Con la espada y la palabra Un Daniel Day-Lewis estupendo compone al ex presidente. La palabra pesa aquí más que la imagen, algo poco o nunca visto con tanta gravitación en la disímil filmografía del director de ET y La lista de Schidler. Lincoln, estadista pero también pragmático, fue un político de raza. Un abogado capaz de encontrar cualquier doblez para alcanzar el propósito buscado, deba ser sutil o arbitrario, jugar a dos puntas, ser un gran orador, envolver a su audiencia, escuchar al pueblo y hacer alguna pequeña o gran trampa para obtener su objetivo mayor: unir a la nación dividida en la Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, y lograr lo imposible: la famosa Enmienda 13 a la Constitución de su país, aboliendo la esclavitud, en 1865. No es nuevo: Spielberg ha sabido ser patriota -en Rescatando al soldado Ryan- y tomar el tema de la esclavitud, con El color púrpura, su primer filme serio, y Amistad. El guión nos revela a un Lincoln lejos de la edición Billiken y más humano, en su relación con su gabinete y con su familia. Spielberg presenta a Lincoln de casa al trabajo y del trabajo a casa. El secretario de estado William Seward (David Strathairn) le avisa: o termina la guerra o se deroga la esclavitud. Una cosa o la otra. Lincoln quiere todo. ¿Es ésta una película de Spielberg? Sí, por su nervio, su generación de suspenso, pero como sucede en las películas que protagoniza, es una película de Daniel Day-Lewis. El londinense se fagocita todo lo que lo circunda -actuaciones, guión- hasta apropiarse por entero de la pantalla. Dirigir a Day-Lewis es un riesgo para los directores. Puede hacer pesar más su interpretación -o su papel- que el relato mismo. Pero en este retrato de un líder, Spielberg está ante, más que una historia, una manera de relatar diferente en su estilo. Y confió en su intérprete por las características antes marcadas del filme. No lo hubiera llamado para protagonizar Minority Report, ni Indiana Jones. No es un actor alla Spielberg, como Cruise o Ford. La estructura de la película también es extraña a Spielberg. Lincoln es un filme en todo caso interno, de interiores -de la Casa Blanca-, de diálogos y monólogos o soliloquios, sin dejar espacio a la espectacularidad ni los efectos especiales con los que Spielberg se pudo tentar y que apenas utiliza en las escasas escenas de guerra. Están Lincoln con su familia, o con el Gabinete, y los debates en el Congreso, y como nexo un trío de lobbistas que harán lo necesario -dar empleo, facilitar cosas, sea lo que sea- para conseguir esos votos esquivos. La cámara va de un núcleo narrativo a otro, pero siempre el mayor atractivo -no importa el suspenso en cada debate parlamentario- surge cuando emerge Lincoln. Spielberg lo puede mostrar dialogando con empleados, deambulando por una Casa Blanca nocturnal, a solas, casi como un fantasma. O hacerlo contar anécdotas y comprarse a su audiencia. La iluminación es de tonos ocres, reforzando los interiores, pero ni la fotografía. ni la música de John Williams emergen sobre el resto. Si hay algo que Spielberg nunca ha podido mejorar es la construcción de sus personajes -son de una sola coloratura, no tienen ambigüedades- y la posterior dirección de sus actores. Eso que le viene de maravillas en el cine de acción, en un drama como éste no le iba a jugar a favor. Y si se observa a los personajes que encarnan Tommy Lee Jones, Sally Field y James Spader, notarán que así como se los presenta en su primera toma, seguirán a lo largo del metraje. Podrán actuarlos de manera soberbia, pero sus personajes son unívocos, a excepción del Lincoln de Day-Lewis.
