LA REVOLUCIÓN PERO NO TANTO De principio a fin Sinsajo: Parte 2 padece los mismos problemas que sus antecesoras con el agregado de que, con el fin de recaudar más y siguiendo la fórmula que inauguró Harry Potter y continuó Crepúsculo, el último libro de la saga fue dividido en dos películas. Sinsajo es, con diferencia, lo peorcito de la trilogía escrita por Suzanne Collins y estirar el poco material que ofrecen sus 420 páginas en dos películas fue inclinar la balanza más hacia el lado de la taquilla que hacia el de la calidad narrativa. El que será el último film de la prodigiosa carrera de Philip Seymour Hoffman (¿quién hubiera dicho que se “despediría” como Plutarch Heavensbee?) plantea no sólo la continuación de la guerra mediática que se había iniciado en Sinsajo: Parte 1 sino el enfrentamiento final, en el campo de batalla, entre los trece distritos unidos bajo la figura de Katniss “el Sinsajo” Everdeen versus el presidente Snow y su Capitolio. Claro que, cuando la placa anuncia que el estreno está destinado (otra vez) a mayores de 13 años, se sabe que el campo de batalla entregará más bien poco y el final tendrá sabor a decepción. Y no es porque a uno le agrade la sangre por la sangre misma sino porque el mundo que propone Collins en sus libros es devastador y ninguna de las cuatro entregas (aunque las primeras dos sean aceptablemente buenas) le hace honor. La premisa de los Juegos del hambre como espectáculo sádico y punitivo para someter a las masas es en extremo perversa pero los elementos que hacen que la distopía sea lo que es en papel aparecen atenuados en la pantalla. La violencia abunda pero sin explicitud gráfica. El argumento, sin embargo, lo demanda, pues se pierden miembros, se bombardean civiles, caen los edificios, mueren personajes. La lógica del film es discordante y si se soslaya la crueldad de un mundo en el que los adolescentes se matan (literalmente) por un poco de fama televisiva no es por proteger al espectador (que, por cierto, nunca debería ser protegido) sino porque conviene al mercado cinematográfico. La heroína bien puede ser la chica “en llamas” pero a lo largo de cuatro largos el fuego nunca ardió del todo bien. Si se la compara con otras sagas teen como la ya mencionada Crepúsculo o la todavía inconclusa Divergente, los Juegos del Hambre salen ganando pero la verdad es que han sido por demás civilizados y toda revolución necesita puntos de barbarie. Por su parte, Stanley Tucci, Woody Harrelson y Elizabeth Banks aparecen poco en pantalla y los jóvenes Josh Hutcherson y Liam Hemsworth son un pobre reemplazo. Siempre nos quedará la enorme Jennifer Lawrence, que cada día actúa mejor y a quien el papel de heroína, como tantos tantos otros, le calza demasiado bien.//?z
MI PASADO ME CONDENA Si Spectre terminara antes de los créditos iniciales, habría que aplaudirla de pie. Tremendo prólogo el acontecido en México durante el Día de los muertos que sirve, travelling mediante, para anunciar que el agente 007 deberá, esta vez, hacerle frente a los “fantasmas del pasado”. Sam Mendes había dejado la vara muy alta con Skyfall y luego de tamaño arranque uno confiaba en que se venía el doblete, pero la magia se disipa luego de la primera hora y los casi 150 minutos de Spectre se hacen muy cuesta arriba. El argumento gira en torno a un plan que pretende dar de baja a los agentes doble cero y reemplazarlos por drones con el fin de ganar efectividad. Además, se propone unir varios servicios de inteligencia para acceder a un estado de “vigilancia total”. Para prevenir el crimen lo más importante es compartir información pero, claro, como se dice en Watchmen: ¿Quién vigila a los que vigilan? Todo se reduce, entonces, a un Bond vs. Snowden, ya que el impulsor de la propuesta es un villano omnipresente e intangible que, cual espectro, todo lo sabe, pues tiene ojos en todas partes sin estar en ninguna. Es la misma omnipresencia de la que habla Cronenberg en Cosmópolis y Laura Poitras en Citizenfour. El problema es que la cara detrás del mal es la de Christoph Waltz cuyo Oberhauser no tiene nada que hacer frente al Hans Landa que supo interpretar