(Uh, linda noche para ponerse a escribir esta nota. Por algo dicen que soy el especialista den hombres lobos. No sé si es tan así. Una vez escribí una muy completa. Esperemos que esta quede buena. Bueno, empecemos... ¿Cómo puedo?... eh... ¡Listo, ya sé!) “Incluso un hombre que es puro en corazón / Y dice sus rezos en la noche / Puede convertirse en un lobo cuando la belladona (o "azote de lobos") florece / Y la luna de otoño brille”. Algo de historia El hombre lobo siempre fue uno de los monstruos clásicos más atípicos. No tiene un origen literario, como Drácula y Frankenstein. No es un personaje romántico, como la Momia. El “Wolfman” es un ser cien por ciento bestial. Las historias sobre este ser pueden rastrearse en diversas culturas desde tiempos inmemoriales, incluso antes de Cristo. De cualquier manera, y salvo por algunos detalles, la leyenda es siempre la misma: una persona que bajo el influjo de la luna llena, se convierte en un ser mitad humano mitad lobo. A este proceso se lo conoce como licantropía, expresión que proviene del latín lycanthropus, que a su vez viene del griego antiguo: lýkos (Lobo) y ánthrpos (Hombre). También se conoce como licantropía a una enfermedad mental, en la que el paciente cree transformarse en una criatura de la noche. Y siguiendo con las enfermedades, también está la Hipertricosis Universal Congénita —conocida como el Síndrome del Hombre Lobo—, que provoca el crecimiento de vello en todo el cuerpo, incluyendo la cara. Sin duda, el mito siempre sirvió para hablar de nuestro lado más salvaje, de nuestros impulsos más primitivos y peligrosos. La primera vez que el cine le dio espacio a nuestro amigo peludo fue en 1913. El cortometraje The Werewolf contaba como la vengativa bruja de una tribu Navajo lanza una maldición que da origen al bicho del título. El primer largometraje del tema fue El Lobo Humano (título original: Werewolf in London), de 1935. Es este film de Stuart Walker, un científico (Henry Hull) adquiría el mal lobuno buscando una flor exótica en el Himalaya. Pero la bestia recién se hizo popular en 1944 gracias al éxito de El Lobo Humano (título original: The Wolfman), de George Waggner. Es esta primera incursión licantrópica de la Universal —por entonces sinónimo de clásicos del terror—, Lawrence Talbot (Lon Chaney Jr.), es mordido por ya-se-imaginan qué y cada vez que sale la luna llena, como bien dice la cita que encabeza esta nota... Bueno, ni hace falta que lo diga. La única solución posible: dispararle con una bala de plata. Chaney Jr. siguió haciendo de lobo y de otros mostros en otras producciones de la Universal. Durante las décadas siguientes, el subgénero fue progresando. En los ’50, un joven Michael Landon (Se acuerdan de Michael Landon, ¿verdad?) protagonizó El Monstruo Adolescente. 1961 nos trajo La Maldición del Hombre Lobo, única pero espectacular incursión de la productora inglesa Hammer en el terreno lobuno. Vale la pena detenerse en este film, dirigido por Terence Fisher. Aquí, el joven León (Oliver Reed) no se convierte en asesino salvaje porque lo hayan mordido, como solía suceder en la mayoría de estas películas: era producto de una violación. Y León convertido aparecía lo justo y necesario, nunca de manera gratuita. En realidad, La Maldición... es más una tragedia que una de horror, un drama acerca de una familia conviviendo con el horror a pesar del terrible e inevitable destino. Enseguida surgieron exponentes también en territorios de hablahispana. El recientemente fallecido Jacinto Molina (mundialmente conocido como Paul Naschy) estrenó en 1967 La Marca del Hombre Lobo. Allí interpretó por primera vez al Waldemar Daninsky, una bestia peluda que seguiría apareciendo en las secuelas del film, como La Noche de Walpurgis. Además, La Marca... dio inicio a la época de oro del cine de terror en España. En 1975, Argentina tuvo su representante gracias a Nazareno Cruz y el Lobo, una de las obras cumbres de Leonardo Favio. Aquí no había despliegue de FX ni convencionalismos. Al igual que La Maldición..., era una tragedia acerca de Nazareno (Juan José Camero) el séptimo hijo varón que, como dice la leyenda, termina convertido en el Lobizón cuando se enamora de Griselda (Marina Magalí), una hermosa muchacha del lugar. En esta gran fábula también aparece Alfredo Alcón como el mismísimo Diablo. La revolución llegó en 1981. Es cierto que Aullidos y Un Hombre Lobo Americano en Londres son películas distintas. La primera lleva el sello de su director, el enorme Joe Dante —esto es: citas cinéfilas, humor negro, sátira social, Dick Miller como actor fetiche—; en cambio, el film de John Landis tiene bastante humor absurdo, propios del otrora realizador de Colegio de Animales y Los Hermanos Caradura, pero con momentos de terror puro y duro. Sin embargo, ambas joyas mostraban bichos que ya no eran actores maquillados con pelos en la cara ni uñas postizas sino seres más lobunos que humanos: hocicos bien largos, colmillos y zarpas que paralizan con sólo verlos... ¡Y ni hablar de las terroríficas e innovadoras escenas de metamorfosis! (pinchen aquí y aquí). La leyenda viviente de los FX de maquillaje Rick Baker estuvo involucrado en las dos películas. Sabía muy bien que quería fabricar un nuevo tipo de morphing usando cámaras de aire, receta que le pasó su mentor, el reconocido Dick Smith. Estaba por empezar en Aullidos cuando recibió un llamado de su amigote Landis para trabajar en el proyecto licantrópico pensado diez años atrás. Entonces se fue para Un Hombre..., aunque dejó a cargo a su discípulo, el futuro talento Rob Bottin. Si bien Bottin tiene el crédito por los monstruos de Aullidos, los verdaderos responsables de lo que se vio en pantalla fueron los hermanos Jeff y Steve Shank, productores de efectos. Más allá de un montón de puntos en comparación, las dos películas son grandes clásicos del cine en general. Ah, Baker ganó el primer Oscar de su carrera por su soberbio trabajo en Un Hombre... cuando recibió un llamado de su amigote Landis para trabajar en el proyecto licantrópico pensado diez años atrás. Entonces se fue para Más tarde llegaron las interesantes y olvidadas Wolfen, y En Compañía de Lobos. Un Michael Fox pre-Marty McFly se puso peludo (y no por exceso de autosatisfacción sexual) en la divertida comedia Muchacho Lobo, de 1984. Tres años después hubo una segunda parte, Muchacho Lobo 2, protagonizada por el ex ídolo juvenil y hoy actor respetado Jason Bateman. Ya en los ’90 nos dieron la innecesaria y pretenciosa Lobo, con Jack Nicholson sobreactuando como de costumbre (maquillaje de Rick Baker, aunque más convencional) y Un Hombre Lobo Americano en París, pobre secuela de la obra de Landis, y encima con lobos hechos con una por entonces pobre animación digital. El siglo XXI trajo licántropos incluso en películas que no los tenían como tema central. La Marca de la Bestia, de Wes Craven, prometía demasiado, pero resultó un desastre, en parte porque los productores de Dimension Films obligaron al director a filmar casi todo de nuevo. Sí vale destacar la curiosa producción canadiense Ginger Snaps: La Posesión (que generó una secuela y una precuela), y la inglesa Dog Soldiers. Para empezar, ninguna de las dos películas abusaba de la tecnología computada. La saga de Inframundo también supo darle un lugar destacado a estos animalitos. La nueva oportunidad para este gran monstruos velludo ha llegado. Y para eso hay que remontarse a aquel clásico con Lon Chaney Jr. Sí, otra remake entre nosotros. (Uy, cómo me pica todo el cuerpo. Humm, huele a churrasco de cuadril. ¿y ese ruido? ¿Un alfiler? Mis sentidos están a full en noches así. Bueno, sigamos) La maldición El Hombre Lobo, la nueva versión de El Lobo Humano de la Universal, parecía condenado a ser un film maldito, y no por el horrible ser del título. La producción arrancó en 2007. Benicio del Toro no sólo sería el actor principal sino uno de los productores. El director elegida originalmente fue Mark Romanek, quien supo estremecer con Retratos de una Obsesión y dirigió miles de videoclips. El guión estuvo a cargo de Andrew Kevin Walker, que se hizo famoso por escribir Pecados Capitales y La Leyenda del Jinete