El nuevo filme de Batman desconcierta por completo. Muy lejos está de ser esas cintas sobre superhéroes que nos traen una presentación del personaje y toda su evolución mientras se prepara para la batalla final frente al villano, a priori, invencible. Aquí, todo lo contrario: tal vez este Batman de Robert Pattinson sea el más terrenal de todos los conocidos en el cine hasta hoy. Está en la misma sintonía estética que el resto, nadie se asombra de verlo; hasta lo tratan de "payaso disfrazado'' y no muestra nada que lo convierta en imprescindible. Por lo que si lo cambiáramos por Denzel Washington, con idéntico guion, artilugios técnicos, destreza física y enemigos, la película podría ser `El justiciero 3' u `Hombre en llamas, en realidad no morí'. Hasta el Batimovil parece menos que cualquier auto de `Rápido y furioso'. Sin embargo, lo mencionado no va en detrimento de esta renovación del hombre murciélago. Esta primera entrega de una trilogía que llegará en lo sucesivo es realmente muy buena. Tres horas de duración sin baches, con una tensión que se mantiene de principio a fin. No hay un momento épico que multidireccione nuestros sentidos pero tampoco hay lugar para consultar el reloj. La acción es continua, el miedo sembrado por las incógnitas que se plantean es recurrente, y el suspenso y el terror se apoderan del género. VERDADERA MALDAD En esta ocasión, `Batman' nos muestra el segundo año de vida del encapotado (como superhéroe) en su lucha contra el crimen en Ciudad Gótica. Y mientras sigue los pasos del Acertijo (Paul Dano), una especie de asesino serial que va acabando de la peor manera con los dirigentes más corruptos, se da cuenta que la verdadera maldad no acecha en los callejones sin salidas, sino en las altas esferas del poder y la justicia. En este derrotero dirigido a la perfección por Matt Reeves y escrito por el mismo Reeves junto a Peter Craig, aparecen los fieles Alfred (Andy Serkis), Gordon (Jeffrey Wright), Gatúbela (Zoë Kravitz), y en pequeñas dosis se va presentando ¿al próximo? villano, el Pingüino (un irreconocible Colin Farrell). Siempre en un clima denso, de poca luz y sombras plenas. Se entiende que esa sea la atmósfera ideal de Batman, en la que se mueve como pez en el agua. Lo que no se comprende es porqué el resto de los personajes, cuando no están con él, tampoco encienden una luz. Todo es en la oscuridad casi total. Cuando el filme termina se nos dibuja inevitablemente una sonrisa. ¿Ya pasaron tres horas? No nos dimos cuenta. ¿Hubo una escena que quedará en la historia del cine? No, pero disfrutamos de sus tópicos, como el ascenso con la baticuerda, la llegada rompiendo un techo de vidrio mientras despliega su capa, su pelea contra una decena de pandilleros subterráneos, la aparición del Batimovil entre el fuego y el beso a la mujer deseada. ¿Pero en el marco de otro concepto cinematográfico? Sí. ¿Entonces no es lo que se esperaba? No, pero su fotografía, su arte, su banda de sonido con un `Ave María' sinfónico en loop, y lo voraz de cada una de sus criaturas hacen que se disfrute mucho igual. Además un dato no menor, en la pantalla grande encontramos la real magia del cine.