en la reciente Django Unchained. Optar por el actor austríaco, doblemente oscarizado, fue una decisión tan sencilla como equivocada, aun más en una franquicia reconocida por entregar villanos memorables. A Waltz le pasa lo que le ocurría a Bond en Quantum of Solace: parece un niño caprichoso. La otra pata de la mesa que tampoco hace pie es la chica Bond: a Léa Seydoux los vestidos le quedan muy bien pero la química con su pareja es nula. Sin chica y sin villano, los que vienen en auxilio del rubio y tosco Craig son Ralph Fiennes, heredero de Judi Dench, como M y el infalible Ben Whishaw, como Q. Hay que destacar también el enfrentamiento con Hinx (Dave Bautista, de Guardianes de la galaxia), que parece salido de Rápido y furioso, en sintonía con el Bond más “sucio” y físico de la última década. Con tanta referencia a las películas anteriores de la era Craig y con “Writing’s On The Wall”, el tema medio melanco de Sam Smith (“Tell me is this where I give it all up?”) se hace imposible no hablar de “fin de ciclo”, pues Spectre cierra un gran arco argumental inaugurado en Casino Royale, allá por el 2006. Hace tiempo Craig dijo que se cortaría las venas antes de volver a ser Bond, pero la declaración la hizo dos días después de finalizado el rodaje de Skyfall. El tipo estaba cansado y sacaron la frase de contexto. En reportajes más recientes aclaró que lo hará hasta que le dé el físico y teniendo en cuenta que ronda los 47 años tranquilamente puede filmar una o dos más. Es cierto que Pierce Brosnan se retiró a los 49, también luego de cuatro películas, pero Roger Moore no dijo adiós hasta los 58 y otros Bond como el propio Moore o Sean Connery han aparecido en seis títulos. Sea como sea, la próxima entrega deberá hacer algo más que cumplir. A no olvidar que estamos ante la saga más antigua de la historia del cine. Hay que hacerle honor al apellido.
QUÉ HEMOS HECHO... En Una segunda oportunidad se dicen y se hacen cosas terribles sin pudor alguno, casi al nivel del gore, solo que en sagas como Hostel o El juego del miedo uno sabe qué va a ver de antemano. El caudal de violencia que despliega la directora danesa viene “camuflado” (aunque todo quede al descubierto gracias a una insoportable catarata de primeros planos) de drama por lo que la propuesta además de obscena es hipócrita. Dos parejas, dos bebés, dos realidades. La primera, de clase media alta, lo tiene todo. Bah, falta un perro pero para qué si tienen una casa que da al mar, el fuego siempre encendido del hogar y ambientes perfectamente decorados. Mamá (la muy bella Maria Bonnevie) se ocupa del nene y papá (Nikolaj Coster-Waldau aka Jaime Lannister de Game of Thrones) no solo es buen papá sino también un marido y policía (encima eso) ejemplar. La segunda pareja la conforman dos pobres desdichados entregados al vicio. Él es psicópata a más no poder, ella se droga o es drogada, él es violento y todo está sucio (especialmente su bebé, procuremos que se note). El contraste es evidente y cuando la desgracia atente injustamente contra los primeros la solución será apropiarse del bebé de los segundos. Lejos de indagar las causas o los factores que dan origen a la división de clases (la película podría transcurrir en cualquier otro lugar que no fuera Dinamarca), la directora opta por encarnizarse con los personajes: bebés y adultos lloran y gritan por igual. La solución sugerida ante el malestar, para colmo, es igual de siniestra: “si estás nervioso tomate una pastilla… como hace la gente normal”. Hemos de ser justos y salvar a los intérpretes: Nikolaj Lie Kaas y Ulrich Thomsen, habitués de Bier, actúan bien y lo mismo corre para la pareja protagónica. No son razón suficiente para dedicarle tiempo a lo último de la multipremiada directora danesa que supo ganar el Oscar y el Globo de Oro en 2010 por Hævnen, otro film igual de mediocre. Frente a propuestas que han tenido extrema consideración en cómo mostrar aquello que merece ser velado (recordemos 4 meses, 3 semanas y 2 días del rumano Cristian Mungiu, por ejemplo), el camino tomado por Bier es un insulto al espectador, a sus colegas y al cine. Uno se pregunta qué lleva a alguien a dirigir una película así. ¿Será el sadismo? Si esta es la única pregunta que genera su obra, a la directora de Una segunda oportunidad conviene ya no darle más oportunidades.//?z
