El cine coreano, ya sea del Norte o del Sur, siempre da grandes satisfacciones; sobre todo cuando se mete con un género tan bastardeado como el terror y logra crear una pequeña maravilla como “Invasión Zombie” (Busanhaeng, 2016). Un poco tarde nos llega el estreno en salas de la película de Sang-ho Yeon, pero bien vale pagar la entrada para disfrutar de esta historia de muertos vivos cargada de drama, reflexiones sobre la naturaleza humana, alguna que otra crítica socioeconómica y un par de palitos para la política local. Seok Woo (Yoo Gong) es un padre divorciado, demasiado ocupado con sus negocios para dedicarle tiempo a su pequeña hija. La nena pasa los días en compañía de su abuela, pero para su cumpleaños quiere desesperadamente visitar a su mamá en la ciudad de Busan. A pesar de las reticencias, Seok decide llevar personalmente a la chiquita y abordan el tren rápido desde Seúl con la esperanza de poder volver lo más rápido al hogar. Pero algo está ocurriendo en la ciudad. Hay desvanes, caos y mucha incertidumbre, ya que nadie sabe lo que pasa, o como reaccionar ante los sorpresivos ataques de algunos habitantes. Ajenos a todo esto, los pasajeros del tren parten rumbo a sus diferentes destinos sin saber que un “infectado” logró abordar y empezó a atacar todo lo que se cruza por su camino. La violencia no se hace esperar, y los ocupantes, sin entender muy bien lo que sucede a su alrededor, deben unir fuerzas para sobrevivir y llegar hasta una ciudad donde no se haya esparcido la epidemia y los ataques en masa. “Invasión Zombie” es pura tensión, acción desenfrenada y dramatismo. Los pasajeros no se pueden dar el lujo de descansar porque las amenazas se suceden en cada rincón del transporte. Los adinerados deben dejar su orgullo de lado, mientras que los más pobres y humildes suelen ser la primera línea de defensa. Así transcurren dos horas al borde del asiento, mientras vemos como los protagonistas van cayendo uno a uno. En medio del pánico y la locura, Seok debe reconectarse con su hija. Cada uno en este tren tiene su pequeña historia y hace valer su paso por la pantalla. El director logra balancear el terror que causan estas veloces y hambrientas criaturas con el drama de cada situación. Les proporciona reglas específicas, pero nunca son la única amenaza. El miedo ante lo desconocido es el peor enemigo de los pasajeros, lo que los pone en contra unos con otros, aunque también es lo que los termina uniendo y los ayuda a trabajar en equipo para un bien mayor. De entrada, cada uno cuida su espalda sin pensar en los demás, algo que parecería estar marcado por la sociedad, y ahí es donde la historia empieza a hilar un poco más fino. A diferencia de “The Walking Dead”, por ejemplo, “Invasión Zombie” logra exitosamente poner a los caminantes como excusa para examinar la verdadera naturaleza del ser humano. Un animalito que puede ser extremadamente solidario y desinteresado o, por el contrario, sacar lo peor que tiene cuando las papas queman. Sang-ho Yeon filma con maestría -los efectos son increíbles y están todos puestos al servicio de la historia- y, encima, nos pone en situaciones claustrofóbicas, sangrientas y tensas, nos obliga a tomar partido y a analizar qué haríamos nosotros en semejante situación. Hollywood no es dueño de los éxitos de taquilla más allá de sus fronteras, y películas como esta demuestran que sí se puede ser profeta en su tierra. “Invasión Zombie” fue todo un suceso en su país y, además, generó una precuela animada –“Seoul Station”-. Sang-ho Yeon anticipó que su saga zombie tiene mucho para dar, y desde acá lo esperamos con los brazos abiertos porque pocos pueden emocionar con un tren en movimiento y un montón de criaturas necesitadas, ya sean de cariño, o tripas humanas.
