Una película llamada El crítico que trata sobre un crítico de cine y reseñada en este momento por alguien que ejerce esa placentera y ¿odiada? profesión puede llegar a ser algo interesante de leer, ¿no? A priori el film es más que eso, lo que detallaré un poco más abajo, pero no puedo dejar de hacerme la pregunta de que si al espectador ocasional le va a producir algo. De que si le sumará ver esas situaciones características que los críticos vivimos cada semana y que la película retrata, tal como cierto microcine (muy viejo), colegas que se meten medialunas en los bolsillos y que luego despotrican sobre todo lo que ven al clamor de que “el cine murió” y que no les gusta nada de lo que se estrena. Más allá de que estas cuestiones produzcan algo o sean solo un adorno, la película supera esos “adornos” y se convierte no solo en una linda comedia romántica sino también en un testimonio cinéfilo donde los gustos chocan y el cine arte y el cine industrial confluyen y se personifican en Víctor Téllez (un gran Rafael Spregelburd), el personaje de esta historia cuya vida infeliz se convierte en el género que más odia (la comedia romántica) tras conocer a una mujer (una “Ameliesada” Dolores Fonzi). El cinéfilo que no conozca ni le interese el mundo de los críticos si va a poder encontrar en las charlas y pensamientos de Téllez muchos guiños a diferentes corrientes del cine. El ejemplo más claro son sus pensamientos en voz en off en francés y la enumeración de los clichés del género que tanto odia y que luego vive. Son esas lluvias, esas corridas y el clímax en un aeropuerto los que dan color a personajes bien delineados y que se sabe desde un principio su función y dónde terminarán. Tal vez es ese el problema del film: su previsibilidad. Pareciera que el director (y colega) Hernán Guerschuny, tomó el mismo manual que el personaje que creó (uno de cómo hacer una película) y lo puso en práctica. Y si ese fue el caso está perfecto que así haya sido -intencional o no- para generar esa sensación, justamente por la identidad cinéfila que comentaba antes. Por ello, gran laburo el de Guerschuny. El crítico es un lindo homenaje al cine y al que lo disfruta, el problema es que no todos disfrutamos de lo mismo y eso es lo lindo del arte tal cual lo manifiesta este estreno.
Hay que aplaudir de pie al equipo de producción y dirección de arte de esta película, la recreación de época es formidable en todo sentido: desde las locaciones hasta el vestuario pasando por el más mínimo detalle. Un producto nacional del bueno que quien lo ensucie porque la historia no le gustó o no lo atrapó no sabe contemplar un film como “un todo”. En su ópera prima, el director Gastón Gallo logra llevar adelante con mucha altura un film que ni por asomo parece ser el primero en la carrera de un director, no solo por lo señalado más arriba sino que también por su montaje y fotografía. Una gran mención aparte merece Luciano Cáceres por su enorme actuación componiendo a ese tipo despreciable -pero con matices queribles- a lo largo de varios períodos de tiempo, desde un pobre obrero en Tucumán de la década del 60 hasta un poderoso y corrupto empresario en los 80s de Buenos Aires. Su hablar, caminar y gesticulaciones de acuerdo al paso del tiempo y situaciones de la vida son formidables. Tanto lugar ocupa su papel que se come al resto del elenco: Leticia Bredice, Luis Luque y Lito Cruz. El único problema que tiene este estreno es su historia, no porque la misma sea mala porque no lo es, sino porque da la sensación de que tarda mucho en comenzar y llegar a un verdadero conflicto que atrape al espectador. Lo que ocurre es que el conflicto central es la transformación y vivencias del personaje de Cáceres y, aunque esté perfectamente actuado, uno se queda esperando a que ocurra algo y eso recién viene sobre el final. Lamentablemente esto le resta un par de puntos a la película porque si no sería perfecta. Últimamente querer a los villanos está muy de moda, sobretodo en televisión (El patrón del mal y Breaking Bad son los ejemplos por excelencia) y el cine ha hecho grandes trabajos con los antagonistas, una materia pendiente en la esfera nacional que comienza a saldarse con creces en Gato negro.
