Es curioso cómo un realizador con una carrera tan irregular como la de Luc Besson logró consagrarse como un director de culto. Estamos hablando del parisino que dijo presente con la aclamada Leon, el perfecto asesino y luego filmó el divertido blockbuster El quinto elemento con Bruce Willis y Mila Jovovich. Luego de El quinto elemento Besson se dedicó (principalmente) a escribir y producir más de lo que hacía como director. Y en su rol de productor apadrinó varias sagas muy populares de discutible trascendencia como Taxi, El transportador y Búsqueda implacable (de la cual una tercera entrega se encuentra en producción), además de haber escrito muchas producciones más irregulares como Wasabi, Bandidas y Sangre y amor en París entre muchísimas otras. En esta oportunidad vuelve a pararse detrás de cámara para dirigir a Michelle Pfeiffer, Robert DeNiro y Tommy Lee Jones en Una familia peligrosa, una suerte de caricatura mafiosa sobre un ex-gangster cuya familia se encuentra en el programa de protección de testigos por parte del FBI. Debido a que Gio (ahora Frank) delató a sus colegas, él y su familia deben cambiar sus identidades y relocalizarse de ciudad en ciudad cada un promedio de 3 meses. Y considerando la crianza de sus hijos y la naturaleza de esta familia italoamericana, digamos que no son del tipo de personas que logran adaptarse de inmediato a un nuevo ambiente. El principal baluarte de la historia está constituido por una simpleza rotunda que intenta al mismo tiempo homenajear e ironizar sobre las clásicas historias de mafiosos. El epítome de esta sátira se presenta cuando el personaje de Robert DeNiro es invitado por los lugareños a una suerte de cine debate en donde se le pide un aporte sobre el film que acaban de ver, que resulta ser nada menos que Buenos Muchachos (un guiño al productor ejecutivo de esta cinta, Martin Scorsese). Una familia peligrosa parece responder a la lógica de que la mera presencia de sus actores justifica el poco esfuerzo que le ponen a personajes que se desenvuelven en piloto automático. El director claramente decide mofarse del choque de culturas que se presenta entre los habitantes de un pequeño pueblo de Normandía y los aparatosos mafiosos provenientes de los Estados Unidos. Y se supone que él debe saber bien cómo retratar este collage de violencia y humor por haber vivido de ambos lados del atlántico, pero a fin de cuentas la vaguedad con que se lo pinta no aporta prácticamente nada más que un divertimento apenas pasatista.
"Y me refiero ahí abajo" pareciera sugerir la traducción de la nueva película dirigida, escrita e interpretada por Joseph Gordon-Levitt. Don Jon (tal su título original) cuenta la historia de un joven típico italoamericano promedio que ocupa sus días entre sus amigos, sus mujeres, su familia, su auto, su iglesia y sobre todo su amada pornografía. A Jon Martello le gusta salir de parranda con amigos a fiestas y bares en donde encuentra divertido calificar a las mujeres con valores del 1 al 10 basándose únicamente en su atractivo físico. Su promedio habitual de "levante" suele rondar entre ochos y nueves, nunca menos, y eso es lo que lo convierte entre su pandilla en el legítimo Don Juan. Pero un día se cruza a la guapa Barbara (Scarlett Johansson), un auténtico e indiscutible 10 y su vida cambiará para siempre, o al menos eso es lo que él cree. Pero resulta que el amor verdadero es mucho más que ochos, nueves y diez, porque a pesar de su romance idílico con la mujer perfecta, Jon descubre que no hay nada tan bueno como su pornografía. Y es que verlo en una pantalla es más higiénico, menos pegajoso y hasta más excitante, ya que sus novias de internet son incondicionales y están dispuestas a hacer cosas a cualquier hora que ninguna novia de la vida real se animaría a hacer. El problema de Jon es que él cree que encontrando al 10 perfecto con el que ha soñado toda su vida sus frustraciones y su ansia por la pornografía se acabará, sin embargo no es tan así. Su relación con Barbara no reduce en lo absoluto su onanismo, y por el contrario complejiza su situación en la que se ve obligado a hacer lo que muchos de los hombres harían al ser arrinconado por su novia bajo acusaciones de ver pornografía: mentir. Entre sus manos parece ser el producto de un ejercicio puramente estructuralista en el cual todo lo que se cuenta ya lo hemos visto en cine, televisión y en la cultura popular en general (además de vivido en primera, segunda y tercera persona en muchos casos). Pero claramente la intención del debutante director es exactamente esa, mostrar la tediosa vida de un personaje promedio de la gran pantalla. Un personaje que carece de todo tipo de espontaneidad y actúa con una frialdad enajenante. Que es exactamente la misma sensación que provoca la película. Se trata de un relato timido que intenta alcanzar cierta frescura dentro de un género enfermo de vulgaridad y pocas ideas, pero el inconveniente es que se queda a medio camino.
