CUANDO NO SOLO LA JUSTICIA LLEGA TARDE. En una época donde la lucha por la igualdad y las voces de las mujeres se hacen oír con la debida importancia, la directora Mimi Leder centra su nuevo film en la prestigiosa figura de Ruth Bader Ginsburg (Felicity Jones), alguien que desde fines de los años cincuenta y a lo largo de casi tres décadas debió lidiar contra todos los impedimentos de la sociedad de su época para estudiar derecho en Harvard, Columbia y lograr que se reforme la Constitución Nacional en pos de que hombres y mujeres gocen igualdad de derechos. El film posee una importancia histórica y actual necesaria de hacerse oír y ver, pero la forma en que su directora decide narrar los hechos develan cierto oportunismo para con las lucha de derechos y el movimiento feminista. De haber aparecido en escena unos cinco años antes, La voz de la igualdad sería un film con un mayor peso en el panorama actual y, al igual que lo fue su protagonista, pionero en cuanto a la relevancia de su temática. Sin embargo, y más allá del gran talento y carisma que resultan de la presencia en pantalla de Felicity Jones y de Armie Hammer interpretando a su marido Martin, el film parece haber llegado algo tarde. Su mensaje y temática busca —a través de cierto oportunismo— sumarse a la problemática actual que otras producciones han sabido desarrollar con una mayor voz y honestidad. Esto es percibido a través del desarrollo de la historia, la cual resulta correcta en forma y contenido pero no resuena fuerte a través de su mensaje, a diferencia de lo que sucede con quienes participan activamente para exigir respeto e igualdad de género. La historia se plantea con una serie de dificultades que Ruth, o Kiki para los amigos, debe afrontar a la hora de hacerse respetar ante la mirada de superioridad masculina de sus docentes y compañeros de clase. Al mismo tiempo, Ruth se ocupa de la educación de su pequeña hija y del cuidado de su marido, también estudiante de derecho, que padece cáncer testicular —un elemento más anecdótico que funcional a la trama ya que no es para nada crucial y prontamente es olvidado dentro de la historia. Un cuantioso salto en el tiempo y una serie de hechos pasados por alto hacen que el foco del film pase a ser la preparación de la protagonista para llevar a juicio un caso que, de ganarlo, posibilite el cambio social tan buscado. Esto hace que el film comience a perder la fuerza de la que gozaba en un principio gracias a la forma y el carisma de su protagonista. La ausencia de hechos que podrían construir de mejor forma el arco de crecimiento del personaje y el tedioso foco de atención puesto en la elaboración y los tecnicismos de leyes judiciales que solo pueden resultar interesantes para quienes se dedican a la abogacía, son la razón por la cual el film de Leder pierde dinamismo, y por ende, el interés del público. Los momentos menos interesantes logran sostenerse en ocasiones gracias a la química actoral entre Jones y Hammer: ambos se lucen en pantalla y reflejan de manera hermosa el apoyo y el amor incondicional que los personajes se tienen. Pero más allá de ello, la trama no evita caer estrepitosamente en una monotonía temática y un hundimiento narrativo del cual no puede escapar al menos hasta su climax final. El personaje de Ruth se destaca visualmente muchas veces a lo largo de la historia por las prendas en tonos azules que suele vestir. El azul, representación estética muchas veces de tristeza y vulnerabilidad, aquí se ve reformulado en la valentía y la fuerza luchadora que posee la protagonista. Este bello detalle, que refleja y destaca el valiente espíritu de Ruth, brinda de un costado estético a un film que no lo posee en demasía y que opta mayormente por una puesta que no sobresale demasiado. Los detalles de tonalidades se vuelven también un reflejo de lo que ocurre con el desarrollo del film cuando los tonos azules de Ruth son cambiados por vestimentas más opacas o monótonas, funcionando, paradójicamente, como metalenguaje de la pérdida de relevancia e interés por el film. La voz de la igualdad posee un discurso importante y refleja las vidas de quienes luchan día a día para borrar las diferencias sociales y de género que siguen rigiendo en la sociedad, pero es la forma en que se escoge dejar un mensaje lo que hace que el mismo termine perdido y olvidado por la debilidad narrativa de un film que no supo manejar debidamente la relevancia de la historia que tenía en sus manos. Mimi Leder nos narra los hechos, pero en medio del relato, termina perdiendo la voz. Por suerte, al salir a las calles, hay voces que buscan lo mismo haciéndose oír mucho más fuerte.