Ni olvido ni perdón La búsqueda, cacería y asesinato del Osama bin Laden, con nervio y polémica. Narrar los diez años que demandó la búsqueda, cacería y asesinato de Osama bin Laden corre con riesgos de todo tipo. Desde ser imparcial o parcial a ser patriotera o quedarse en la denuncia. Kathryn Bigelow, que debe ser la cineasta -el sustantivo no admite diferencia de géneros- más valiente del cine estadounidense, se decidió por encontrarle un lado humano a la historia. Así, La noche más oscura no es un docudrama, pero tampoco una ficción sobre las atrocidades cometidas por los agentes de la CIA que torturaron detenidos para saber dónde se ocultaba el líder de Al Qaeda. Bigelow asegura que lo que cuenta se basa en hechos reales y testimonios verificados, y así como se atreve a mostrar no una sino dos torturas con la técnica del submarino y más, también recurre a un Barack Obama en plena campaña -para su primera presidencia- diciendo que “los Estados Unidos no tolerará la tortura”. La película abre en negro, sólo se escuchan los pedidos de auxilio de quienes sufrieron los atentados aquel 11/9. Lo que sigue es la pesquisa de la CIA, y en particular la que emprende Maya (Jessica Chastain), personaje basado en una agente de Inteligencia que aún hoy se mantiene encubierta, que presencia interrogatorios sin pestañear, y que, obsesiva, dirá “voy a atrapar a quienes fueron los responsables (de un atentado suicida) y luego matar a Bin Laden”. Venganza y justicia. Dos ejes para la vida democrática; uno, el primero, como último motor de la acción; el segundo jamás es mencionado en toda la proyección. La noche más oscura no es una película fácil de digerir para los estadounidenses. Por lo mencionado en el párrafo anterior, porque admitir la práctica de torturas -“programa de detenidos” es el eufemismo utilizado- en un régimen democrático es un certero golpe a la credibilidad. Aquí no hay bandera con estrellas flameando. Esto decididamente no es Hollywood. Lo que sí es, es una historia llena de escenas de suspenso y nervio. Uno ya sabe cómo terminó la misión en Abbottabad, donde estaba la fortaleza en la que se escondía Bin Laden en Pakistán, pero Bigelow se las arregla para crispar los nervios en esa secuencia, en la que alterna cámara en mano y la vista se torna verdosa a través de los lentes de visión nocturna de los soldados especiales. Tremenda, es imposible quedar indiferente a la polémica. Impetuosa, Bigelow es la directora más creativa, inteligente e independiente del cine estadounidense. Se vale de efectos sonoros para dar más realismo a las escenas de acción que tan bien sabe filmar. La secuencia final, rodada con maestría y nervio narrativo, será difícil de olvidar. Jessica Chastain irradia fiereza, compasión, es una figura magnética, la nueva Meryl Streep del firmamento hollywoodense. La confusión moral que se desprende en esa última lágrima son, más que un punto final, puntos suspensivos para que todo el horror y el drama visto durante dos horas y media de tensión, sigan dando vuelta en los pensamientos del espectador. Y difícilmente los suelte.
Tal para cual Bradley Cooper y Jennifer Lawrence llevan adelante el jugoso guión de esta comedia como las del Hollywood de los ‘70 y ‘80. “No puedes estar feliz todo el tiempo” (Un personaje de “El lado luminoso de la vida”) . Es la historia de dos perdedores, contada en tono de comedia ácida y romántica, con diálogos que promueven la risa, pero que están afilados como para herir a cualquiera. Y es la película que puede ser la gran sorpresa en la entrega del Oscar. En la misma senda que las grandes comedias románticas y dramáticas del mejor Hollywood de los ‘70 y ‘80, se disfruta desde la primera toma. Ya se sabe que las desgracias que llegan sin preaviso uno las trata de compensar como puede. Pat (Bradley Cooper) llegó temprano de regreso a su casa, y se encontró con su esposa duchándose, no precisamente sola. Como casi asesina brutalmente al amante, Pat, diagnosticado bipolar, pasa ocho meses en un hospital psiquiátrico, del que sale gracias a su madre (Jacki Weaver). Y ya en casa de sus padres (papá es Robert De Niro), tratará de “buscar combustible en todo lo negativo”. Pat conoce a Tiffany (Jennifer Lawrence), que enviudó de una manera un tanto absurda, y buscó apaciguar su pena teniendo sexo con todos los compañeros (y compañeras) de oficina. Bueno, la echaron. Tal vez no sean tal para cual -la cena en la que se conocen preanuncia