Las novias de mis amigos (That Awkward Moment en su versión original) es una de esas películas a las cuales no hay que darles muchas vueltas. O sea, no hay que esperar grandes revelaciones ni grandes actuaciones y desde el vamos se sabe que se olvidará ni bien termine. Pero la pregunta en cuestión es si durante sus 94 minutos cumple su cometido y la respuesta es que si porque entretiene bastante. Si bien es una comedia que no descubre nada nuevo en lo que es la historia (amores y desamores), sus personajes son muy queribles y hay bastante química en el elenco. Seguramente la parte de la crítica a la cual ya le pasó su cuarto de hora (aquella que dice que para hablar de películas se tiene que haber visto cine ruso de la década del ’20) la encontrará como vacía y sin sentido. Pero el enfoque tiene que ser otro y ver hacia qué tipo de público está dirigida. Ahí es donde este film gana porque un grupo de amigos en sus veintes o incluso parejas se pueden ver reflejados en situaciones y charlas que tienen los protagonistas con respecto a la pareja, el compromiso y el amor. Salvando las distancias entre New York y Buenos Aires o cualquier otra ciudad de Argentina, muchas secuencias que se observan en la cinta tranquilamente pueden ser vividas por un porteño o un cordobés. El trío compuesto por Zac Efron, Miles Teller y Michael B. Jordan está muy bien encausado por el guionista y director Tom Gormican cuya ópera prima contiene diálogos graciosos y, aunque se trata de una “película de fórmula establecida”, no cae en la mediocridad. Las novias de mis amigos es una historia de amistad muy bien actuada por las estrellas del mañana y logra entretener al que guste de este tipo de propuestas y que no busque nada nuevo por descubrir.
Que bueno que es cuando en el cine argentino se juntan todos los elementos para que una película no solo sea del nivel de una de Hollywood sino que la supere en muchos aspectos. Esto es lo que ocurre con Betibú, uno de los mejores policiales nacionales de todos los tiempos. Intriga, suspenso, nervios, humor, giros y contragiros resaltan en todo su esplendor. Miguel Cohan vuelve a apostar al cine de género tal como lo hizo en Sin retorno (2010) y se supera a sí mismo por la gran puesta en escena y estética con secuencias muy logradas. La fotografía y edición están a la altura de la circunstancias y se nota con las excelentes escenas en donde las fotos viejas se transforman en flashbacks. Momento “pivotal” en la trama. Y si hablamos de la historia, todos los condimentos necesarios del policial se encuentran ahí con una identidad bien argentina (o porteña) a través de una recreación muy realista del trabajo periodístico tanto de la vieja escuela (el archivo) como de las nuevas tendencias. Pese a todo esto, Betibú podría no destacarse de la manera que lo hace si no fuera por el gran elenco que tiene y lo rico de sus personajes. En el rol central tenemos a una enorme Mercedes Morán con un papel con varias capas y que capta enseguida la atención del espectador. Queremos a su personaje y nos preocupamos por él. Alberto Ammann está muy cómodo en lo suyo y su personaje tiene la particularidad de que al principio cae mal y va ganándose el público de a poco. Todo lo contrario ocurre con Daniel Fanego, cuyo periodista investigador -que invitan a que se jubile- tiene las mejores líneas de la película y se hace querible al instante. Gran labor la del actor en donde cabe destacar que no se trata de un villano o antagonista tal como fueron sus últimos trabajos en el cine. Mención aparte merece la participación de Norman Briski quien se roba las escenas en las que sale. Lo único que se le podría criticar como malo al film son algunos de los elementos utilizados en el climax pero que no se puede mencionar porque sería un gran spoiler. De todos modos, va en cuestión de gustos y en “hasta dónde” llegó la imaginación del espectador que tal vez no puede conciliar sus predicciones con el resultado final. Es hilar fino, pero cuando una película tiene todo y todo es de calidad hay que hacerlo. Betibú es entretenida, rápida, divertida y vertiginosa. Un policial con todas las letras y, encima, argentino. Hay que verla.
Algunos días sin música es de esas películas que faltan en el cine argentino, y de esas que si tuviesen un aparato grande de difusión atrás podrán llegar a mucho más porque tiene todos los elementos fundamentales para triunfar y destacar: una linda historia bien narrada y ejecutada y, por sobre todo, bien actuada. Las aventuras de tres amigos preadolescentes durante unos días de verano han sido llevadas infinidades de veces a la pantalla grande de Hollywood, pero es con una sola mano con la que podemos contar las experiencias nacionales y este estreno es más que un digno exponente de que un relato intimista y simple puede ser muy bueno y profundo. La identidad argentina que se le impregna al film a través de lo que viven estos tres amigos que desean al mismo tiempo que se muera una maestra (y que sucede) está muy bien lograda y actuada por el trío compuesto por Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna, y Tomás Exequiel Araya. Al principio puede hacer un poco de ruido, pero una vez que el espectador entra en sintonía con los códigos de los chicos la película fluye. Un gran acierto del guionista y director Matías Rojo es que los personajes sean de clase baja de un pueblo mendocino, porque esto da la sensación de película atemporal en donde la tecnología -salvo por unos videojuegos- no juega un rol en la historia y permite que el entretenimiento sea “a la antigua”. Algunos días sin música es una película independiente a la cual no será muy fácil acceder, pero si este tipo de propuesta gusta e interesa es una gran oportunidad para buscarla y descubrir lo que ya hemos visto varias veces pero con un sello argentino bien marcado.