GRAN HEROÍNA, HISTORIA PEQUEÑA. El universo cinematográfico Marvel tardó nada menos que veinte films y una década de producciones para que finalmente un personaje femenino cumpla el rol de protagonista. Mejor tarde que nunca, la experta aviadora Carol Danvers (Brie Larson) llega a la pantalla con carisma y una fuerte presencia, aunque no es del todo acompañada por el guion, el cual se estructura de forma bastante débil en torno a la superheroína. Mientras que el film forja sus bases sobre la búsqueda de identidad de la protagonista y la nostalgia de mediados de los noventas, época en la que se sitúa la historia, son las problemáticas inconsistencias y la falta de dinámica de su guion las que hacen que la historia no cuente con un arco entretenido o relevante. El fin de llevar a la pantalla grande la historia de Carol Danvers, o la supuesta alienígena llamada Vers perteneciente a la raza Kree, no es otro más que el de contar una historia de origen. El camino de la heroína se desarrolla a la inversa de lo que se suele acostumbrar, siendo que el personaje ya posee sus poderes y tiene una misión a cumplir pero es por medio de ella que comenzará a aprender de su olvidado pasado. Y lo hace recurriendo a otro elemento noventoso formando una dupla de acción junto al agente Fury (un rejuvenecido Samuel L. Jackson). No Nicholas, no Joseph ni Nick, solo Fury. El dúo que intenta ponerle fin a la inminente guerra contra los Skrulls, una raza alienígena de metamorfos que adoptan la forma humana para pasar desapercibidos en nuestro planeta, es de lo más acertado como fórmula para que el film logre, al menos de a ratos, cierta agilidad y diversión. Una vez que la protagonista llega “por primera vez a la Tierra” es cuando el relato deja un tanto de lado su costado sci-fi no muy logrado para que haya una presencia mayor de acción y humor bien al estilo de los años noventa. A veces en busca del gag humorístico basado en referencias de la época —incluyendo el que quizás sea el mejor cameo de Stan Lee, practicando sus líneas de diálogo de la comedia Mallrats— y otras veces permitiendo que la historia avance sobre ruedas luciendo un ritmo ágil que no perdura en gran parte del relato. Gracias a los aciertos de dichos momentos es que se puede atestiguar una de las grandes, y pocas, secuencias de acción que alterna en paralelo una persecución vehicular con un enfrentamiento que tiene lugar en un tren en movimiento. Pero es un poco debido a que la historia no se esfuerza en adentrarse en lo que cuenta, y otro poco debido al hecho de que resulta irrelevante en comparación al vasto universo cinematográfico ya conformado desde 2008, que los buenos aciertos del film sean una especie de oasis en medio de una historia que tiene muy poco para decir. Y es que se termina denotando que lo que se escoge contar no está a la altura del poderío de su personaje y de lo que debía haber sido un buen ejemplo del empoderamiento femenino dentro de un género que suele carecer de mujeres en los roles protagónicos. La historia le queda chica al personaje y el film de Anna Boden y Ryan Fleck solo termina siendo una mera carta de presentación de la capitana para contar con su presencia y rol decisivo en Endgame, la última entrega de Avengers y el final de una era de superhéroes. Lejos de ser del todo un film fallido, Capitana Marvel es un film que con su inestabilidad logra ponerse de pie en reiteradas ocasiones al igual que Carol lo ha hecho ante todas las complicaciones de su vida, tanto en la Tierra como en el espacio. El brillo de su personaje se encuentra presente en escena pero es un breve fulgor y no la llama poderosa que debería de envolverla a ella y a su arco argumental. Con suerte en el futuro tal vez podamos ver todo el potencial de ese esplendor que de momento solo ha logrado ser un brillo no muy intenso dentro unos hechos que no quedarán en el recuerdo. Capitana Marvel volverá… y tal vez, en las manos adecuadas, no sea solo una herramienta en pos de algo más grande, sino alguien vital para ponerle fin a la guerra y brindarle un mayor lugar a personajes como ella.
Naturaleza animal. Con una belleza visual y narrativa, el director de origen iraní Ali Abbasi se sirve de elementos de géneros reconocibles para deformar un relato que de convencional tiene poco o nada. La historia se centra en Tina (Eva Melander) una mujer que además de su particular fealdad física, en apariencia causada por una deformación cromosómica, posee un marcado instinto animal primitivo, el cual le permite trabajar en el control de aduana gracias a su extraordinaria capacidad olfativa de captar olores y sensaciones que el común de los humanos no reconoce, como la culpa, la ira o incluso yendo más lejos percibiendo rastros de pedofilia al oler un pendrive. Con una calma descriptiva, Abbasi construye y nos muestra la vida de esta mujer, más en contacto con el entorno salvaje que socialmente, naturalizando los comportamientos primitivos que en primera instancia podrían alejar al espectador de la protagonista y volviéndolos hermosos elementos de comprensión para con ella en la forma de un cuento de hadas sobre la búsqueda de identidad. Tina se halla sola, sin más que la compañía de un hombre que vive con ella dedicándose la mayor parte del tiempo a criar perros de exposición, o las visitas que ocasionalmente le hace a su padre en el geriátrico. Pero es a partir de que conoce a Vore (Eero Milonoff), un hombre con la misma particularidad física que ella, que la mujer posee por vez primera una relación con alguien que la entiende y la ve sin prejuicio alguno. De esta manera, el relato apela a los condimentos románticos pero trastocados por la extrañeza de sus personajes, lo que hace que todo elemento convencional sea eliminado, desconcertando al espectador sin nunca poder adelantarse a los hechos de la historia. Así, con el lenguaje de lo conocido, Abbasi ofrece algo que se percibe nuevo y original. El guion, basado en la obra del escritor sueco Jon Lindqvist, responsable del clásico vampírico Déjame entrar que tuvo dos versiones cinematográficas y que también apelaba a lo fantástico dentro de lo cotidiano, se desarrolla de una manera poética y provocativa jugando con los géneros pero también con un notable uso de la importancia de los instantes. La descripción geográfica acompaña y transmite una amalgama de sentimientos que refuerzan el lugar en el mundo que ocupa Tina y su incapacidad de ser del todo parte de él pero que encuentra su lugar junto a Vore y la liberación de ambos en contacto con la hermosura indescriptible de los bosques de Suecia, sumergidos en su espesura lejos de la mirada de aquellos que los ven como aberraciones. Anclada en las leyendas nórdicas de los Trolls, criaturas malvadas de los relatos fantásticos, la historia busca marcar una diferencia ante la aceptación del distinto, del marginado social, dotándolo de un realismo mágico tanto extraño como encantador. Esto lo logra con el romanticismo apasionado de Tina y Vore, con el salvajismo de sus encuentros —lo que incluye una de las escenas sexuales más raras e intensas de la historia del cine- y con el respeto por la vida silvestre en contraposición al aberrante comportamiento humano representado a través de la red de pedofilia a la que Tina ayuda dar caza. Tina es alguien que busca constantemente saber quién es; su búsqueda de identidad la lleva a percibir lo bueno y lo malo de la naturaleza humana y todo lo que a la vez conlleva aceptarse como un ser de bien y poder desechar la maldad de su propia especie. Detrás de toda incomodidad que puede ocasionar estar ante Tina y su particular comportamiento, el director afea las situaciones con el fin de encontrar en los rasgos y actitudes primitivas el reconocimiento de quien se siente un extraño. En los tristes ojos de Tina se encuentra la mirada humana que la hace un ser sensible, que debe aprender a aceptarse a sí mismo, en vez de proyectarse en los ojos del otro. De igual manera, la responsabilidad del espectador se encuentra en observar y comprender al otro y auno mismo. De esta manera, el film de Abbasi comunica y transmite con fuerza sin la necesidad de que sus espectadores posean un desarrollado olfato.