Robert Zemeckis sabe cómo contar una historia. No importa si su argumento es un “meh”, el director logra atraparnos de principio a fin con escasos recursos. “Aliados” (Allied, 2016) tiene un poco de todo: acción, romance, intriga y drama en medio de la segunda Guerra Mundial. La cosa arranca en Casablanca (Marruecos) en el año 1942. Brad Pitt es Max Vatan, un oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea Canadiense que se infiltra en el país con la misión de asesinar al embajador alemán. Para lograrlo tiene que hacer equipo con Marianne Beausejour (Marion Cotillard), miembro de la resistencia francesa que logró escapar de las garras del enemigo antes de que sus compañeros sean asesinados. Durante seis semanas, Vatan y Beausejour deben fingir ser marido y mujer como tapadera para logar su cometido. La tarea resulta un éxito y ambos escapan a Londres donde el enamoramiento que comenzó en Marruecos termina en casorio. La parejita se muda a una casa de las afueras, con el tiempo le dan la bienvenida a su primera hija, mientras Max sigue con su trabajo de inteligencia desde un escritorio. La guerra no da cuartel, como tampoco los bombardeos en la ciudad, pero pronto empiezan a surgir las dudad sobre la verdadera identidad de Beausejour y la posibilidad de que sea una espía alemana. Zemeckis nos lleva desde la intensidad de Marruecos y la acción de una misión suicida, hasta el romance más fogoso, y la vida rutinaria del matrimonio. Una vez que empiezan las sospechas nos pone del lado del conflictuado Vatan que debe elegir entre el amor hacia su esposa o la lealtad hacia su país si la traición se confirma. “Aliados” no sobresale desde ninguno de sus rubros, pero la suma de sus partes funciona como una historia entretenida y llena de suspenso. Pitt y Cotillard tienen buena química y a hacen valer en la pantalla, ya sea en medio de los tiros o las escenas más fogosas. El planteo en sencillo: Vatan corre contrarreloj para tratar de descubrir la verdad antes que sus superiores. La idea y el desarrollo pueden resultar un tanto sencillos para el despliegue y el presupuesto que ostenta la película, pero el director lo hace llevadero como en la mayoría de sus producciones. “Aliados” es una típica historia de espías enamorados. Zemeckis la cuenta con elegancia y clasicismo, poniendo el foco en el carácter de sus personajes principales, y sobre todo en Vatan, desde donde nos invita a pararnos y a sufrir este predicamento junto a él. La reconstrucción de época es hermosa, como los hijitos que pudieran llegar a tener Pitt y Cotillard. Los efectos, como siempre, están al servicio de la historia y bien cumplen su cometido para ubicarnos en medio del conflicto bélico. No hay nada malo con “Aliados”, pero tampoco hay nada para destacar, más allá de una trama bien contada y actuada, que suma en el cine, pero bien se puede disfrutar en pantuflas desde el living de casa.
En los últimos quince años, el cine brasileño nos viene ofreciendo grandes historia, casi siempre, con un fuerte trasfondo sociopolítico que no descuida a sus protagonistas. “Aquarius” (2016) no es la excepción, pero refleja los problemas políticos del país vecino a través de los ojos y las vicisitudes de Doña Clara (Sonia Braga), viuda de 65 años que ya crió a sus hijos, se retiró como crítica musical y pasa sus días de forma rutinaria, yendo y viniendo de su departamento ubicado frente a las playas de Recife. Clara, sobreviviente de cáncer, es la última residente del destartalado edificio Aquarius, lugar donde construyó su familia y todos sus recuerdos. Una empresa constructora ya adquirió el resto de los departamentos, pero la señora se niega a ceder ante la presión y la cuantiosa suma que le ofrecen iniciando, así, una guerra sin cuartel que pondrá a prueba su paciencia, su salud y la relación con sus seres queridos. El argumento de la película de Kleber Mendonça Filho parece un tanto simplón, pero esconde un sinfín de matices. Por un lado tenemos a este increíble personaje femenino: una señora mayor, culta e inteligente que no va a dar el brazo a torcer; una protagonista que se carga la historia al hombre y que nos entrega esa sensación de realidad y “autenticidad” pocas veces vista. Doña Clara podría ser cualquiera de nosotros, indignado por las injusticias del día a día. En manos de Braga resulta un ser maravilloso, demostrando que a los sesenta y tantos la vida no se acaba y vale la pena ser vivida. Clara es un tanto bohemia, muy abierta de pensamiento, pero también tiene sus necesidades y está en ella permitir llenarlas cuando es preciso. Todas estas cuestiones, de pronto, chocan con la ideología y la mentalidad (¿más moderna?) del joven empresario que quiere desalojarla. Ahí, el director y guionista aprovecha para darnos un pantallazo social, económico, político y hasta religioso de su país, una mirada sincera que no gustó mucho en su momento al gobierno de turno que decidió “castigar” a la película y no elegirla como la posible representante y candidata a los premios de la Academia. Las críticas no son sutiles y en la boca de Braga suenan con franqueza y rotundidad, desde acá nos podemos sentir totalmente identificados y hasta emocionarnos con cada frase que grita a los cuatro vientos. “Aquarius” no tiene artificios y desde la estética visual no aporta nada nuevo, pero tiene ese espíritu de Brasil que contagia alegría por todos lados, aunque a la vuelta de la esquina haya miseria y poco para comer. Es un digno exponente del buen cine latinoamericano de hoy en día, y de la realidad de la clase media, aunque su mayor acierto es Clara, uno personaje femenino, fuerte y “al natural”, que no se ve todos los días.