El problema de Marvel en estos momentos no es no tener a los mejores productores, directores o actores para realizar sus películas sino no contar con un experto en estadísticas o un sociólogo. Profesionales que miren hacia atrás y con la frialdad de la ciencia entiendan que las películas más taquilleras son las más terrenales. Que toda la saga "Avengers" quintuplica en éxito todo lo que sucede más allá del planeta, como "Guardianes de la galaxia" o "X-Men". Que cualquiera de las muchas películas de Spider-Man -un estudiante con poderes sobrenaturales- tuvo más público que todas las de Thor juntas. Entonces, en lugar de seguir sobre la superficie terrestre y hacer filmes reales se va cada vez más lejos, como con "Eternals". Y así les está yendo, jugando en la cornisa, al borde del agotamiento. MALDITO SEA Si la famosa y tan esperada Cuarta Fase del Universo Cinematográfico de Marvel es lo que vino después del chasquido de Thanos, o sea "Endgame", las series "WandaVision", "Falcon y el Soldado del Invierno", "Loki", "Shang-Chi" y ahora "Eternals", maldito sea el momento en que los Avengers volvieron el tiempo atrás y vencieron al gigante violáceo. Hubiese quedado todo en el final de "Infinty War" y hubiese sido épico. Porque lo que siguió después: la muerte de Iron Man, la vejez del Capitán América, la panza de Thor, las series inmirables de personajes de cuarto nivel e incluso la pelea entre Scarlett Johansson y Disney por los derechos de explotación, estuvieron y están de más. "Eternals" son dos horas y media de una explicación que nunca se termina de entender. Ni los cinco cerebros más inteligentes del mundo lograrían resumir en un párrafo la trama. Lo lógico de los filmes de acción es que primero se introduzca el conflicto, se expliquen los detalles entre el bien y el mal, y luego la acción nos invada. Acá intentan explicar el conflicto incluso mientras pelean. Y en la batalla final, entre rayos láser y patadas, siguen revelando por qué le están pegando al otro, que antes era bueno, ahora es malo y después bueno de nuevo. INCOMODAS El único patrón que respeta "Eternals" es el de una película coral, con dos o tres protagonistas consagrados y después un reparto a tono. El problema es que a Angelina Jolie y Salma Hayek no se las nota cómodas en sus papeles. No se creen superhéroes y por eso se ven muy artificiales. El resto no da el piné para semejante tanque. El único que hace pie en este naufragio de superhéroes desconocidos es Ma Dong-seok, que le imprime su sorprendente carisma a cada trompada que da. Y cuando uno cree que peor el filme no puede ser, intentan humanizar la situación con una referencia a Hiroshima. Y en realidad lo que se ve es la ciudad devastada por la bomba nuclear y dos personas llorando en cuclillas disfrazadas de superhéroes. Una verdadera falta de respeto. Porque ellos son seres eternos que vinieron al mundo miles de años antes de Cristo y sólo pueden intervenir en los males del planeta cuando el enemigo es extraterrestre. Lamentable todo. Sin dudas, la peor película de Marvel.
Una sola cuestión hace ruido en el filme `Nomadland' y es la presencia contundente de Amazon, quien según sus protagonistas es una empresa que "paga bien''. Porque semejante afirmación va en contra de los principios del guion, que muestra los valores de la libertad de aquellos que por equis motivo deciden tener una vida nómade y vivir de lo que la oportunidad les presente. Entonces, o es simplemente una publicidad y punto, o muestra que algunos norteamericanos ya pasan del American Dream con su sello más representativo hoy por hoy. 'Tierra de nómades' (tal la forzada traducción al castellano) muestra cómo la protagonista, Fern (inmenso trabajo de Frances McDormand), después de que colapsa económicamente la colonia industrial en la que vive junto a su marido en Nevada, se va a explorar el país en una camioneta transformada en casa rodante. Así se va juntando en diferentes pueblos con quienes, como ella, eligieron ese modo de vida itinerante. Con el recuerdo de su marido a cuesta, la nostalgia que se va sumando de lugar en lugar, los años vividos y sus complicaciones económicas, encuentra la felicidad en cada nuevo paisaje. Lo que se dice una mujer sin ataduras, aunque tenga por ahí familiares muy cercanos y amigos incondicionales que le ofrecen un hogar y un baño confortable. EN CARRERA Ganadora de dos Globos de Oro a Mejor Película Dramática y Mejor Dirección, y candidata a ganar alguno de los Oscar más importantes (compite por Película, Dirección, Actriz protagónica y Guion adaptado en la ceremonia del domingo 25), la cinta dirigida con precisión por Chloé Zhao resulta porque es distinta a todo lo visto en el último tiempo. Si bien es una clásica road movie, su presentación de falso documental, la fotografía, sus conceptos claros en el libro y la conmovedora actuación de McDormand la vuelven atrapante aunque la edición se tome sus segundos entre escena y escena. Por momentos, hasta se percibe la tranquilidad o la hostilidad de cada lugar. Y todo esto deja en claro la bandera que alzan estas personas que hacen del movimiento y del camino, su vida. En estos tiempos donde las ciudades más importantes están en jaque y el aire puro y la distancia social son como agua en el desierto, ver 'Nomadland' hasta se vuelve una obligación antropológica.