Amigos son los amigos. Peter Farrelly, quien junto a su hermano ha sido responsable de numerosas comedias populares tales como Tonto y retonto, Loco por Mary o Irene y yo y mi otro yo, se atreve a aproximarse al drama con Green Book: Una amistad sin fronteras, dirigiendo en solitario. Basado en una historia real, el film narra el viaje emprendido por Tony Vallelonga (Viggo Mortensen), un padre de familia italoamericano que recientemente se ha quedado sin empleo y que debe ser conductor del concertista de piano afroamericano Doc Shirley (Mahershala Ali) durante su larga gira por el sur estadounidense. Funcionando como una road movie, la historia sitúa a dos personajes muy distintos entre sí y de nacionalidades mestizas en el corazón de los Estados Unidos donde habita gran parte de la población con el pensamiento conservador del sur y la naturalización del racismo. De esta manera los protagonistas luchan con la discriminación exterior y también con la interna. En el caso de Tony, por ser un buen tipo que no puede evitar tener ciertos prejuicios contra la raza negra y que deberá manejar y pasar por una deconstrucción a medida que la relación entre conductor y pasajero devenga en amistad. Por otro lado, Doc es un sujeto que debido a su nivel adquisitivo y su preparación musical se encuentra por fuera de las costumbres y el conocimiento de la comunidad negra además de no ser tratado con igualdad entre la acaudalada gente blanca que lo contrata para tocar con su banda. Tanto el uno como el otro no son parte del mundo que recorren y solo entendiéndose y abriéndose entre sí es que florece una relación muy entrañable de ver. La historia no destaca demasiado ni en lo que narra ni en la forma por la cual es contada por medio de sus imágenes —es correcta en cada aspecto que la conforma sin sorprender ni traer algo nuevo consigo. Pero ya que los personajes lo son todo en este relato, el director centra su atención y aprovecha cada minuto de la relación y los diálogos entre Tony y Doc. El contar con dos grandes actores como lo son Mortensen y Ali permite que cada momento de ellos, en conjunto o por separado, sea placentero de ver. La química que se produce entre ambos, sumado a lo bien escritos que están sus personajes, permite que el film sea verdaderamente entrañable con el tono dramático y humorístico necesario que le es brindado a la dinámica del dúo protagónico. El uno se sirve del otro constantemente, la amistad que se establece ayuda a crecer a los personajes siendo el carácter bruto pero cariñoso de Tony quien protege y lleva más a tierra a Doc, mientras que la elocuencia y mirada romántica del pianista produce un cambio social y personal en el hombre al que emplea. Con su sencillez narrativa y su mirada de transformación políticamente correcta, Green Book se convierte en la típica candidata a premiaciones. No obstante, a diferencia de los golpes bajos y los lugares comunes a los que se suele recurrir para ser alabado en las ceremonias de premios, Farrelly realiza un acercamiento diferente para con la historia. Esa diferencia reside en la calidez actoral que resalta en ambos registros de la comedia dramática y en la calidez humana que se aprecia a cada instante con las buenas intenciones y las fallas de los protagonistas; algo que no solo se aprecia en los diálogos y situaciones problemáticas que viven, sino también en los simples gestos de ayuda, preocupación y cariño que comparten, incluso cuando alguno de ellos no es consciente de la presencia del otro —como la sonrisa de un Tony que admira a su pasajero cuando lo observa tocar con todo su talento sobre el escenario. El corazón de Green Book está en el lugar justo para funcionar como el pequeño y afectivo film que es. Ese lugar se haya en medio del carisma de Viggo Mortensen y Mahershala Ali. Aunque tal vez, y solo tal vez, Tonto y retonto es aún una la mejor road movie de este director.