Motín en Sierra Chica es una película difícil de criticar y sobre la cual tampoco se puede escribir mucho. Hay que tener en cuenta que es una producción de bajísimo presupuesto y por lo tanto no llega a un nivel técnico y estético de una “película industrial”. Aún así, para poder encontrarle la vuelta como espectador, da la sensación de que hay que verla como una película un tanto bizarra e incluso clase Z, no por la historia ya que es un hecho real que ocurrió en el famoso penal en 1996 sino por algunas secuencias y diálogos entre los presos. Esto hace bastante ruido porque se queda en camino entre la solemnidad de un relato de ficción y la parodia grotesca con tintes de cine gore. Falta definición de identidad como un todo. Aún así hay que destacar la labor actoral aunque algunas escenas están un poco sobreactuadas. Motín en Sierra Chica es una experiencia diferente, más bien de festival de cine independiente que de una sala de complejo, y claramente el primer grupo es el público al cual apunta
Esta última adaptación de Tarzan que llega a los cines argentinos es, cuanto menos, poco atractiva en lo visual y con algunos pasajes de su historia para remarcar y subrayar un poco. En lo que refiere a su animación, vale aclarar que utilizaron la “tradicional” (por computadora, ya que no se usa más la de la “vieja escuela”) mezclándola con la técnica “motion capture” (captura de movimientos) para algunos de los personajes, en los que se destaca el protagonista -que también le pone la voz en la versión en inglés- Kellan Lutz, a quien vimos hace poco en la fallida reinterpretación de Hércules. Este simbionte de la animación en lugar de potenciar y amalgamar ambas técnicas para sacar lo mejor de cada una, logra un efecto raro al cual el espectador no solo no se acostumbra ni bien pasan los minutos sino que incluso resulta raro y no termina de convencer. Tal vez las intenciones de los técnicos y animadores eran las mejores y la poca calidad visual se debe a una falta de presupuesto que obviamente no llega a los estándares de excelencia de Pixar o Dreamworks, pero también se ha visto que con “poco” se puede hacer mucho como lo hicieron aquí con Metegol el año pasado. Pero no es el caso de Tarzan. Esta coproducción francesa, alemana y estadounidense filmada en Rusia (¡si, así de enquilombado fue!) dirigida por el germano Reinhard Klooss le agrega un par de giros a la historia original de Edgar Rice Burroughs con la inclusión de un meteorito todopoderoso (el que aniquiló a los dinosaurios) capaz de cambiar el rumbo de la historia humana, mientras se desarrolla el vínculo amoroso entre el héroe y Jane, siendo esto último lo mejor y más atractivo de la película. Algo para tener muy en cuenta es que hay mucha muerte en el film, lo que no es novedad ya que Disney ha dado cátedra sobre el tema, pero que puede alterar a los más chicos. Y como se trata de una propuesta infantil, esto le resta mucho. Por todo ello, Tarzan en esta aventura no se encuentra a la altura de su nombre y su legado, ni en lo técnico ni en la historia. Será la próxima…
Jason Reitman es un genio, es uno de los pocos directores en Hollywood que puede contar historias simples, o que parecen simples pero que en realidad no lo son, y aunque uno pueda imaginarse el desenlace es un verdadero deleite contemplar como él nos lo muestra. Lo hizo con Juno (2007), con Up in the air (2009) y ahora lo vuelve a hacer con Labor day (Aires de esperanza es el pésimo título con el cual entra a la cartelera local). Al igual que todos sus films, la grandeza recae en las magníficas interpretaciones, y en este estreno les toca lucirse a Kate Winslet y Josh Brolin, cada uno impecable en su papel. Él como el convicto duro pero que en realidad es un buen tipo, y ella como la madre soltera/ama de casa con problemas que necesita ser abrazada y salvada. Todo bajo los ojos Gattlin Griffith, a quien ya habíamos visto en algunos papeles pero acá es donde brilla como ese chico e hijo devoto atrapado entre dos mundos. La historia está perfectamente narrada y el guión tiene un par de subplots que se integran de maravilla con el conflicto central. Pero lo verdaderamente maravilloso es el final, de esos que uno desea pero que no cree que van a ocurrir por como se dieron las cosas y de repente la película pega un giro argumental (ya visto) muy efectivo (o efectista podrán decir algunos detractores) para cerrar con lágrimas las casi dos horas de duración. Tampoco hay que olvidarse de la fotografía muy amena que tiene la cinta, da la sensación de que se está viendo un viejo álbum de fotos pero sin estar gastado. Sin dudas es una gran película para los amantes de las buenas historias y de los personajes que pueden llegar al mismísimo corazón