El estudio responsable de “Mi Villano Favorito” (Despicable Me) y la fiebre de los minions le sigue apostando a las historias animadas originales, esta vez, una comedia musical repleta de animalitos. “Sing ¡Ven y Canta!” (Sing, 2016) tiene un poco de “Zootopia” (2016), “American Idol” y “Los Productores” (The Producers), muchas canciones pop que aparecen en las listas de los más vendidos y personajes arquetípicos para que nadie quede afuera de esta historia. Estamos en una ciudad plagada de animales antropomórficos y, a pesar de las deudas, Buster Moon (voz de Matthew McConaughey) no pierde las esperanzas y los sueños de convertirse en el mejor empresario teatral. Sus últimas obras fueron fracasos rotundos y la sala de la que es dueño se está cayendo a pedazos. La solución: organizar un concurso de canto que pueda atraer las miradas del público, ofreciendo un módico premio que, por error, termina convirtiéndose en una pequeña fortuna. Al casting llegan todo tipo de personajes con ganas de abandonar su vida rutinaria y transformarse en estrellas: un ama de casa agobiada por los chicos y las tareas del hogar; un adolescente cuyo único futuro parece ser seguir los pasos delictivos de su papá; una elefantita de voz prodigiosa, pero demasiado tímida para hacerse notar, y una roquera con mucho talento para la composición, entre otros. Los ensayos ponen las vidas de estos animalitos patas para arriba (¡je!), crean varios enredos y desastres pero, en definitiva, los ayuda a entender que tienen mucho para dar, además de lo que la gente suele pensar sobre ellos. Ese es, básicamente, el mensaje de la película, una historia bastante trillada que no aporta mucho desde lo narrativo y sólo sirve para vender más discos de Taylor Swift o Carly Rae Jepsen. Los momentos más divertidos de la película vienen de la mano de sus estrambóticos personajes y sus numeritos musicales. Los más chicos, seguramente, lo pasan mejor ya que todo es brillo, colores y formas, aunque muy poco contenido. Tal vez sea mucho pedir para una película animada destinada al público más menudo, pero si algo demostró este género durante el 2016, es que se puede entretener, emocionar y, de paso, mandar algún que otro mensaje profundo y positivo. “Sing ¡Ven y Canta!” cumple su objetivo, pero molesta que sea tan banal cuando tiene tanto para ofrecer. Visualmente es hermosa y dinámica, pero al igual que “La Vida Privada de tus Mascotas” (The Secret Life of Pets, 2016) se queda por el camino con una gran idea entre manos. Detrás de una buena historia, debe haber un buen guión y no conformar a los chicos (y a los más grandes) con gags simplones y canciones conocidas. Ni hablar que el chistecito de los Gipsy Kings ya lo explotó “Toy Story 3” (2010) con muchos mejores resultados. Probablemente, “Sing” va a tener un montón de secuelas porque funciona en la taquilla, los chicos se divierten, los grandes sin pretensiones la disfrutan, pero estaría bueno que el género no se estanque en historias sencillas, cargadas de moralejas gastadas y animalitos parlanchines. Y en este caso, también cantarines.