lo contrario- pero, de nuevo, lo que llega sin aviso suele impregnar las relaciones para siempre. Pat y Tiffany no se buscaron y se encontraron. El guión es crucial en este tipo de película. Cómo son presentados los personajes es elemental. El sincericidio verbal tiene sus bemoles, y aunque Pat y Tiffany se hablen sin filtro, reconocen que a veces se dicen cosas que no sienten. El, que quedó prendado de su ex, viviendo un sueño imposible, cree que si ella le alcanza una carta a su esposa, todavía tiene esperanzas de reconciliación. Ella necesita un compañero para un concurso de baile. Una mano lava la otra. El asunto es cuánto están dispuestos Pat y Tiffany a enjabonarse y no patinar en el asunto. David O. Russell es lo suficientemente ducho como para pasar, dentro de los límites del mainstream de Hollywood, de la comedia sarcástica y visceral como Tres reyes a un drama familiar como El ganador y ahora a esto. Los protagonistas con algún trastorno psicológico son una fuente de inspiración para Hollywood. Con algo de Mejor… imposible, en El lado luminoso... casi todos tienen algún problemita. Desde la violencia de Pat padre -además de padecer un Trastorno Obsesivo Compulsivo al mirar a los Filadelfia Aguilas por TV, no le dejan acercarse al estadio precisamente por su conducta agresiva- y Pat hijo, la única que parece manejarse con extrema y cuidadosa cordura es la madre. Al final, Pat y Tiffany constatan que no estaban tan locos si se compara con quienes tienen a su alrededor. Es que de eso trata El lado...: de relaciones y comportamientos, de lo que se dice y de lo que se calla, de seguir apostando por lo que se cree aunque se tengan todas las de perder. Hay cosas que no cierran -se banaliza la enfermedad de Pat con la apuesta del final-, pero Russell logra que al brillante elenco que ha elegido le creamos todo. O acaso la escena en que Jennifer Lawrence le grita a De Niro no vale el precio de la entrada, y hasta le puede valer el Oscar.
Cuentos a la moda Adaptación truculenta de la historia de los hermanitos perdidos en el bosque. La onda viene siendo adaptar cuentos de hadas, pero en versión adulta. Aunque viendo los resultados de Espejito, espejito y Blancanieves y el cazador, sobre la princesita y los enanitos, y esta truculenta traslación de los hermanitos abandonados por sus papis en el bosque, más que adulta es una versión adolescente. Producida por MTV, aquí Hansel y Gretel comienzan igual que en el cuentito -por lo del abandono-, pero uno intuye que mamá y papá no los dejan porque no tenían con qué alimentarlos sino por otro motivo. Ya llegará el momento de la explicación en el filme. Mientras, los niños ingresan a la casa de dulces y allí una bruja más fea que verborrágica los tortura, hasta que ellos se liberan y la matan, quemándola viva. Sin que nadie diga chicos, no hagan esto en sus casas, ni que no hay que aceptar dulces de extraños, Hansel y Gretel crecen y con los cuerpos de Jeremy Renner ( Vivir al límite) y Gemma Arterton se convierten en cazarrecompensas -copyright para Quentin Tarantino y su inminente Django sin cadenas- cazando brujas y recuperandos niños raptados. Las brujas son realmente tremebundas, comandadas por Muriel, a quien Famke Janssen interpreta con maquillaje (horrenda) y sin (bella), se sabe que se viene una de apilar cadáveres, destrozando, quemando, clavando, explotando y cualquier verbo de primera declinación que lleve a la muerte de estas hechiceras que -dicen- “vuelan de noche y hacen pacto con el diablo”. Al noruego Tommy Wirkola hay que agradecerle que ruede las secuencias de acción con premura, luego utilice un montaje ríspido y que salte de una escena a otra casi sin mediar puente. De hecho, la película -que dura 88 minutos con créditos finales y todo- es una suma de esas escenas más que una historia con desarrollo. Está el sheriff presuntamente malo (Peter Stormare, que hace de villano esta semana en El último desafío), un troll de animación digital que ayuda a las brujas, pero que en el fondo tiene buen corazón, brujas perversas y alguna buena. Y Hansel dispara un arma ultra moderna mientras Gretel, pantalón de cuero negro ajustadísimo, descarga una ballesta a repetición, ayudados por un “fan”. Y de las brujas no dejan ni miguitas. Igual, hay que reconocer algo: el hecho de que el zurdo Hansel se haya vuelto diabético de tanto comer dulces, es síntoma de haber parado y meditado un segundo. Lástima que no pensaron más.