Como hiciera Lisandro Alonso con Jauja, esta vez los Dardenne optaron por incluir a una superestrella en su reparto. Se trata de la próxima Lady Macbeth, Marion Cotillard, cuyo papel le valió una nominación al Oscar el pasado febrero. Considerado por muchos como un film menor dentro de su filmografía, debido a algún que otro exceso resuelto a las apuradas, Dos días, una noche no es un film a menospreciar. Cuenta la historia de Sandra, una obrera belga de la pequeña industria que padece uno de los males de nuestra época: la depresión. Luego de una crisis, Sandra se ausenta durante un tiempo y la empresa aprovecha para aumentarle el sueldo al resto de los trabajadores. La responsabilidad no es del empleador sino de los empleados ya que esto ha sido resuelto mediante votación. Sandra quiere recuperar su puesto pero la empresa advierte: si sus compañeros aceptan que ella retorne, el bono de mil euros les será descontado. Se trata, entonces, de la ética. Una vez más en la filmografía de los hermanos, lo político se ubica en el centro: las relaciones económicas impulsan la competencia entre los semejantes (“No voto en contra tuyo, sólo voto por mi bono”, dirán algunos… sin embargo, no es lo uno sin lo otro). Sandra tiene dos días y una noche para ir casa por casa a convencer a sus dieciséis compañeros de que se pronuncien a su favor. Los necesarios Dardenne cuidan a sus personajes, no los juzgan en ningún momento. El registro semidocumental de sus películas los tornan palpables, hay una continuidad entre nuestro mundo y el de ellos. De ahí que dé gusto volver ver a Morgan Marinne, el adolescente de la que quizás sea la mejor película de los hermanos: El hijo. Su presencia en esta película remite a esa otra. Sabemos que se trata de otro personaje, pues tiene otro nombre, pero lo que se ve en Dos días, una noche bien podría haber sido el destino de ese niño “rehabilitado” por el sistema allá por el 2002. En el recorrido de Sandra se revela una Europa multirracial en la que los trabajadores deben recurrir a otros trabajos (legales o clandestinos) para sostenerse. Sus reacciones ante la decisión son variopintas: algunos están cansados, otros carcomidos por la culpa, unos se muestran arrepentidos, otros indiferentes, abrumados por mandatos familiares o violentados por la situación. Y el capataz, interpretado por Olivier Gourmet, actor fetiche de los Dardenne, aparece como la cara visible del mal pero no deja de ser otra ficha que cede ante las directivas de los poderosos. Lo de Marion Cotillard es notable y si bien los Dardenne ya no entregan películas tan perfectas como Rosetta o El niño, la lucha sigue siendo la brújula que guía a sus personajes. Ella nos renueva y nos redefine. Bienvenido sea este estreno, entonces.//?z
CASA TOMADA “El pasado no resuelto es presente”. La frase, que se escucha habitualmente en el mundillo psi, adquiere para Gordo (Joel Edgerton) un cariz literal, con la salvedad de que este pasado no deviene un presente sino varios. Luego de un encuentro ¿azaroso? con su excompañero de la secundaria Simon (Jason Bateman) y su esposa Robyn (Rebecca Hall), Gordo inicia una secuencia de visitas al hogar de la feliz pareja siempre de la mano de algún obsequio, como una botella de vino o alimento para los peces del estanque. Los planos iniciales de The Gift, primer largometraje de Joel Edgerton cuya carrera como director se limitaba apenas a dos cortos, son premonitorios. Muestran los distintos ambientes, todavía vacíos, de la casa donde se mudarán Simon y Robyn. Los planos fijos, sin embargo, se ven perturbados por un leve zoom. La cámara se hace presente porque, efectivamente, ya hay algo allí antes de que lleguen. Y quizás sea una paradoja pero eso que ya está ahí, acechando, es lo que ellos mismos traen. En la historia de ella hay una pérdida; en la de él, un ascenso. La mudanza marca un cambio en más de un sentido, pero la aparición de Gordo hará obstáculo. Será