God Save The Greek. -El amor tiene límites. -Pues no debería tenerlos. Bajo esa premisa, el film sumerge al espectador en las turbulencias de la realeza británica de principios del siglo XVIII y, al igual que a su concepto del amor, La favorita pasa a tirar abajo los límites establecidos de las historias de época. Yorgos Lanthimos siempre ha perturbado y retorcido la realidad con historias sumamente provocativas y muchas veces difíciles de digerir pero que, por sobre todo, estimulan al espectador a una incomodidad y placer audiovisual como pocos. El director griego, cada vez más notorio en el panorama cinematográfico, es uno de los cineastas más prolíficos de los últimos tiempos. Con La favorita, su último film y el que posee mayor cantidad de nominaciones a los premios de la academia junto con Roma de Alfonso Cuarón, el realizador entrega su trabajo más accesible para el público general. Sin embargo, la particular locura que describe a sus obras también se hace presente aquí en la forma de una sátira de problemáticas palaciegas. Desarrollada a través de un triángulo protagónico que encierra dentro de sí conflictos de poder, las tres mujeres principales del film son la energía latente y frenética que habita y recorre los indescriptibles espacios dentro del palacio de la Reina Anne (Olivia Colman). La llegada de Abigail (Emma Stone) funciona como un elemento para mostrar a una mujer caída en desgracia. Alguien vulnerable que, a través del desarrollo narrativo, pierde toda humanidad en sus ansias de volver al estatus dentro de la nobleza a la que alguna vez perteneció. Sin importar a quien tenga que pisotear para conseguirlo, sea a su prima Lady Sarah (Rachel Weisz), amiga cercana de la Reina y quien mayormente gobierna en su lugar, o para pisotear a un indefenso conejo —literalmente. Siguiendo la lógica de su director, todos los actos de manipulación y poder no son más que la mayor expresión de humanidad, ya que esos son los aspectos del amor que prevalecen en el film. El amor es caprichoso, el amor es manipulación, el amor es conveniencia. Estas ideas son aplicadas dentro del contexto del reino inglés en conflicto con Francia, y con ello el director ridiculiza a la monarquía a través de cómo sus infantiles tomas de decisiones tienen como resultado las muertes y la pobreza de dos naciones en guerra. La disputa bélica se presenta enteramente fuera de campo. De esta manera, solo logramos percibirla a través de los gobernantes, quienes optan por continuar en conflicto como es el caso de Lady Sarah, o quienes desean llegar a un acuerdo de paz como Harley (Nicholas Hoult), uno de los respetados miembros del Parlamento. En medio de las diferencias políticas, la grandeza con la que los distintos pasillos y rincones del palacio son captados por el ojo de la cámara resalta la majestuosidad con el fin de ridiculizar aún más las infantiles y excéntricas acciones de la reina y de las dos primas que luchan por ganarse su favoritismo. Lo que siempre se ha representado como elementos de las clases más poderosas, bailes, competencias o banquetes, aquí se ve ridiculizado en todo momento no de forma caricaturesca sino exponiéndolo como un sin sentido de la vanidad de la realeza. La elección del filmar haciendo uso de grandes angulares permite que cada encuadre, cada toma escogida, se presente como un trabajo del movimiento artístico del rococó, lo cual embriaga la escena y adorna la historia de manera expresiva con la forma en que la cámara se desenvuelve. Las imágenes se presentan con la fuerza pictórica que las hace pasar a ser una más entre los numerosos y bellos tapices que se hallan en las instalaciones del palacio. Pero al contrario de la solemnidad y el tono soberbio con que los films de este tipo son llevados a cabo, aquí aparece como disrupción la constante sátira con que son descritos los personajes. Las tres grandes actrices se desenvuelven en sus roles demostrando su talento sin temor al ridículo. Esto le brinda un ritmo más dinámico y moderno que al que se acostumbra, haciendo que el registro cuasi infantil se acople perfectamente al entorno real tan serio y refinado que rodea a los personajes. La Reina Anne vive en una constante y caprichosa depresión, solo aplacada cuando goza del trato de Lady Sarah y más tarde Abigail, quienes la malcrían satisfaciéndola en todo momento —interactuando con sus conejos, bailando, jugando a las cartas, dándole cumplidos y placeres de todo tipo. Las dos bellas mujeres cumplen un rol meramente servicial y sexual para con la Reina, malinterpretado por ella como amistad o amor, algo que en realidad no es más que lo que deben hacer para lograr todo lo que se proponen en su propia guerra de poder. Esto es algo que ha ocurrido cantidad de veces y que, al igual que en este film, no hace más que perpetuarse de manera infinita a lo largo de la historia de los poderosos; en este caso, de mujeres que muchas veces resultan inocentes e infantiles a la hora de jugar con unos conejos, pero que como todo niño, son peligrosas y letales con un arma en sus manos. El director, con la disposición de la cámara, la elección de los encuadres y el expresivo cruce de miradas de sus actrices, juega y transmite a la vez la ironía manejada entre Lady Sarah y Abigail, llevando a escalas inmensas la distancia entre ellas y el conflicto que las une. Lo hace en todo momento gracias a los grandes angulares que dejan echar un vistazo a todo el espacio que transitan y que, incluso en aquellos momentos donde se encuentran muy cerca una de otra, posicione la cámara de manera tal que nos continúe hablando de la cruenta batalla irónica que manejan estas mujeres. La falta de moral y escrúpulos las vuelve a ellas más poderosas que a la propia Reina, aunque esta carrera sedienta de poder no tiene nada de honorífico o real. La verdadera grandeza puede hallarse en la forma en que Lanthimos narra las peores bajezas humanas con un humor tan particular como la manera en que traduce sus ideas en imágenes. Su locura es bienvenida y, al igual que el amor, no posee límites.