Hechos y no palabras Arnold Schwarzenegger regresa con un protagónico en un western disfrazado de thriller de acción, con violencia y humor. Cuando a su edad (65) muchos deciden retirarse, y tras haber sido por dos períodos gobernador de California, Arnold Schwarzenegger regresa a un rol protagónico en cine, tras una década de ausencia ( Terminator 3, 2003). Seguro él y/o su agente leyeron varios guiones antes de decidir con cuál volvería al cine de acción, destrozos, tiros, golpes, sangre y alguna cuota de humor. Y fue éste de El último desafío, con equívoco título premonitorio, pero que lo encuentra al austríaco con su mejor cara granítica vistiendo el uniforme de un sheriff que, con unos subordinados no muy duchos, debe detener a un narco que quiere cruzar la frontera hacia México, huyendo del FBI. Arnold nunca fue actor de muchas palabras. Y en su buena época -los años ’80, comienzos de los ’90- supo alternar el cine de acción y la comedia, cosa de que cuando debiera abrir la bocota su pronunciación en inglés -que sigue siendo calamitosa- no lastimara los oídos sino que sirviera para aflojar tensiones. El último desafío es, entonces, un mix. Vestido de thriller de acción, es en verdad un western, con el sheriff Arnold aguardando parapeteado en su pueblito sin parroquianos por las calles -sólo faltan las bolas de pasto seco rodando- que el malvado (Eduardo Noriega) llegue hasta ahí. Nadie apostaría un cuarto de dólar a favor de que él y cinco ayudantes pudieran detener a Gabriel Cortez. Ni el agente del FBI (Forest Whitaker). El surcoreano Kim Jee-woon ( I Saw the Devil, A Bittersweet Life) entendió que por lo que la gente paga su entrada para ver a Arnold es para que haya carradas de acción. Y hay persecuciones, enfrentamientos armados, incongruencias, bromas, tomaduras de pelo del propio Arnie y un elenco -sumen a Peter Stormare, el siempre ubicuo Luiz Gusmán, el carioca Rodrigo Santoro ( Leonera) y el Jackass Johnny Knoxville- exagerado para tanta balacera y muerte truculenta. Como regreso, Arnold demuestra que está en lo suyo. Ya anunció que continuará con la saga de Terminator -como informamos en nuestra edición del sábado-, donde hablaba menos y pegaba más. Ya lo dijo un General: hechos y no palabras.
Aventura, ecología y 3D La animación atrae desde siempre a los chicos, porque les permite soltar su imaginación y creer que los personajes que están en la pantalla son reales y hacen cosas que, tal vez, ellos no puedan realizar. Un mérito de esta secuela de Las aventuras de Sammy , estrenada en 2011, es mantener el mismo tono ecologista. A la par que les brinda entretenimiento a los chicos, les ofrece un mensaje a favor de la conservación del ecosistema, pero nunca con el índice levantado. Han pasado muchos años desde la primera historia, tantos para que la tortuga marina Sammy y su amigo Ray ahora sean abuelos. Unos cazadores furtivos los capturan apenas sus nietos han roto los cascarones, para llevarlos de exhibición a un inmenso acuario en... Dubai. En el barco pesquero, ocultos, viajan Ella y Ricky, sus nietos. Cuando los mayores queden atrapados, tratarán de elucubrar un plan para escapar junto a otras especies marinas, mientras Ella y Ricky, desde afuera del acuario, también se las ingeniarán para salvarlos. Si la primera Sammy ofrecía un viaje por distintas partes del planeta, aquí los directores Ben Stassen y Vincent Kesteloot decidieron concentrarse en un solo lugar. Y en el acuario conviven un caballito de mar que es una suerte de gángster, gobernando e imponiendo el terror, secundado por dos anguilas con acento francés. El comic relief lo da una langosta que tiene doble personalidad, una especie de Gollum, pero que se ve, digámoslo, mucho más apetitosa. La grata sorpresa de Sammy , la original, era, al margen del mensaje ecologista, la utilización del 3D, que era verdaderamente espectacular. Esta producción belga lo renueva -las secuencias que transcurren en el agua, estéticamente, son más impresionantes que con los humanos en la superficie-, y si le falta un poco más de clima de aventura continua, cual montaña rusa, no llega al extremo de hacer a lo adultos mirar la hora. Es un programa para que los más pequeños lo disfruten, sumergidos en una trama a favor de la vida, la naturaleza y la diversidad.