Exhausto, decepcionado, conmocionado, alborozado, frustrado, acelerado o simplemente con el trasero adormecido, son algunas de las sensaciones que uno puede experimental al salir de la sala de cine luego de ver El lobo de Wall Street. Y "exceso" es sin dudas la palabra que mejor describe a la nueva colaboración entre Leonardo DiCaprio y Martin Scorsese, esa dupla que en los últimos 10 años sido sinónimo de éxito tanto en crítica como en taquilla. La historia sigue los pasos de Jordan Belfort en su ascenso y caída, de sus conquistas arrolladoras y por supuesto del inevitable final repleto de impotencia e imposible redención. Decir que se trata de una biopic (basada en una autobiografía) es una manera de atribuirle a una única persona las andanzas que son comunes a una buena parte de los corredores de bolsa de Wall Street. Difícilmente Jordan Belfort haya sido el único que pueda decir que por un largo periodo de su vida vivió a base de estupefacientes, sexo y lanzamiento de enanos. Scorsese y su editora multipremiada Thelma Schoonmaker (ganadora del Oscar por el montaje de Toro Salvaje, El aviador y Los infiltrados) demuestran un dominio absoluto del lenguaje y el ritmo audiovisual que debe llevar una película. Quizás una de las curiosidades más grandes del film sea que pese al reproche de que el metraje se extiende a 3 horas, la historia está contada de manera tal que se siente refinada y fresca. En ningún momento el espectador querrá abandonar la sala más que por la urgencia de querer ir al baño o humedecer su garganta con alguna bebida. Y dicho esto más peculiar aun resulta leer que la compañía apuró al director a que terminara su película (sobre una duración que originalmente podía extenderse hasta a 4 horas) para poderla hacer competir en los Oscars y en menor medida en los Globos de Oro. Al mejor estilo Casino y Buenos Muchachos, la película avanza con la clásica narración en off del protagonista que cuenta en primera persona cómo se hizo en el mentiroso y vil mundo de las acciones. Pero a decir verdad, de a ratos pareciera que Jordan está contando la misma anécdota y dando el mismo discurso motivacional para sus empleados que ya dio minutos (u horas) atrás. Y allí yace la contradicción y el desequilibrio de su obra, ya que cada desvarío o repetición está contado con un ingenio y un atractivo formidable que mantiene en vilo al espectador. No es que Scorsese haya vuelto, sino que nunca se había ido. Simplemente con Hugo había decidido tomar otra camino distinto al habitual, y esperemos que no sea la última vez ya que fue definitivamente una de las obras más memorables de su extensa filmografía. Y quizás con El lobo de Wall Street no logre el mismo reconocimiento (el tiempo lo dirá), pero indudablemente se trata de otro paso firme en la carrera de un director que parece negarse a envejecer.