el camino de ida al sótano donde vive la madre muerta de Norman Bates, al armario de Poltergeist, al aljibe de La llamada o al ático de Insidious, será, en fin, la llave que abra la puerta al cuartito tan temido de lo reprimido. Y, como siempre ocurre, no hay vuelta atrás una vez que se convoca a los demonios. Así y todo, hay en The Gift más suspenso que terror. Tiene mucho, también, de drama intimista y este cruce de géneros se evidencia en la evolución de ese terceto admirable que conforman Bateman, Hall y Edgerton. Los efectos ominosos de la repetición, obsequio tras obsequio, se traducen en la gestualidad de la pareja. Su rutina se horada lenta pero irreversiblemente. Con algún toque de la Se7en de David Fincher (el último obsequio cierra la serie como el último de los pecados de John Doe), un protagonista a la Una historia violenta de Cronenberg, y un pequeño guiño a El resplandor, The Gift sale victoriosa porque hace lo que toda película de suspenso debería hacer: no caer en el exceso. Siempre suma ver en pantalla grande a los talentosos de la TV como Wendell Pierce (The Wire) y Allison Tolman (Fargo) pero los que demuestran poseer una versatilidad codiciada por muchos son Jason Bateman y Rebecca Hall. Lo de Joel Edgerton en la dirección marca, al igual que su personaje, una irrupción inesperada. Quien diga que su ópera prima es un regalo estará en lo cierto. Resta esperar que sea el primero de muchos.//?z
TODOS PARA UNO No murió pero está muerto. O en todo caso va a morir pronto. Durante una tormenta, Mark Watney (Matt Damon, con chances de ser nominado al Oscar una vez más) fue abandonado por su tripulación al ser dado por muerto. Cuando se acaben las provisiones, no renovables debido a la atmósfera hostil del planeta rojo, será el fin. Misión rescate, basada en la novela The Martian de Andy Weir, arranca muy bien. La suntuosidad de la tormenta que dispara la acción contrasta con la quietud posterior de Mark al contemplar la base que será su hogar, y también su tumba. El primer impulso frente al desvalimiento que supone ser el único habitante de todo un planeta es forjarse un Otro, que no será el Wilson de Tom Hanks en Náufrago sino la humanidad toda. Cual youtuber, Mark irá grabando sus pensamientos pero también sus ideas… después de todo quizás se pueda hacer algo más que racionar la comida y el oxígeno. A lo mejor también se los puede producir. Así, Matt Damon deviene McGyver (o “MattGyver”, si se quiere) haciendo gala de una creatividad envidiable para transformar su entorno en vistas a asegurarse la supervivencia. Una vez logrado esto el siguiente paso será apelar a aquello que nos hace humanos, el lenguaje, para comunicarle a la NASA que está vivo. Por supuesto que se sucederán las adversidades, que bien podrían generar más suspenso si el título en español no fuera tan buchón en relación a cómo termina todo, al igual que los espectaculares exteriores marcianos cortesía del talentoso director de fotografía polaco Darius Wolski, que ya trabajó junto a Ridley Scott en Prometheus. Son acertadas las discusiones que se dan en la Tierra en torno al destino de Mark: ¿Vale la pena ayudarlo?, ¿Cuánto sale?, ¿Cuál es el rédito político?, ¿Cómo queda parada la NASA?, ¿Le avisamos a su tripulación, todavía en el espacio, que lo dejaron en Marte por error? Más cerca, por suerte, de la Gravity de Cuarón que de la Interestellar de Nolan, el que se rescató luego de varios títulos fallidos como Robin Hood, Exodus y la ya mencionada Prometheus, es Ridley Scott, auxiliado sin dudas por uno de los hombres del momento: Drew Goddard, aquí guionista y director de una de las mejores películas de terror de los últimos años: The Cabin in the Woods. Todas esas escenas que nos sacan una sonrisa se las debemos a él. Puesto que “el espacio no coopera”, queda apelar al buen humor como paliativo frente a la impotencia infinita del hombre ante el universo. Cierto es que Misión rescate se desinfla hacia el final. El que no baja nunca su nivel es Matt Damon que sale airoso en la desazón, en el regocijo del progreso individual pero sobre todo a la hora de la alegría compartida. Consecuencia, claro está, de la esperanza. Pasa que a la esperanza, como a Mark Watney, hace rato que la tenemos olvidada. Habrá que ir a buscarla.//?z