Parapoliciales eran los de antes Sean Penn es el “capo” al que un grupo de policías de élite debe desbancar en la Los Angeles de los años ‘40. Las películas de gángsters tienen un encanto, que tal vez nazca del traqueteo de las metralletas, los autos antiguos, o de los trajes de corte y confección a mano que suelen vestir los mafiosos de turno. Bueno: Fuerza antigángster tiene esos elementos, más un elenco descomunal, con Sean Penn como el capomafia y Josh Brolin liderando a los agentes en busca de imponer el orden en una desquiciada Los Angeles de la posguerra. La película abre con una escena fuerte, terrible, que casi hace bajar la mirada. Sirve como preaviso: Cohen (Penn), “el judío que amenaza el control de los italianos”, quiere manejar el negocio del hampa -droga, prostitución, apuestas ilegales- tanto en Los Angeles como en Chicago. Y está dispuesto a todo. Lo cierto es que la fuerza antigángster que el personaje de Nick Nolte le pide al de Brolin que arme es, dicho sin vueltas, un grupo parapolicial. Y en él están los policías sin placa que, por más que la película se base en hechos reales, suenan arquetípicos. De este lado de la ley están el lindo Jerry (Ryan Gosling), el negro (Anthony Mackie), el latino (Michael Peña), el que tiene familia -siempre hay uno- (Giovanni Ribisi), el que donde pone el ojo, pone la bala (Robert Patrick, el malo de Terminator 2 ) y el que volvió de la Guerra (Brolin). Y entre los dos bandos está la vampiresa, en este caso, pelirroja (Emma Stone), que se acuesta con Cohen y con Jerry. Y la película, en manos de Ruben Fleischer ( Tierra de zombies ) se vuelve una coctelera. El director ofrece momentos de violencia inu- sitada, escenas de balaceras muy bien encuadradas con otras que se vuelcan más hacia la comedia. Si lo hizo para relajar a la platea, de hecho lo logra, pero este quinteto de valientes -como sucedía en Los intocables de De Palma, en otra ciudad y en otra década- le parecen superhéroes al espectador, por más que uno intuya que alguno de los policías -sí: ése- no llegue sano y salvo a los créditos finales. Josh Brolin cumple con el rol protagónico que tantas veces le escamoteó Hollywood, con bravura y humor bien negro. Y aunque casi siempre comparte la pantalla con Gosling o sus compañeros de armas, de su rostro pétreo también pueden salir expresiones entre sarcásticas, jocosas y hasta con cierta coloratura de dulzura. Gosling se repite como el héroe de Drive y quien se lleva la mejor parte es Sean Penn. Su Mickey Cohen lo aproxima al Capone de De Niro, pero es mucho más físico -si Capone le rompía la cabeza con un bate a un comensal en una mesa, no quieran saber lo que puede hacer Cohen con sus puños de ex boxeador-. Esta guerra de guerrillas con mucho de art decó, y policías y jueces corruptos, no peca por original, sino por ser una catarata de escenas con algunos diálogos tan increíbles como muchas características de los personajes. Brutal y entretenida, increíble y lujosa, Fuerza antigángster depara dos horas de movimiento continuo. Las sutilezas quedaron en la funda de los revólveres.