Usualmente en todo grupo de amigos suele haber un individuo que sale con una simpática gracia que todos los demás festejan. Y luego, una vez más, ese amigo repetirá en otra reunión social el mismo chiste despertando muchas menos risas de las que provocó originalmente. Reacio a contar un chiste nuevo, el sujeto en cuestión insistirá con el mismo jolgorio intentando mantenerlo vivo, pero no dándose cuenta que los chistes pierden gracia con la reiteración excesiva. Abstraído al mundo del cine, ese amigo sería Robert Rodríguez y el chiste sería Machete Kills. Para algún distraído, recordemos que Machete fue uno de los para entonces falsos trailers de Grindhouse, aquella double Feature dirigida por Quentin Tarantino (con su segmento Death Proof) y Robert Rodriguez (con Planet Terror). En algunas proyecciones podía verse Grindhouse completa con una separación de trailers falsos entre los que se destacaba el de Machete. El tiempo pasó y finalmente Rodriguez decidió hacer de ese trailer un largometraje, que todavía con un poco de frescura lograba entretener o al menos causar cierta gracia. Pero el problema con Machete Kills es que la historia vuelve a calcar los pasos de la anterior (y por consecuencia del trailer de Grindhouse). Una pérdida personal al comienzo de la película lleva a Machete (Danny Trejo) a ejecutar una salvaje venganza contra un enemigo enmascarado que cualquiera que haya visto los avances de la película identificará pronto. Y luego... bueno, luego sigue lo de siempre. Tiros, explosiones, una atractiva mujer con un sostén metralleta (Sofía Vergara) y muchas otras señoritas en paños menores disparándole al héroe. Cualquier excusa viene bien para que algún que otro famoso se pase por la pantalla para saludar en lo que probablemente le haya llevado unos 10 minutos en el set de filmación y ninguna retoma. Los actores Antonio Banderas, Cuba Gooding Jr, Walton Goggins y Lady Gaga son los encargados de personificar al "camaleón", uno de los personajes que no tiene absolutamente ninguna razón de ser ni justificación en el guión fuera de que ofrecía la chance de poner muchos nombres y cameos como guiño para el espectador aburrido. Machete Kills es en resumen un chiste que ya se contó, por el mismo director quien a pesar de tener aptitudes para filmar proyectos más serios y ambiciosos, sigue dándose el gusto y capricho de realizar estos films que además, pese al bajo presupuesto fracasan en taquilla y se olvidan en cuanto uno sale de la sala de cine.
Esta suerte de dream team cómico de nerds se enfrenta el apocalipsis autoparodiando la misma capacidad interpretativa de quienes protagonizan el film. La película comienza con Seth Rogen yendo a buscar al aeropuerto a su amigo Jay Baruchel (todos se interpretan a sí mismos) donde un admirador se acerca a acosarlo y le dice algo así como "Hey! Seth, ¿cuándo dejarás de hacer el mismo papel de siempre?". Definitivamente la respuesta no es "en esta película, amigo". El fin del mundo está próximo aunque estos actores no lo sepan ni lo quieran admitir y su argumento de "somos actores y Dios no dejará de lado a la mejor clase de personas que hace reír a tanta gente" lejos de ser gracioso, preocupa. En todo momento el humor que caracteriza a la factoría Apatow dice presente, pero esta vez pareciera que muchos de los chistes son de esos que funcionan en un grupo de amigos reducidos pero al ser trasladados a otro ámbito no causan el mismo efecto. En medio de toda esta mezcla estrafalaria de humor, ciencia ficción y famosos poseídos, existe un atisbo de dilema moral sobre la importancia de la amistad entre este grupo de sujetos que intenta salvarse a costa de los demás para finalmente advertir que la solución es ser buenos y llegar al cielo. Es como si se realizara una interpretación muy chata, literal y aniñada de cualquier texto evangélico y se lo tomara al pie de la letra. Algo que probablemente hasta los no tan religiosos podrían encontrar ofensivo. Claro, si acaso se les ocurre ver esta película. Aun así, siendo justos, la sucesión de escenas ridículas con extremos de conducta cuestionables hasta en esta clave de humor, por tanto abuso y absurdo logra, de vez en cuando, provocar alguna sonrisa ocasional en el público.