El que mucho abarca poco aprieta, y ese es el gran problema de “Pasajeros” (Passengers, 2016), película que, por momentos, intenta ser una dramaedia romántica, por momentos un drama existencialista y, cuando se acuerda, un thriller de ciencia ficción. Morten Tyldum, director de “El Código Enigma” (The Imitation Game, 2014) –otra historia bastante desordenada-, se las ingenia para narrar una digna aventura espacial, pero pierde el foco de lo que realmente nos quiere contar. Estamos de camino a Homestead Colony, un planeta ubicado a 120 años de la Tierra, un lugar para empezar desde cero donde no hay problemas ambientales, sobrepoblación, ni ninguna de esas porquerías que obligaron a los seres humanos a buscar otros horizontes más allá del sistema solar en este futuro no tan lejano. La Avalon cruza la galaxia con más de cinco mil personas a bordo, pero en su travesía, a 30 años de la partida, una violenta embestida contra una lluvia de meteoritos causa desperfectos y el malfuncionamiento de una de las cápsulas de hibernación. Jim Preston (Chriss Pratt), mecánico que decidió abandonar la Tierra en busca de una segunda oportunidad, despierta prematuramente pensando que ya ha llegado a destino, pero pronto descubre que es el único ser en todo el lugar, manejado por computadoras y el piloto automático que mantiene la nave en curso. No hay tripulación ni pasajeros a la vista, aunque todo está a su disposición. Bueh, todo no, ya que hay estatus entre los pasajeros y el bueno de Jim apenas alcanza unas de las categorías más bajas. Sin la posibilidad de volver a dormir y con la perspectiva de morir solo en el espacio, Preston logra poner sus habilidades manuales al servicio de su confort y acceder a los lujos y entretenimientos que ofrece la Avalon. Tras un año de soledad, ya no hay diversión que pueda llenar su angustia y con la sola compañía de Arthur (Michael Sheen), un androide bartender, Jim está listo para tomar una decisión bastante drástica. Ahí es cuando entra en juego Aurora Dunn (Jennifer Lawrence), periodista y escritora que, cual bella durmiente, logra cautivar a Preston, desde su hermosura hasta sus escritos. La locura y la falta de compañía arrastran al solitario Jim a realizar lo impensado: averiar la capsula de Dunn para que se convierta en su compañera de travesía. Este es el punto central de “Pasajeros”, una reflexión bastante interesante sobre la soledad y la naturaleza humana. Lástima que esta premisa entra y sale de pantalla a cada momento, y la historia se llena de “obstáculos” que no van a ninguna parte. Pratt, solito en la pantalla durante el primer tercio de la película, no logra emocionar ni transmitir su angustia y desesperación, y sólo se queda con lo que mejor le sale: la cancheres y los chistontos que demuestra con la mayoría de sus personajes. La química con Lawrence no está mal, ella sabe llevar mucho mejor a su afligida escritora en busca de aventuras, pero el clima, la conexión y la traición que se va construyendo entre ambos se corta abruptamente con elementos sin mucho sentido que insisten en sumarle dramatismo y tensión a un relato que no los necesita. Lo que empieza siendo “Náufrago” (Cast Away, 2000), pronto se convierte en “Wall-E” (2008) –la Avalon tiene tantas semejanzas con el Axiom que da miedo (aunque sin los regordetes ocupantes) y hasta tenemos la escena de la parejita flotando en el espacio-, y claro que no pueden faltar las constantes referencias a cuanta película espacial se les ocurra. En un abrir y cerrar de ojos, “Pasajeros” pierde el rumbo y nos empieza a contar otra cosa, las incongruencias argumentales son tan grandes (más de cinco mil pasajeros a bordo y una sola unidad médica, ¿qué?) que