Sesos y músculos La noticia en Jack Reacher no es que comienza con un francotirador asesinando a distancia, desde un estacionamiento, a cinco inocentes, ni que se haya estrenado justo en los EE.UU. luego de la última masacre en un colegio. Tampoco, que el ex militar que estuvo en Irak falle un disparo. Lo novedoso en Jack Reacher es que Jack Reacher es Tom Cruise. Y Jack Reacher no sonríe. O sea, Cruise archivó su famosa sonrisa socarrona, una marca de fábrica, para otras oportunidades. Cruise se ha calzado el rol de militar, policía militar o abogado militar infinidad de veces. De Top Gun al presente, y ya a los 50, el actor eligió un papel protagónico como un ex policía militar al que acude el supuesto asesino cuando todos -la policía, el fiscal, la prensa- dan por sentado que el sospechoso apresado hizo los disparos. Pero Jack -que no tiene domicilio fijo, ni celular, ni tarjeta de crédito: es una especie de Jason Bourne- es tan misterioso como sumamente inteligente para ver lo que otros no miran, y capaz de derrotar, él solito, a cinco tipos en una pelea cuerpo a cuerpo. Dirigida por Christopher McQuarrie, guionista de Los sospechosos de siempre , el filme tiene acción, suspenso, una persecución automovilística nocturna notable -filmada como en los ’70: fotografía oscura, poca y nada música incidental- y un casting notable. Cruise no se parece físicamente en nada al Jack Reacher que describe en sus ¡17! novelas Lee Child (seudónimo del británico Jim Grant: es el policía sentado tras un escritorio en uno de los mejores gags). Y si Jack Reacher se convertirá o no en una saga, McQuarrie decidió arrancar no por el principio, sino por el libro noveno, One Shot . Como presentación del personaje, cumple, y Cruise sabe cómo hacerlo suyo. Lo acompaña Rosamund Pike, como la abogada defensora para la cual Reacher termina trabajando, Richard Jenkins, como el fiscal y enfrentado padre de la abogada, y Werner Herzog como el psicópata de turno. El director alemán tiene pocas apariciones, pero hace centrar la mirada sobre él cada vez que irrumpe en la pantalla.
Nada es imposible Adaptación del best seller “La vida de Pi”, tiene como protagonistas a un joven que se salvó de un naufragio, en un bote con un... tigre. Película difícil de saber cuál público le responderá mejor, si el joven o el adulto, Una aventura extraordinaria es otra muestra de la habilidad de Ang Lee para correrse de un género a otro y, por lo general, lograr cometidos convincentes y emotivos. El director de Sensatez y sentimientos , El tigre y el dragón y Secreto en la montaña sabía de antemano que al tomar el best seller La vida de Pi , estaba agarrando un hierro caliente. La novela de Yann Martel es difícil de adaptar. No tanto porque la protagonicen un joven y un tigre, sino por la carga filosófica que traslucía el original. Pi, que se lleva de maravillas con las matemáticas, se encuentra en una encrucijada, literalmente, de vida o muerte, cuando sobrevive al naufragio de un barco en el que viajaba con sus padres y queda a la deriva en un bote salvavidas. No está solo: un tigre de bengala también se salvó y el joven Pi estará 227 días con el felino al lado. La película -como el libro- es un viaje interior y exterior del protagonista, que deja la adolescencia para convertirse en hombre. Esa sería la mirada más lineal. Lee le agrega otro condimento: la espectacularidad visual, que incluye lluvia de peces, noches estrelladas y más. Rodada en 3D, el artilugio le sirve al realizador nacido en Taiwán para expandir las panorámicas -y disimular el tanque de agua donde la filmó- y a la vez acercar al espectador en el encuentro íntimo que debe tener con Pi. Algo similar a lo que Scorsese hizo con La invención de Hugo Cabret en el aprovechamiento del 3D, y que también cuenta cómo un personaje desamparado se las debe arreglar por sí solo para salir adelante. A Una aventura extraordinaria hay que agarrarle el vuelo y dejarse llevar por la poesía. No es difícil entrarle a la película, con la presentación de Pi adulto y los primeros minutos antes del naufragio. La adaptación de David Magee ( Descubriendo el país de Nunca Jamás ) plantea justamente cómo el relato de una historia legendaria acepta distintas versiones. Es algo que al aproximarse el desenlace se hace más nítido. Las interpretaciones siempre son subjetivas, y en eso Lee se mantiene ecuánime. Pero lo más sorprendente es que Lee confió el protagonismo de Pi joven a un inexperimentado Suraj Sharma, que lidió todo el tiempo con su contrafigura animal… que en verdad no estaba frente a él, ya que el tigre, llamado Richard Parker, es de animación digital. Saber eso acrecienta el entusiasmo. Y obviamente Lee se apoyó en su director de fotografía, el chileno Claudio Miranda. Claro, no es como en la época de Tiburón (1975), cuando Spielberg se las veía en figurillas para rodar mar adentro con las nubes que cambiaban el fondo toma a toma. En el universo de la ficción, como en el de la magia, todo es posible.