sin Cabeza. Al asunto se sumaron Anthony Hopkins, Emily Blunt y Hugo Weaving. Todo parecía ir bien, hasta que Romanek renunció por las típicas diferencias creativas con el estudio. Universal salió enseguida a buscar un reemplazante. Sonaron nombres como Frank Darabont, James Mangold, Bill Condon, Martin Campbell, Guillermo del Toro y Breck Eisner, pero al final quedó Joe Johnston. Nacido en 1950 en Texas, Johnston empezó trabajando en el departamento de arte y en efectos especiales para George Lucas y Steven Spielberg. Su debut como director fue Querida, Encogí a los Niños. Luego vinieron Rocketer, Jumanji, Cielo de Octubre, Jurassic Park 3 y Océano de Fuego. Sus películas no son geniales, pero tampoco desastrosas, y siempre entretienen. El guión también sufrió cambios, esta vez de la mano de David Self. Self escribió maravillas como Camino a la Perdición y Trece Días, pero mejor olvidar su incursión en el género fantástico: La Maldición, aquel insulto al cine de miedo que perpetrara el holandés Jan De Bont. Una vez que la película estuvo terminada, la fecha de estreno se pateó innumerables veces desde 2008, debido a los constantes cambios, ya que filmaron escenas nuevas, modificaron el aspecto de unos de los monstruos y remontaron algunas partes (para eso acudieron al experimentado Walter Murch). Pero el resultado final ya está en los cines. ¿Qué salió de todo ese lío? (Estoy transpirando demasiado. No, el aire acondicionado funciona. ¿Entonces? ¡Aaaaaagggggggg! Qué dolor, Dios. Siento que el cuerpo se me quiere contorsionar... Mis piernas... Mis brazos... ¡Aaagggg!... La picazón en las orejas.... ¡Uuuffff!... Mejor sigo escribiendo.... que... ¡Auggggg!... que todavía no puse nada de la película) Ahora sí, la película Salvo por algunos cambios y subtramas necesarios, El Hombre Lobo sigue de cerca de la peli en la que se basa. 1891. Luego de años viviendo en Estados Unidos, el actor Lawrence Talbot (Benicio del Toro) vuelve a su residencia familiar en Inglaterra. Un trauma familiar lo alejó de allí de pequeño, pero la violenta muerte de su hermano lo obliga a regresar y a reencontrarse con su padre (Anthony Hopkins), a quien no ve hace mucho. También conoce a Gwen (Emily Blunt), su otrora cuñada, quien tampoco puede creer el horror de lo sucedido. Un horror que no termina ahí: en una noche de luna llena, en medio del bosque, y tratando de averiguar qué sucedió con su hermano, Lawrence es atacado por una bestia. Y a esta altura de la nota ya saben cuáles son las consecuencias. El ya de por sí atormentado Larry sufre cambios en su físico y en su conducta, y encima debe buscar al monstruo que lo infectó, ya que tiene intenciones aún más terribles. A pesar de los problemas de producción, la puesta al día de otro clásico pasó el examen con un sobresaliente. No es genial, pero tiene varias virtudes. El maquillaje del monstruo es un muy logrado homenaje al creado por Jack Pierce para la obra de Waggner (cara peluda, garras, colmillos). Aunque el lobezno también suele correr en cuatro patas, como los licántropos del cine moderno. El responsable de tan magnífica tarea no es otro que Rick Baker. De hecho, confesó que la película original lo influyó de niño a dedicarse a los efectos especiales de maquillaje. Según Baker, tomaba tres horas hacer que Benicio quedara hecho un lobo, y que no costó tanto ya que el actor era de por sí muy velludo. Eso sí: para las escenas de metamorfosis se usó CGI, cosa que a Baker no le gusta demasiado. ¡Atentos a la aparición de R. B. como una víctima de su propia creación! Llama la atención —en el mejor de los sentidos— la inclusión de muertes sangrientas, algo que las superproducciones de Hollywood tratan de evitar o disfrazar con trucos visuales. Podemos ver a la bestia arrancando brazos, rebanando cabezas, destrozando personas como si fueran ciervos. A la manera del Drácula de Coppola en su momento, El Hombre Lobo incorpora elementos de otros hits del subgénero lobuno. La criatura, como dijimos, suele correr en cuatro patas, como la de Un Hombre Lobo Americano en Londres; en un momento anda suelta por la ciudad y huye por los techos de las casas, igual que Oliver Reed en La Maldición del Hombre Lobo... Pero el mayor acierto del guión y de la dirección está en el tono de tragedia griega, de drama familiar propio de los mejores de estos films. Haciendo un análisis más profundo, El Hombre Lobo es la historia de la tensa relación —o directamente, de la no-relación— entre un padre y un hijo. Un oscuro hecho del pasado hizo que se distanciaran y que el amor que alguna vez los unió —si alguna vez existió— muriera para siempre. Y el reencuentro tiene como marco un nuevo episodio fatídico, del que tal vez ninguno salga ileso. Esta clase de elementos pueden rastrearse en dramas a secas, como Días de Furia (título argentino de Afliction, de Paul Schrader), aunque el cine fantástico también supo darle su lugar: la saga de La Guerra de las Galaxias, sobre todo El Imperio Contraataca, y la subvalorada Hulk de Ang Lee. En ambos casos, los protagonistas descubrían que sus némesis eran sus propios padres. Joe Johnston no aborda el tema con tanta profundidad como Lee, pero jamás lo oculta, lo que es un gran acierto y le otorga una bienvenida complejidad a la historia, volviéndola algo más que unos cuantos sustos, muertes y persecuciones muy bien organizados. (CUIDADO: SOPA FRÍA O SPOILERS, COMO LES DIGAN) Porque en el final, no son sólo dos bestias humanoides las que se enfrentan hasta la muerte sino un padre y un hijo, dos seres de la misma sangre. Y eso no deja de ser un detalle perturbador y muy triste. (FIN DE SOPA FRÍA) El elenco da en la tecla con esta clima trágico. Benicio le da una carga de tormento y oscuridad a su Larry Talbot, un hombre torturado, condenado a un destino inevitable. No es la primera vez que el astro portorriqueño encarna a un ser peludo. Hizo de un hombre perro en El Circo de Pee Wee... y del “Che” Guevara en el díptico de Steven Soderberg. ¿Ah, eso último no cuenta? Como en otras veces, por momentos da la impresión de que Anthony Hopkins actúa en piloto automático, pero también acierta con el toque sombrío de su personaje. Lo bueno del galés es que nunca sobreactúa, siempre está medido. Emily Blunt sufre todo el tiempo. Aunque este no sea uno de sus mejores trabajos, sigue estando sobria y también muy hermosa, incluso cuando aparece desaliñada. El australiano Hugo Weaving tiene el rol del inspector Abberline, de Scotland Yard, quien llega para hacerse cargo de la investigación de una serie de brutales asesinatos. Da la impresión de que el actor (que en realidad nació en Nigeria) podría haber estado más aprovechado. Sin embargo, sus intervenciones siempre son bienvenidas, no importa la clase de películas en las que decida estar. No olvidemos mencionar a la inefable Geraldine Chaplin haciendo de Maleva, una excéntrica gitana. Se ve que el werewolf era menos temible que Maharbiz. Johnston no logra hacer la película de licántropos definitiva (como sí hizo Coppola con el mencionado vampiro más famoso), pero sale muy bien parado de un proyecto que parecía maldito. ¿Será el regreso al cine de los hombres lobos con toda la furia, alejados de los jovencitos de torso desnudo de la saga de Crepúsculo? Siempre hay espacio para to... (No puedo más. Un pelaje negro, duro, se abre paso por mi piel, destrozándola mi dentadura aaaagggg se desdobla se parte como si la trituraran y la estiraran igual que una masa y mis manos ooouuhhhh se rompen mis dedos y salen nuevos oscuros y filosos aaaaahhhhh la espalda aaaaauugggg se me arquea la espalda pero quiero seguir escribiendo todo como si uuhhhhh mi ropa de deshace en jirones aaaaggg aggggggg aaaaaaa aaaaaaaauuuuuuuuuuuu!!!! y quiero correr y destrozar y me giro para saltar por la ventana donde brilla la luna llena y escuchó algo a mis espaldas y me giro y está mi amigo Fabio y me apunta con una escopeta y rujo le muestro los colmillos y dice algo de balas de plata y gruño y le digo hablando a pesar de mi hocico que las noche de luna llena no son para mí y le digo que al menos no me dispare así pongo el puntaje a la crítica y que se deje subirla y...).