Poco queda de aquel cine de acción donde el final se reservaba para que el protagonista se vengara del villano principal en una batalla cuerpo a cuerpo por ver quién era el más fuerte. Esas imágenes épicas de Stallone ensangrentado, Van Damme ciego o Schwarzenegger abollado contra los malos de turno, no van más. Hoy, si no es en grupo no vale. Todos contra uno, como sucediera con los Avengers contra Thanos, o los famosos héroes de DC (Batman, Superman, Aquaman), que hace dos películas que se juntan para destruir al malo malísimo. Y para no ser menos, desde el Oriente ancestral vuelve `Mortal Kombat' para hacer de su remake una chorrera de sangre entre el grupo de los buenos contra el de los malos (ambos tienen la misma ferocidad y letalidad). Pero es un todos contra todos, manteniendo algunos códigos del famoso juego de lucha que triunfó en los '90 y que tenía en sus niveles más altos la exclusiva pelea con Goro y, más arriba aún, con Shang Tsung. Así, los Liu-Kang, Raiden, Sonya Blade, Sub-Zero y Kano, entre otros, están de nuevo para que no quede el fallido registro cinematográfico que significó su versión de 1995. La historia sigue siendo inverosímil y básica, solo que los efectos de lucha mejoraron exponencialmente. Todas las peleas de Sub-Zero poco tienen que envidiarle a las siempre logradas por Marvel. Para quienes quieran recordar los sonidos de la consola con sus inolvidables Finish Him! o Kano Wins, es la película ideal. Para quienes no tengan esa nostalgia de infancia, definitivamente no es el filme. Entreabierta queda la puerta para una continuación, que saliendo de la sala y pasada la euforia (sucede en pocos segundos), preferiríamos cerrar y que termine en una sola película. ¿Para qué más?
Si entre el amor y el odio hay solo un paso, entre la genialidad y lo absurdo se encuentra 'Pinocchio'. Es que el filme del director Matteo Garrone ('Gomorra', 2008), en general se desliza sobre escenas de una sensibilidad y estética asombrosas, interrumpidas por situaciones y personajes grotescos que rompen con toda la armonía. Como por ejemplo, la primera intervención de Pepito Grillo. Si se permite una comparación, es como recorrer una muestra de Picasso y cada tanto ver colgado un cuadro realizado por un niño de jardín de infantes. Así de chocante, así de inesperado, al menos las primeras veces. 'Pinocchio' nada tiene que ver con los tanques de Disney en Live Action. Aquí todo es artesanal. Los personajes, los escenarios, el vestuario, la iluminación. Todo sofisticadamente unido como para retratar una época. Y mucho tiene que ver en esto la inclusión de Roberto Benigni en el papel de Geppetto, quien nos convence de que no podría haber otro mejor. UN CLASICO Por momentos, 'Pinocchio' se vuelve un filme delicioso, de una fotografía increíble y una dulzura inédita para el cine de hoy. La música de Dario Marianelli también cumple su cometido y nos lleva por la historia con la misma nostalgia que Luis Bacalov logró con su banda de sonido en 'El cartero'. Pasado el análisis, decimos que 'Pinocchio' cumple de manera ciega con el clásico de Carlo Collodi tantas veces visto, por lo que el factor sorpresa no es algo que se dé en ningún momento del filme. Por orden de aparición vemos llegar al villano Stromboli (delicado personaje del recordado Gigi Proietti), al gato y al lobo, al hada y al niño asno. Cada uno con su particularidad, mejor o peor realizado, más o menos villano, pero manteniendo la identidad y respetando la trama. Sin un público bien identificado del otro lado, la película es más para los amantes del cine italiano y todo su melodrama, que para niños con intención de ir al cine a divertirse. Con `Pinocchio', Matteo Garrone vuelve a poner en la cima al Roberto Benigni que supo brillar en 'La vida es bella'. Una película que si se hubiese estrenado en los años '90 sería una verdadera joya del cine; pero que hoy, con tanto vértigo visual y efectos especiales, queda atrapada más en un capricho que en una opción provechosa de la pantalla grande.