El cine policial y thriller (y en otra época el film noir) sufrió ya hace un largo rato una gran transformación que hizo a un lado todo tipo de ingenuidad y pareció sumirse en una oscura realidad en la que no hace falta censurarse ni regirse por ningún tipo de código moral. La clásica línea dicotómica que separa a los buenos de los malos se hizo cada vez más borrosa dando lugar a historias con personajes más humanizados que no siempre responden a una lógica a la hora de justificar sus actos. La psiquis humana resulta mucho más compleja y no siempre puede reducirse a la simplificación de que si alguien comete un acto socialmente condenable es un villano. Y la historia detrás de La Sospecha parece desafiar esa ténue línea del bien y el mal. Aquí Denis Villeneuve construye un complejo relato con una dirección sólida y un minucioso trabajo detrás de cámara, asistido por la fría fotografía de Roger Deakins (quien tras diez nominaciones al Oscar, probablemente aquí compita una vez más por el premio que tantas veces le fue esquivo) que nos muestra a dos familias aparentemente normales que sufren la desaparición de sus jóvenes hijas. La desesperación de uno de los padres llevará a que secuestre por mano propia a uno de los sospechosos, ajusticiándolo con torturas e intentando obtener la información sobre el paradero de las niñas. Resulta interesante cómo a pesar de que las acciones, creencias, decisiones y motivaciones de los personajes son en ocasiones moralmente reprobables, la película logra que el espectador se ponga en la situación de los protagonistas y haga a un lado sus prejuicios para simplemente observar un accionar que después de todo, condenable o no, se entiende muy verosímil. El pulso de los actores para con el desarrollo de la historia es notable. Tanto Jake Gyllenhaal como Hugh Jackman ofrecen una soberbia caracterización de sus personajes. La atmósfera en la que se desarrolla el film, la progresión dramática, el verismo, la lógica argumental y el arco dramático de cada personaje convierte a La Sospecha en una obra de referencia dentro del thriller. Sin ánimos de adelantar el final y con un innecesario atisbo de reclamo podría reprochársele al film que tiene un final feliz un tanto Hollywoodense, que bastante dista por ejemplo de otras grandes producciones similares como Pecados Capitales y Zodiac de David Fincher, o alguna que otra producción europea menos mainstream en donde el conflicto (básicamente si se agarra al asesino o no) no se resuelve, o al menos no lo hace del modo más alegre. Aun así, el final de La Sospecha se encuentra perfectamente justificado dentro de la diégesis planteada por el guión (ese mundo ficticio en donde los hechos que suceden son aceptables o verosímiles).
El 23 de Marzo del año 2006 Richard Kuklinski murió en prisión de causas naturales. Pero si hay algo que no es natural fue su estilo de vida y profesión. Durante las décadas del setenta y ochenta se cree que asesinó a más de 200 personas convirtiéndose así en uno de los asesinos a sueldo más prolíficos de la historia de los Estados Unidos. Kuklinski utilizaba métodos muy particulares que involucraban desde picahielos, mazos, pistolas, ballestas y veneno (cianuro sobre todo) hasta roedores. En su biografía "El hombre de hielo" se cuenta la anécdota de que en una ocasión Kuklinski concurrió a una reunión en un yate con uno de los jefes mafiosos para quien trabajaba y presenció cómo éste arrojaba a una víctima al mar infestado de tiburones que lo devoraron vivo. Esto despertó la idea de trabajar con animales que terminaran el trabajo sucio por él. Pero como vivía en New Jersey, en vez de tiburones se hizo de una suerte de ejercito de ratas. Muchas veces enviaba a sus clientes filmaciones de sus ratas masticando los cuerpos aun con vida de las víctimas, pero ni siquiera ellos podían soportarlo, mientras que él confesó que podía pasarse horas viéndolas sin inmutarse. Con el tiempo sus ratas aumentaron de