De todo se dijo acerca de Hilda Isabel Gorrindo, mejor conocida como Isabel Sarli, mejor conocida como “La Coca”. Bomba sexual. Figura pop. Morocha argentina por excelencia. Estrella internacional. Leyenda viviente. Diosa. Ícono. Pero estaba faltando una película que le hiciera justicia a ella y a Armando Bo, responsable de los films que generaron millones de dólares, trascendieron fronteras e inmortalizaron a ambos. El documental Carne sobre Carne llegó para cumplir esa función, para rendirle un merecido tributo a dos artistas que fueron maltratados y subvalorados durante mucho tiempo. Durante sus 95 minutos podemos adentrarnos en los comienzos de la Coca en el mundo del espectáculo, en cómo nació su vínculo laboral (y afectivo) con Mr. Bo en el film El Trueno entre las Hojas, y, sobre todo, en la interminable lucha de ambos contra la censura argentina entre fines de los ‘50 y principios de los ’80. Por ejemplo, con el fin de evitar el hachazo de quienes de autodenominaban Guardianes de los Valores Morales (que debían considerar los desnudos de la Coca como los más terribles actos de corrupción y desprestigio), Bo llegaba a aplicar efectos ópticos sobre las escenas de desnudo de Isabel; el clima psicodélico podía hacer más amena la cosa. Claro que la mayoría de las veces la censura no le perdonaba ni siquiera esta clase de creativos recursos, pero no impidió que Armando B. siguiera haciendo audaces melodramas con elementos sexuales y violentos, que muchas veces filmaba en co-producción y en parajes exóticos. A modo de revancha, Carne... nos regala escenas que en su momento fueron cortadas por su contenido sexual (por ejemplo, la de Una Mariposa en la Noche, repleta de travestidos, que incluye música de Alice Cooper, en la que significa la primera vez que un tema del rockero yanqui forma parte de un largometraje), y también fragmentos de películas perdidas, como India. Bo, muy precavido, supo guardar estas rarezas, tal vez sabiendo que la despiadada censura terminaría en algún momento. Sin bien el tema de la censura es uno de los principales, no es el único. Gracias a testimonios de la mismísima Isabel —admirada por directores internacionales, como John Waters y Pedro Almodóvar—, podemos conocer anécdotas de Armando Bo, de sus métodos de dirección extremos con tal de lograr el realismo que buscaba; entretelones de los rodajes de clásicos de la talla de Fuego, Carne (donde dice la antológica frase “¿Qué pretende usted de mí?”), y la indescriptible pero inolvidable Embrujada. También prestan sus testimonios el coreógrafo Adelco Lanza, quien hacía del amanerado mayordomo Manolo; Víctor Bo, aquí oficiando incluso de presentador; Fernando Martín Peña, Armando Bo nieto y técnicos que formaron parte de aquellos rodajes. Pero no todo es entrevistas e imágenes de archivo: sorprenden gratamente unas desopilantes dramatizaciones —en las que participan Gastón Pauls y Alex de la Iglesia, que personifica a un cineasta maravillado por el estilo vanguardista de Bo— y secuencias animadas, donde se ve a una Coca Sarli gigantesca, persiguiendo a los censores cual Godzilla con superpechos. Guionista, director, periodista de cine, pero cinéfilo por sobre todas las cosas, Diego Curubeto nació para parir Carne... Su amor por el material se siente en cada fotograma. Se nota en el tono entre respetuoso, informativo y humorístico. Hasta se da el gusto de aparecer en una de las mencionadas dramatizaciones. En conclusión: un homenaje que la Coca y Armando Bo merecían desde hace rato, y la posibilidad de por fin ver en pantalla las partes injustamente censuradas de sus creaciones.
La dama de hierro Por extraño que parezca, las mujeres directoras de cine siguen siendo vistas como especimenes aparte, que no merecen ser tomadas muy en serio. Sobre todo si se dedican a filmar películas propias del más varonil de los hombres, como films bélicos, de acción, thrillers, pero siempre con mucho contenido a la par de las explosiones. Tal es el caso de la talentosa Kathryn Ann Bigelow (San Carlos, California, 1951). Bigelow es hija del capo de una empresa de pinturas y de una bibliotecaria, lo que explica su temprano interés por las artes. Asistió al San Francisco Art Institute, y al tiempo ganó una beca en el programa Whitney del museo del mismo nombre, en Nueva York, donde terminaría exponiendo algunas de sus creaciones. Pero su interés por el cine la llevó a estudiar en la Universidad de Columbia. Allí tuvo como profesores a la escritora Susan Sontag, al escultor Ricard Serra y al director Milos Forman, entre otros. A través del séptimo arte, Bigelow pretendía llegar a más gente mediante una herramienta de transformación social. A pesar de haberse formado más en lo teórico que en la parte práctica del quehacer cinematográfico, su tesis consistió en filmar un corto: The Set-Up, de 1978. En los 17 minutos de duración se desarrolla una pelea de boxeo al tiempo que algunos filósofos miran y opinan. Allí ya están los temas que obsesionarían a la realizadora: la violencia y personajes dispuestos a ir hasta el final. En 1982 estrenó su primer largometraje: The Lovelees, en co-dirección con Monty Montgomery, amigo y socio de David Lynch. The Loveless es una peli de motoqueros al estilo de Busco mi Destino y El Salvaje, y ambientada en los ‘50. Vance, el protagonista, es un tipo border, que coquetea con el peligro. Un detalle para nada menor: Vance está interpretado por Willem Dafoe, en el que constituye su verdadero debut cinematográfico (venía de participar en la fallida superproducción de Michael Cimino Las Puertas del Cielo, de 1981, pero sin acreditar). Vean el trailer de The Loveless aquí. Pero el primero hit de la directora —hit pequeño, pero hit al fin— llegó en 1987. Cuando Cae la Oscuridad mostraba a un grupo de atípicos chupasangres sin colmillos ni capas: los quías se mueven en vehículos por la rutas de Estados Unidos, devorando a quien se les cruce. Como verán, tampoco hay nada de castillos ni terror gótico (nunca se pronuncia la palabra “vampiro”). De hecho, es más bien un western urbano con varios bebehemoglobina. En este inusual enfoque del vampirismo actúan leyendas vivientes como Lance Henriksen, Bill Paxton y Jenette Goldstein. Los tres venían de Alien: El Regreso, de James Cameron, quien tiene un papelito importante en la carrera y en la vida de la Bigelow (los detalles, dentro de unas líneas). Dato inútil: en Cuando... trabaja Joshua Miller, medio hermano de Jason Patric, quien participó en el otro golazo vampírico estrenado en 1987, Que No se Entere Mamá, curioso nombre que le pusieron en Argentina a The Lost Boys. Más data inútil: tanto Joshua Miller como Jason Patric son hijos de Jason Miller, el Padre Karras de El Exorcista. Volviendo a Kathryn Bigelow, al toque dirigió el videoclip del tema "Touched By The Hand Of God", de esa gran banda que es New Order. Comenzaron a llegarle propuestas de películas, pero ninguna le interesaba: “Cuando empecé, los únicos guiones que me daban eran comedias tontas con adolescentes. En ese momento era lo único que le daban a una directora. Como respuesta a eso elegí un camino totalmente opuesto. Quería dejar claro que yo quería hacer algo diferente”. Producida por Oliver Stone, en 1989 estrenó Testigo Fatal, su siguiente tour de force. Una oficial de policía (Jamie Lee Curtis) comienza a ser acechada por un psicótico (Ron Silver) que la vio cometer un asesinato en defensa propia. Su aparente sencillez esconde un thriller intenso y violento, con detalles escalofriantes, como cuando el asesino habla solo. Sí, otro personaje al límite. Luego de tantas obras de culto, le llegó el éxito con un film en el que siguen presentes sus obsesiones: Punto Límite, de 1991. La historia de Johnny Utah (Keanu Reeves, en un papel para el que audicionaron Johnny Depp, Charlie Sheen y Matthew Broderick) infiltrándose en una banda de surfers ladrones de bancos liderada por Bodhi (Patrick Swayze) generó un fanatismo especial por esta gema, que entra en la categoría de cool debido a su estética pop-roquera y a la música acorde (attenti al cameo de Anthony Kiedis, cantante de los Red Hot Chili Peppers). Pero, por sobre todas las cosas, es una gran película de acción en la que los códigos y las relaciones están por encima de los tiros y las persecuciones. Y Bodhi se convirtió en sinónimo de audacia. Tuvo una remake no oficial (je, je), veinte años más tarde: Rápido y Furioso, sólo que en lugar de surf habían picadas automovilísticas. Punto Límite tuvo a Cameron en el rol de productor ejecutivo. De hecho, él y Kathryn estuvieron casados desde 1989 hasta el ’91, cuando se divorciaron. Fue la única vez que la directora estuvo casada. En cambio, el pícaro de James iba por el tercero de cuatro divorcios. (Se nota que Cameron es en su vida igual que en su carrera: jamás hace las cosas a medias. “¿Noviazgo? Naaa. ¡Casémonos! Será un exitazo sin precedentes”. Bastante está durando con Suzy Amis). Pero la relación profesional entre ambos no