Al escuchar el primer diálogo de `El silencio del cazador' uno se pregunta si Pablo Echarri podrá sostener a lo largo del filme ese acento del norte de nuestro país. Y las siguientes escenas responden claramente que no. Sin embargo, es tan fuerte su imagen y magnetismo, que ese detalle (no menor) no interfiere en el relato; al contrario, su presencia lo realza. Aunque también hace su parte su director Martín Desalvo, quien logra en todo momento llevarnos por esa selva misionera, entre silencios, ruidos de animales que se acercan y la frialdad de un disparo en medio de la maleza. La trama no dice mucho. Un guardaparque, Guzmán (Pablo Echarri), que busca impedir que cazadores furtivos rompan el ecosistema que lleva consigo el Parque Nacional Iguazú. Y ya tiene a uno entre ceja y ceja, Orlando Venneck (Alberto Ammann), quien además de no cumplir con las reglas del lugar, es la ex pareja de su mujer, Sara Vogel (Mora Recalde). Entonces entre ellos hay más que una cuestión reglamentaria. Pero `El silencio del cazador' atrapa desde que entendemos de qué va el filme -escrito por Francisco Kosterlitz en colaboración con el propio Desalvo-. Porque los personajes nos adentran en la historia, porque la simpleza de los escenarios nos invitan a fisgonear a gusto y porque entre tanta espectacularidad de Netflix, Amazon y Disney+ queremos ver qué sucede en un recóndito pueblo de nuestro país. Con paisajes autóctonos, casas reales y pobladores que con un gesto dicen mucho y que tan solo con una escopeta se sienten amos del lugar. El concepto menos es más, en esta película, se cumple a la perfección.
'Godzilla vs. Kong' no decepciona ni se aleja caprichosamente del estereotipo para brillar. Reconoce su lugar y cumple con todas las características del género. Guion forzado y cuasi absurdo, destrucción a borbotones y los rasgos cliché de los personajes a la perfección; o sea, una pareja de héroes por un lado, un ambicioso devenido en villano por el otro, un puñado de frikis claves para la historia, y por supuesto, los dos tanques que le darán acción a la cinta. Aunque algo sí cambia de la estructura básica: la introducción no aburre en explicaciones largas sino que en los primeros minutos ya hay escaramuzas de las buenas. Y eso se repite constantemente hasta su final. Godzilla no tarda en aparecer y, por el bien del entretenimiento, se agradece. Para disfrutar del filme no hace falta haber visto sus antecedentes 'Godzilla resurge' y'`Kong: la Isla Calavera'. Pero quienes las hayan visto tendrán una idea más acabada. Porque Godzilla ya no es el que era, no ataca porque sí; y Kong hasta está civilizado, se comunica con una pequeña, por lo que se vuelve como un último recurso ante un peligro de escala superior. Pero aún así se miden, se desafían y sus batallas titánicas son de un nivel visual como pocas veces se vio en cine. Dos colosos frente a frente, ante la incógnita de quién ganará. Uno es más fuerte que el otro. Se nota, lo muestran, pero en el cine todo vale. Estados Unidos, por un lado: Japón, por el otro. Tampoco es cuestión de comenzar una guerra antropológica por un simple guion desequilibrado. Entonces hay un giro inesperado. Pero como el ADN de los norteamericanos es plantar bandera primero, sus tres heroínas, la doctora Ilene Andrews (Rebecca Hall), Madison Russell (Millie Bobby Brown) y Jia (Kaylee Hottle), la interlocutora entre Kong y el mundo; quedan mejor paradas que su competidor Ren Serizawa (Shun Oguri), el cerebro armado detrás del malvado Walter Simmons (Demián Bichir). 'Godzilla vs. Kong' es entretenimiento total. Diversión de principio a fin. Dos horas de adrenalina visual. Lo que se busca en este estilo de películas. Ninguna realidad, cero intelectualidad y sí pura fantasía, contada de la forma que debe ser contada para recibir el aplauso final de la platea.