ya no hay forma de salvar una trama que no conoce su verdadero camino. Visualmente impecable y con grandes efectos especiales que nos sumergen en la soledad y profundidad del espacio, sin embargo esto es lo único rescatable de una película que la pifia desde su casting, pero mucho más desde la concepción del argumento. Hay drama, hay romance, hay acción… tal vez demasiadas cosas, aunque un director y un guionista más capacitados podrían balancear todos estos elementos de manera eficaz. Menos mal que Star-Lord y JLaw son lindos y cancheros porque esta mancha no se va a borrar tan fácilmente de sus currículums.
La ciencia ficción no tiene que ser puro artificio y efectos especiales. Claro que necesita de estos elementos para contar sus historias, pero también del factor humano, que es el verdadero aglutinante entre estos dos mundos de realidad y fantasía. Así lo entiende Denis Villeneuve -director responsable de “Sicario” (2015) y “La Sospecha” (Prisoners, 2013)- que, a partir de la historia corta de Ted Chiang, “Story of Your Life”, se embarca en su primera aventura extraterrestre. “La Llegada” (Arrival, 2016) cuenta la historia de, justamente, el arribo de doce naves espaciales desparramadas por el planeta. Temerosos, los humanos tratan de comunicarse y averiguar las intenciones de estos seres que, desde el vamos, no muestran ningún indicio de hostilidad. Esta será la tarea de Louise Banks (Amy Adams), una experta en lingüística que debe hacer contacto con los aliens antes de que el mundo caiga en el caos y la desesperación, tanto de los civiles como lo militares. Así, Banks pasa a formar parte de un equipo especial de investigadores que se adentra en una de las naves, junto al físico Ian Donnelly (Jeremy Renner), científico que ha soñado con este momento desde su más tierna infancia. Louise es la primera que logra descifrar el tipo de lenguaje que utilizan estos “heptápodos” –llamados así porque son bichos con siete tentáculos- y descubre que vienen con la intensión de hacernos un “regalo”. Acá es donde empiezan lo malos entendidos entre el significado de “arma” y “herramienta”, y algunas naciones del mundo ya no tienen tantas ganas de estrechar lazos de amistad con los visitantes. “La Llegada” es pura tensión, un thriller contrarreloj que va mezclando varias líneas temporales. Villeneuve no se excede con los efectos, en cambio, nos regala imágenes bien puras que enamoran desde la simpleza. Pero lo más importante sigue siendo el ser humano y el nexo con estas criaturas. No casualmente, el director elige el lenguaje como su elemento de estudio, punto de quiebre que (en la historia de la humanidad con la escritura) marca el comienzo de la cultura, propiamente dicha. Amy Adams se carga la película al hombro y se convierte en centro de esta trama que tiene muchos puntos en común con otras historia sci-fi como “Contacto” (Contact, 1997), “Interestelar” (Interstellar, 2014) y, por qué no, “Encuentros Cercanos del tercer Tipo” (Close Encounters of the Third Kind, 1977). Villeneuve destaca la importancia de la comunicación, no sólo entre humanos y alienígenas, sino entre naciones, y no podemos de dejar de lado los paralelismos políticos, sobre todo si el país más conflictivo y dispuesto al ataque resulta ser China. No hay mucho más para decir, sin caer en el spoiler. “La Llegada” esconde algún que otro misterio que es fácil de dilucidar, pero su principal atractivo reside en la construcción de este nexo de confianza que debe establecerse y en la propia naturaleza humana, más complicada (y peligrosa) que un conjunto de naves extraterrestres que llegan a nuestro planeta comunicándose a través de unas extrañas manchas de café (¿?).