Un “suspirio” de alivio. Una historia en seis actos y un epílogo en la Berlín dividida. Así sin más, abre Supiria de Luca Guadagnino, que le debe sus bases al film homónimo de 1977 del director italiano Dario Argento, pero que en forma y búsqueda se aleja del original para contar una historia que poco se relaciona con el clásico de horror. Si bien en los primeros minutos del film se deja establecido que esta es una historia sobre brujas, la misma se ve envuelta y relacionada al contexto político de la época, la conflictiva Berlín de finales de los 70, y la visión artística centrada en la danza, lo cual hace que la idea de la prestigiosa compañía de danza, que secretamente es un aquelarre de brujas, no esté ligada al género de terror sino más bien al suspenso sensorial y estético que crea Guadagnino con sus imágenes. El protagónico se encuentra dividido, al igual que la Alemania en medio de los actos revolucionarios de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), entre la joven chica norteamericana Susie Bannion (Dakota Johnson) y el psiquiatra Josef Klemperer (Tilda Swinton bajo el seudónimo Lutz Ebersdorf). Cada uno respectivamente se adentrará en los turbios secretos detrás de los muros de la academia Helena Markos, a la vez que deberán comprender y aceptar la oscuridad interna y propia del ser humano. Con una estética y un rimo pertenecientes al cine europeo de autor, en sintonía con la forma e inquietudes temáticas del director alemán Reiner Werner Fassbinder, Guadagnino explora las complejidades humanas de sus personajes con gran sensibilidad estética, sin nunca dejar de lado el misterio y la extrañeza que surgen de las cautivadoras imágenes que utiliza para describir a los personajes, los espacios y la pasión por la danza. La expresividad corporal, los movimientos y el diseño coreográfico son tratados como un elemento provocativo que terminan por transmitir el poder mágico del aquelarre. Los cortes rápidos, el uso del zoom directo hacia inquietantes rostros y la composición de planos enigmáticos hacen que las imágenes escogidas realicen su propia danza que hasta por momentos logra hacer sucumbir al espectador bajo su hechizo de atracción. El mismo solo es interrumpido por el montaje paralelo o los buscados cortes abruptos de escena. Incluso la música compuesta para el film por Thom Yorke, algo que en principio parecía que no funcionaría por el estilo del cantante de Radiohead, se complementa con la extrañeza creada, logrando que todo el conjunto se desenvuelva despertando preguntas en el espectador y estimulando su experiencia; aprendiendo de la misma y dejándose entregar a ella como Susie lo hace ante la brujería artística de Madame Blanc (Tilda Swinton una vez más) y el resto de sus hermanas. El elemento divisorio como un personaje más del film se haya presente también en la problemática interna del aquelarre, en el cual algunas de sus integrantes están decididas a que Madame Blanc sea la líder y otras optan por seguir bajo el mando de la moribunda Helena Markos (Tilda Swinton, la tercera es la vencida). De esta manera, y con el conflicto político de fondo siempre presente, el director dialoga acerca de los tiempos de crisis en la forma de la oscuridad más sobrenatural que se ve afectada a través de los distintos terrenos que el film explora; por momentos funcionando a la perfección y por otros obteniendo un exceso de elementos estéticos y narrativos que dificulta la experiencia y que, con algunas de sus elecciones, provoca a la vez una división en la opinión del espectador. Lo cierto es que, tanto en sus logros como en sus fallas, dos columnas que cimientan al film y entre las cuales alterna balanceándose reiteradas veces, Suspiria logra adentrar a quien la ve en la profundidad de sus temas. Explora las culpas y deseos transmitiendo el sentir de los personajes a través de la búsqueda artística y de cómo ésta puede variar entre la luz y la oscuridad dependiendo de las manos y el talento de quien haga uso de ello. Las distintas lecturas a las que invita el film, dentro de su extrañeza que invade la pantalla como las bellas imágenes alegóricas que son enviadas dentro de los sueños de Susie y la poderosa puesta en escena que interpretan las bailarinas, son unificadas dentro de los temas que son abordados dándoles una coherencia y orden que permite que funcione en cada uno de ellos. Algunos tal vez más entendibles que otros pero que en su forma se sienten parte de un todo, y eso mismo hace que el entendimiento y el goce obtenido por el film se extienda largo tiempo a medida que es procesado por cada quien. Las enseñanzas de Madame Blanc con la creación de la pesadillezca danza “Volk” repercuten en la idea y la forma de dejar todo para ser parte de la grandeza artística, incluyendo lo bueno y lo malo, llenando cada espacio de nuestro cuerpo con la obra en cuestión que nos hace trascender y elevarnos por sobre el resto. El director nos habla de ello en distintos niveles, como es el hecho de la bruja líder que desea habitar en Susie o a través del hombre de ciencia que transforma su visión de lo que conoce y lo esotérico, haciendo una relectura del pasado y las culpas cargadas consigo. Tal vez, el hecho de que el film busque cubrir todos los espacios posibles para brindarle una fuerte carga de mensaje que resalte todos los elementos importantes, hace que en parte el relato se sobrecargue y pierda su centro por momentos, sobre todo en su diabólico climax final. No obstante, al hacerlo también se incluye todo el encanto estético y analítico que lo vuelve un film mucho más rico y reflexivo que el original, el cual resulta vacuo en comparación. El embrujo audiovisual que supone Suspiria dota a su historia de los condimentos necesarios para que en su totalidad el film se vea transformado en un círculo absoluto que no empieza ni termina nunca. Todo comienza y termina formando parte de lo mismo, de la mirada de un esteta y hedonista como lo es Luca Guadagnino quien logra hacer trascender a sus personajes desde el plano de la ficción, a su público desde el plano sensorial y cerebral y por último a su propia obra como manifiesto del orden y desorden que yace en toda creación. El film se carga de muchos niveles de sentido y con ello se lo dota de sustancia y profundidad, haciendo que para aquellos que lo disfruten “suspirien” aliviados de ser testigos de tan hermosa obra.