decayó: J. C. co-escribió con Jay Cocks —habitual colaborador de Martin Scorsese— el film noir futurista Días Extraños, film de la Bigelow estrenado en 1995. Protagonizado por Ralph Fiennes, Angela Basset, Juliette Lewis y Tom Sizemore, mostraba un mundo al borde del Apocalipsis político y social a pocas horas de la llegada del siglo XXI. En el medio, racismo, violencia policial y el SQUID, un sistema de realidad virtual que permite vivir experiencias emocionantes y genera dependencia como cualquier droga. Días Extraños no fue un golazo, pero sigue siendo un fiel exponente de lo que Bigelow tienen en la cabeza (Eso sí: Cameron debería seguir más detrás de cámara y no tanto frente a la PC, al menos no sólo y sí acompañado por, por ejemplo, David Koepp o David Mamet). Los medios ingleses dijeron “es la película más violenta dirigida por una mujer”. Entre 1998 y 1999 dirigió tres capítulos de la serie Homicidio. Y estoy olvidando mencionar que en 1993 dirigió capítulos de la miniserie Wild Palms, en la que también estuvo metido Oliver Stone. Su siguiente película llegó en el 2000. El interesante y poco conocido thriller The Weight of Water es una intimista co-producción con Francia, que en un primer momento parece alejada de su obra. Sean Penn, Elizabeth Hurley, Catherine McCormack y Josh Lucas viajan a una isla para resolver un antiguo misterio. En el viaje surgirán tensiones y asuntos oscuros, que pueden desembocar en una tragedia. La directora también cuenta, al mismo tiempo, un episodio ocurrido años atrás en la isla, donde las cosas tampoco terminaron de la mejor manera. En este segmento “de época” se destacan Sarah Poley y Ciarán Hinds, entre otros. Luego de tan inquietante film, K. B. regresó al cine de alto presupuesto mediante la subvalorada K-19: The Widowmaker, y con un elenco encabezado por Harrison Ford, Liam Neeson y Peter Sarsgaard, acerca del primer submarino nuclear ruso. Sobre su elección del proyecto dijo en una entrevista: “Siempre he desarrollado mis propias historias. Las abordo desde dos direcciones: las imágenes que quiero plasmar y la personalidad y motivaciones profundas de los personajes. Después, trato de explotar al máximo la potencialidad de las situaciones que se desarrollan. Me siento atraída por historias duras, extremadas y viscerales en las que los personajes se redefinen a través de pruebas de fuego. En K-19 encontré una propuesta exacta a lo que ambiciono al hacer una película. Y a ello se sumó el beneficio de un ingente material documental, al tratarse de hechos reales que han estado ocultos hasta el colapso de la URSS”. La película es algo más que la prototípica del subgénero de submarinos gracias a momentos de tensión abrumadores. Basta con mencionar la secuencia en la que los tripulantes deben reparar el problema que submarino, exponiéndose a un alto nivel de radiación de los que saben que no podrán zafar por lo precario de sus trajes. Basada en un hecho real, K-19 dio pérdidas millonarias, y los críticos se burlaron del acento ruso del renacido Indiana Jones, pero sigue siendo un film cien por ciento Bigelow, que con el tiempo se vuelve cada vez más querible. Durante los años subsiguientes dirigió un capítulo de la efímera serie Karen Sisco y el corto de ocho minutos Mission Zero, un spot para Pirelli protagonizado por Uma Thurman, que podrán ver cliqueando aquí. Lo cierto es que, más allá de los fracasos económicos (que no artísticos) de sus films, Kathryn Bigelow tiene un prestigio ganado. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante la llamó “la pintora de películas que sangran en la pantalla”. La crítica Pauline Kael afirmó que era una “autora enamorada de las posibilidades de la imagen”. También compararon su enfoque de la violencia con el de Sam Fuller, Sam Peckinpah y el mismísimo Scorsese. Elogios muy merecidos. Pero estaba faltando la película que terminara por ubicarla en el Monte Olimpo al que en realidad ya pertenece. La película que hiciera que el resto de los mortales por fin la tomara en serio. Ese opus magnum ya llegó. El Señor de la guerra Vivir al Límite (el acertado título que en este país eligieron para The Hurt Locker), sintetiza las obsesiones de Bigelow. Es más: la película abre con una frase del libro War is a Force that Gives Us Meaning, del corresponsal de guerra Chris Hedges: “The rush of battle is a potent and often lethal addiction, for war is a drug” (El ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, para la Guerra es una droga). Otra vez tenemos un personaje (el sargento William James) que disfruta de cruzar el borde. Es un tipo con las pelotas bien puestas, con pelotas del tamaño de tres continentes. Un tipo que está más allá del Bien y del Mal, según el filósofo. Un tipo que no puede vivir sin adrenalina. Un nivel de adrenalina que pasa a estar por encima de la vida de James. Como Bodhi de Punto Límite, pero elevado a la enécima potencia. Su relación con Beckham, un niño del lugar que vende DVDs piratas, permite mostrar algo de su humanidad, pero tal vez sea demasiado tarde. “El Sargento James representa un tipo de psicología muy concreta: está atraído por la guerra, por el combate y su ajetreo, por esas situaciones límite que te ponen en decisiones de vida o muerte más de una docena de veces al día”, comentó la directora, y añadió: “Es un personaje roto por las experiencias que ha vivido pero, por otra parte, es extraordinario en su especialidad, la desactivación de bombas. Lo que nos cuenta la película es que este personaje paga un precio enorme por su habilidad para hacer lo que pocos pueden”. Vivir al Límite es la tensión más absoluta hecha cine. Todo el tiempo parece que algo está por explotar, y no sólo bombas. Es imposible no sentirse incómodo, y no me refiero solamente a las secuencias en las que James debe adentrarse en los lugares más extraños para desactivar explosivos. Incluso las escenas más aparentemente tranquilas (charlas o bromas entre marines, los diálogos entre James y Beckham) poseen un nervio terrible, impensado. El espectador jamás podrá sentirse cómodo. Las actuaciones y las imagen logran transmitirlo a la perfección, con un estilo propio de un documental, como si la cámara se hubiera metido ahí sin pedir permiso, dispuesta a registrarlo todo, tan implacable y valerosa como James en el frente de batalla. De este logrado aspecto estuvo a cargo el director de fotografía Barry Ackroyd, habitual de Ken Loach y también de Paul Greengrass en Vuelo 93. Un auténtico esteta de la crudeza, el realismo y la inmediatez. Algo que Bigelow buscó desde el principio: “Quería que la audiencia tuviera una mirada experiencial sobre este conflicto, que sienta que es el cuarto hombre en el Humvee que tiene las botas en el terreno para sentir una aproximación a la guerra. Tratamos de hacerlo lo más realista posible". No es una película bélica. Sí, hay armas y explosiones y soldados, pero esencialmente es un drama en un contexto bélico. Un drama acerca de los hombres que deben permanecer en el frente. Un drama en donde nada queda explicitado, donde nada está muy dicho. Muestra, pero no explica. Por suerte. Fueron muchas voces las que criticaron a la Bigelow por no plasmar su postura sobre la guerra de Irak, ya que la película nunca dice “La guerra es mala” o “La guerra es buena” sino “Esto es la guerra, esto es lo que pasa cuando hay guerra, y así es como influye a quienes participan en ella”. Un proceder acertado por parte de la directora. Es comparable a lo hecho en su momento por Stanley Kubrik en Nacido para Matar: nunca se expresa descaradamente una visión sobre Vietnam, pero queda implícita al mostrar cómo la guerra va deshumanizando a los soldados, convirtiéndolos en asesinos. Un enfoque valiente y arriesgado, alejado de los panfletos sobrevalorados de Oliver Stone, empezando por Pelotón y Nacido el 4 de Julio (Y eso que Stone participó en la contienda y hasta fue condecorado). Por este mismo motivo también es posible trazar un paralelo entre Vivir al Límite y Avatar, más allá de que los directores de ambas estuvieron casados. Las dos películas hablan de la ocupación estadounidense en territorio desconocido y cómo esto afecta a los involucrados. Sin embargo, Vivir al Límite, una vez más, sale ganando porque no es burda ni recurre a fórmulas hartoconocidas ni cuenta con personajes estereotipados ni tiene una bajada de línea tan notoria. Ojo, todo más que bien con Avatar (el film más taquillero de la historia, desde hace unos días) y con Cameron, pero... Eso mismo: “Pero...”