Podríamos haber vivido felices y contentos sólo con la trilogía original pergeñada por George Lucas. Esa travesía del héroe que tiene a Luke Skywalker como protagonista, siendo ¿la última? esperanza de la Alianza Rebelde para derrocar al Imperio y liberar a toda la galaxia. No contento con tres entregas exitosas, Jorgito quiso cerrar el “círculo de la vida” contándonos como el joven Anakin (A.K.A Darth Vader) terminó embarrado en el Lado Oscuro de la Fuerza. Al hacer esto salpicó la franquicia con unas cuantas inconsistencias y personajes insoportables que no vienen al caso en este momento. Aparentemente, todavía quedaba mucho para contar sobre el legado del último Jedi y J.J. Abrams nos inundó de nostalgia (y fanservice) con una historia conocida que, a su vez, amplia el universo intergaláctico con una nueva camada de queribles protagonistas. Mientras esperamos por un nuevo episodio de la saga, llega “Rogue One: Una Historia de Star Wars” (Rogue One: A Star Wars Story, 2016), la primera película (spin-off, si se quiere) que se desliga de la historia familiar de los Skywalker para contar una aventura diferente, aunque englobada dentro del canon de la franquicia. Los sucesos se ambientan justo antes de “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, 1977). Todo bien con Luke, Han y Obi-Wan pero, ¿de dónde sacaron los planos para ponerle fin a la Estrella de la Muerte y dar el primer paso hacia la destrucción del Imperio? De eso, básicamente, se trata esta historia, una odisea mucho más descarnada y menos aventurera que las anteriores, más cercana al género bélico que a la fantasía a la que ya estamos tan acostumbrados. Después de las presentaciones de rigor, “Rogue One” se encamina derechito hacia un “Día D” intergaláctico, el principio del fin de este conflicto armado que comenzó con el derrocamiento de la República. Gareth Edwards, director de “Godzilla” (2014), no se detiene en imágenes y escenarios glamorosos como sí ocurre con las precuelas. Acá, todo es sucio y desprolijo, la galaxia sufre bajo las garras del Imperio y la persecución hacia los disidentes se nota en los rincones más alejados. Todo comienza con Galen Erso (Mads Mikkelsen), uno de los responsables de construir el arma más poderosa con la que cuentan los malos. El científico logró huir del Imperio, pero no pasa mucho tiempo hasta que Orson Krennic (Ben Mendelsohn) vuelve a encontrarlo. Galen decide colaborar para salvar a su familia, pero las cosas no salen del todo bien y la pequeña Jyn debe darse a la fuga. Jyn Erso (Felicity Jones) creció si saber el destino que sufrió su padre, al cuidado de Saw Gerrera (Forest Whitaker), un rebelde demasiado extremista, incluso para la Alianza. Desde su adolescencia la chica siguió por su cuenta, llevando una vida delictiva, alejada tanto de los malos como de los buenos. Un piloto imperial disidente, un mensaje del mismísimo Galen y el descubrimiento de la existencia de la Estrella de la Muerte, ponen en alerta a la Alianza Rebelde que intentará utilizar a Jyn para llegar hasta su padre. “Rogue One” no se detiene a contarnos infinidad de detalles sobre el pasado de sus personajes. Lo importante son sus acciones presentes, sus actitudes, a través de las cuales los vamos conociendo realmente. La historia no es tan diferente a, por ejemplo, “Rescatando al Soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 1998), donde un grupo de oficiales decide hacer la diferencia y encarar una misión casi suicida por un bien mayor y, en ultima instancia, encontrarle sentido a todo el horror y la destrucción que la guerra acarrea consigo. Si con Finn (John Boyega) descubrimos que no todos los stormtroopers están hechos para la batalla, con Cassian Andor (Diego Luna) aprendemos que los rebeldes tienen un lado menos heroico (y más humano) y unas cuantas cositas de las cuales arrepentirse. Acá nadie es perfecto, más bien van aprendiendo de sus errores, y esta misión puede ser lo que necesitan para redimirse. No pueden faltar las referencias, ni algunas caras bien conocidas, pero Edwards no abusa del fanservice, ni de los personajes simpáticos y queribles. Más allá de las diferentes razas de alienígenas, acá no hay necesidad de despacharse con un desfile constante de extrañas criaturas. El robotito de turno es K-2SO (Alan Tudyk), un androide imperial reprogramado por los rebeldes y miembro activo del equipo, con un nivel de sinceridad al 100%. Un personaje genial, de los pocos comic relief que tiene la película, que en seguida nos recuerda a TRAS, el irónico robot de “Interestelar” (Interstellar, 2014). Jyn Erso no está destinada a convertirse en una nueva Rey (Daisy Ridley), pero cumple muy bien su papel de (anti)heroína en busca de su lugar en el mundo. Es bueno ver a más personajes femeninos sumarse a lo largo de la saga, no sólo el regreso de Mon Mothma, sino hasta varios pilotos de la Alianza Rebelde. La Fuerza tiene su representante en Chirrut Îmwe (Donnie Yen), un guerrero no vidente que cree firmemente en ella. Junto a su compañero Baze Malbus (Wen Jiang) forman una dupla que, cada vez que aparece, tiende a robarse la película. No voy a entrar en detalles sobre “esos” personajes tan conocidos, ya se sabe que aparecen y son clave en cierto punto, pero no vienen a opacar a los verdaderos protagonistas, sino a llenar los baches dejados entre trilogía y trilogía. “Rogue One” es un one-shoot que viene a llenar esos agujeros narrativos y, de paso, conectar lo nuevo y lo viejo rescatando lo mejor de la saga: las películas originales. Si los nuevos episodios parecían fuera de época y un desparramo de pantalla verde, Edwards y los responsables de los efectos especiales y la puesta en escena tuvieron especial cuidado para que esta historia pareciera mucho más una precuela de “La Guerra de las Galaxias” que una secuela de “La Amenaza Fantasma” (1999). Volver a ver a los X-Wing y los Tie-Fighter enroscados en el aire tiene ese olorcito a nostalgia que enamora, pero hay mucho más, acá la batalla se libra desde varios frentes: en el espacio, en tierra y en las conciencias de los involucrados. “Rogue One” tiene casi todo a favor porque nos cuenta una historia muy diferente desde su base y concepción. No es el relato de un héroe solitario, sino de la hermandad en tiempos de guerra y los sacrificios que se deben afrontar, de un lado y del otro de la contienda. Su punto más flojito son ciertas actuaciones (reales y no tanto) que pueden desequilibrar algunas escenas, pero no molestan en el balance general. Lo que más se sufre (por acá) es la falta de la característica secuencia de títulos y una partitura poderosa como la de John Williams. Michael Giacchino hace un gran trabajo, pero la banda sonora no termina de estar a la altura de las circunstancias. Son pequeños detalles que enturbian una gran historia épica, dramática y llena de acción, que demuestra que no necesita de caras conocidas para expandir este universo y emocionar con un relato que, desde el vamos, sabemos como termina. “Rogue One” se mira y se disfruta como si fuéramos pequeñines descubriendo el mundo que nos planteó George Lucas en 1977. Por supuesto, siempre acompañados de la Fuerza.