peso y tamaño (hasta como de gatos según cuenta en su biografía) logrando que él mismo les temiera, lo cual lo obligó a abandonar este método. Por este tipo de acciones y porque en muchas oportunidades congelaba los cadáveres de sus víctimas en freezers durante meses para que la policía no pudiera identificar la fecha de la muerte, se ganó el apodo de "The Iceman" (el hombre de hielo). A pesar de todo, Kuklinski era un excelente padre de familia que adoraba a su esposa e hijas quienes jamás sospecharon de su profesión hasta su aprensión varios años más tarde de su primera ejecución. Y de eso se trata The Iceman principalmente. La película comienza cuando Kuklinski (Michael Shannon en otra solida y convincente interpretación) conoce a su mujer y se muestra como un tímido sujeto que trabaja en la industria del porno como técnico de un laboratorio que se dedica a piratear negativos para la Mafia. Una de las virtudes del film es mostrar a un personaje con semejante dicotomía en su identidad. Conforme avanza la historia se puede observar cómo este hombre de familia siempre intenta estar para sus allegados, a la vez que su carrera como sicario se profundiza con crimenes cada vez más horribles, sangrientos y frívolos. Al principio de la película con Kuklinski ya tras las rejas y avejentado, uno de los carceleros le pregunta si se arrepiente de sus crimenes, a lo que él no contesta y da comienzo a la narración. A decir verdad no pareciera que estuviera arrepentido de lo que ha hecho ya que al final explica que (contrario a muchos otros asesinos seriales a tipo) él lo hacía por el dinero y para ofrecerle a su familia la vida que siempre quiso. Dicho esto, el único reclamo que se le podría llegar a hacer al novato pero (al menos aquí) sobrio director (Ariel Vromen) es que luego de lograr interesar al espectador con una contenida caracterización sujeta unicamente a necesarias escenas cruentas y revulsivas sin excesivos regodeos gore, provoca una inquietud de averiguar más sobre este sádico sujeto, lo cual indudablemente hará que se consulte en libros e internet y descubriremos que la historia real es aun mucho más sádica y suculenta que la película. Esto no significa que el tono en que Vromen cuenta su historia sea erroneo, sino que al contenerse y elegir este enfoque parecería como si hubiera dejado fuera otra importante y no menos real parte sin contar.
Hace muchos años el cine de adolescentes norteamericanos traumados por una pubertad alienada se ha convertido en toda una suerte de sub-género. Un camino hacia mí aborda muchos temas de la típica familia disfuncional (centrando su eje en Duncan, un joven de 14 años cuyo padrastro califica del 1 al 10 como un 3) de los que finalmente profundiza muy pocos. El guión es una creación de la dupla premiada con el Oscar a mejor guión por Los descendientes, que además aquí también se atreven a dirigir. Cuando se trata de contar una historia sobre un adolescente poco popular y sin amigos, resulta muy difícil ser original y no caer en todos los clichés que el espectador de cine ya conoce. Y en este caso los guionistas no consiguen despegarse demasiado de esa descripción, sin embargo logran confeccionar a un protagonista que a pesar de dar algo de pena cae simpático, que no es poca cosa. Lo que hace que la cinta no sea un completo tedio son principalmente sus actores (destacando a Sam Rockwell en el papel del amigo de Duncan, algo así como la figura paternal que todo adolescente desea tener) y el hecho de que no intenta causar gracia a toda costa como sí lo hacía Seth Rogen y su pandilla al incursionar en esta movida. No por eso se logra alejar de todos aquellos tópicos vistos una y mil veces con primer beso y pelea con el padrastro incluida. Si bien no existe ninguna secuencia fundamental ni auténtico drama o tensión, sus ocasionales agradables devaneos superficiales de melodrama adolescente hacen de Un camino hacia mí una experiencia prescindible pero apreciable.