. Ya lo dijo Bigelow en su visita a la Argentina (más precisamente, a 23ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata, donde la película abrió el evento): “Como directora, traté de dejar que el material hablara por sí solo”. Sí puede haber una comparación con Redacted, devastadora película de Brian De Palma, que cuenta las andanzas de soldados en Irak, pero valiéndose del recurso del falso documental. Los dos films se complementan, ya que abordan una mirada nada patriótica (pero tampoco crítica, sólo contemplativa) sobre la ocupación en Irak. Bravo por De Palma también. Vivir al Límite significa también la consagración de Jeremy Renner. Nacido en 1971 en Modesto, California —los pagos de George Lucas—, empezó su carrera en comerciales y luego en TV y cine, donde casi siempre hacía de chico malo. Hasta supo hacer del asesino serial caníbal Jeffrey Dahmer en una película biográfica. Después de papeles secundarios en Exterminio 2 y en El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, Renner tiene aquí su gran oportunidad de lucirse como este Sargento dispuesto a todo sin importar las consecuencias. Una actuación intensa, exacta (ni exagerada ni tímida) para un personaje tan complejo y anticonvencional, para nada fácil de interpretar... sobre todo cuando debía vestir el traje especial bajo los 125 grados en Jordania, donde se llevó a cabo el rodaje. Su preparación consistió en dos semanas de entrenamiento con los verdaderos miembros de EOD: “En primer lugar me sorprendió, por falta de una palabra mejor, lo nerds que son. Son todos muy, muy inteligentes”. Esperemos que sea el despegue definitivo de Renner en Hollywood. Se dice que podría tener el papel de Hawkeye en la adaptación del comic Thor, que dirige Kenneth Branagh, y en la película de los Avengers, que reunirá a todos los superhéroes del universo Marvel. Y hasta hizo pruebas para protagonizar un inminente film de la saga de Mad Max. El elenco secundario tampoco tiene desperdicio. Las revelaciones vienen por el lado de Anthony Mackie y de Brian Geraghty como Sanborn y Eldridge, respectivamente; los cada vez más nerviosos compañeros de James (Vale recordar que Geraghty había participado en otra historia de milicos: Soldado Anónimo, de Sam Mendes). Hay pequeñas pero interesantes apariciones de Guy Pearce, Ralph Fiennes y David Morse. También anda por ahí Christian Camargo (el hermano de Dexter), y para los fanáticos de Lost, Evangeline Lilly. La idea de tener protagonistas desconocidos y a los más famosos en roles menores fue algo pensado desde el vamos por K. B.: “He trabajado con actores famosos como Willem Dafoe o Keanu Reeves, pero siempre al inicio de sus carreras: me gustan los rostros frescos y originales. En esta película, al escoger a actores desconocidos, el espectador no sabe quién va a morir y quién no. Por el contrario, si pones a Tom Cruise, el público sabe que ninguna bomba le va a hacer daño. Pero si rompes esta norma y matas a un actor conocido, le estás diciendo al espectador que puede pasar cualquier cosa. Y eso es importante para crear una atmósfera psicológica inestable que se corresponde con la información que teníamos sobre el terreno: todo es una amenaza potencial y no estás a salvo hasta que vuelves a casa”. Vivir al Límite fue escrita por Mark Boal, un periodista independiente que estuvo con los soldados en el frente. Sus textos, publicados en Rolling Stone y The Village Voice, dieron origen a La Conspiración, de Paul Haggis. Fue Boal quien se acercó a Bigelow (ambos se conocían de un piloto de TV para Fox) para proponerle un proyecto relacionado con el mismo tema, pero que fuera más allá: "Yo estaba muy interesado en hacer una historia sobre el escuadrón de bombas. Es evidente que los OED eran un elemento logístico del Ejército Central en 2004, pero aún así, nada se había escrito sobre ellos. Irak fue algo así como un agujero negro para la prensa, porque la gente simplemente pensaba que era demasiado peligroso. (...) Es la experiencia más abrumadora, y no sabes lo que es eso hasta que estás ahí. La amenaza omnipresente nunca deja a estos chicos". Y agregó: “Pero no quería hacer un documental. Quería narrar la vida cotidiana de esta gente, pero también incluir algo de acción para hacer más interesante la película (o más comercial). Supongo que la primera idea era algo poco convencional para los inversores. Afortunadamente, el espectáculo de la guerra hizo que la narrativa fuera más audaz". El resultado: un guión serio, preciso, alejado de los lugares comunes, por el que Boal obtuvo el Gucci Awards en el Festival de Venecia. Con un presupuesto de 11 millones de dólares, Vivir al Límite se estrenó en unos pocos cines en su país natal y recaudó apenas 13 palos verdes, otra prueba de que el público todavía no está listo para largometrajes sobre un conflicto bélico tan reciente. Pero fue alabada por los críticos, y obtuvo reconocimientos en festivales y círculos especializados. Veremos si Kathryn Bigelow y gran parte de los involucrados en su obra maestra puede ser galardonada con el Oscar. Si se da, Bigelow compartiría contra su ex Cameron, como ya lo hicieron en los Globos de Oro. En ese momento ella dijo: “Somos competitivos, pero no va a provocar ningún problema”. Y él contó: “Me encantó Vivir al Límite y produje dos de sus anteriores películas, Días Extraños y Punto Límite, así que hablar de nosotros como simples ex es simplificar las cosas”. Hasta el mismísimo James se adjudica haberla convencido de hacer Vivir... Lo cierto que el Globo de Oro a Mejor Película y Director fue para el papá de Terminator, por Avatar. Pero todo puede cambiar en los Oscar. Por lo pronto, K. B. y Mark Boal ya tienen un nuevo proyecto: Triple Frontier, acerca de las actividades criminales que se desarrollan en las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay. La producción del asunto corre por cuenta de, entre otros, Charles Roven, otrora involucrado en Batman: El Caballero de la Noche. Según Variety, sería una película de acción y aventuras. Recemos para que todo salga de la mejor manera y este nuevo dúo dinámico siga dándonos genialidades. Ah, por si le quedaban dudas acerca de la postura política de la directora, ahí va una cita: “Soy una gran seguidora de Obama, hice todo lo que pude a mi manera para ayudar a que sea elegido. Me siento muy esperanzada de que él curará y unificará un país que está en estado de crisis en este momento”. Y otra cita, relacionada con su cine: “No me gusta pensar en términos de películas de acción. Prefiero no conceptualizar. Pero si la historia tiene ciertos ingredientes, la capacidad que tiene el cine para trasladarte a otros lugares puede llegar a ser muy visceral. Por eso intento sumergirme en material de gran impacto y relevancia”. Y otra más: “Mi gran meta es poder siempre subvertir los géneros, crear lo impredecible, sorprender y fascinar al espectador. Por conseguirlo, caminaría descalza sobre fuego”.
Gattaca con vampiros. Eso es lo que venía a la mente luego de ver el trailer de la película que ahora nos ocupa. Algunos elementos remitían a aquella película de ciencia-ficción: una sociedad en un mundo futurista, personas diferentes al resto de los mortales, Ethan Hawke como el “distinto”... Eso sí: el cover de “Running up that hill”, de Kate Bush, a cargo de Placebo, que sonaba al final del avance pegaba perfectamente con las imágenes. Fíjense aquí, si no. Pero al ver la película, la historia vendría a ser más como el tercer acto de la novela de Richard Matheson Soy Leyenda (no puedo contar mucho, pero quienes la leyeron saben a qué me refiero). En un futuro totalitario donde los vampiros son mayoría, los humanos son usados como ganado proveedor de sangre. Pero la hemoglobina comienza a escasear, y como efecto de esta carencia alimenticia, los colmilludos ciudadanos se transforman en criaturas como murciélagos gigantes, superagresivos. El científico Edward Dalton (Ethan Hawke) se dedica a preparar un a sustancia que permita reemplazar a la sangre como comida, con resultados poco alentadores. Su poca alegría de pertenecer a la raza dominante lo lleva a unirse a un grupo de personas que buscan el antídoto que convierta a los vampiros en gente normal. Claro que el poderoso empresario Charles Bromley (Sam Neill) tratará lo imposible para que continúe el reinado de la oscuridad. En 2003, los gemelos australianos Peter y Michael Spierig sorprendieron al mundo con Undead, una ultraindependiente película de zombies que adquirió el status de culto. Ahora se les dio una gran producción con actores prestigiosos. Y no lo hicieron nada mal. Primero que todo, Daybreakers es un entretenimiento que no para nunca, en el que no faltan las escenas gore ni algún cuerpo desnudo, pero siempre en función de un cuentito muy bien contado. Los Spierig llevan cada secuencia a un nivel más alto de emoción gracias al trabajo actoral (imperdible también Willem Dafoe como un ex chupasangre mercenario) y a algunos dramas familiares —el personaje de Sam Neill está en conflicto con su hija, que no quiso seguir sus pasos—, y al evitar algunos clichés como historias de amor... aunque puede haber alguna, pero implícita. El clímax, para coleccionar. Junto con la excelente 30 Días de Noche, Daybreakers es uno de los pocos y recientes ejemplos de películas con vampiros salvajes, muy alejados de los de la saga de Crepúsculo, por suerte. Ah, y es muchísimo más entretenida que Gattaca.