ANTES DEL FIN Sorpresa: la película del hombre con cáncer terminal y su perro no es un dramón. Se llora en el cine, sí, pero no es un dramón. ¿Golpes bajos? No hay. ¿Llantos desmedidos? Menos aún. Al contrario, en uno de los pasajes del film Julián (Ricardo Darín) le pide perdón a su amigo, y se retira. ¿Adónde vas?, le pregunta Tomás (Javier Cámara). A llorar un poco. Las lágrimas quedan fuera de campo: el dolor no es un espectáculo. Javier llora solo, de espaldas y en el fondo del plano… es la distancia que exige el respeto. Inspirada en hechos de la vida del director, el experimentado catalán Cesc Gay (Krámpack, En la ciudad) se mete con la muerte, tema espinoso y universal. Truman es la historia de dos amigos que, a lo largo de cuatro días, escribirán el que quizás sea el capítulo final de una amistad de años ya que uno de ellos morirá próximamente. Los días de Julián están contados (le quedan “pocas funciones”, según él) y si bien parece haberlo aceptado, mientras espera a su médico para informarle que abandonará la quimioterapia en vistas a vivir menos pero mejor, su mirada se detiene en un almanaque. Allí ve un cuadro pintado por Rembrandt, que no es otro que La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. En él varios cirujanos observan a otro diseccionando un cadáver. Tal es su destino (y, digamosló, el de todos nosotros): ser un puro cuerpo inanimado. De ahí la angustia que siente Paula (Dolores Fonzi), la amiga que no está de visita sino que lidia con el presente de Julían día tras día. No se trata, en el fondo, de la muerte como idea romántica sino del muerto, de eso que quedará ahí y que habrá que velar (vía cremación, entierro o lo que fuere) para poder seguir adelante. Por eso, antes del fin, es mejor organizarse y al mismo tiempo despedirse: visitar al hijo que vive en otro país, buscarle un nuevo dueño a ese hijo de cuatro patas que es Truman, discutir, emborracharse, ir al teatro, comer, hablar, sentir… estar juntos. Todo se tiñe de último para Julián. Circula en Truman una vibra similar a la de los temas de Spinetta, una belleza amable y sutil como la Canción para los días de la vida que forma parte de la banda sonora. Esa sutileza, tan difícil de construir y que parece tan natural, le valió a Cámara y a Darín un premio compartido a la mejor interpretación masculina en la reciente 63ª edición del festival de cine de San Sebastián. En la vereda contraria a la deliberadamente lacrimógena Marley y yo, Truman cierra (igual que Wendy & Lucy) con un gesto de amor. Bienvenido sea el brillo en los ojos, entonces. Bienvenida sea la muerte, también, si gracias a ella nos juntamos a celebrar que (todavía) estamos vivos.
ELOGIO DE LA EXCLUSIÓN La segunda película de Laura Citarella es codirigida por su protagonista, una outsider que comparte su vida con una jauría de perros callejeros que la escoltan vaya donde vaya. Como una suerte de Mononoke del conurbano, Llinás se mantiene apartada de los de su especie. Se sirve de ellos para conseguir objetos y herramientas (botellas, una pala, fósforos, alguna red abandonada) que le permitan sobrevivir; aunque en realidad, si bien el invierno y la lluvia suponen una amenaza para la salud, no se trata de supervivencia sino de la vida que parece elegir. Hay una escena notoria en la que la mujer (no sabemos su nombre ni tenemos datos de su pasado) bordea un alambrado. Del otro lado el pasto está corto, la gente viste bien y también hay perros, con correa. A lo largo de la película se verá qué es lo que tienen para ofrecer aquellos que están del lado de la civilización. La interpretación de Llinás es certera, apenas si abre la boca durante todo el film. Sus gestos le bastan para fluctuar entre el convencimiento y el desvarío. La cámara de Citarella fluctúa también entre lo más próximo y la lejanía, yendo del pelaje de los animales hasta ese memorable plano final en el que el paisaje, la mujer y sus perros nos regalan una simple y memorable conclusión.