El diseñador de modas Tom Ford, devenido en realizador cinematográfico, sigue llevando todo su estilo y elegancia a la pantalla grande de la mano de historias bastante turbias y psicológicas. Tras su debut con “Sólo un Hombre” (A Single Man, 2009), Ford arremete con la adaptación de la novela “Tony y Susan” (1993) de Austin Wright, un drama que se mueve a lo largo de dos narraciones diferentes y sumerge a la protagonista en la ficción dentro de la ficción. Amy Adams es Susan Morrow, la adinerada propietaria de una galería de arte de Los Ángeles, ¿felizmente? casada con Hutton (Armie Hammer), su segundo marido, preocupada por su nueva exhibición y por, mantener su pomposo estilo de vida. Susan es fría como un tempano de hielo, pero su vida (y su pasado) empieza a sacudirse cuando le llega el manuscrito de la primera novela de su ex esposo, Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal) -titulada “Nocturnal Animals”-, con la intención de que la lea, le de su sincera opinión y, de paso, concreten una reunión durante la visita del escritor a la ciudad. Susan se siente inmediatamente atraída por la narración que, pronto, comienza a remover su propia historia junto a Edward y el tremendo dolor que le causó antes de la separación. “Nocturnal Animals” (la novela), nombre inspirado en la señora, narra la terrible peripecia de una familia que sale de paseo durante un fin de semana y termina viviendo un infierno a manos de un grupo de delincuentes que los interceptan en la ruta. El relato se vuelve cada vez más violento y termina en un sangriento raid revanchista, una trama que, a simple vista, poco y nada tiene que ver con ella, pero las metáforas son ineludibles. La narración de “Animales Nocturnos” (Nocturnal Animals, 2016) se mueve dentro de estas dos líneas: la ficción protagonizada por Tony Hastings (también Gyllenhaal), su esposa, su hija, y el detective Bobby Andes (Michael Shannon), encargado de su caso; y la psique de Susan que lee y, al mismo tiempo, recuerda sus días junto a Edward. El resultado de Ford es una tensa y psicológica espiral que se va cerrando sobre la protagonista, obsesionada por la historia escrita por su ex marido y la posibilidad de volver a encontrarlo después de tantos años y todo el daño que le causó. El realizador alterna su narrativa estilizada y prolija entre estos dos escenarios: la sordidez del desierto y la violencia liderada por Ray Marcus (Taylor-Johnson) y sus cómplices, y cierta “frigidez hitchcockiana” cuando se trata de Adams, transitando un mundo que parece menos real que la ficción de la novela. Ford busca incomodarnos a cada paso y lo logra, en parte, a la exquisita actuación de Amy Adams que, por primera vez, compone un personaje totalmente desagradable, sin serlo del todo. El resto del elenco es correcto, aunque muchos están un poco desaprovechados como Hammer, Laura Linney y Michael Sheen que apenas aparecen unos minutos en la pantalla. “Animales Nocturnos” termina siendo un thriller dramático y violento (física y emocionalmente) con esa estética súper cuidada que ya demostró el realizador en su ópera prima.
Nadie puede negar que Clint Eastwood es todo un patriota y sabe cómo retratar a los héroes norteamericanos. Claro que se pone un poco denso cuando se trata de “anécdotas” militares, pero da en el clavo con los hombres comunes en circunstancias especiales. Ayuda un montón tener a Tom Hanks encarnando a Chesley 'Sully' Sullenberger, un papel que le calza a medida al tipo menos odiable del universo. “El milagro del Río Hudson” todavía está fresco en la memoria de los neoyorquinos que atestiguaron la hazaña, y del resto del mundo que siguió los acontecimientos por TV. El 15 de enero de 2009, este experimentadísimo piloto logró amerizar de emergencia la nave que piloteaba, con 155 almas a su cargo y tras ser embestida por una bandada de aves que inutilizó los dos motores, de lleno en el río que discurre entre Manhattan, Staten Island y las costas de Nueva Jersey, sin lamentar ninguna víctima fatal. Lo que se dice, un verdadero milagro, y un acto digno de todos los honores. Pero detrás de los aplausos vienen los cuestionamientos, los de la aerolínea, los de las compañías aseguradoras y toda esa sarta de burócratas que intentan buscarle el pelo al huevo, en este caso, probar que Sullenberger actuó precipitadamente y que podría haber aterrizado en alguno de los aeropuertos más cercanos. Eastwood nos lleva por este camino y, más allá de mostrarnos el accidente de forma contundente y realista, se mete con la psique del piloto que, a cada paso, va dudando de sus propias determinaciones. Su conducta, su experiencia y su habilidad para tomar decisiones en casos extremos se ponen a prueba en apenas unas horas después del accidente. Un proceso que, de ser hallado “culpable”, podría obligarlo a retirarse prematuramente. Sully su copiloto Jeff Skiles (Aaron Eckhart), se enfrentar a un sinfín de pruebas físicas, simulaciones, datos y etcéteras que contradicen su versión. Hay apoyo y orgullo entre los dos hombres, pero las dudas no dejan de crecer. El realizador no se excede ni en dramatismo, ni espectacularidad, se concentra en el factor humano y, por supuesto, en el heroísmo (real) de todos los participantes del rescate. Los ecos del 11 de septiembre se sienten en cada fotograma, pero no hay alusiones políticas de ningún tipo, y eso se agradece. Hanks vuelve a ser el alma del film, el tipo al que le creemos todo. En “Sully: Hazaña en el Hudson (Sully, 2016) sólo necesita un poco de canas para cambiar su apariencia e introducirnos en el mundo de este hombre que no se altera ante la presión y conoce al dedillo su trabajo, pero se perturba cuando lo ponen bajo la lupa y cuestionan su instinto. “Sully” es una historia correcta, bien construida. El típico drama “basado en hechos reales” del cual conocemos el desenlace, pero igual nos mantiene al borde del asiento sufriendo un poquito por el destino de los personajes. Esto es gracias a la pericia de Clint Eastwood, al afilado guión de Todd Komarnicki, a la interpretación de Hanks, impecable como siempre, y al mismísimo Sullenberger que deja traslucir su integridad, no sólo a través del actor, sino de la historia, basada en su propio recuento de los hechos.
