El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

La verdadera House of Cards.

Con La gran apuesta, su film anterior, el comediante Adam McKay abordaba el tema de la crisis financiera estadounidense dentro de una fórmula donde la información y el humor no cohabitaban del todo bien dentro de la historia, haciendo que la misma se volviera problemática y carente de un ritmo llevadero. Lo cierto es que si su trabajo anterior sufría de estos problemas, El vicepresidente: más allá del poder se presenta como un film mucho mejor pulido, afilado en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La agilidad humorística se desarrolla perfectamente en sintonía con la mirada crítica que el director realiza acerca de la nefasta figura del político Dick Cheney (Christian Bale). Y si no les es familiar este personaje no se preocupen, McKay es conciente de ello y utiliza el desconocimiento que puede haber acerca de Cheney para volverlo un elemento fundamental, para entender su accionar, sus políticas y las razones que lo posicionaron en el lugar de poder que ocupó siendo el vicepresidente durante el mandato de George W. Bush (Sam Rockwell).

Cheney es descrito desde su caracterización hasta la información dada por el narrador del film (Jesse Plemons) como una persona silenciosa pero atenta a todo, lo que lo vuelve un elemento invisible pero atento a todo lo que sucede a su alrededor, trabajando minuciosamente para saber cuándo hacer su jugada política. La historia repasa cada paso dado y cada pieza utilizada por Cheney para insertarse en el círculo de la política norteamericana y crecer dentro de ella., no por cuestiones de creencias o ideas sino adaptándose a los ambientes necesarios para alimentarse de poder. Cheney es la personificación absoluta de la derecha republicana, trabajando desde las sombras, adquiriendo poder y alimentándose de las crisis del pueblo para enriquecerse de ello: un vampiro de nuestra realidad.

El engaño y la manipulación son parte de las herramientas de las que Cheney y los lacayos que lo rodean, incluyendo a su mujer Lynne (Amy Adams), se sirven para construir su poderío a través de la creación del control del medio de comunicación más grande (Fox News), los recortes de impuestos para los ricos o las regulaciones para el beneficio de las corporaciones masivas, siendo estas las cartas que Cheney pone en juego; todo ello en una partida donde poderosos como el jefe de gabinete Donald Rumsfeld (Steve Carell) o la marioneta inoperante que es Bush apuestan contra una nación que es la única en riesgo de perder y empobrecerse. Cada escena resulta una denuncia donde todas las decisiones políticas tomadas —cada acto en beneficio de su riqueza llevado a cabo por el protagonista— logran que cuanto más se familiariza el espectador con Dick Cheney, mayor sea la transformación física y personal que lo desfigura y lo convierte en el verdadero monstruo que es.

El film comienza en el momento de la tragedia de las Torres Gemelas, mostrando cómo Cheney maneja una situación caótica, más preocupado en sí mismo que en lo ocurrido, para luego entender todos los eventos anteriores que se desencadenaron para culminar en ese hecho casi 40 años después. Desde que era un problemático don nadie se puede atestiguar el progresivo ascenso en las cadenas de mando, desde un mero asistente, pasando a ser secretario de defensa, el jefe de gabinete más joven en la historia, hasta llegar a ser el vicepresidente de la nación. Cheney es un interesado en la práctica de la pesca, y como si de ello se tratase, lanza su anzuelo con las técnicas apropiadas de engaño y manipulación que lo muestran como una sombra inofensiva que convierte, a quienes tienen un mayor rango que él, en las presas que caen bajo sus tácticas.

La vicepresidencia siempre ha sido un cargo simbólico. En manos de Cheney se vuelve un beneficio que, bajo la teoría del ejecutivo unitario —alguien con absoluto poder— altera el orden de las cosas a su antojo. Regido por el concepto de “si el presidente hace algo entonces es legal”, de forma similar Cheney hace uso de las leyes ateniéndose a tecnicismos —leyendo la letra pequeña— y permitiendo que todo sea manipulado a través de la idea de que “las leyes están abiertas a interpretación”.

Por medio de las libres opiniones legales y la ramificación de la presencia de Cheney en distintos departamentos y gabinetes de la Casa Blanca, el Pentágono o la CIA, el film registra y denuncia el auge de la derecha y de cómo ésta, haciendo uso de permisos y leyes incompletas, se perpetua gracias a Cheney, quien estira o fuerza las leyes a su comodidad. Un extenso menú del que los poderosos se sirven alimentándose a su antojo y que, en términos del humor ácido del director, queda ejemplificado literalmente en una excelente escena donde queda expuesta la glotonería política dentro de un restaurant en el que los presentes son atendidos por el actor Alfred Molina.

Así, El vicepresidente: más allá del poder es un film crítico y denunciante que, de manera ágil y con mucho uso del humor, logra hacerle entender al espectador los manejos y el control con los que se rige el país (líder) mundial. El director que alguna vez fue guionista del programa humorístico Saturday Night Live pone en uso todas sus herramientas logrando que se llegue a conocer y exponer al mago de Oz de esta historia, al hombre detrás de la cortina política, alguien hasta entonces prácticamente desconocido para muchos. Adam McKay rodea a la figura de Dick Cheney con la acidez y la ironía que siempre lo ha caracterizado, en un film que deja a quien lo ve en una posición en la cual no se sabe si reír, llorar, indignarse o asustarse de los horrores cometidos por los líderes mundiales sin impunidad o remordimiento alguno. Tal vez la respuesta sea escoger todas las opciones anteriores, tal y como Cheney y los suyos escogen servirse de todo lo posible para llenar sus bolsillos, sin importar quien muera o pierda bajo su destructivo paso.