En varios frentes El filme animado apunta a públicos de distintas generaciones. Y no defrauda a nadie. Como un homenaje a la cultura de los antiguos videojuegos, pero no los que juegan por Internet, los videos de consola que estaban en un local y en los que había que poner una fichita, Ralph, el demoledor usufructúa la nueva tecnología para aunar a distintas generaciones en un busca de un entretenimiento integrado. Todo, combinado en una aventura del tipo dos extraños se conocen, se relacionan y realizan una road movie . El primer desafío, desde lo formal de Ralph , consistía en la implementación y contraposición de los mundos de los videogames. Es que el espectador -el chico, el joven, el adulto- vivirá inmerso en esos espacios. Y si no son iguales los universos de los videogames de los ’80 a los actuales, hay algo que Disney mantiene: la integridad de sus personajes. Con lo cual, Ralph, el demoledor , que llega en 3D, tiene puntos de contacto con varios clásicos del estudio del que ahora John Lasseter, el mismo que nos enseñó que los juguetes podían hablar, es director creativo. El juego el que participa Ralph tiene su contrincante. Mientras él, grandote, forzudo y de brazos impresionantes, destroza una y otra vez un edificio, el simpático de Félix, martillo en mano, lo repara. El tiempo y la rutina cansan a cualquiera, y Ralph lo dice en una reunión de malvados anónimos: “No quiero ser más un tipo malo”. Lo que Ralph quiere es que valoren su trabajo. Entiende que si obtiene una medalla, en otro videogame, tal vez los vecinos del edificio lo inviten a los cocktails que suelen organizar. Y se las arregla para ingresar a Hero’s Duty, donde se une a la sargento Calhoun y los suyos para eliminar a un virus que toma forma de bicho arácnido cibernético. Y de ahí a va a parar a Sugar Rush, un mundo de ensueño para chicas con sabor y color a caramelos varios, donde conoce a Vanellope. La chica de voz ronca es una “falla”. Y si siempre hay un roto para un descosido, Ralph y Vanellope son tal para cual. Primero se enfrentan, luego se amigan, al final se comprenden. Ambos se necesitan: ella, para ganar una carrera de autos en el juego; él, para recuperar su medalla. Lo claro es que todos los personajes de Ralph tienen su fuerte personalidad y asumen las consecuencias de cada reto que encaran. En eso, Pixar ya ha hecho escuela, y Lasseter parece decidido a exportarlo a Disney. Si los juguetes cobraban vida, hablaban y mostraban emociones, en el universo digital, ¿por qué no habrían de hacerlo los protagonistas de los videojuegos? Vean, si no, al malvado de turno, King Candy: no es otra cosa que un remix del Lotso, el oso de peluche malo de Toy Story 3 , y una mezcla de El Sombrerero de loco y un dictador de república bananera que comanda Sugar Rush. Ralph y Vanellope son dos desclasados, dos seres fuera de la regla, que nadie quería ni daba un cuarto de dólar por ellos. Uno, villano antiguo pasado de moda, la otra, una falla de un videogame: la sociedad perfecta. Rich Moore, director en TV de Futurama y de varios capítulos de Los Simpson y El crítico , le adosa a la historia una veta de humor, a veces sarcástico, siempre innovador, ya desde la historia en cuya trama él mismo participó. Si opta por la versión original en inglés, podrá escuchar a John C. Reilly y a Jane Lynch (la profesora de Glee ) como la sargento. Y como la peli es para grandes y chicos, la banda de sonido pueden -y deben- compartirla Rihanna y Cool & the Gang. Lo dicho: diversión para todo público.