La noche de Halloween, donde los chicos se disfrazan y van de hogar en hogar pidiendo golosinas, dejó de ser un evento puramente norteamericano a partir de 1978, cuando se estrenó Noche de Brujas. La historia contaba las andanzas de Michael Myers, un asesino que escapa del manicomio con el fin de acuchillar adolescentes excitados durante el 31 de octubre, además de querer reunirse con Laurie (Jamie Lee Curtis en su debut cinematográfico), su virginal hermanita. Filmada con 300.000 dólares, recaudó millones —al punto de convertirse en la producción independiente más redituable de su tiempo—, consagró a John Carpenter como uno de los grandes directores contemporáneos, y generó secuelas, copias y parodias. En 2007, Robert Bartleh Cummings (Rob Zombie, bah) tuvo el coraje suficiente como para filmar y estrenar una remake de aquel clasicazo. Si bien respeta la esencia de la original, el tono de Halloween: El Comienzo es menos sugestivo, menos misterioso, y más crudo y realista, al punto de profundizar más en los orígenes de Myers y su conducta homicida. Una gran jugada por parte del otrora líder de White Zombie, pero que dio sus beneficios. El éxito del film hizo que los ejecutivos de Dimension Films consideraran preparar una secuela, provisoriamente titulada H2. Pero el bueno de Rob no había quedado muy contento con la experiencia. Confesó que, a pesar del giro radical del tono, se había sentido muy atado a la obra de Carpenter, y que el rodaje fue uno de los más difíciles de su carrera en el cine. Como posibles reemplazantes sonó la dupla francesa Julien Maury-Alexandre Bustillo, culpables de la tremebunda Inside: La Venganza, pero todo quedó en la nada. Así que R. Z. lo pensó otra vez y regresó al proyecto, pero con otra actitud: sería una película más descontracturada y audaz. En una entrevistó contó lo siguiente: “Me di cuenta de que lo mejor de hacer esto (Halloween 2) era que, con la última hubo cierto sentido de la obligación de retener el espíritu de Carpenter en general. Y ahora eso no va a ocurrir. Esta película es 100% lo que yo quiero hacer. Y en ningún momento hemos discutido sobre Halloween o Michael Myers. De hecho, cada vez que hacemos algo es como ‘esto no parece Halloween’. Podemos hacer lo que queramos y eso es muy liberador. Y creo que será una película mucho mejor porque no estamos intentando cumplir las expectativas de nadie. Esta vez he querido reinventar al personaje”. Y vaya si lo logró. No es la primera vez que Rob Zombie filmaba una continuación: en 2005 nos dio Violencia Diabólica, segunda parte de su ópera prima, Mil Cuerpos. Aquella vez, el director convirtió a Violencia... en una road movie salvaje e impredecible, para diferenciarla del estilo El Loco de la Motosierra que tenía Mil... Como para no repetirse. En la Parte 2 de Halloween hizo algo similar. La historia comienza en donde terminó la anterior, pero expande las ideas insinuadas aquella vez. Antes de seguir en este tema, vale detenerse y aclarar algo: H2 no es la remake de la secuela del film de Carpenter, aunque al principio pareciera que sí, ya que los primeros minutos transcurren mayormente en un hospital. Volviendo a la idea de la expansión, Rob cumple con su palabra y nos da un largometraje más sangriento y brutal que la primera entrega, pero no sólo eso: también se permite altas dosis de experimentación y delirio visual. Por ejemplo, Michael Myers —quien sigue vivo y dispuesto a reencontrarse con su hermanita en un nuevo aniversario de Noche de Brujas, amén de masacrar a quien se le ponga en el camino—, tiene visiones de su madre muerta (interpretada por Sheri Moon, esposa y actriz fetiche del dire), de sí mismo en su niñez y hasta de un caballo blanco. Sí, muy extraño, pero funciona. Lo mismo se aplicó al enfoque de los personajes. El querido serial killer usa barba pero no abandona la máscara de siempre, aunque ahora se ve más destrozada y mugrienta. Laurie ya no es una mojigata sino una especie de punk con el carácter endurecido por haber sobrevivido a tan terrible experiencia. El Dr. Sam Loomis (Malcolm McDowell), devino en un inescrupuloso psiquiatra empecinado en lucrar con Michael y sus víctimas gracias a un libro suyo demasiado revelador. Rob Zombie es un cinéfilo, melómano y un adicto a todo lo relacionado con la cultura pop más trash, y eso se nota en cada una de sus obras. Abundan referencias a películas como The Rocky Horror Picture Show: Orgía de Horror y Locura, a músicos como Alice Cooper... Además, R. Zombie suele poner delante de cámara a leyendas vivientes del cine de terror y el género fantástico en general. Esta vez se destaca Margot Kidder, la otrora Lois Lane de las pelis de Superman protagonizadas por Christopher Reeve. Aquí interpreta a la psicóloga de Laurie (el chiste es que la Kidder pasó un tiempo largo en instituciones de salud mental). En esta época en la que priman los films serios que competirán por el Oscar, nada mejor que un poco de sangre, sexo y asesinatos, y de la mano de Mike Myers (no, no hablo del actor que hace de Austin Powers).
Proyect 880 James Cameron concibió Avatar hace quince años. Luego de terminar Mentiras Verdaderas, e influido por la ciencia-ficción que había leído de pequeño —sobre todo Edgar Rice Burroughs y su saga de John Carter—, se puso a escribir una suerte de novela de 220 sobre una raza alienígena similar a la humana. La historia trazaba un paralelo con la invasión del Hombre Blanco a las culturas indígenas, en los tiempos de Colón y compañía, y que solían implicar el exterminio de los aborígenes. Enseguida supo que no contaba con la tecnología indispensable para dar vida cinematográfica a sus nuevas criaturas. Entonces se dedicó a triunfar con Titanic y a filmar documentales, ambientados mayormente en las profundidades marinas. Todo cambió cuando vio a Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos. Un ser computarizado, perfectamente convincente... En 2005 Cameron puso manos a la obra y anunció no uno sino dos proyectos que incluían personajes animados de manera digital y serían filmadas en 3D: Battle Angel, adaptación de un manga ambientado en el siglo XXVI y protagonizado por Alita, una ciborg (Por si no se dieron cuenta, Jim es un enamorado de la sci-fi) y Proyect 880, luego conocido como Avatar. En una entrevista realizada por Sebastián Tabany para la revista La Cosa, el director contó: “Estuvimos desarrollando Battle Angel y Avatar simultáneamente, escribiendo y diseñando ambos proyectos a la vez. Pero cuando probamos nuestra tecnología de captura de movimiento, la pregunta en un momento fue: ‘¿Hacemos una prueba de Battle Angel o de Avatar?’. Al principio no me podía decidir del todo, pero después pensé que debíamos iniciar nuestras pruebas con una escena simple, así que me puse a buscar una en la que los personajes hablaran Y como había una escena así en Avatar, dije: “Filmemos esa escena”. Y ahí sí se decidió. A pesar de ser, junto al fallecido Stan Winston, creador de la empresa de FX Digital Domain (que terminó vendiendo a un grupo encabezado por Michael Bay), Cameron recurrió a Weta Digital, creada por Peter Jackson, y justamente culpable de Gollum. Además, supo que trabajaría con la Fusion Camera, una versión de la cámara Sony Alta desarrollada por él mismo para filmar en tercera dimensión. Es sabido el espíritu innovador de James Cameron, principalmente en lo que se refiere al aspecto visual. Pero no por eso deja de ser perfeccionista en el terreno narrativo. Para desarrollar el lenguaje y la cultura de los Na’vy, recurrió a Paul Frommer, lingüista y director del Centro de Gestión de Comunicación en la USC. Y con la finalidad de crear la cultura musical de los ET’s acudió a la etnomusicóloga Wanda Bryant. En cuanto al argumento de Avatar, fue secreto se sumario hasta hace unos pocos meses, cuando empezaron a aparecer