La verdadera House of Cards. Con La gran apuesta, su film anterior, el comediante Adam McKay abordaba el tema de la crisis financiera estadounidense dentro de una fórmula donde la información y el humor no cohabitaban del todo bien dentro de la historia, haciendo que la misma se volviera problemática y carente de un ritmo llevadero. Lo cierto es que si su trabajo anterior sufría de estos problemas, El vicepresidente: más allá del poder se presenta como un film mucho mejor pulido, afilado en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La agilidad humorística se desarrolla perfectamente en sintonía con la mirada crítica que el director realiza acerca de la nefasta figura del político Dick Cheney (Christian Bale). Y si no les es familiar este personaje no se preocupen, McKay es conciente de ello y utiliza el desconocimiento que puede haber acerca de Cheney para volverlo un elemento fundamental, para entender su accionar, sus políticas y las razones que lo posicionaron en el lugar de poder que ocupó siendo el vicepresidente durante el mandato de George W. Bush (Sam Rockwell). Cheney es descrito desde su caracterización hasta la información dada por el narrador del film (Jesse Plemons) como una persona silenciosa pero atenta a todo, lo que lo vuelve un elemento invisible pero atento a todo lo que sucede a su alrededor, trabajando minuciosamente para saber cuándo hacer su jugada política. La historia repasa cada paso dado y cada pieza utilizada por Cheney para insertarse en el círculo de la política norteamericana y crecer dentro de ella., no por cuestiones de creencias o ideas sino adaptándose a los ambientes necesarios para alimentarse de poder. Cheney es la personificación absoluta de la derecha republicana, trabajando desde las sombras, adquiriendo poder y alimentándose de las crisis del pueblo para enriquecerse de ello: un vampiro de nuestra realidad. El engaño y la manipulación son parte de las herramientas de las que Cheney y los lacayos que lo rodean, incluyendo a su mujer Lynne (Amy Adams), se sirven para construir su poderío a través de la creación del control del medio de comunicación más grande (Fox News), los recortes de impuestos para los ricos o las regulaciones para el beneficio de las corporaciones masivas, siendo estas las cartas que Cheney pone en juego; todo ello en una partida donde poderosos como el jefe de gabinete Donald Rumsfeld (Steve Carell) o la marioneta inoperante que es Bush apuestan contra una nación que es la única en riesgo de perder y empobrecerse. Cada escena resulta una denuncia donde todas las decisiones políticas tomadas —cada acto en beneficio de su riqueza llevado a cabo por el protagonista— logran que cuanto más se familiariza el espectador con Dick Cheney, mayor sea la transformación física y personal que lo desfigura y lo convierte en el verdadero monstruo que es. El film comienza en el momento de la tragedia de las Torres Gemelas, mostrando cómo Cheney maneja una situación caótica, más preocupado en sí mismo que en lo ocurrido, para luego entender todos los eventos anteriores que se desencadenaron para culminar en ese hecho casi 40 años después. Desde que era un problemático don nadie se puede atestiguar el progresivo ascenso en las cadenas de mando, desde un mero asistente, pasando a ser secretario de defensa, el jefe de gabinete más joven en la historia, hasta llegar a ser el vicepresidente de la nación. Cheney es un interesado en la práctica de la pesca, y como si de ello se tratase, lanza su anzuelo con las técnicas apropiadas de engaño y manipulación que lo muestran como una sombra inofensiva que convierte, a quienes tienen un mayor rango que él, en las presas que caen bajo sus tácticas. La vicepresidencia siempre ha sido un cargo simbólico. En manos de Cheney se vuelve un beneficio que, bajo la teoría del ejecutivo unitario —alguien con absoluto poder— altera el orden de las cosas a su antojo. Regido por el concepto de “si el presidente hace algo entonces es legal”, de forma similar Cheney hace uso de las leyes ateniéndose a tecnicismos —leyendo la letra pequeña— y permitiendo que todo sea manipulado a través de la idea de que “las leyes están abiertas a interpretación”. Por medio de las libres opiniones legales y la ramificación de la presencia de Cheney en distintos departamentos y gabinetes de la Casa Blanca, el Pentágono o la CIA, el film registra y denuncia el auge de la derecha y de cómo ésta, haciendo uso de permisos y leyes incompletas, se perpetua gracias a Cheney, quien estira o fuerza las leyes a su comodidad. Un extenso menú del que los poderosos se sirven alimentándose a su antojo y que, en términos del humor ácido del director, queda ejemplificado literalmente en una excelente escena donde queda expuesta la glotonería política dentro de un restaurant en el que los presentes son atendidos por el actor Alfred Molina. Así, El vicepresidente: más allá del poder es un film crítico y denunciante que, de manera ágil y con mucho uso del humor, logra hacerle entender al espectador los manejos y el control con los que se rige el país (líder) mundial. El director que alguna vez fue guionista del programa humorístico Saturday Night Live pone en uso todas sus herramientas logrando que se llegue a conocer y exponer al mago de Oz de esta historia, al hombre detrás de la cortina política, alguien hasta entonces prácticamente desconocido para muchos. Adam McKay rodea a la figura de Dick Cheney con la acidez y la ironía que siempre lo ha caracterizado, en un film que deja a quien lo ve en una posición en la cual no se sabe si reír, llorar, indignarse o asustarse de los horrores cometidos por los líderes mundiales sin impunidad o remordimiento alguno. Tal vez la respuesta sea escoger todas las opciones anteriores, tal y como Cheney y los suyos escogen servirse de todo lo posible para llenar sus bolsillos, sin importar quien muera o pierda bajo su destructivo paso.