Ray Breslin es el Houdini de las prisiones, no existe barrote que se le resista y por eso se dedica a autointernarse en las cárceles más seguras del continente para escapar y demostrarle a sus guardianes las fallas de las mismas. Pero por sobre todas las cosas, Ray Breslin es Sylvester Stallone, y eso dice muchísimo. Luego de verse traicionado y forzado a alojarse en la prisión más remota y segura del mundo conocerá a Emil Rottmayer. Y Emil Rottmayer es Arnold Schwarzenegger, lo cual dice otro tanto sobre lo que veremos. Como no podía ser de otra manera, absolutamente todos los componentes de las películas de presos dicen presente: la jaula de aislamiento, la rivalidad entre pandillas, el alcaide que se opone al preso "héroe", las reyertas en el comedor y por supuesto el inminente plan de escape. Con este mecanismo el guión propone una rítmica irregular con un primer acto que parece precipitarse hacia el desarrollo principal del film que naturalmente ocurre en esta supuesta cárcel de máxima seguridad inquebrantable. Y una vez que se llega a ese punto la trama avanza en piloto automático con todos los elementos típicos que se puede (y debe) esperar de una película cuya dupla protagonista está conformada por los dos máximos exponentes del cine de acción de los últimos 30 años. Ahora bien... si se comete el error de reparar y analizar mínimamente la trama, será muy fácil advertir una cantidad rebosante de huecos narrativos, conflictos sin resolverse y giros injustificados en detrimento de una lluvia de balas que se hace presente en el tramo final. Pero también se hace evidente que tanto Stallone como Schwarzenegger se la estaban pasando en grande mientras realizaban esta película. El ex governator se la pasa insultando en alemán y haciendo gestos y muecas a las cámaras que los vigilan en la prisión, mientras que Stallone, un poco más medido y con su característico vozarrón, entrega lo mejor de si mismo: piñas y patadas por doquier. Llama un poco la atención ver entre el cast al siempre querible Sam Neill que en esta ocasión parece completamente desaprovechado y hasta aburrido. Para disfrutar de Escape imposible el espectador debe estar dispuesto a comprar exactamente lo que dos nombres de la talla de Stallone y Schwarzenegger pueden vender. Se trata de un vehículo de lucimiento forzoso cuya calidad fílmica roza el cine de clase B en varias oportunidades, pero se alza exactamente como lo que propone: una típica, entretenida película de acción.
Estimados alienígenas: Si de veras están dando vueltas por el cosmos buscando alguna civilización interesante que conquistar o siquiera espiar a modo experimental, les acercamos desde la tierra un pequeño consejo basado en nuestra vasta incursión en el cine de ciencia ficción. Sabemos cuán tentador ha de ser para ustedes intrusar en nuestras cocinas para acomodar nuestros utensilios en posiciones extrañas e imposibles, y cuan gracioso les debe resultar hacer que un centenar de pájaros choque contra nuestras ventanas llamando la atención de todo el vecindario, pero la verdad es que por aterrador que pueda llegar a parecerles el instintivo y efectista sobresalto que causan, poco útil les resultará. Si buscan algo simplemente tómenlo y ahórrenos el mal trago. Tampoco recomendamos que dejen a uno de los suyos pasar mucho tiempo entre los nuestros, sino pregúntenle a E.T. o inclusive a Alf, que pese a su simpatía a último momento ni los Tanner supieron ayudarlo. La sugerencia es, finalmente, que si deciden venir a invadir, resultará mucho más divertido (inclusive para nosotros) que tomen el ejemplo de Spielberg u oigan los consejos de Roland Emmerich sobre cómo destrozar nuestros más importantes centros gubernamentales. Al fin y al cabo, destruir, explotar y someter a nuestros líderes les será mucho más eficiente que asustarnos con trucos baratos o posesiones esporádicas que no llevan a ningún lado. Estimados alienígenas, si vienen, recuerden que ya hemos consumido mucho cine barato de terror sobre invasiones y que ya hemos sido asustados con los mejores y peores efectos especiales, ahora lo único que pedimos es que si nos invaden que sean un poco más originales.