Quien haya seguido los trabajos de Gastón Portal ('Las 13 esposas de Wilson Fernández', 'La última hora') en televisión, sabrá que nada de lo que nos muestra en realidad es. Que siempre tiene un giro inesperado con el que sorprender y demostrar así que sabe como pocos los artilugios del entretenimiento. Por eso su ópera prima con Natalia Oreiro, Diego Peretti y Pablo Rago en principio asusta, aunque el bagaje artístico termina generando confianza. Es más, hasta lo ecléctico del reparto podría plantearse como un desafío porque los protagonistas tienen chapa de sobra, pero deben estar dirigidos a la perfección para brillar. Lo demuestran sus muchos trabajos y sus contados éxitos. La historia cuenta que en la víspera de Navidad un delincuente (Peretti) entra en una casa a robar y a llevarse puesto todo lo que encuentre: mujer, marido, amante, empleada, etc. Parece tener todo controlado, hasta cuando por error aprieta el gatillo. Sin embargo, se siente en la historia que una realidad paralela toma cuerpo y que el final será revelador. Entonces hay que estar atento a todo, porque en los detalles puede ser que esté la verdadera trama. SIN HORIZONTE 'La noche mágica' nunca termina de definirse. Tiene momentos de thriller hollywoodense del mejor, y otros de comedia grotesca de calidad improvisada. Algo es cierto: desde que empieza hasta que termina la tensión no afloja. Pero no por lo que vemos sino porque no sabemos hacia dónde va el filme. Cada segundo que pasa es un nivel más de nerviosismo, sobre todo cuando entra en acción Alicia, la niña de la película, un correcto trabajo de la pequeña Isabella Palópoli. Ella adopta al ladrón como Papá Noel y es a él a quien le pide que cumpla los deseos que sus padres ignoran. El problema fundamental del filme es que Oreiro y Rago están siempre fuera de tono. Peretti es una burbuja que flota sola (para bien y mal); Hernán Jiménez está desperdiciado en su personaje, y Esteban Bigliardi, quien hace de Juan -marido de Kira (Oreiro) -, está lejos del registro del resto. Hay diálogos que parecen ser de pasada de letra en pleno ensayo. Pero aun así la tensión nunca afloja. Excelente trabajo de posproducción y gran libro, que nunca logramos descifrar. 'La noche mágica' no es el filme ideal para convencer al público de volver al cine luego de un año de salas vacías. Sin embargo, que sea producción nacional es saludable. Los fanáticos de Natalia Oreiro la verán en pantalla gigante, y no mucho más. El final, discutible, opinable e inesperado, es acorde al código Portal.
Hay pocas sagas en la historia del cine que se comentan con el corazón. Se deja de lado el criterio cinematográfico, las cuestiones de actuación, guion, raccord, fotografía y arte; y se juzgan con la piel, con el sentir. Y sin duda las "Rambo" entran en este marco. Qué sentido tendría juzgar la interpretación de un actor que marcó una época y que a fuerza de ingenio y de crear personajes icónicos se hizo un lugar en el Olimpo del séptimo arte, aunque los eruditos lo sigan cuestionando. Demostraría no entender nada si evaluáramos un libro que lo único que pretende es corroborar que nuestro héroe continúa más vigente y sanguinario que nunca. Aunque sí podríamos destacar que en pos de sorprender y manifestar que todo vale, su mentor, el gran Sylvester Stallone, rompe todos los códigos. Y quien nunca debería morir, muere, implacablemente. Si mató a Apollo Creed en "Rocky IV", qué le importa matar a quien conocimos hace minutos en "Rambo: Last Blood", aunque repitamos por dentro diez veces "no". Y eso también es un mérito suyo, entre muchos. ANTI-MEXICO Si hay un actor en Hollywood propagandista por excelencia es Stallone. Durante la Guerra Fría nos hizo odiar todo lo proveniente de la Unión Soviética, con Ivan Drago como bandera del mal, y hoy nos incita a detestar lo mexicano, cuando Donald Trump está a pleno con su kilométrico muro anti indocumentados. Es que en esta ocasión, un John Rambo casi retirado, tiene que cruzar la frontera para ir a rescatar a su sobrina de una red de prostitución azteca. Trámite menor si recordamos por lo que pasó en sus cuatro anteriores entregas, no olvidando que es un ex combatiente de Vietnam, quien -según el Coronel Trautman- es capaz de vencer él solo a un ejército con su cuchillo. Y aunque en esta ocasión los malos hablen en nuestro idioma, tampoco queremos que quede vivo ni uno solo. Somos rambonistas de ley. No hay objetividad en lo escrito. Sin embargo, "Rambo: Last Blood", dirigida por Adrian Grunberg ("Get The Gringo", 2012), no escatima en adrenalina. Ese sello inigualable del cine norteamericano de mostrar fotograma tras fotograma a velocidad videoclip para que la tensión llegue a niveles imposibles, se cumple desde el comienzo. Y cuando visualizamos que el protagonista prepara la batalla final, utilizamos la butaca de mordillo para no implosionar físicamente. Otro punto alto del filme es la participación de Oscar Jaenada como uno de los jefes mexicanos. Sí, el "padre" de Luis Miguel en la serie de Netflix retorna a la maldad, con la diferencia de que en lugar de hacer enojar al Rey Sol se las ve con John James Rambo. Su suerte está echada. "Rambo: Last Blood" es, en principio, el quinto y último capítulo de una paradigmática película nacida en el año 1982 y que tuvo sus secuelas en años discontinuos. Un Stallone genuino, ese que le da a sus fans lo que pretenden y que les da de comer a quienes lo detestan con los argumentos más nutritivos. Ese que nunca funcionó en cine pero que es un abonado a paralizar cualquier zapping furioso. Ese que nunca va a ganar un Oscar a Mejor actor pero que le dio al cine más de lo que le dieron muchos de los que sí ganaron.
