ganas de volver a ver la primera entrega, mucho más simple, directa y original.
¿Cómo se pude filmar la devoción? Lía Dansker ha decidido hacerlo con travellings y testimonios en off de aquellos que todos los ocho de enero se acercan al santuario del santo pagano Antonio Gil, más conocido como “el gauchito Gil”. Cada imagen revela una apuesta por distanciarse en parte desde la asincronía del sonido. Y tal vez esa búsqueda es el principal inconveniente de este documental que en la reiteración del recurso termina cansando, pero no por eso le resta méritos como testimonio.
Son pocas las comedias románticas locales, y mucho menos las road movies, Federico Sosa reúne esos dos universos en esta historia de amor entre dos que aparentemente no se aman y deben cumplir un objetivo. Un arranque potente y las logradas interpretaciones de Paula Reca y Andrés Ciavaglia refuerzan una narración diferente en el panorama local.
Hay algo que no funciona en la propuesta, porque arrancando con una voz en off que relata la vida de Nardo (Manuel Vicente), el sereno de un garaje, y las reflexiones sobre clases sociales, rutinas y aspiraciones, se termina por constituir un relato que pierde vuelo y potencia.