Marvel suma un nuevo personaje a su repertorio y, esta vez, expande un poco más su universo cinematográfico agregando un toque de mística al conjunto. El resultado es la misma fórmula de siempre: una fórmula que no maravilla, ni agrega nada a un género que, ahora sí, parece estancado. Scott Derrickson, acostumbrado al cine de terror de bajo presupuesto, es el director encargado de presentar en sociedad al doctor Stephen Strange (Benedict Cumberbatch), un cirujano con aires de grandeza, brillante, aunque un poquitín megalómano. A Cumberbatch el papel le calza a la perfección porque está acostumbrado a este tipo de personajes, pero la historia la vimos mil veces, con otros colores, otras formas y otros villanos. Marvel no puede (y no quiere) escapar de la estructura de fábula heroica, del chiste forzado y los antagonistas genéricos. “Doctor Strange: Hechicero Supremo” (Doctor Strange, 2016) tiene todos los elementos para convertirse en un gran relato dramático y, de paso, jugar con el universo mágico, pero se queda en el personaje y en un par de trucos visuales que, a pesar de ser impresionantes, no justifican el todo. Derrickson y su coguionista Jon Spaihts nos cuentan una historia de origen a medias, la de Strange que, tras un accidente automovilístico pierde el uso de sus manos -su herramienta fundamental de trabajo- y hará lo que sea para recuperar su prestigio. Tras descubrir que un ex paciente parapléjico recuperó la movilidad, Stephen se dirige a Kamar-Taj en los Himalayas para aprender un tipo de curación muy diferente. El buen doctor debe dejar su ego de lado e intentar abrir su mente a un mundo de posibilidades y dimensiones alternas. Un poco renuente al principio, el Ancestral (Ancient One) –Hechicero Supremo, interpretado por Tilda Swinton- se niega a introducir al doctor en las artes místicas debido a su falta de fe y arrogancia, por así decirlo. Strange está destinado para convertirse en mucho más que un simple galeno, aunque él no lo vea todavía. Mientras Stephen se entrena junto a otros y va adquiriendo habilidades, Kaecilius (Mads Mikkelsen), un hechicero renegado y sus seguidores, están urdiendo un plan para desatar el poder de la Dimensión Oscura sobre la faz de la Tierra. El resto, pueden imaginárselo. Lo más interesante, desde le aspecto visual, son las diferentes dimensiones que construye Derrickson. Las comparaciones con “El Origen” (Inception, 2010) son inevitables, aunque acá todo se exacerba a la enésima potencia y con bastante psicodelia de por medio. Molesta que el villano sea tan chato, que Strange sea todo un superdotado a la hora de aprender estas nuevas disciplinas y que el humor, casi infantil, arruinen los menores momentos de la trama. Por lo demás, Doctor Strange es una película correcta, como todo en el universo cinemático de Marvel. La diferencia es que acá no hay superhéroes con poderes, sino un planteo muy diferente para combatir las fuerzas oscuras. La historia no puede escapar a la moraleja, y a la falta de un personaje femenino de peso. Swinton no cuenta porque cumple el papel de mentor y hechicero, y a Rachel McAdams apenas le dan unos insignificantes minutos en pantalla. Una película de origen, a la altura de “Ant-Man: El Hombre Hormiga” (Ant-Man, 2015), que promete mucho más para el futuro (o sea, una infinidad de secuelas) y la posibilidad –muy cercana- de conectarse con sus compañeros superheroicos. Marvel se vuelve a dormir en los laureles y pierde una nueva oportunidad para contarnos una gran historia, diferente, y dejar que sus directores se la jueguen también desde lo narrativo.