Una niñera perfecta en casi todo. Más de medio siglo después del gran clásico infantil de Disney que dio conocer a la famosa niñera del paraguas volador, Mary Poppins —esta vez encarnada por Emily Blunt— hace un triunfal regreso en todos los aspectos, y si bien esta secuela quizás no sea mejor que la primera, sí es una muy digna segunda parte que está a la altura del film de 1964. En plena época de depresión londinense de los años 30, los tres niños Banks —hijos de uno de los pequeños hermanos de la primera parte— precisan más que nunca de la ayuda de la niñera mágica para poner orden en su hogar y en sus vidas. De igual manera, el cine moderno se sirve del encanto de antaño para recordar al público, y más que nada a los más grandes, que siempre se está a tiempo para seguir soñando. El director Rob Marshall, proveniente del género musical pero que ya tuvo su paso por el gran estudio del ratón con la fallida cuarta parte de Piratas del Caribe, se desenvuelve con gran talento y conocimiento en un film donde predominan los grandes números musicales acompañados del ingenio y la mayor imaginación que hace posible que el absurdo y lo irreal sean posibles. De esta manera, se unifica la espectacularidad de los efectos digitales y de la teatralidad musical embargados por la nostalgia del cine clásico. El director demuestra sus intenciones de narrar una historia esperanzadora en tiempos de crisis y lo logra exitosamente luciéndose con la calidad y la fuerza de Broadway en la creación de escenarios y la variedad de canciones y bailes que se lucen en todo su esplendor. Esta segunda parte repite ciertas estructuras de guion y dinámica de personajes para que se sienta como parte de la misma tradición. Incluso el dúo protagónico de Poppins y Jack (el famoso compositor Lin-Manuel Miranda), un farolero con encantadora luz propia, emula al de la Mary Poppins original (Julie Andrews) y su fiel compañero Bert (Dick Van Dyke). Es así como el film cuenta con grandes números que van desde grandes coreografías, bailes acuáticos, una puesta en escena patas arriba —literalmente y de la mano de Meryl Streep— y el momento que no podía faltar donde la acción real y la animación se unen para brindar un espectáculo al mejor estilo cabaret. Tal vez la historia en sí supone una desventaja para el film, al no poder estar al mismo nivel que toda la imaginería artística que lo conforma. De esta manera, si bien la película no posee la mejor historia —la cual flaquea por momentos haciendo que se perciba su larga duración— lo cierto es que, gracias a la animación y a la música, el film realmente brilla y se destaca, prevaleciendo lo que en verdad importa en una obra como esta. Los puntos narrativos más flojos quedan rescatados al ser alternados con las secuencias mencionadas, y también al regalarnos el regreso triunfal de Dick Van Dyke que sorprende y alegra por igual al verlo cantando y bailando a la edad de 93 años. Todos elementos que depositan a quien ve el film en el lugar de niño maravillado sin cuestionarse sus fallas, sino tomando lo ilógico por lógico —como debe ser en estos casos y para orgullo de la propia Mary Poppins. Una vez comprendido esto, la niñera puede seguir su camino por los cielos… al menos hasta que vuelva a ser necesitada para encender la llama de la ilusión.
El vaso de vidrio medio vacío. Hace dos años, con el estreno de Fragmentado, el director del film sorprendía al final del mismo unificando la historia de Kevin (James McAvoy), un sujeto desequilibrado que posee 24 personalidades diferentes, con la de David Dunn (Bruce Willis), el hombre prácticamente indestructible que tiene al agua como única debilidad, protagonista del film del 2000, El protegido. Aquel film de la temprana carrera de M. Night Shyamalan, en una época donde no existía el furor por el cine de superhéroes, supuso llevar a tierra la mística de los personajes de historietas. El director volvía real a estos personajes con la mirada dramática que los envolvía. Hoy en día, con un género de acción sobreexplotado que narra las grandes hazañas de personajes que saltan del papel a la pantalla, Shyamalan incorporó la idea de universo compartido sin querer quedarse atrás. Esto tiene por resultado a Glass, la promesa de una conclusión y enfrentamiento final que pondría frente a frente a los protagonistas de sus films anteriores. Pero, como muchas veces ocurre, las promesas no se cumplen. Hace tiempo que el director de grandes obras como Sexto Sentido y La Aldea no posee ni el talento ni la originalidad que le supo otorgar reconocimiento en su momento. Pero puede decirse que con Los huéspedes y Fragmentado comenzaba lentamente a encarrilar sus problemas creativos, problemas que lejos de desaparecer se hacen presentes una vez más con Glass, un film que termina valiéndose del atractivo que resulta de la unión de estas distintas historias antes que por su valor intrínseco. Su comienzo es llevado por buen camino, donde se atestigua una imponente batalla entre David y el superhumano “La bestia” (la personalidad de Kevin con súper fuerza y habilidades animales) y también se puede apreciar rápidamente la vida y las decisiones que llevaron a David a seguir siendo un justiciero vigilante con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark). Pero a medida que uno se va adentrando más en las intenciones del film, el interés por la historia disminuye y la decepción comienza a crecer. Y es que luego de que el protagonista de El protegido se encuentra por vez primera con el protagonista de Fragmentado, ambos personajes pasan a ser tratados en una institución psiquiátrica por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson). Ella es quien intenta tratarlos para demostrarle a cada uno, incluyendo al recluido Elijah (Samuel