detalles de la historia y de los personajes. El rodaje se llevó a cabo en locaciones de California, Wellington (Nueva Zelanda) y Hawai. Si bien Cameron es un semidios del cine, el autor de varias de las películas más entretenidas de las últimas décadas, varios cinéfilos dudaban. La premisa (humanos haciendo contacto con extraterrestres) fue explorado por el dire por última vez en El Abismo, que, a pesar de ser de lo mejor de su obra y un prodigio técnico —sobre todo la serpiente hecha de agua—, en su momento fue considerada un fracaso. Y la capacidad de Jim a la hora de manejar una historia de amor en Titanic sigue sin ser muy bien vista. Pero ya se acabaron las especulaciones. El día del estreno ya llegó. “Pero, ¿y qué te pareció?” Avatar es una experiencia. Seguro es una frase ya usada para referirse a esta película, pero es así. Una experiencia visual, como pocas. Un viaje a un Edén interplanetario, fascinante, vertiginoso. James Cameron vuelve a demostrar su amor por el género y por los detalles. Basta con admirarse con la flora y la fauna de Pandora. Se reconocen plantas y animales de la Tierra (basados en dinosaurios, lobos y caballos, entre otros), pero con un giro en su apariencia, y algo más original incluso: una suerte de dispositivo que permite la conexión entre cada elemento de la Naturaleza Pandoreña (¿?) con los Na’vy, conformando un todo. Por eso a cada-ser-tipo-pterodáctilo le corresponde determinado aborigen. Y nada es nunca ornamental ni un mero paisaje ni hay regodeos geográficos: todo está en función de algo. Como pudieron notar cuando leyeron la sinopsis, la historia es hartoconocida. Ya la vimos en, Danza con Lobos, El Último Samurai... aunque el ejemplo más claro y más mencionado es Pocahontas. Pero esto no es una mala crítica para Cameron ni para su película. Al contrario. Siempre es muy bueno disfrutar de un cuentito que seguro no sea genial pero sí clásico, bien contado, entretenido, repleto de impactantes enfrentamientos y de dramáticas batallas, antes que padecer una desmesura pretenciosa y soporífera. El bueno de Jim sigue fiel a sus obsesiones. Para empezar el color azul, presente en toda su obra. Ahora los Na’vy son directamente de ese color. Luego está el alarde tecnológico, evidente tanto en los laboratorios como en el campo de batalla. El agua, aunque no hay tantas secuencias que la involucren. Si bien no aparecen sus típicos actores fetiches —Lance Henricksen, Bill Paxton, Michael Bienh, quien casi hace del milico malo—, está Sigourney Weaver, a quien dirigiera en Alien: El Regreso. De hecho, Cameron repite varios elementos de ese film: los gigantescos robots-uniformes, la violencia encarnizada entre humanos y alienígenas. Por su parte, la oficial varonil que interpreta Michelle Rodríguez remite a la soldado Vázquez (Jenette Goldstein) de la secuela de Alien: el Octavo Pasajero. Sam Worthington es Jake, quien, una vez avatarizado, entra en confianza con Neytiri y su gente, y hace del doble papel de colaborador de los científicos y espía de las fuerzas militares (hasta que descubre de qué lado quiere estar). Este actor australiano —algo inexpresivo, pero confiable— va camino a ser el héroe de acción de la nueva década. Ya fue un robot bueno en Terminator: la Salvación, y se lo verá como Perseo en la remake de Furia de Titanes, dirigida por Louis Leterrier, y es candidato a protagonizar una nueva versión de Mad Max. Zoë Saldana le aporta un aire salvaje y a la vez compasivo a su Neytiri. Debido a su descendencia de dominicanos (el castellano fue su primer idioma), le resultó fácil adaptarse al idioma Na’vy, una mezcla de lenguas tribales de tribus de Indonesia, Brasil y de partes de África. Igual, la actriz —físicamente muy parecida a una redactora de A Sala Llena— dijo: "Hablar inglés en un acento Na’vy fue lo más difícil creo que para todos. Me salía mejor saltar desde caballos y tirar con el arco que esto”. 200 marcó el regreso a lo grande de Stephen Lang. El actor neoyorkino apareció recientemente como un duro texano en Enemigos Públicos. En Avatar compone al Coronel Miles Quaritch. Sobre su personaje confesó: “Muchas veces los personajes de villanos son pintorescos y el mío en Avatar posee un sentido de la misión y de la protección, protege a su gente, es leal. Es interesante ese tipo de cosas. A veces los buenos no son interesantes”. Si bien es verdad que tanto este personaje como el inescrupuloso empresario interpretado por Giovanni Ribisi están bastante estereotipados, nunca perjudica a la narración, que sigue funcionando como una ambiciosa puesta al día de los clásicos de Sábado de Súper Acción. Como el padre de Neytiri podemos encontrar a Wes Studi. Un enorme actor, muy desaprovechado aquí, y que supo actuar de indio en obras como... ¡Danza con Lobos! Avatar también incluye una bajada de línea antibélica y proecológica (de hecho, se dice que la vida en la Tierra es casi historia debido a que arrasaron con sus recurso naturales, cosa que pretenden repetir en Pandora con tal de conseguir unos minerales demasiado valiosos). Y es verdad que hay situaciones que no estuvieron del todo bien trabajadas desde el guión. Pero, una vez más, nada de eso opaca el sentido del espectáculo. Eso sí: la única manera de disfrutar de la Experiencia Avatar es en 3D, sobre todo en Imax. Así fue como Cameron la concibió, y verla en otra clase de pantalla carecería de sentido. La idea de JC (Jesucristo no, James Cameron) es filmar un documental en la Luna, él mismo. Seguro que esa también será el escenario de algún futuro proyecto de ficción. Porque Cameron no conoce límites, ni siquiera en el espacio de verdad. Por suerte.
Las películas de terror en clave de falsos documentales ya constituyen un subgénero. Todos recuerdan a la sobrevalorada (dependiendo del punto de vista, claro) El Proyecto Blair Witch. Pero antes, 1998, se conoció una escalofriante perlita titulada Alien Abduction, en la que una cámara casera registraba cómo una casa era poblada por extraterrestres demasiado realistas (eran nenitas disfrazadas, en realidad, aunque varios científicos se creyeron el asunto). Luego vinieron nuevas exponentes de esta clase de horror, que superan a las precursoras: Cloverfield: Monstruo, El Diario de los Muertos; REC, que tuvo secuela y Cuarentena, una remake Hollywoodense. Ahora llega Actividad Paranormal. En realidad, la película —que costó apenas 11.000 dólares, según dicen— apareció en 2007. El director filmó en su propia casa durante siete días en 2006, junto a tres personas, y los actores improvisaban la mayor parte del tiempo. Más allá de la proyección en festivales especializados, no pasó demasiado hasta que Steven Spielberg la enganchó por cable y decidió encargarse de un relanzamiento masivo y a nivel mundial, gracias a una agresiva campaña de marketing (“El suceso más grande en la historia del cine de terror”). El éxito comercial y de crítica llegaron al toque. Pero, al igual que Blair Witch, todo se queda en el aspamento. Durante lo primeros cuarenta minutos sólo vemos a la pareja protagónica hablando y durmiendo, y algún ocasional ruido y viento moviendo una puerta. En determinado momento e recurre a una tabla Ouija, pero no está muy aprovechada. El ritmo nunca ayuda a generar tensión ni miedo ni nada similar, lo que hace que ver el film se convierta en una experiencia soporífera, haciendo que Blair Witch parezca una genialidad. Sobre el final aparecen sombras misteriosas y el “ente” que merodea (no se especifica si es un fantasma o un demonio, una de las pocas buenas ideas a lo largo de los 99 minutos) ataca a los residentes y será imposible no sentir un poquito de escalofríos. “Mejor tarde que nunca”, pensarán, pero aquí eso no funciona. Fue anunciada la segunda parte. Esperemos que mejoren bastante con respecto a la original, al menos como para producir terror.