La curiosidad de saber por qué una película con protagonistas desconocidos ganó tantos premios ya nos obliga a verla. Sobre todo cuando se trata de un cine como el español, donde las figuras no tienen mucho que envidiarle a las de Hollywood. Siete premios Goya (Mejor Director, Actor y Guion, entre lo más destacado), menciones especiales en San Sebastián y Toronto, son indicios que nos conducen a la sala de cine como focas a su comida. Y así, hipnotizados y obligados, durante sus primeras dos horas empezamos a pensar que está sobredimensionada y a reconocer que de calificativos exagerados y valoraciones desmedidas, el séptimo arte está lleno. Sin embargo terminan siendo conjeturas que se desvanecen en los últimos diez minutos y nos cargan de adrenalina para aplaudir a rabiar. El final de "El reino de la corrupción" no solo vale toda la película y sus premios, sino toda la filmografía del cine español durante el último año, mínimo. Sí, incluso por sobre "Dolor y gloria", del eterno Almodóvar. Los últimos diez minutos son todo lo que un cinéfilo espera de una película. DE GUANTE BLANCO La cinta relata la corrupción que se teje en las más altas esferas de todo gobierno. En esta ocasión se trata del de España, y es así simplemente porque su autor y director es el español Rodrigo Sorogoyen ("Que Dios nos perdone", 2016). Es claro que su país lo habrá inspirado, sobre todo para recalar caprichosamente en el año 2008, cuando la tecnología celular comenzaba a aflorar y los delincuentes de guante blanco lo hacían con las mañas históricas, desconociendo lo nuevo. El filme es lineal. No viaja en el tiempo ni son los flashbacks los que nos explican los problemas. Comienza con la filtración en los medios de un chanchullo que salpica al protagonista, Manuel López Vidal, un influyente vicesecretario provincial, en conjunto con su mejor amigo y colega, Paco. Y con su imagen ya manchada en la opinión pública, será el principal acusado el que intente que toda la maquinaria corrupta se desmorone al unísono con su persona. Hasta aquí, pareciera una película argentina en alegoría a cualquiera de nuestros dirigentes políticos. Que se estrene un mes antes de las elecciones, tal vez no sea casualidad. "El reino de la corrupción" maneja los tiempos del mejor policial de Hollywood, con la artesanía española. Una combinación letal para todo amante del cine. Es un gran filme. Atrapa, seduce, refleja y explica el porqué de la política. Y sobre esta base rica en condimentos emerge la brillante actuación de Antonio de la Torre como Manuel. A su fidedigna interpretación se le suma un guion que lo muestra vulnerable, torpe por momentos pero de unas agallas fuera de lo normal. No habría una actuación tan sólida sin los textos de los guionistas (la película fue coescrita con Isabel Peña), pero tampoco valdría sin su actuación. El final es todo. Somos nosotros mismos poniéndole el nombre que queramos a este político corrupto e hipócrita que busca su redención en ventilar a todos sus superiores. Y del otro lado, el canal que se quiera mencionar de la grilla. Sólo por esto, los premios, que parecían mucho, terminan siendo pocos.