L. Jackson), que padecen de delirios de grandeza que los hace creerse personajes de historietas. De esta forma, el film se estructura en torno a las distintas sesiones, en conjunto o individualmente, que proporcionan una explicación y un trasfondo para entender a qué se debe el delirio de los tres pacientes. Es a través de estas sesiones, y principalmente las referidas a Kevin, que el director se muestra más interesado en dar lugar a las diversas interpretaciones de McAvoy con cada una de sus personalidades que en contar o desarrollar algo en concreto. McAvoy es un gran intérprete pero el film se abusa del apoyo que requiere de su personaje, lo cual se vuelve reiterativo y cansino debido al hecho de que el contenido y desarrollo de la historia es nulo e intrascendente. El planteo de observar desde la práctica psicológica a estos personajes podría funcionar como un interesante disparador dramático. Pero lejos de eso, nada de lo que ocurre con ellos o quienes los rodean funciona para producir algún cambio o para realizar análisis de ningún tipo muy diferente a lo que ocurría con El Protegido. La falta de elementos y sustancia en la historia de Glass se debe al hecho de que conforme pasa el tiempo y vemos las distintas interacciones —David con su hijo, Kevin con Casey (Anya Taylor-Joy), la única víctima que dejó con vida, o Elijah con su madre (Charlayne Woodard)— el film no construye nada con cada una de las escenas, las cuales sirven para tener más tiempo en pantalla al personaje de James McAvoy o directamente para presenciar las lecturas que realiza la Dra. Staple de cada uno, sumado a que, hacia el final, con el típico punto de giro del director, todo carece de sentido. Esto se debe a que lo que yace entre el comienzo del film y sus minutos finales es una extensión de situaciones con mínima utilidad para la historia, carentes de suspenso o de valor dramático. Incluso la presencia de Elijah, el Mister Glass que da nombre al film, se ve hecha a un lado minimizando la utilidad que pudiera llegar a tener. Shyamalan intenta con poco éxito que su obra posea el realismo dramático que había logrado con El protegido 19 años atrás. Pero es la monotonía de sus escenas y la ausencia de relevancia de cada una de ellas lo que hace que en ningún momento alcance su cometido. Lo cierto es que tanto como drama o como film de superhéroes, fracasa en ambos aspectos haciéndose añicos a medida que avanza y dejando tras de sí los cristales rotos del vaso de vidrio medio vacío que es Glass y que es pisoteado por su propio director. El verdadero villano que, de forma parecida a sus personajes, se encuentra atrapado sin salida, no de una institución mental sino de la mala racha de sus films.
El maquillaje no oculta las imperfecciones. En su último film, la directora Karyn Kusama (Diabólica Tentación, La Invitación) regresa con un film arraigado en los elementos clásicos del thriller policial. La detective Bell (Nicole Kidman) es una mujer avejentada, cansada y de pocas pulgas que, a pesar de apenas poder sostenerse de pie, decide ir a por todo en un caso en el cual debe resolver conflictos personales y cuentas pendientes con el crimen. La historia se ve estructurada en torno a su personaje —y en la escalada de criminales a los que debe hacerle frente para llegar al gran villano— a la vez que se ofrecen flashbacks del pasado de la protagonista, loc cuales aparecen únicamente cuando le es conveniente a la trama. Tal como Bell se desenvuelve en el campo de la ley, el film posee un ritmo enviciado por la solemnidad y frialdad de su personaje, solo coartado por algunos momentos del pasado que exploran la relación de la protagonista con su antiguo compañero y pareja, Chris (Sebastian Stan), con el que trabajó como agente encubierta dentro de una banda que asaltaba bancos. Si bien dichos momentos suponen un cambio en el ritmo narrativo, tampoco logran el nivel de empatía suficiente como para que los personajes resulten interesantes para el espectador. Si a esto se le suman todos los condimentos de más trillados a los que se acude, el film resulta un rejunte de lugares comunes con aires de seriedad, aportados por cuestiones de ritmo y de una actriz de renombre como Kidman. Y es que pareciera que la directora se interesa más por mostrar en escena a una reacia Nicole Kidman bajo la transformación absoluta de su rostro con los efectos de maquillaje, que por hacer que el público se interese realmente por el drama del personaje. Sabido es que a las ceremonias de premios en Hollywood les encanta reconocer a las actuaciones dramáticas que son acompañadas por una transformación física, pero en el caso de Destrucción, la labor de Kidman no logra destacarse de manera tal que pueda hallar reconocimiento alguno. Sí, de seguro es de lo mejor que tiene un film sin muchos aciertos, pero es por su monotonía rítmica y por el inalterable rostro austero de la actriz que el film resulta agotador en el constante y denso desarrollo que posee. A su vez, no hay transformación del personaje, a excepción del ya mencionado trabajo de maquillaje, ni alteración alguna en una historia que sigue los pasos típicos que ha de cumplir la mujer en su investigación y en su venganza. El film se desarrolla yendo del punto A al B sin muchas sorpresas más que una caprichosa alteración del orden narrativo para justificar un punto de giro final, el cual no tiene relevancia ni resulta un elemento sustancial para la historia. De esta manera, Destrucción no trae consigo nada a su favor para prevalecer en el recuerdo del espectador y el empeño de apostar a que toda su estructura sea sostenida por una gran actriz en un rol menor termina por jugar en su contra —muestra suficiente de que las fallas e imperfecciones no pueden ocultarse debajo del maquillaje.