En 1971 se estrenó Melody. Escrita por el por entonces desconocido Alan Parker, esta pequeña producción británica contaba el romance entre dos niños, tan enamorados que hasta deciden casarse (no de adultos, sino en el momento). Pero, a pesar de ser la ternura hecha cine, distaba de ser una simple película infantil, ya que cuestionaba a los adultos y al sistema educativo de aquel entonces, mostrando castigos físicos a alumnos y otros elementos impensados en una película protagonizada por chicos. Lo original de la propuesta, más la inolvidable banda sonora a cargo de los Bee Gees, la convirtieron en un film de culto. Por si no la vieron, dos fragmentos aquí y aquí. Criatura de la Noche viene a ser Melody, pero con vampiros... y sin música de los Bee Gees, por supuesto. La relación entre Oskar y Lin, de humano con chupasangre, remite inevitablemente a los éxitos comerciales del momento: Crepúsculo y Luna Nueva, estrenada hace dos semanas. Pero las diferencias de tono y enfoque son abismales. Criatura... no es rimbombante ni obvia ni graciosa ni edulcorada ni demasiado pop (en un momento suena The Clash). Aquí escasean los diálogos, abundan los silencios. Mucho frío, nieve, hielo, noche, desolación. Casi no hay música incidental, y cuando suena no resulta estridente ni terrorífica, sino romántica. Justamente —más allá de algunas escenas gore, que son pocas pero originales e impactantes— la película no está contada como una de miedo sino como una de amor imposible que transita los caminos menos obvios. Abundan ideas y personajes poco y nada comunes en esta clase de film. El hombre que cuida y da de comer a Eli, al estilo del Rendfield de Drácula, tiene tendencias pedófilas, y hasta pretende gozar con su ama. Por el lado de Oskar, el joven se dedica todas las noches a apuñalar un árbol con un cuchillo, imaginando que son los compañeros que lo agreden en la escuela. Además, podemos ver cómo es la vida de este chico hijo de padres separados y la falta de comunicación con su madre, cosa poco habitual en casi cualquier film que no sea dramático. Aunque tal vez este aspecto responda a la conducta de la sociedad de Suecia. La historia es casi una biografía del escritor John Ajvide Lindqvist, quien adaptó su propia novela. Es por eso que la acción transcurre en 1982, cuando el autor tenía doce años, la misma edad que Oskar en la ficción. Es más, al final del libro escribió: “Todo lo narrado en este libro ha ocurrido realmente, aunque no de esta manera”. El director Tomas Alfredson confesó no ser fanático del horror ni de los vampiros. Tal vez en parte por eso logra una joyita alejada de los tópicos de los bebehemoglobina. Es verdad que se respetan ciertas reglas de la mitología vampírica (como que uno de estos seres ingresa a casa ajena sólo si uno lo invita, de ahí el título original de la película), pero con una vuelta de tuerca distinta. Como se habrán dado cuenta, Criatura... es la antítesis de la saga de Crepúsculo. Pero ya se anunció la remake estadounidense, aparentemente dirigida por Matt Reeves (el mismo de Cloverfield), a estrenarse en 2010. A Alfredson no le gusta la idea, pero a Lindqvist sí. Igual, la peli se filmaría de todas maneras. Será difícil que una versión yanqui pueda respetar el espíritu de la original, pero quién sabe. Por si no los convencí de verla, los dejo con unas palabras de Guillermo del Toro: “(Criatura de la Noche es) Un inolvidable y poético film que no te podés perder. Un cuento de hadas escalofriante”.
En 1843, Charles Dickens publicó una de sus obras más emblemáticas: Un Cuento de Navidad. La novela conoció miles de adaptaciones teatrales, televisivas y cinematográficas. Nadie se perdió de adaptar la historia del antipático Scrooge y los fantasmas que quieren hacerlo cambiar: Disney, los Muppets, incontables de dibujos animados. Una de las versiones más originales fue Los Fantasmas Contraatacan, protagonizada por Bill Murray, allá por 1988. La ya mencionada empresa del Ratón Mickey es quien nos trae una nueva versión del asunto, a cargo de Robert Zemeckis, quien dijo: “Creo que cuando la historia es maravillosa la puedes contar y volver a contar de mil maneras diferentes”. Siguiendo la línea de sus recientes películas —la también navideña El Expreso Polar (¡donde ya aparecía Scrooge!) y la oscura y adulta Beowulf: la Leyenda—, aplicó la técnica de motion capture. Tecnología que el director de Volver al Futuro va perfeccionando con el correr de los films: uno ve a Scrooge y sorprende por lo realista de su textura y de sus gestos. Lo mismo sucede con el resto de los personajes. El mayor reto a superar sea el de los ojos: todavía no son lo suficientemente vivos, expresivos. Por supuesto, al ser animación es posible una mayor destreza visual, como planos secuencia aéreos y otros movimientos de cámara imposibles de realizar de manera convencional. Según Bob Z: “Lo que es notable cuando uno lee Un Cuento de Navidad es que parecería que Charles Dickens hubiera escrito este relato para que fuera filmado. Es tan visual y cinematográfico; y yo deseaba utilizar la última tecnología para lograr recrear la historia tal como creo que Dickens debe de haberla imaginado”. Jim Carrey es perfecto para interpretar al personaje... mejor dicho, a los personajes del título en castellano. Es verdad que gesticula, pero nunca en exceso y siempre en función de lo que requiere su rol, logrando desagradar, conmover y causar gracia (“Cuando Jim interpreta su papel, no interpreta simplemente una voz, o un dialecto, su cuerpo entero y cada uno de sus músculos se transforman y se meten en la piel del personaje”, declaró el director). Robert Zemeckis vuelve a demostrar que, además de estar a la vanguardia de los avances tecnológicos vinculados al séptimo arte, es uno de los maestros de la narración cinematográfica contemporánea. Su mezcla de humor, aventura, fantasía, delirio, crítica social y momentos emotivos sigue siendo su sello personal. Aunque parece decidido a no hacer más películas comunes y corrientes, al menos por un tiempo. Tan enganchado está con el cine de animación que sus próximos proyectos irán por ese lado, empezando por la versión 3D de El Submarino Amarillo, basada en aquel film de Los Beatles. Porque Bob se anima a todo, ¿viste?
Allá por 2005 salía a la venta Crepúsculo, una novela acerca del romance entre la joven Bella Swan y el aparentemente joven pero vampirizado Edward Cullen. Esta especia de nueva versión de Romeo y Julieta enganchó a los adolescentes. Enseguida aparecieron las continuaciones que componen la saga: Luna Nueva, Eclipse y Amanecer. La autora Stephenie Meyer pasó de ser una simple ama de casa a una celebridad comparable a J. K. Rowling, mamá literaria de Harry Potter. Y es que ambos universos tienen muchos puntos en común (para empezar, apuntan a los mismos lectores). La Meyer se convirtió en una figura controversial cuando declaró ser mormona, algo que se nota en sus libros: los personajes no beben alcohol, no fuman y no tienen sexo. Sin embargo, nada frenó el suceso mundial de sus creaciones. El cine no iba a dejar pasar semejante fenómeno. Hace menos de un año se estrenó Crepúsculo, adaptación de la primera novela. Dirigida con muy buen pulso por la especialista en teenagers Catherine Hardwicke, la película fue un golazo de arco a arco, incluso entre los siempre exigentes fanáticos. La Bella y el Edward de la pantalla grande (Kristen Stewart y Robert Pattinson, respectivamente) adquirieron fama mundial, y ahora todo el tiempo aparecen en revistas para quinceañeras. Ahora llega Luna Nueva, basada en la segunda novela de la serie. En esta oportunidad, Edward y el resto del clan Cullen no aparecen demasiado. En cambio, cobra preponderancia el personaje de Jacob, quien pretende algo más que una amistad con Bella. El tema es que Jacob y los suyos suelen transformarse en lobos gigantes, por lo que la sufrida muchacha no pega una con las relaciones. Pero, a pesar de lo mucho que quiere y respeta al lobuno jovencito, Bella sigue loca por Edward. El resultado: una historia de amor no correspondido (temática que comparte con 500 Días Con Ella, otro estreno de la semana). Kristen Stewart sigue siendo un tanto inexpresiva, pero el papel le queda perfecto. Lo mismo con Robert Pattinson, el galán del momento, a quien se las arreglaron para que esté más en pantalla aunque más no sea como visiones. Quien lo opaca momentáneamente en el film es Taylor Lautner. El otrora Niño Tiburón en aquella peli infantil de Robert Rodríguez, que en Crepúsculo tenía un papel muy secundario, pela sus trabajados abdominales a la menor oportunidad, muchas veces de manera gratuita (desde el punto de vista de un varón heterosexual, claro). Siguiendo con los actores, es gracioso el caso del galés Michael Sheen. En la saga de Inframundo interpretó a Lucien, líder de los Lycans. En Luna Nueva se pasa para el bando de los chupasangres, ya que es Aro, el más pesado de los Volturi, vampiros refinados que residen en Italia. Dentro de esa sociedad cuasimasónica está Jane, una aniñada pero poderosísima vampira, encarnada por la ahora adolescente Dakota Fanning. Jane aparece menos de diez minutos en pantalla, pero provoca nerviosismo y ganas de verla más en acción (lo que ocurrirá en Eclipse, tercera parte de la saga crepuscular). Una prueba de que el talento de Dakota continúa intacto. Se suponía que la Hardwicke iba a dirigir esta película, pero las ya típicas diferencias creativas con los productores (en este caso, Summit Entertainment) la hicieron dar un paso al costado y ahora se dedica a una nueva versión cinematográfica de Hamlet protagonizada por Emile Hirsch. Pero Luna Nueva contó con la dirección del también talentoso Chris Weitz, co-creador de American Pie y responsable de Un Gran Chico. Lo cierto es que el neoyorkino estuvo a la altura del desafío que implicaba meterse en una franquicia como esta, y lo hizo sin imitar el estilo del film anterior. Ayudó mucho la tarea del director de fotografía español Javier Aguirresarobe, quien supo iluminar Los Otros y Mar Adentro. Esta segunda parte de Crepúsculo tal vez no pase a la historia en términos de calidad, pero es un entretenimiento tan logrado como su predecesora, y ya sabemos que las historias de amor nunca dejan de cautivar. La terca parte correrá por cuenta de David Slade, director de Hard Candy y 30 Días de Noche, una de vampiros muy malos. Veremos qué pasa.