ME VERÁS VOLVER Y si hablamos de paranoia, enmarcada dentro de ese género tan difícil que es el terror, haríamos bien en mencionar y recomendar la que será la película del año en lo que a sustos se refiere. Su estreno comercial está próximo, es apenas el segundo largo de su director y su título en español será Te sigue. Porque de eso va, básicamente, de una maldición irremediable que pasa de una persona a otra (no revelaremos cómo), de aquello que queremos sacarnos de encima pero que no deja de retornar hasta que encontremos la manera de lidiar con ello. La cámara de Mitchell hace todo bien: planos fijos, travellings, panorámicas; en ambientes abiertos o cerrados, en paisajes luminosos o nocturnos, la mancha está al acecho y mete miedo. Presentada en Cannes y en Sitges, con un inicio que remite a la gloriosa Scream y un argumento que presenta elementos de Ringu y Destino final, It Follows se sirve de la memorable musicalización de Disasterpiece para entregarnos una experiencia extraña en el cine de terror actual: un miedo poco calculado y del todo genuino.
LOS ESPÍAS DESPISTADOS on Misión: Imposible – Nación secreta todavía en cartel la vara está muy alta para las películas de espías. El agente de C.I.P.O.L., opus ocho del británico Guy Ritchie, se presentaba como una digna rival que, lejos de disputarle el título podría al menos hacerle frente. Todos sus cartuchos, sin embargo, se queman en el primer round, y las correctas actuaciones de sus protagonistas no alcanzan para que la propuesta se mantenga a flote. Adaptación de la serie homónima de mediados de los 60, El agente de C.I.P.O.L. cuenta la historia de un agente de la CIA, Napoleon Solo (Henry Cavill), y su par de la KGB, Illya Kuryakin (Armie Hammer), que se ven forzados a trabajar codo a codo para hacerle frente a una amenaza nuclear. La Alemania sesentosa vista a través de la lente frenética que siempre caracterizó al ex de Madonna se ve muy sofisticada y la secuencia inicial, a uno y otro lado del Muro de Berlín funciona a la perfección. Es posiblemente el único fragmento del film donde narración y estética se retroalimentan positivamente. Lástima que Guy Ritchie no es el Christopher McQuarrie de la última Misión imposible y, en lugar de servirse de cierta atmósfera de ridiculez que se hace presente en varios pasajes de su película, cae víctima de sus juegos visuales cancheros. Las actuaciones de Superman y el Llanero Solitario son correctas y sorprende Elizabeth Debicki en su papel de mala malísima, la banda sonora sesentona es una delicia y la secuencia de la persecución en lancha, luego de varios minutos de sopor, es uno de los puntos altos del film. Si la película no funciona es porque, como ocurría con la Birdman de Iñárritu, el recurso del montaje ritchiano está puesto más al servicio del director que de la obra. De a ratos nuestro querido Guy parece un niño caprichoso decidido a defender el estilo por el estilo, como si el cine se redujera a un mero espectáculo de fuegos artificiales. Desaprovechando el potencial de sus actores y del rico argumento de la serie original, Ritchie logra que los agentes Solo y Kuryakin queden varios escalones por debajo de James Bond, Jason Bourne y Ethan Hunt. El tiempo y la taquilla dirán si El agente de C.I.P.O.L. es el inicio de una nueva saga. De ser así será mejor dejarle el volante a otro. Los compañeros de viaje tienen mucho para ofrecer pero el piloto, aunque se trate de una de espías, anda despistado.//?z