¡Basta de películas con estilo “found footage” o falso documental! ¡Basta de películas sobre posesiones demoníacas o afines (anticristo)! ¡Pero por sobre todo, un muy fuerte basta a Hollywood para que deje de sacar cual chorizo films que intentan ser de terror pero que no logran mover ni un pelo tanto por falta de originalidad en la historia como en la manera de narrarla y filmarla! O sea, si bien es verdad de que es un género difícil porque ya se han hecho todo y no se puede inventar nada, también es cierto que al público argentino le encanta este tipo de propuestas, ya sea la secuela número mil de Actividad Paranormal o geniales exponentes como el año pasado lo fueron Mamá y El conjuro. En esta oportunidad los directores Matt Bettinelli y Tyler Gillett, quienes dirigieron uno de los segmentos de Las crónicas del miedo (2012), toman al clásico de los clásicos El bebé de Rosemary (1968) para reducirlo a su más mínima expresión. “Es un homenaje”, remarcaron los realizadores en distintas entrevistas, pero habría que preguntarle a Roman Polanski qué opina al respecto. El principal problema de la cinta es que parece que nunca empieza, salvo por un par de secuencias perdidas no es hasta el climax en donde se desata el conflicto. Lo que produce aburrimiento porque es contemplar una boda, luna de miel y convivencia de una pareja que no produce empatía alguna. Unos años atrás esta técnica de filmación hubiera sido acertada, pero el mercado de hoy está saturado con varias películas que inundan la cartelera de forma constante y que se amparan en el “material encontrado” o “falso documental”. Pero lo cierto es que hoy en día suena más que nada a una forma de abaratar costos que un estilo artístico. Por ello, salvo para un grupo de amigos o una pareja que consumen todo lo que es -o intenta ser- de terror, El Heredero del diablo no encontrará quien lo adopte por lo repetitivo, poco original, y, por sobre todo, porque no asusta.
Hace un tiempo, cuando se empezaba a leer acerca de Academia de Vampiros, las notas hacían énfasis en que era como la “versión sexy” de la Saga Crepúsculo y se le volvería a dar vigor a los chupasangre con una mitología que los iba a acercar al universo de Harry Potter. Habiendo visto la película uno puede pensar: que ganas de insultar el buen nombre de Harry e incluso el de Edward Cullen, porque nos encontramos ante la peor película de vampiros (mainstream) de la historia. Al momento de analizar el film, este o cualquiera, hay que repasar todos los elementos que la componen: la dirección, la puesta en escena, el guión, las actuaciones, los efectos, etc. Bueno, resulta que en Academia de Vampiros no se puede destacar nada en alguno de esos departamentos. Aquí nos encontramos con otro intento de los grandes estudios para capitalizar el espacio vacante que dejó Crepúsculo, y tal como sucedió con Hermosas Criaturas (2013) y Cazadores de sombras (2013), solo por nombrar las más recientes adaptaciones de novelas sobrenaturales para jóvenes adultos, se volvió a fracasar. Pasa que esta vez se puede hacer más hincapié porque tenemos a vampiros como protagonistas, lo que da indicio a que el género parece que está llegando a su fin, aunque sea en el cine. ¿Sexy y vigorizante? Eso se puede encontrar en la serie True Blood o incluso en el melodrama The Vampire Diaries, porque aquí no hay nada de eso, el director Mark Stephen Waters, quien había hecho un gran trabajo con la genial Mean Girls (2004) no genera climas ni intriga ni logra que el espectador se pueda conectar con alguno de los insoportables personajes en lo que es, tal vez, el peor casting del cine reciente. A las pobres e ignotas actrices Zoey Deutch y Lucy Fry les tocó encarnar los nefastos roles principales y se siembra la duda de que si son ellas pésimas actuando o si el guión es tan malo que no pudieron remarla ni un poco. Sus futuros papeles lo determinarán. Y hablando de guión, no solo es inconexo y con giros inexplicables sino también desde el minuto uno bombardea al espectador con tanta información sobre ese universo que a no ser que se haya leído los libros es imposible procesar rápido como para meterte en la historia. Todo esto sumado a unos efectos especiales muy cuestionables, hacen que el espectador no quiera visitar nunca más esta versión infame de un (muy falso) Hogwarts y extrañar en demasía a Robert Pattinson y Kristen Stewart, y eso es decir demasiado.